¡°Venid a ver la sangre por las calles¡±
El estallido de otras calles en Quito, Santiago de Chile y Cochabamba sorprendi¨® sin piedras en la mano a una Venezuela casi ex¨¢nime y desenga?ada de sus l¨ªderes
¡°Los primeros d¨ªas de enero ? escrib¨ªa este columnista hace apenas diez meses?, trajeron noticias que devolvieron el ¨¢nimo de lucha a una poblaci¨®n que lleg¨® a sentirse resignada a padecer, hasta la consumaci¨®n de los siglos, la tiran¨ªa de una camarilla criminal que hasta ahora se ha mostrado invencible¡±. Entre las pocas noticias alentadoras de aquella hora estuvieron Juan Guaid¨® y la masiva respuesta de la poblaci¨®n venezolana a su llamado a cabildo.
?Llamar a cabildo! Dif¨ªcilmente se habr¨ªa podido hacer una convocatoria tan llena de resonancias civilistas y patri¨®ticas. En toda Venezuela, gente de toda condici¨®n social respondi¨® al llamado con fervor y presencia de ¨¢nimo.
Para sorpresa de todos, incluyendo desde luego a la dictadura, la inopinada florescencia de cabildos en todo el pa¨ªs permiti¨® al joven diputado Guaid¨®, encargado de la presidencia de la rep¨²blica por la leg¨ªtima Asamblea Nacional, difundir un plan de acci¨®n orientado a poner fin a la usurpaci¨®n violatoria de nuestra Constituci¨®n que encarna en Maduro, abrir cauces a una posible transici¨®n pactada entre la oposici¨®n y el cogollo chavista-madurista que, en un plazo tortuoso y razonablemente breve, condujese a un nuevo gobierno libremente elegido.
El Departamento de Estado estadounidense fue el primero en reconocer a Guaid¨® como presidente leg¨ªtimo de Venezuela. Muy pronto le sigui¨® medio centenar de gobiernos.
Lo esencial del mensaje que llev¨® Guaid¨® a aquellos cabildos era la necesidad de apremiar a los militares a saltar resueltamente al tren del descontento, lograr que el grueso de los milicos dejase de obedecer a la panda de narcogenerales, violadores contumaces de los derechos humanos y pol¨ªticos de sus compatriotas.
La zanahoria del plan era el proyecto de una ley de ¡°amnist¨ªa prepagada¡± que ofreciese tratar con lenidad a los oficiales de alto rango que obrasen en pro de restituir la Constituci¨®n. El garrote cre¨ªble eran Donald Trump, John Bolton y la amenaza de una coalici¨®n militar liderada por los EE.UU. Irak, 1990; no s¨¦ si me explico. Corr¨ªa el tiempo en que el Comando Sur y la f¨®rmula ¡°todas las opciones sobre la mesa¡± estaban en el Twitterdeck de todos.
Tenaza imprescindible del plan era levantar y mantener suficiente presi¨®n en la calle. La primera insoslayable parada ser¨ªa lograr el fin de la usurpaci¨®n. Aunque nadie supo nunca decir c¨®mo advendr¨ªa ese desenlace, la gente respondi¨® al llamado y durante m¨¢s de dos meses las marchas se comparaban muy bien con las de 2002. Las acciones de calle comenzaron, igual que en 2014 y 2017, a cobrar vidas humanas.
La idea detr¨¢s de esta reanudaci¨®n de un ciclo letal que ya dura veinte a?os y causado miles de muertes, es la de que las conmociones de la calle, al alcanzar niveles presuntamente intolerables, mover¨ªan al ej¨¦rcito a cambiar de bando. Solo que la consigna ¡°?a la calle sin retorno!¡± presupone la existencia en los cuarteles de seres tan mitol¨®gicos como el hipogrifo, el pegaso y la mant¨ªcora: oficiales venezolanos con mando de tropa que, adem¨¢s, tienen convicciones constitucionalistas.
Los legendarios justicieros, se nos dice, han permanecido d¨¦cadas en sus casernas, calladamente, sin desfallecimiento de su talante dem¨®crata y libertario a la espera de la madrugada propicia. Su santo y se?a es el mismo de los conjurados de Bruto y Casio, seg¨²n Thornton Wilder: ¡°Silencio e hipocres¨ªa;ya llegar¨¢ nuestra hora¡±.
Estos oficiales buenos han logrado burlar la vigilancia de los agentes de G2 cubano y solo esperan el momento favorable para actuar. Sin embargo, antes de que llegue el d¨ªa propicio es necesario primero que los civiles se hagan matar en las calles y en las interminables c¨¢maras de tortura.
En veinte a?os, y no importa cu¨¢nta sangre se haya derramado en Venezuela, la calle jam¨¢s ha alcanzado ese hipot¨¦tico nivel de entrop¨ªa que los m¨ªticos tenientes y capitanes dignos necesitan ver antes de someter a los coroneles y generales clept¨®cratas, soliviantar sus guarniciones, derrocar al tirano y hacer salir el sol.
Desde el 30 de abril pasado, d¨ªa en que fracas¨® lo que fue anunciado como un alzamiento general, calamidades sin cuento ¨C entre ellas, apagones de cobertura nacional?, el hambre, el incesante ¨¦xodo de los m¨¢s golpeados y la discordia fratricida de la oposici¨®n, hab¨ªan mermado la presi¨®n de la calle. El estallido, hace semanas, de otras calles, en Quito, Santiago de Chile y Cochabamba, sorprendi¨® sin piedras en la mano a una Venezuela casi ex¨¢nime y desenga?ada de sus l¨ªderes.
Yo pienso, amigos, que resulta irresponsable que Guaid¨® y sus colaboradores, agotada ya su estrategia original, asimilen oportun¨ªsticamente en su discurso la circunstancia de Bolivia a la de Venezuela, sin hacer las obligatorias distinciones entre un caso y el otro, pretendiendo, como en un acto de magia emp¨¢tica, conjurar de palabra una especie de contagio de ira callejera ¡°sin retorno¡± que, de nuevo mitol¨®gicamente, conduzca a una salida de fuerza favorable al retorno a la democracia.
Para el jueves de esta semana se ha convocado a los j¨®venes de Caracas a rodear la guarnici¨®n de Fuerte Tiuna, cuartel general de los probados asesinos de mi patria. Los muchachos acudir¨¢n al llamado, a hacerse matar una vez m¨¢s, qui¨¦n lo duda.
¡°Venid a ver la sangre por las calles¡±, reza el verso de Neruda.
@ibsenmartinez
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.