No ser¨¢n muy distintos
Goya supo recoger con mano tr¨¢gica lo que ocurre cuando se impone la ceguera y aniquila a la raz¨®n
Un hombre va de un lado a otro con un cuaderno. Dibuja. Se afana por recoger cada uno de los detalles que ve y procura descubrir qu¨¦ gesto es el verdaderamente importante para encontrar el sentido de lo que ocurre. Se esfuerza, tambi¨¦n, por atrapar lo que se le escapa, lo que oculta la realidad, esas pulsiones que parecen dirigir a veces desde un lugar secreto el rumbo de las cosas. En los dibujos de Goya, que ahora se exponen en el Prado, hay referencias concretas ¡ªla indumentaria de los personajes, notas del paisaje, utensilios¡ª que remiten a una ¨¦poca determinada, la suya, pero tienen algo que los libera de cualquier atadura temporal para dar cuenta de motivos que permanecen, que siguen ah¨ª, que resultan siempre familiares: un viejo que se derrumba por una escalera, dos hombres que pelean, una mujer que se mesa los cabellos, un tipo que patina, el morbo de curiosear el cuerpo de un tullido, el dolor por el amado muerto, los monstruos que irrumpen en la habitaci¨®n propia, en la conciencia. Y, bueno, las brujas.
Cuando Schopenhauer quiso saber qu¨¦ era aquello que en lo m¨¢s remoto ¡ªo en lo m¨¢s ¨ªntimo o en lo m¨¢s oscuro¡ª constitu¨ªa la cosa en s¨ª, lo que est¨¢ en el principio o detr¨¢s de todo, habl¨® de la voluntad. Y esa voluntad era puro caos, desorden, ruido. Thomas Mann escribi¨® que ¡°era un impulso ciego, un instinto b¨¢sico e irracional¡± que irrumpe y toma forma en la pluralidad de las cosas.
Basta fijarse en esos murci¨¦lagos de Goya para entender de qu¨¦ va esta vaina de vivir. Los dibujos los iba haciendo para confirmar esa lecci¨®n. Las criaturas estamos hechas de esos desbordamientos que vienen de ese caos, cuenta en cada uno de ellos. No es casual que hablara de caprichos, de disparates, de desastres para titular sus series. Su obra es deudora de su tiempo ¡ªlas majas, los toros, la guerra de la Independencia¡ª pero tambi¨¦n anuncia que los que vendr¨¢n despu¨¦s no ser¨¢n muy distintos.
En la exposici¨®n del Prado hay una zona donde se han reunido algunos dibujos en los que Goya dibuj¨® la multitud. Tan pr¨®ximo a nuestro tiempo, supo ya que iba a tratarse de una marca que definir¨ªa cuanto vino despu¨¦s: el estallido de las masas cuando hierven de indignaci¨®n, su presencia perturbadora cuando celebran la ignominia, sus p¨¢nicos cuando son empujadas por el miedo, su maleabilidad para crear desfiles de entusiastas. El populacho asesino, las gentes que huyen del avance de las fuerzas napole¨®nicas, el desorden fren¨¦tico cuando un toro embiste al diestro, una procesi¨®n de frailes, una gran convocatoria en una pradera: hijo de la Ilustraci¨®n, y defensor por tanto de dar la batalla de la raz¨®n para el gobierno de una realidad siempre esquiva, a Goya le inquietaba esa multitud en la que se borran los contornos del individuo, en la que todo vale y puede imponerse f¨¢cilmente la vor¨¢gine de una embriaguez destructora.
Un fantasma recorre hoy el mundo, el fantasma de unas multitudes que llenan las calles para expresar un profundo malestar, y que proclaman unas exigencias a las que no siempre saben responder sus Gobiernos. Hay movilizaciones que amanecen pac¨ªficas y luego se encharcan en la violencia. Goya supo recoger con mano tr¨¢gica lo que ocurre cuando se impone la ceguera y aniquila a la raz¨®n. Todo eso est¨¢ en sus dibujos.
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