Los enemigos aliados
Si en Latinoam¨¦rica hay una oportunidad para la izquierda, esta pasa no solo por la renuncia simb¨®lica y sentimental a Cuba, sino tambi¨¦n por la denuncia de la naturaleza represiva e injusta del castrismo
Un enemigo fiel sabe cu¨¢ndo lo necesitan. Nicol¨¢s Maduro declar¨® recientemente, aunque luego matizara sus palabras, que las revueltas populares en Chile y Ecuador respond¨ªan a cierto plan desestabilizador de la regi¨®n urdido por el Foro de?S?o Paulo. Era todo lo que la derecha esperaba que su n¨¦mesis, su fanfarrona n¨¦mesis, dijera. La OEA recogi¨® el guante de inmediato y su Secretar¨ªa General public¨® un comunicado en el que culpaba a "las dictaduras bolivariana y cubana (¡) por financiar, apoyar, y promover conflicto pol¨ªtico y social".
A punto de cumplir 500 a?os, La Habana es ahora mismo una ciudad que se est¨¢ cayendo a pedazos y que celebra como un advenimiento el regalo de 16 constelaciones de luminarias hecho por la ciudad de Tur¨ªn para alumbrar en las noches de aniversario la c¨¦ntrica avenida Galiano. La Casa Blanca acaba de suspender los vuelos directos de compa?¨ªas estadounidenses a cualquier destino de la isla que no sea La Habana, y, tambi¨¦n como resultado del recrudecimiento del embargo, la aerol¨ªnea estatal Cubana de Aviaci¨®n ha perdido los contratos de arrendamiento de aeronaves en importantes enclaves regionales como Santo Domingo, Canc¨²n o Ciudad de M¨¦xico.
El d¨®lar, adem¨¢s, ha vuelto a irrumpir en una econom¨ªa local de dos monedas que, despu¨¦s de muchos a?os queriendo convertir esas dos monedas en una, ha logrado convertir dos monedas en tres, devaluando todav¨ªa m¨¢s, si esto fuera posible, el salario de los trabajadores y sujet¨¢ndose, como tabla de salvaci¨®n segura, al env¨ªo de remesas de una di¨¢spora y un exilio cuya liquidez es bienvenida pero cuya voz pol¨ªtica es constantemente vilipendiada o descartada.
Las protestas ¨²ltimas latinoamericanas se deben a las propias contradicciones de las desigualdades internas y al agotamiento de una l¨®gica neoliberal al uso que no ha podido volver a asomarse, en el caso de Ecuador, ni, en el caso de Chile, recordar que estaba ah¨ª. El Gobierno de Pi?era va tanteando, proponiendo medidas paliativas de la crisis, como si no quisiera o no pudiera enterarse de qu¨¦ es lo que las marchas reclaman.
No se ve un liderazgo definido porque, aunque se parte de un hecho espec¨ªfico como la subida de precio del transporte p¨²blico, no se exige un cambio puntual, remendar aquello que es siempre una consecuencia ideol¨®gica, sino que asistimos al desbordamiento de cierta acumulaci¨®n de hechos espec¨ªficos que definen el car¨¢cter y, sobre todo, el l¨ªmite de un modelo econ¨®mico y pol¨ªtico determinado. Entonces se ataca todo y nada, all¨ª donde la ideolog¨ªa no adquiere una expresi¨®n f¨ªsica y cree desaparecer, en el coraz¨®n de s¨ª misma, planteada como orden natural o correcto de las cosas. "El centro falta", dice Mark Fisher en esa peque?a biblia llamada Realismo capitalista, "pero nunca podemos dejar de buscarlo o presuponerlo. No es que no haya nada en el centro; es que lo que hay all¨ª es algo incapaz de ejercer responsabilidad".
En marzo de 2018 entrevist¨¦ en Buenos Aires a Pablo Avelluto, a la saz¨®n ministro de Cultura de Cambiemos. Habl¨® de conceptos como "felicidad", "creatividad" o "tolerancia", y reivindic¨® que su movimiento pol¨ªtico no viniese de ninguna parte. Tal pareciera que hab¨ªan surgido por generaci¨®n espont¨¢nea. Era una cruzada new age, una atractiva disoluci¨®n de los t¨¦rminos pol¨ªticos en cierta jerga publicitaria lo que los hab¨ªa llevado al poder. Ese experimento cifraba algo que la derecha hab¨ªa detectado, despu¨¦s del fracaso neoliberal de los 90 y de la desintegraci¨®n del bloque populista de los 2000. La necesidad de una nueva narrativa social, pero, ante la imposibilidad de encontrarla, solo intentaron vaciar la que ya ten¨ªan. No les fue posible. Un par de meses despu¨¦s de la entrevista con Avelluto, Mauricio Macri le ped¨ªa ayuda externa al Fondo Monetario Internacional (FMI).
Ese reto no excluye a nadie. Si en Latinoam¨¦rica hay todav¨ªa algo como la izquierda, y m¨¢s intrincado, si esa izquierda tuviera, a¨²n, una oportunidad, esa oportunidad pasa no solo por la renuncia simb¨®lica y sentimental a Cuba (y el s¨ªmbolo marca el horizonte de posibilidades), sino tambi¨¦n por la denuncia directa de la naturaleza represiva y profundamente injusta del castrismo. Desde La Habana est¨¢n dispuestos a verse a s¨ª mismos como gu¨ªas justicieros y ejemplo hist¨®rico de toda manifestaci¨®n o disputa genuina que vaya contra el capital. Es una mancha estalinista que embarra, pero la izquierda tiene que aprender a sacarse ese lastre de encima, o no ser¨ªa. "But if you go carrying Pictures of Chairman Mao, you ain?t going to make it with anyone anyhow" [Pero si vas por ah¨ª con fotos del camarada Mao, igual no le caer¨¢s bien a nadie], cantaban The Beatles desde los sesenta.
Hoy Cuba dista mucho de jugar el papel geopol¨ªtico activo que jug¨® en la regi¨®n casi hasta la muerte de Fidel Castro, primero con el fomento declarado y el apoyo directo a innumerables focos guerrilleros entre las d¨¦cadas de los sesenta y los ochenta, y tras la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, luego de unos a?os de supervivencia muy parecidos a estos, con su nefasta y creciente injerencia en los designios pol¨ªticos de Venezuela. De hecho, otros Gobiernos latinoamericanos cercanos al castrismo, como lo fueron en su momento Correa en Ecuador, el kirchnerismo en Argentina, Lula en Brasil o, todav¨ªa hoy, Evo Morales en Bolivia, mantuvieron una afinidad ret¨®rica e inmejorables relaciones bilaterales con la isla, pero en sus pol¨ªticas econ¨®micas particulares y en la configuraci¨®n de sus gestiones no puede detectarse el peso demoledor que tuvo, y a¨²n tiene, La Habana sobre Caracas.
Cuando un cubano o un venezolano matizan el mal que desencadena las protestas en otros pa¨ªses latinoamericanos, solo porque ese mal no es el comunismo, act¨²an de la misma irritante manera que han actuado con ellos los guevaristas trasnochados cuando intentan convencerlos de las bondades de sus respectivos pa¨ªses. Pero, ?cu¨¢n inestables o apenas cu¨¢n formales deben ser las democracias latinoamericanas para que la OEA necesite mantener vivo un fantasma de plomo como Cuba? Un fantasma que no pulula, que se hunde.
El presidente Miguel D¨ªaz-Canel, mientras Chile empezaba a arder, estaba de gira nada menos que por algunos pa¨ªses europeos como Irlanda o Rusia. Aunque no se inform¨® con claridad a qu¨¦ hab¨ªa ido tan lejos D¨ªaz-Canel, no resulta dif¨ªcil concluir que fue a traer lo que le dieran, diez bicicletas, un gal¨®n de petr¨®leo, un juego de matrioshkas para revender, algo que al menos mejore m¨ªnimamente el transporte local y lo libre a ¨¦l de tener que recoger pasajeros en las calles, esos racimos de personas que se agolpan en las paradas de buses y que son la incontrastable evidencia de que ese pa¨ªs desarticulado no controla ni su propio destino.
A la espera a¨²n de saber qu¨¦ consigui¨® D¨ªaz-Canel en Europa, y ante el p¨¢nico de que no haya conseguido nada y Ra¨²l Castro lo rega?e por haber desperdiciado combustible y log¨ªstica en su infructuosa labor de tesorero, el presidente cubano se tom¨® una foto en Dubl¨ªn al lado de una estatua de James Joyce. D¨ªaz-Canel no sabe realmente qui¨¦n es Joyce, pero alguien le dijo que una foto as¨ª pod¨ªa hacerlo parecer un hombre culto sin tener que leer. No desaprovech¨® la oportunidad. El castrismo se define por querer prosperidad sin producir, democracia sin derechos, y estatuas de escritores, no escritores.
Envuelta de modo cada vez m¨¢s absoluto en la lucha por su propia supervivencia, sin fuerzas ni voluntad para guiar a nadie, y sin razones morales para hacerlo, Cuba solo est¨¢ tratando de ver hasta d¨®nde se alarga una dictadura sin dictador. Es un aparato burocr¨¢tico descabezado que semeja, con D¨ªaz-Canel al frente, una imagen cubista, como si en el cuello del castrismo hubieran injertado un pie. De ah¨ª que, fiel a su funci¨®n, ajeno a todo, en estos d¨ªas convulsos el presidente cubano se fuera a Europa a hacer lo que le ense?aron. Fingir que no tiene delante la misma piedra de siempre y volver a tropezar.
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