Falsa encrucijada
Los partidos se?alan con qui¨¦n no pactar¨¢n en lugar de debatir programas
Los primeros actos de esta nueva campa?a electoral confirman que la estrategia de los partidos no ha variado, de modo que la principal duda que vuelve a planear sobre el sistema es si los resultados del pr¨®ximo domingo permitir¨¢n formar Gobierno, m¨¢s que cu¨¢l sea su signo. Al igual que sucedi¨® en la convocatoria de abril, los l¨ªderes de los principales partidos siguen rivalizando en se?alar las fuerzas con las que no pactar¨¢n antes que en esclarecer las incompatibilidades entre los respectivos programas que impedir¨ªan esos eventuales acuerdos. Solo que en esta ocasi¨®n resulta imposible ignorar los efectos perversos de una estrategia que consiste en solicitar el voto mediante la pueril exhibici¨®n de antagonismos cruzados.
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Es esa estrategia precisamente la que ha centrifugado las posibilidades de pacto, llev¨¢ndolas hacia los extremos y haciendo que los partidos mayoritarios se coloquen a s¨ª mismos ante la disyuntiva de introducir en los equilibrios parlamentarios de Gobierno a fuerzas pol¨ªticas que deber¨ªan permanecer al margen o, en caso contrario, confiar, una y otra vez, en que las urnas acaben por resolver el bloqueo.
Esta falsa encrucijada no responde a una fatalidad que no se pueda evitar ni dibuja un mal menor que esgrimir como excusa. La hip¨®tesis de una nueva repetici¨®n electoral deber¨ªa ser asumida por todos en esta campa?a como algo simplemente inviable. No solo porque prolongar¨ªa la par¨¢lisis de la acci¨®n de Gobierno, dilatando a su vez la interinidad de numerosos cargos en instituciones esenciales del Estado, sino tambi¨¦n porque deteriorar¨ªa a¨²n m¨¢s la capacidad de los partidos para cumplir con la funci¨®n constitucional de canalizar la voluntad pol¨ªtica de los ciudadanos.
Pero tambi¨¦n deber¨ªa ser asumida como inviable la hip¨®tesis de que, para evitar que las elecciones se repitan, se tenga que normalizar e incorporar a la mayor¨ªa del Gobierno a las fuerzas que han hecho bandera pol¨ªtica de la amenaza a la Constituci¨®n. Distinguir entre amenazas graves y veniales, alegando lo sucedido en Ejecutivos auton¨®micos y municipales para justificar los pactos propios y recriminar los ajenos, es el grave error que est¨¢ en el origen de la espiral de polarizaci¨®n que ha comenzado a apoderarse de la pol¨ªtica en Espa?a. El hecho de que hasta ahora esa polarizaci¨®n sea m¨¢s ret¨®rica que otra cosa no es motivo para la tranquilidad, sino para redoblar la preocupaci¨®n, puesto que los problemas a los que se enfrenta el pa¨ªs son reales y su gravedad se acent¨²a d¨ªa a d¨ªa con la inacci¨®n que se oculta detr¨¢s de tantas gruesas palabras.
La posibilidad de que los pr¨®ximos resultados electorales permitan disponer finalmente de un Gobierno no depende tanto de la aritm¨¦tica parlamentaria, sino de que los partidos no confundan otra vez el objeto de los compromisos adquiridos en campa?a ni la naturaleza de sus deberes una vez constituidas las C¨¢maras. Y nadie deber¨ªa enga?arse ni tratar de seguir enga?ando al respecto. El rechazo a formar una gran coalici¨®n, expresado por las dos fuerzas mayoritarias, no puede responder solo a un c¨¢lculo electoral para no perder apoyos por un lado o por otro, sino a la convicci¨®n profunda de que en el mismo acto de investir un Gobierno se inviste una oposici¨®n, y ambas funciones, esenciales en democracia, deben estar aseguradas por partidos inequ¨ªvocamente comprometidos con la Constituci¨®n. De igual manera, la alternativa de un Ejecutivo en minor¨ªa no puede articularse en las actuales circunstancias mediante la simple abstenci¨®n de unos u otros grupos parlamentarios, sino que deber¨ªa ir acompa?ada de un acuerdo real, aunque sea de m¨ªnimos, sobre las reformas m¨¢s inaplazables.
Estas elecciones a las que han sido llamados de nuevo los ciudadanos no eran inevitables. Tampoco lo es que, sean cuales sean los resultados, el pa¨ªs deba continuar en la par¨¢lisis.
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