Ofrenda
Nada logra mitigar esa rara combinaci¨®n de desolaci¨®n y contento con la que cada a?o intento resucitar la presencia palpable de tantos queridos muertos para darles el abrazo que me quedaron a deber
Sobre un manto anaranjado de p¨¦talos y flores de cempaz¨²chitl, las velas y veladoras amanecen la madrugada. El altar tiene flecos morados de papel picado y lazos de color obispo, de luto y felicidad tan triste; huele a saudade que es humo de copal donde la melancol¨ªa del recuerdo intenta un a?o m¨¢s recordarnos que las ausencias se palpan.
Est¨¢n las diminutas fotograf¨ªas de todos nuestros muertos entra?ables, todas las almas que se han ido adelantando. Un pu?ado de abuelos y todos los t¨ªos y t¨ªas; los hermanos de sangre y los amigos que se volvieron familia por adopci¨®n. Los poetas que anduvieron callados por el mundo y ahora hablan a trav¨¦s de sus versos y todos los autores de libros que vuelan esta noche como aves de p¨¢ginas abiertas.
Hemos colocado el aguardiente y los panes de muerto, los cigarros sin filtro y los cerillos; la pluma estilogr¨¢fica con tinta verde para que uno de los difuntos haga su propia cr¨®nica y unas monedas de oro para que mi t¨ªa abuela pueda pagar el mariachi que escucha todos los a?os desde su tumba. Hemos esparcido un pu?ado de violetas y siete cempaz¨²chitl de color grana, nom¨¢s para que haya contraste policrom¨¢tico con el oleaje naranja salpicado de nube. Bajo las fotograf¨ªas del centro del altar hemos colocado un plato abundante de mole poblano salpicado de ajonjol¨ª sobre un muslo de pollo que parec¨ªa antojo de la mism¨ªsima Catrina. Qui¨¦n sabe qui¨¦n puso un montoncito de pi?ones y un manojo de nueces entre un ramo de pinceles sin lavar cuyos ¨®leos resecos parecen pintarle la cara a tres calaveras de az¨²car que no llevan leyenda ni nombre y contra toda costumbre, hemos enfilado los libros en octavo que fueron la lectura inseparable de uno de los espectros que esta misma noche ha de venir en silencio a revolotear la biblioteca.
Hay tanta m¨²sica en este silencio que apenas se perciben las carcajadas de los muertos mexicanos que se r¨ªen del impostado desfile que se han inventado como tradici¨®n milenaria los deudos de James Bond y por all¨¢ corren los ni?os y ni?as inocentes que murieron antes de la adolescencia, sabiendo que no son personajes de Disney sino grabados de imprenta antigua y desde el altar se divisa a lo lejos, en otra lengua, la ceremonia dulce y enga?osa con la que otra cultura rinde culto a sus difuntos entre calabazas chimuelas y sonrientes¡ pero absolutamente todo no logra mitigar esa rara combinaci¨®n de desolaci¨®n y contento con el que cada a?o intento resucitar aunque sea por un rato fugaz la presencia palpable de tantos queridos muertos para darles el abrazo que me quedaron a deber.
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