El caso canadiense: Starbucks no destruye el barrio, lo salva
Negocios como la franquicia de caf¨¦ o McDonald¡¯s son vistos como entes malvados que aniquilan las ciudades, pero ?y si en realidad fueran espacios amables que ayudan a articular las comunidades m¨¢s desfavorecidas?
Los vecinos de Hillcrest Village, un barrio de clase media en Toronto, crearon este verano una campa?a para evitar el cierre de un Starbucks. En Espa?a la cadena es ep¨ªtome de la turistificaci¨®n, pero ejerce de pegamento social en barrios de ciudades de Canad¨¢ y EE. UU. Resulta la opci¨®n m¨¢s inmediata de muchos vecinos para socializar. Starbucks no compite con la cafeter¨ªa de toda la vida. Ya se la llev¨® por delante. Ahora se mide con los centros c¨ªvicos, bibliotecas p¨²blicas e iglesias.
¡°Es dif¨ªcil encontrar un sitio con tanta diversidad de poblaci¨®n como un Starbucks¡±, afirma Ian Cosh, antrop¨®logo y promotor de SaveOurStarbucks (Salvad nuestro Starbucks). La campa?a fracas¨®. En su lugar acaba de abrir la nueva cadena de pizzer¨ªas canadiense Pi Co. Por la famosa cafeter¨ªa del logo verde pasaban chavales, padres con carritos o profesionales, pero tambi¨¦n vecinos con pocos recursos, con diversidad funcional y mayores sin familia. ¡°Era como una oficina de correos, algo necesario¡±, ilustra Cosh.
¡°Son sitios [los Starbucks] sin una cultura espec¨ªfica. Puedes hacer lo que quieras, no hay normas ni convenciones¡±, explica Steve Johnson, que durante 15 a?os ha desarrollado programas para la mejora de los vecindarios en Toronto y Vancouver
Existen motivos obvios por los que Starbucks resulta atractivo. Wifi gratis, ba?os limpios, abre muchas horas al d¨ªa, el caf¨¦ es asequible (unos 1,5 euros en Canad¨¢), son espacios agradables y seguros. Pero subyacen otras razones que explican por qu¨¦ un jubilado prefiere ir a uno de estos caf¨¦s antes que a clases de baile en un centro c¨ªvico, por qu¨¦ un vecino con problemas mentales se siente a gusto o por qu¨¦ un grupo de adolescentes acuden para hacerse los mayores.
¡°Son sitios sin una cultura espec¨ªfica. Puedes hacer lo que quieras, no hay normas ni convenciones¡±, explica Steve Johnson, que durante 15 a?os ha desarrollado programas para la mejora de los vecindarios en Toronto y Vancouver. Al ser un espacio as¨¦ptico no encasilla como lo podr¨ªa hacer un templo o una casa de acogida. Tambi¨¦n est¨¢n los centros culturales o las bibliotecas, espacios donde se re¨²ne gente. Johnson ve alguna pega a estos ¨²ltimos: ¡°Son demasiado tranquilos. Uno est¨¢ callado, no se socializa. En un Starbucks es m¨¢s f¨¢cil conversar¡±.
Aliados involuntarios
Otra multinacional que juega un papel relevante en la cohesi¨®n de los barrios es McDonald¡¯s. En algunos lugares de EE. UU. la cadena de comida r¨¢pida ejerce de albergue para los sintecho, de centro de d¨ªa para exadictos o mayores sin familia y de cibercaf¨¦ para chavales que juegan al Fortnite. ¡°Le tengo bastante respeto a McDonald¡¯s. Son conscientes del papel que juegan en la sociedad¡±, afirma Chris Arnade, autor del libro Dignity (Dignidad), en el que aborda estos centros c¨ªvicos de facto.
No solo ejercen como tales en EE. UU. Los vecinos de Saint-Barth¨¦l¨¦my, un distrito deprimido de Marsella, se manifestaron el a?o pasado para oponerse al cierre de un McDonald¡¯s. Defend¨ªan que era el verdadero centro social del barrio. Arnade contrapone otra idea: ¡°A los espacios p¨²blicos les falta alma. Y tienen un mont¨®n de normas¡±. Los refugios no admiten a gente bebida, son ruidosos y desagradables. Steven Johnson se?ala una cuesti¨®n econ¨®mica: ¡°La reducci¨®n del gasto p¨²blico por parte de los conservadores se llev¨® por delante muchos espacios comunes¡±.
Johnson dirige una inmobiliaria social. El alquiler de los locales que maneja es bajo para que los negocios ofrezcan bienes y servicios al alcance de las rentas m¨¢s humildes y sean rentables. ¡°Las mesas de las franquicias se convierten en la mesa del sal¨®n de jubilados que viven solos¡±. Estas cadenas son de los pocos negocios donde uno puede tirarse dos horas con una bebida. ¡°Muchos altos cargos comenzaron su carrera desde abajo, en la caja, cobrando un Big Mac. Saben que ayudan a la comunidad¡±, se?ala Arnade. Johnson apunta en otra direcci¨®n. ¡°Los trabajadores de Starbucks cobran el salario m¨ªnimo. No van a decirle a nadie que se vaya si no consume¡±.
Hubo gente que pens¨® que Cosh apoyaba a una corporaci¨®n porque s¨ª. ¡°Soy de izquierdas, el tipo de persona que votar¨ªa a Bernie Sanders¡±, se justifica. Lo que defend¨ªa era un sitio inclusivo. Contaron con el apoyo de la concejala y hablaron con la sede central de la cafeter¨ªa en Canad¨¢. Pero no hubo manera. ¡°Da la sensaci¨®n de que Starbucks ha cambiado de estrategia. El alquiler de los pisos en el barrio ya ha subido y no para de hacerlo. Se supone que deber¨ªan abrir m¨¢s¡±, explica. Otro tipo de nuevo negocio se asienta. Son peque?os establecimientos que sirven caf¨¦s a siete d¨®lares o restaurantes de nivel. Ah¨ª cabe mucha menos gente. En todos los sentidos.
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