Jard¨ªn de barro
Francisco Toledo vino al mundo para convertirlo en habitante de su propio universo
Quiz¨¢ la eternidad no es m¨¢s que un jard¨ªn de barro. Un inmenso patio de casa solariega en el coraz¨®n de Oaxaca, convertido en jard¨ªn de barro por las calladas manos de un artista intemporal, hoy ya eterno. Se llama Francisco Toledo y con las yemas de los dedos ha ido floreciendo en cada cent¨ªmetro del jard¨ªn un Tlalocan de barro, un Para¨ªso de formas y figuras moldeadas con arcilla y agua que el Sol de todos los d¨ªas ha de cocinar en cer¨¢mica. En un rinc¨®n del patio como Jard¨ªn de sus Delicias, Toledo ha respetado la belleza de una flor a la sombra de un cactus: Do?a Flor intacta y todas las d¨¦cadas de una vida dedicada al arte en la esquina rosada al filo de un jard¨ªn de barro¡ que se disuelve en lodo y nada al llegar las lluvias. Como la vida misma.
Francisco Toledo vino al mundo para convertirlo en habitante de su propio universo, con una fauna fant¨¢stica cuyo caleidoscopio de murmullos s¨®lo podr¨ªa ser ilustrado por la zoolog¨ªa verbal de un bibliotecario ciego; con una vitrina de joyas hiladas como l¨ªneas de tinta para delinear la espalda de una cucaracha y toda una inmensa galer¨ªa de pinturas y grabados donde los conejos ejercen el ministerio misterioso de su calentura y lagartos con piquitos en la piel y un mono que es m¨¢s que gram¨¢tico al filo de una parvada de murci¨¦lagos inciertos; una mancha de papalotes ilumina el cielo para protestar contra alguna injusticia o volar en manada hasta los estantes de una escuela donde hacen papel con las manos y m¨¢s all¨¢ el santuario de una biblioteca que se fue alimentando de tiempo en tiempo con kilos y kilos de libros que compraba Toledo para ir a memorizarlos en la madrugada, luego de pintar la silueta de una mujer desnuda que se vuelve ocre y ancestral en un jard¨ªn de barro de plasticidad emocional que no es mas que la conexi¨®n directa entre un mundo prehist¨®rico y el ayer donde los colores de una tela trenzada por manos ind¨ªgenas parece perderse en el amate donde una pluma ha dibujado el jard¨ªn que se pierde con el tiempo, el tiempo convertido en figuras de barro que se esfuman en las manos de la muerte.
Estas l¨ªneas quisieran ser el abrazo y p¨¦same, el dolor de coraz¨®n compartido, para las hermanas de Francisco Toledo, sus viudas, sus hijos entra?ables, los versos en zapoteco, la imagen de una fotograf¨ªa inolvidable, el mural de tatuajes, las ganas de sembrar la tierra como amor m¨¢s que por mercadotecnias, la fila floreada de tehuanas en flor y la mujer que lleva iguanas en la cabeza. Es un abrazo de gratitud por todo lo que hizo el hombre Toledo con sus manos de barro, su rostro de tierra encarnada y su barba al vuelo; el hombre que habit¨® en Par¨ªs un sue?o all¨¢ por la rue Cassini donde no hab¨ªa un solo cent¨ªmetro que no estuviese pintado-habitado por un mural consuetudinario donde Toledo recreaba todas las s¨ªlabas de todos los M¨¦xicos y todos los siglos con una eternidad de animales y figura amorfas, un mural de tinta como jard¨ªn de barro que se borr¨® en cuanto llegaron los nuevos inquilinos de ese ¨²ltimo tango en Par¨ªs, de donde Toledo volvi¨® a M¨¦xico el d¨ªa que se le ocurri¨® llegar al aeropuerto Charles De Gaulle sin maletas, de manta y huaraches y subirse al avi¨®n tal como hab¨ªa salido de joven con toda la vida por delante y toda la esencia de un M¨¦xico puro en los pinceles y en la mirada, en el pelo que se le enrosca en un paliacate en blanco y negro con la mirada perdida en las nubes y en todos los trazos de una maravilla callada y humilde hasta en las ganas de evitar los anfiteatros y esconderse tras las columnas y caminar sin que lo vean y trazar paseos sin dejar una sola huella en el piso que va sembrando con escarabajos fant¨¢sticos y chapulines de fuego, una alfombra de p¨¦talos de iguana y cocodrilo de verso invisible.
Debemos a Toledo un orgulloso pu?ado de museos en Oaxaca, un palacio de siglos pasados que vendi¨® a la Naci¨®n en un peso (para no contradecir a la burocracia), una escuela para ciegos, una fabrica de papel, un espacio del tama?o de un paisaje que se entrelaza con el mercado de barro negro y huipiles de todos los colores y la m¨²sica de una banda que parece celebrar el sabor de la pi?a y los institutos de artes gr¨¢ficas y los libros de su editorial y los n¨²meros de no pocas revistas y las voces que cantan en qui¨¦nsabequ¨¦ lenguas por las tardes bajo los ¨¢rboles de un inmenso para¨ªso de piedras que en realidad son cactus y nopales al filo de un convento barroco que rezumba sus c¨²pulas con llanto callado y oro en delgad¨ªsimas hojas como papel de fumar y la cabellera que se le fue encaneciendo al tiempo que soltaba sarcasmos y destilaba un agudo sentido del humor que casi nadie le conoci¨® por la callada mirada de los ojos acuosos, lagrimales de pintor puro y las manos que pod¨ªan darle vida de papiroflexia a la mariposa de barro que llevaba en las yemas, al filo de la lluvia¡ que en realidad son las ganas incontenibles de llorar.
Babelia
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