Plaza tomada
Los ciudadanos parecemos ya fantasmas en la plaza que poco a poco van tomando los sicarios, armados y an¨®nimos a plena luz del d¨ªa, justo a la hora en que un padre ha pasado a la escuelita por sus hijos
A menudo, el alma toma como met¨¢fora la palabra casa, ciudad o plaza. El coraz¨®n tambi¨¦n suele clonarse en hogar, cuna o lecho y duele cuando ambos ¨Csea coraz¨®n o el alma¡ªson mancillados o magullados, heridos de bala en sus pechos o tomados por asalto en cualesquier circunstancias. Digo alma como quien mira gente correr por calles absolutamente desconocidas y se arruga el coraz¨®n cuando unos ni?os preguntan a su padre por qu¨¦ se tiran al suelo, con el coche como barricada, si acababan de salir de su escuelita y quiz¨¢ confunden el sonido de las balas con cohetones de feria o tamborazos de la banda.
Plaza tomada intempestivamente y por azar, porque dicen que alguien o algunos, esos o aquellos, empezaron una agresi¨®n o invasi¨®n que desemboc¨® en tolvanera. Plaza tomada en cuanto los murmullos y rumores confirman la presencia de los invisibles, de los asaltantes impalpables o impunes que poco a poco se han ido filtrando por las paredes, pasillos, calles y plazas. El an¨®nimo inquilino del alma procura que no lastimen a su hermana, coraz¨®n o bien el an¨®nimo habitante de un coraz¨®n ruega continuar con una silenciosa rutina sin que corra peligro su alma hermana. As¨ª se condensa la trama de Casa tomada, un cuento perfecto de la pluma de Julio Cort¨¢zar donde los protagonistas son una pareja de hermanos que bien podr¨ªan ser met¨¢fora del alma o coraz¨®n, un pueblo entero o de la plaza tomada.
El narrador de Casa tomada habita con su hermana la vieja casona familiar, que es quiz¨¢ como vivir un pa¨ªs de siglos, un Estado de derecho o un paisaje entra?able aunque manchado por siglos de sangres. El narrador no explica por qu¨¦ no lleg¨® a convivir en esa casa con su amada, no dice bien c¨®mo es que la familia se ha ido reduciendo hasta quedar a solas con su hermana ni por qu¨¦ ambos habitan un feliz tedio de soledad compartida, d¨ªas que se miden por hacer la limpieza, desayunos callados y el incansable af¨¢n de tejer chambritas y almidonar pa?uelos de su hermana casi fantasma. ?l mismo, nosotros, todo lector o ciudadano parecemos ya fantasmas lejanos o pecho a tierra en la casa o plaza que poco a poco van tomando los demonios callados, los sicarios armados con m¨¢scaras de ne¨®n, invisibles y an¨®nimos a plena luz del d¨ªa, justo a la hora en que un padre ha pasado a la escuelita por sus hijos.
En el cuento ¨Co noticiero del d¨ªa¡ªleemos en Cort¨¢zar cuando el narrador parece recordar el ayer: ¡°Lo recordar¨¦ siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias in¨²tiles (¡) El sonido ven¨ªa impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversaci¨®n¡±. As¨ª se escucha cuando toman la plaza con ese sonido sordo e impreciso de las armas largas que alguien informa de que son de calibre 50 y esas conversaciones de susurro en las radios de quienes amenazan y aterrorizan como si fuera una conversaci¨®n cualquiera.
El habitante de alma tomada informa: ¡°Me tir¨¦ contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerr¨¦ de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y adem¨¢s corr¨ª el cerrojo para m¨¢s seguridad¡±, con la misma callada voz de una mujer que la madrugada filma con su tel¨¦fono la caravana multitudinaria e impune de sicarios iluminados por la sombra, sinti¨¦ndose indefensa y a salvo, al mismo tiempo, por el cerrojo que resguarda su ventana como si fuese el coche de un reportero que se ha parapetado en una gasolinera para ver pasar a los soldados sin armas, secuestrados o intimidados por quienes han tomado la plaza o casa.
El narrador del cuento de Cort¨¢zar narra la tristeza de vivir arrinconado con su hermana en los espacios que se van reduciendo conforme los sin nombre o rostro toman la casa, la tristeza de que en los estantes tomados se quedaron los libros, las cosas entra?ables, los nombres de la patria o familia con sus respectivos retratos. ¡°Nos o¨ªamos respirar, toser, present¨ªamos el adem¨¢n que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios¡± como los de todos los que hemos vivido la toma gradual de la casa o plaza, del coraz¨®n o del alma y ¡°nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el ba?o, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro¡± en la esquina de una gasolinera o al filo de un peque?o parque de una se?ora ven¨ªa corriendo con un hijo en brazos o la avenida polvorienta donde los reos de la c¨¢rcel han salido en tropel para secuestrar autos para su huida.
Escribe Julio Cort¨¢zar en voz del narrador expulsado de su propia patria, ciudad, plaza o casa: ¡°Antes de alejarnos tuve l¨¢stima, cerr¨¦ bien la puerta de entrada y tir¨¦ la llave a la alcantarilla. No fuese que a alg¨²n pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada¡± y as¨ª se titula el cuento que escribi¨® el siempre joven Cort¨¢zar en 1947, publicado en una revista que dirig¨ªa Borges y luego en un libro de relatos que titul¨® Bestiario en 1951, habi¨¦ndose inspirado en una vieja casona de la ciudad de Chivilcoy, que sigue necia en pie entre las calles de Suipacha y Necochea, aunque quiz¨¢ como met¨¢fora del alma o del coraz¨®n se escribi¨® nuevamente ayer no como casa, sino quiz¨¢ como plaza, ciudad o pa¨ªs. Acecho, invasi¨®n, expansiva humedad de sangre en las paredes de un cuento intemporal¡ o Culiac¨¢n.?
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