Cuba, el arte efectivo del aburrimiento
El totalitarismo ofrece ese tipo de vida, la produce como se producen uniformes, es un vestido ideol¨®gico
El arte totalitario es el arte efectivo del aburrimiento. Hay pocas ideas tan sopor¨ªferas como el manoseado eslogan de que Cuba es divertida. La fiesta all¨ª es un accidente, un desv¨ªo, y no se vive como un desprendimiento l¨®gico de la vida social, sino como una fuga o un escape. Esa idea tiene un opuesto en la opini¨®n p¨²blica, y es el testimonio de la c¨¢rcel o el exilio, la miseria econ¨®mica, la emigraci¨®n constante. La pelea simb¨®lica entre estos dos frescos contrarios no parece tener fin, pero ambos son una consecuencia, los exteriores de la verdadera naturaleza del estado totalitario, que es ante todo una m¨¢quina de tedio.
Las fiestas en Cuba son se?aladas, y algunas, cada vez m¨¢s, escandalosamente exclusivas. La represi¨®n y los golpes son puntualmente administrados. Cuando alguien en Cuba cae en uno de estos dos c¨ªrculos, el del premio o el del castigo, la gente simplemente elige creer que ese alguien se lo merece. Y se desentiende. Hay experiencias particulares en Cuba, desde luego, pero en cuanto se accede ah¨ª, al suceso individual, se forma parte de una excepci¨®n. Uno puede contar algo de s¨ª ¡ªuna noche de baile, una playa con sol, 10 a?os de prisi¨®n, un polic¨ªa que te avasalla¡ª, pero no de los cubanos en general, pues lo principal que habr¨ªa que decir de los cubanos queda en alg¨²n sentido fuera de las palabras, y es que el castrismo se las arregl¨® para que a la mayor¨ªa de la gente, a lo largo de d¨¦cadas, no les sucediera nada.
Definir Cuba es, por fuerza, mentir. Todo el que haya aprendido a usar su lengua, y la utilice para decir lo que sea, o todo aquel al que se la hayan cortado, y use esa mutilaci¨®n como evidencia, ha escapado o ha sido desplazado del coraz¨®n del r¨¦gimen y ha ganado su condici¨®n de sujeto. Lo que en realidad define a la gente que habita dentro del totalitarismo es que tienen una lengua colg¨¢ndole de la boca y no solo no saben para qu¨¦ sirve, sino que act¨²an sin que les haga falta emplearla. Se amputa la funci¨®n, no el ¨®rgano.
El totalitarismo ofrece ese tipo de vida, la produce como se producen uniformes, es un vestido ideol¨®gico. Ah¨ª la lengua m¨¢s bien parece un a?adido inservible que en sociedades inferiores sol¨ªa cumplir alg¨²n rol comunal superado ahora por el hombre nuevo. Que es, en esencia, un hombre mudo. Esa es la respuesta a la pregunta tantas veces hecha de por qu¨¦ la revoluci¨®n o la dictadura cubana (depende de qui¨¦n la enuncie) ha durado tanto. La condici¨®n moral de este hecho no se encuentra en la respuesta, que es donde suele buscarse, sino que ya est¨¢ dada en la pregunta, pues nada que dure tanto puede ser justo. El sujeto est¨¢ eficazmente aislado, y en ese aislamiento pierde su capacidad subversiva. La fauna social, aquello que tiene nombre, est¨¢ diseminada. El disidente, el librepensador, el negociante, el ladr¨®n, el polic¨ªa, el intelectual e incluso el delator son siempre criaturas que el totalitarismo ubica fuera de sus predios.
Tal parece que llevaran un reflector encima. La gente los puede identificar, los ve desde lejos. Viven en el barrio, pero sin el privilegio del anonimato y del bostezo. ?Cu¨¢les son si no las marcas vivenciales est¨¢ndares de los cubanos? Las largas colas para comprar alg¨²n producto espec¨ªfico, la espera de horas en las desbordadas paradas de buses o en las desangeladas salas de hospitales, los entuertos burocr¨¢ticos tramitados con infinito desgano, los contenes [bordillo] de las aceras o los portales de esquina atestados de j¨®venes que desde media ma?ana empiezan a macerar el tiempo con el mortero del desvar¨ªo. Todas formas exclusivas del hartazgo. Lo ¨²nico que le interesa al totalitarismo ¡ªen eso lleva raz¨®n¡ª es el pueblo, aquello que uno siempre presupone que son los dem¨¢s.
De ah¨ª se alimenta. Su interlocutor, y tambi¨¦n su capital, lo que lo sostiene, es lo que el psicoan¨¢lisis llama el Gran Otro, es decir, nadie, una ficci¨®n que se habla a s¨ª misma. Hay en esa farsa un grado exquisito de sofisticaci¨®n, por m¨¢s que quienes la articulen sean unos gazn¨¢piros, o sobre todo por eso. No se trata de individuos, sino de un mecanismo optimizado que apenas necesita funcionarios, piezas. En ocasiones la expresi¨®n tard¨ªa de la l¨®gica totalitaria llega a aceptarte como individuo, pero te obstruye a toda costa alguna posible compa?¨ªa.
No se sabe entonces qu¨¦ rasgo de izquierda puede haber en una forma de gesti¨®n pol¨ªtica cuyo sistema de relaciones dinamita y se aterra ante cualquier idea o proyecto de asociaci¨®n c¨ªvica o comunidad hipot¨¦tica, sea del tipo que sea. El totalitarismo no es compulsivamente sangriento, y cuando reprime o abusa, o mata, lo hace detr¨¢s de una apariencia t¨¦cnica. No es psic¨®tico, sino impersonal. Es una suerte de bestia dormida que entiende el bienestar como sopor, y que se pregunta, de verdad se pregunta, por qu¨¦ alguien querr¨ªa desperezarse. Ve en el movimiento una traici¨®n, y est¨¢ convencido (el totalitarismo no es demag¨®gico, es obtuso) de que hay en la anestesia del nervio una forma de la prosperidad.
Pero, ?por qu¨¦ quedan los individuos tan eficazmente aislados de sus semejantes? En primera instancia, por el desgaste simb¨®lico, un m¨¦todo que el poder aplica a todas las escalas. Un ejemplo reciente es el joven artista Luis Manuel Otero, quien ahora es apresado y arrastrado a un calabozo de La Habana casi todas las semanas. Ya no tiene, Otero, que remover la calle para que lo detengan, ni proponer ning¨²n performance?provocador en alguna avenida p¨²blica. La gente se pregunta por qu¨¦ lo detienen. Por nada, en realidad, pero hay ah¨ª una raz¨®n de peso. ?Cu¨¢l? Volverlo una costumbre, que Otero aburra. Apresarlo tanto que parezca que no lo apresan nunca, sino que lo liberan. As¨ª, en la repetici¨®n incesante de un evento, la dictadura ha quebrado durante a?os a decenas de activistas, periodistas independientes y l¨ªderes opositores, fracturando hasta la astilla, volviendo caricaturas y enemistando entre s¨ª al espectro fantasmal de la disidencia pol¨ªtica.
Como C¨¦line, yo he visto en Cuba el aburrimiento "c¨®smico [que] cubre el mar, el barco, los cielos" y que "ser¨ªa capaz de volver exc¨¦ntrica a gente s¨®lida". Es dif¨ªcil sostenerse con vehemencia ante una m¨¢quina fr¨ªa, que no muestra emociones porque no las tiene. Esta cultura est¨¢ tan extendida que hoy el exilio cubano, luego de la en¨¦sima escalada de sanciones econ¨®micas que Washington ha lanzado contra La Habana, y el regreso aparente de la ret¨®rica barata de la Guerra Fr¨ªa, exige constantemente a los emigrados confesiones de fe, declaraciones encendidas de lo que ellos consideran el verdadero y ¨²nico anticastrismo posible, y piden con las venas hinchadas que les retiren el permiso de residencia permanente en Estados Unidos a artistas internacionales como Gente de Zona, porque van a cantar a la isla.
Independientemente de lo que cada uno de estos casos particulares revele, no hay oposici¨®n real al totalitarismo en la reproducci¨®n de m¨¦todos de su misma naturaleza. Por desigual que parezca a corto plazo, solo en la implementaci¨®n de cierta cultura democr¨¢tica ¡ªincluso, en principio, de una cultura ampliamente imperfecta como la democracia liberal m¨¢s b¨¢sica¡ª puede el exilio cubano oponerse en verdad a su enemigo, y no lucir como un ap¨¦ndice hist¨®rico, apenas el resultado bastardo del castrismo. En 2019 los cubanos podemos decir que el presente es una efem¨¦ride, que todo ha sucedido antes y que ahora la experiencia se recicla no ya como tragedia ni como comedia, sino como absurdo.
Cuba parece adentrarse en una nueva crisis econ¨®mica a la que se ha llamado "situaci¨®n coyuntural". Como las crisis en la isla abren, pero no concluyen, solo se trata de una manera distinta de nombrar lo mismo. El lenguaje se mueve sobre un territorio est¨¢tico: "per¨ªodo especial", "batalla de ideas", "somos continuidad", "situaci¨®n coyuntural". Son definiciones muy precisas de lo que sucede. En la medida en que los eufemismos se vuelven literales, la vida se convierte en una alegor¨ªa. En el palacio de las blanqu¨ªsimas mofetas, Reinaldo Arenas recrea una escena en que toda la familia, sentada a la mesa, tiene mucha hambre, pero la comida no se acaba, siempre queda un poco, porque nadie quiere comer m¨¢s que los otros. Justo ese resto de comida rodeado de hambre es el totalitarismo, una noci¨®n de m¨ªnimos. En el oficial Flask, personaje de Moby Dick, yo reconoc¨ª probablemente como en ninguna otra parte el tipo de desespero espec¨ªfico que han vivido los cubanos, pues Flask, a bordo de una embarcaci¨®n dirigida por un viejo demente, no era m¨¢s que un hombre insatisfecho y angustiado que "lo poco que com¨ªa le serv¨ªa tanto para aliviar el hambre como para inmortalizarla".
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