Poblados ferroviarios: el tren ya no para aqu¨ª
La llegada del tren a mediados del siglo XIX propici¨® la construcci¨®n de poblados ferroviarios por toda Espa?a. Superados por la transformaci¨®n social de la industrializaci¨®n, muchos quedaron obsoletos en pocos a?os. De los que resisten, la mayor¨ªa se encuentra en franca decadencia. Sus habitantes se asoman hoy a un futuro incierto.
UN SOL EN ascuas cae oblicuo sobre el poblado de Algodor. En esa muesca de tierra donde Madrid se adentra en Toledo, la llanura roja y verde se rasga con el perfil de una construcci¨®n neomud¨¦jar, un edificio solitario con un tejado de ocho puntas y ventanas abiertas en arcos. La vieja estaci¨®n de tren se erigi¨® en 1929 en sustituci¨®n de una anterior, m¨¢s humilde. Enfrente, un haz de v¨ªas reparte dos orillas de casas bajas, 60 en total, todas en hilera. Todas quietas. Una profunda calma se cierne sobre el lugar casi hasta el desasosiego. El gorjeo de los p¨¢jaros se superpone al ritmo de la gravilla que cruje bajo los pasos. El ¨®xido infecta los hierros de los ra¨ªles, desbordados por las malas hierbas. Una vieja m¨¢quina con dos decenas de vagones de mercanc¨ªas duerme un sue?o que se antoja eterno. En los pilares que sujetan las marquesinas a¨²n se aprecia el logotipo de la compa?¨ªa ferroviaria que levant¨® estas 20 hect¨¢reas de ciudad fantasma: MZA, Madrid-Zaragoza-Alicante. Un reloj se?ala impasible las 4.08. En su reverso marca las 4.30.
Fue en 2005 cuando se hizo el silencio en Algodor. Entonces termin¨® la circulaci¨®n de trenes a Madrid, que hab¨ªa fluido regularmente durante casi un siglo y medio. Ese mismo a?o se inaugur¨® el AVE que une la capital con Toledo. Y la estaci¨®n, y con ella el asentamiento que hab¨ªa proliferado a su alrededor, quedaron definitivamente obsoletos. ¡°Era un pueblo peque?ito pero con mucha vida. Algodor fue la felicidad de mis a?os de infancia¡±, rememora Pepe Rodr¨ªguez, hijo de ferroviario, que lleg¨® all¨ª con su familia desde Toledo en 1946, con dos a?os. ¡°Ahora llevamos m¨¢s de tres lustros peleando con el Ayuntamiento de Aranjuez [al que pertenecen] y con Adif [la entidad p¨²blica creada en 2005 como escisi¨®n de Renfe que construye y explota las l¨ªneas, y que tambi¨¦n gestiona el patrimonio ferroviario]: no tenemos agua potable, no hay l¨ªnea telef¨®nica¡ y nos tienen abandonados¡±, protesta. La decadencia de este enclave, donde perviven una veintena de hogares, se remonta a los a?os cincuenta. Fueron los tiempos de la modernizaci¨®n ferroviaria impulsada por el desarrollismo. El declive se exacerb¨® en los setenta, con la desaparici¨®n de la tracci¨®n a vapor, que hizo innecesaria la mayor parte de la mano de obra. La apuesta por la alta velocidad y el transporte en carretera acab¨® por hacer el resto.
Como el medio centenar de poblados ferroviarios que existen en Espa?a, esta localidad se fund¨® ex novo, de la nada, para cubrir las necesidades derivadas del tren, ense?a de la revoluci¨®n industrial del siglo XIX. A partir de 1860, y a lo largo de d¨¦cadas, trabajadores llegados de todo el pa¨ªs fueron instal¨¢ndose en estos asentamientos, que pronto se convirtieron en los lugares de nacimiento de sus hijos. La de ferroviario ¡ªcasi siempre as¨ª, en masculino¡ª era una profesi¨®n n¨®mada, de destino en destino. Y muchas veces se heredaba. ¡°Aquellos primeros pobladores eran como marcianos, una especie de paracaidistas que desembarcaron en un territorio con el que no ten¨ªan nada que ver¡±, explica Miguel Jim¨¦nez, gerente de patrimonio hist¨®rico y turismo ferroviario en la Fundaci¨®n de los Ferrocarriles Espa?oles, que firma junto a Domingo Cu¨¦llar y Francisco Polo la publicaci¨®n de referencia sobre esta cuesti¨®n, Historia de los poblados ferroviarios en Espa?a (Fundaci¨®n de los Ferrocarriles Espa?oles, 2005). Lo que antes eran tierras sin uso o cultivadas se fueron transformando en ciudades en miniatura con lo necesario para articular la convivencia: escuelas, economato, m¨¦dico, iglesia, fonda, bares y hasta cines¡ Toda una vida que, al verse atropellada por la r¨¢pida transformaci¨®n social en el siglo XX, acabar¨ªa siendo v¨ªctima de una muerte lenta. Al igual que Algodor, la mayor parte de los poblados ferroviarios de Espa?a se encuentran hoy en franca decadencia. Y, con ellos, sus habitantes se asoman a un futuro incierto.
En medio de una paz monacal en los l¨ªmites de Algodor aparece Maribel Ur¨ªa. Vio la luz hace 56 a?os en este rinc¨®n de Espa?a hoy casi olvidado. Es la ¨²nica aut¨®ctona que queda. La suya y el resto de familias que viven en este enclave alquilan sus casas a Adif, empresa propietaria del parque de viviendas ferroviarias. Algunos son descendientes de los pobladores originales, quienes tienen preferencia para acceder a las residencias ferroviarias. El resto son forasteros atra¨ªdos por los precios bajos de las cada vez m¨¢s abundantes viviendas deshabitadas. ¡°Antes est¨¢bamos acostumbrados al ruido y no nos molestaba¡±, recuerda Maribel sobre los a?os en los que los trenes llenaban casi todo el espacio y el tiempo. ¡°Ahora ya me he hecho al silencio¡±.
Antes de que la empresa p¨²blica Renfe se fundara en la posguerra (1941), las distintas compa?¨ªas privadas que operaban en el territorio nacional (MZA, Oeste, Norte, Ferrocarriles Andaluces¡) se encargaron de levantar estos poblados con el mismo celo de un padre que cuida de sus hijos: con un car¨¢cter protector y a la vez autoritario. Todo, o casi, estaba provisto por la empresa. Poco a poco, los precarios asentamientos fueron cobrando forma. De residir en chabolas o vagones, las familias reci¨¦n llegadas fueron ocupando las casas que se iban construyendo. Si bien el economato o el m¨¦dico estaban pagados por la ferroviaria, hubo quien estableci¨® comercios por iniciativa privada.
En Almorch¨®n (pedan¨ªa de Cabeza del Buey, Badajoz; 45 habitantes), Mari Loli S¨¢nchez todav¨ªa reside en la misma vivienda donde su padre y su abuelo ejerc¨ªan su oficio de carniceros. A¨²n se conservan, vac¨ªas, las cuadras donde dorm¨ªan los animales, y en la sala de despiece se guardan el tajo y la antigua b¨¢scula. Del techo cuelgan unos pimientos secos y una tira pegajosa con unas cuantas moscas apelotonadas. En esta misma calle, con media docena de casas, hubo un par de fondas donde se hospedaban los viajeros de paso. En las aceras ahora des¨¦rticas se desplegaban terrazas donde parroquianos y visitantes se juntaban a tomar algo cuando ca¨ªa la fresca. Eran los sesenta y en el poblado viv¨ªan m¨¢s de 1.200 personas. ¡°Aqu¨ª enlazaban los trenes de C¨®rdoba, Madrid y Badajoz: esto era un hervidero¡±, recuerda Clemencia Mu?oz Seco, una vecina que, junto a Mari Loli y otros lugare?os, ha formado la asociaci¨®n Vecinos de Almorch¨®n para conservar y difundir su patrimonio ferroviario. ¡°No se trata de obsesionarse con lo que fue¡±, explica Mari Loli, ¡°sino en pensar todo lo que podr¨ªa ser¡±.
Desde su creaci¨®n, Adif tiene la misi¨®n de gestionar el conjunto de sus bienes, que Renfe hered¨® de las anteriores compa?¨ªas privadas. Acumulan casas de m¨¢s o menos categor¨ªa; pabellones, estaciones; edificaciones que albergaron colegios, consultorios m¨¦dicos, residencias para trabajadores¡ Muchos se encuentran en estado de ruina, o casi. En las grandes ciudades, como ocurre con el barrio ferroviario de Vic¨¢lvaro, en Madrid, hace tiempo que se vendieron casi todos los inmuebles. ¡°Son edificios antiguos, en los que se ha hecho el mantenimiento que se ha podido¡±, reconoce Jos¨¦ Luis Garc¨ªa Mont¨®n, a cargo del patrimonio de Adif en Madrid. ¡°Por eso no se ofertan a los valores del mercado¡±. Consultados diferentes vecinos de varios poblados para este reportaje, los precios de alquiler oscilan entre 100 y 200 euros mensuales. En la misma estaci¨®n de Algodor vive Irene Mu?oz, toledana de 34 a?os, que arrenda junto a su pareja y su hija parte de la que fuera la casa del jefe de estaci¨®n. Aunque la han reformado de su bolsillo, no pueden optar a compra.
A la hora en que la tarde se vuelve violeta se perfila la silueta de Paco, profesor jubilado, en una calle de Algodor. Descarga del maletero la compra que ha hecho en un supermercado. ¡°No tenemos trenes ni autobuses, as¨ª que dependemos de nuestro veh¨ªculo¡±, suspira. Anta?o, el ferrocarril constitu¨ªa un medio de transporte diario. Con ¨¦l iban de compras o de visita a Madrid, Toledo, Aranjuez, Ciudad Real¡ M¨¢s all¨¢ de las estancias vacacionales ¡ªhay hasta quien se ha construido una piscina¡ª, la actividad que resiste en este lugar, que alcanz¨® los 384 habitantes en 1940, la mantienen los aficionados a la fotograf¨ªa que se presentan aqu¨ª los fines de semana. El paisaje es tan evocador que numerosas parejas vienen a sacarse su ¨¢lbum de boda. Adem¨¢s, Adif alquila distintos espacios, en especial la estaci¨®n, para rodajes. Aqu¨ª se han grabado la Julieta de Almod¨®var y un cap¨ªtulo de la ficci¨®n de TVE El caso. Tampoco faltan los aventureros con ganas de explorar la zona, donde hay desperdigados una docena de b¨²nkeres de la Guerra Civil.
En aquellos a?os de sangre, una bomba atraves¨® la escuela del hoy llamado poblado de Monfrag¨¹e (nacido como Plasencia-Empalme y rebautizado como Palazuelo-Empalme). Situado en C¨¢ceres y erigido a partir de 1880, los paisanos vieron morir a siete ni?os y dos adultos en aquella jornada fat¨ªdica que, aunque no presenciaron, todos recuerdan hoy en el pueblo. En una casa cercana a¨²n se aprecian las dentelladas de la metralla. Frente a los 8 o 10 habitantes que residen en invierno, en este t¨®rrido ¨²ltimo d¨ªa de mayo hay congregados una docena de forasteros, antiguos vecinos y sus consortes que en la actualidad, ya jubilados, viven esparcidos por el pa¨ªs. Hace dos d¨¦cadas, varios vecinos tomaron el relevo de sus padres para organizar las fiestas. Han llegado a reunir a 125 personas, aunque ahora se juntan unas 70. Este viernes colocan guirnaldas y unas sillas de pl¨¢stico en una plazoleta junto a la iglesia, tapiada, en cuyo campanario reposan unas estilizadas cig¨¹e?as. ¡°Hacemos un baile, una rifa y una misa. Luego comemos en el campin¡±, cuenta V¨ªctor Mac¨ªas, antiguo maquinista de 70 a?os. ¡°Sobre todo lo hacemos por vernos, por juntarnos y saludarnos¡±.
A partir de los a?os cuarenta, cuando alcanz¨® su pico de 800 habitantes, la vida en Monfrag¨¹e se fue desmoronando. Hoy solo hay un ferroviario empleado: el jefe de estaci¨®n. Desde la ventana de su oficina se ven m¨¢s vacas pastando que vagones en movimiento: se mantienen 10 servicios diarios. En los buenos tiempos se empleaban 225 personas. Todo el poblado viv¨ªa del ferrocarril. Y sus calles se llenaban con las historias de las rutinas diarias. ¡°Hab¨ªa un tren que iba todos los d¨ªas a La Bazagona [a unos 20 kil¨®metros] para traer agua, y los ni?os aprovechaban el viaje para ba?arse en el Ti¨¦tar¡±, rememora V¨ªctor. Por entonces, los juegos de los chavales discurr¨ªan entre v¨ªas mientras sus padres desempe?aban las labores que exig¨ªa el sector: factor de circulaci¨®n, fogonero, maquinista, interventor¡ Aunque estaban acostumbrados al trasiego de vagones, de vez en cuando ocurr¨ªa alguna desgracia. Soledad, hija del m¨¦dico, a¨²n se acuerda con espanto de cuando presenci¨® c¨®mo un tren decapitaba a un hombre.
La vida de los trabajadores del ferrocarril, coinciden los entrevistados, requer¨ªa de grandes esfuerzos. Pero, en una ¨¦poca de penurias, recib¨ªan un sueldo fijo todos los meses. Que no era poco. Muchos invocan un dicho: ¡°El hambre pasa por la puerta del ferroviario, pero no entra¡±. Organizados y sindicados, se trataba tambi¨¦n de un colectivo reivindicativo que en ocasiones plant¨® cara al r¨¦gimen de Franco. El 19 de julio de 1936, tras el alzamiento, numerosos trabajadores del tren organizaron una huelga espont¨¢nea en la estaci¨®n de Arroyo-Malpartida (C¨¢ceres). M¨¢s de uno no vivi¨® para contarlo. M¨¢s tarde llegaron las tropas de Mussolini para ayudar a controlar el tr¨¢fico ferroviario a Portugal, y un soldado se qued¨® para regentar un bar, el Italia. ¡°En la Guerra Civil estos lugares desempe?aron un papel estrat¨¦gico. Eran objetivos militares y luego fueron estaciones de castigo¡±, ilustra Francisco Polo, director del Museo del Ferrocarril de Madrid y autor de La depuraci¨®n del personal ferroviario durante la Guerra Civil y el franquismo (Fundaci¨®n de los Ferrocarriles Espa?oles, 2019). Como empleados de empresas concesionarias del Estado, 83.000 ferroviarios fueron sometidos a procesos de depuraci¨®n en la posguerra. ¡°M¨¢s de 7.000 fueron despedidos y 13.000 o 14.000 sancionados. Una sanci¨®n muy com¨²n fue la del traslado a estos poblados¡±, explica Polo, quien a?ade en su libro que, en un proceso que se prolong¨® hasta la muerte del dictador en 1975, ¡°la sublevaci¨®n militar de 1936 se cebar¨ªa con este grupo profesional, fuertemente politizado y sindicalizado, que hab¨ªa puesto en jaque al pa¨ªs en diferentes momentos de su historia [principalmente a trav¨¦s de la huelga]. El franquismo deb¨ªa neutralizar todas las fuerzas que podr¨ªan volverse en su contra en el futuro¡±.
En estos enclaves, los vecinos se han ido asociando para salvaguardar y dar nuevos usos al patrimonio que se conserva. La mayor¨ªa defiende que en los edificios vac¨ªos se podr¨ªan montar residencias de ancianos, centros culturales, hoteles¡ Tambi¨¦n aspiran a preservar y difundir los usos y objetos ferroviarios en museos como los que ya existen en Almorch¨®n o Las Matas (Madrid). Para montar estas colecciones, los lugare?os han contado con el apoyo de Adif, que les ha cedido materiales. Sin embargo, en no pocos poblados resuena un eco de quejas por la ¡°dejadez¡± de la empresa p¨²blica con respecto a su patrimonio inmobiliario. Desde Adif responden que hacen todo lo que se encuentra en su mano. Y que el futuro de estas propiedades no depende solo de ellos, sino tambi¨¦n de las Administraciones. ¡°Nuestra intenci¨®n es vender la vivienda del parque antiguo, que rehabilitamos en la medida de lo posible¡±, apunta Fernando G¨®mez, gerente de patrimonio y urbanismo sur de Adif, ¡°pero adem¨¢s del saneamiento f¨ªsico tambi¨¦n es necesario un saneamiento jur¨ªdico¡±, un proceso burocr¨¢tico que se encuentra en diferentes estadios dependiendo del poblado (de ah¨ª que en algunos se pueda optar a compra de las viviendas y en otros no). Desde 2000, el Ministerio de Cultura trabaja en el Plan Nacional de Patrimonio Industrial, a trav¨¦s del cual se inco¨® en 2004 el expediente para declarar bien de inter¨¦s cultural el poblado de Monfrag¨¹e. Para ello se dise?¨® un proyecto de rehabilitaci¨®n que tambi¨¦n pondr¨ªa en valor el cercano parque nacional de Monfrag¨¹e, hogar de buitres negros y b¨²hos reales. Pero en estos 15 a?os la declaraci¨®n no se ha hecho efectiva. Y el poblado se cae a pedazos.
El de Monfrag¨¹e o Arroyo-Malpartida, ambos con una arquitectura similar, de inspiraci¨®n alsaciana, fueron poblados ¡°puros¡±. Es decir, se dedicaron exclusivamente al tren. En Arroyo, que tuvo 1.100 habitantes y donde hoy no pasan de los 50, a¨²n quedan vestigios de esa fijaci¨®n: el sagrario de la iglesia (que antes fue un cine) se apoya en dos topes de vag¨®n, hay vigas hechas con ra¨ªles¡ Antonio Salom¨®n, exmaquinista, sigue conservando a sus 83 a?os el uniforme y la gorra impecables, junto con piezas de exposici¨®n como una trompetilla y un farol de tres fuegos. Durante largos a?os, iba y volv¨ªa todos los d¨ªas a Madrid, a la estaci¨®n de Delicias. Muchas veces, confiesa con picard¨ªa, cargaban caf¨¦ portugu¨¦s de contrabando. De todos sus viajes, nunca fue tan feliz como en su poblado. ¡°Era el mejor dep¨®sito de m¨¢quinas de Espa?a¡±, afirma orgulloso, caminando sobre las v¨ªas semiabandonadas. Otros lugares fueron lo que Cu¨¦llar, Jim¨¦nez y Polo clasifican como ¡°poblados mixtos¡±. En ellos se alternaban otras actividades econ¨®micas, especialmente en enclaves fronterizos o mineros. Este es el caso de Barruelo de Santull¨¢n, en las tripas de la monta?a palentina. All¨ª, Fernando Cuevas, responsable del centro de interpretaci¨®n de la miner¨ªa, no escatima en desvelos para mantener la memoria de esta poblaci¨®n surgida en el siglo XIX. ¡°A lo largo de casi toda su historia, las minas de Barruelo estuvieron vincu?ladas al ferrocarril, produciendo briquetas (bloques combustibles elaborados con carb¨®n), hasta que este ya no necesit¨® carb¨®n¡±, explica.
Cada poblado es el ¨²nico que puede contar la historia de su desaparici¨®n. Existen tambi¨¦n algunos ejemplos de supervivencia. La estaci¨®n de Las Matas, en Madrid, pertenece a Las Rozas, uno de los municipios m¨¢s ricos de Espa?a. ¡°En los setenta, la poca luz que hab¨ªa ven¨ªa de unas farolitas colocadas en las esquinas de cada casa. Y ni siquiera hab¨ªa asfalto¡±, rememora Vicente Virtus, antiguo factor de circulaci¨®n, quien vive desde entonces en esta recoleta barriada, ya con todas las comodidades. Venta de Ba?os, en Palencia, creci¨® mucho m¨¢s all¨¢ del ferrocarril hasta alcanzar los 7.500 habitantes en los sesenta (ahora son 6.300). De ellos, m¨¢s de 1.200 eran empleados del tren. La alta velocidad termin¨® de rematar buena parte de la actividad de esta localidad que, como dice Jos¨¦ Luis Renedo, presidente de la Asociaci¨®n Vente?a de Amigos del Ferrocarril, ¡°ya no es ni sombra de lo que era¡±. ¡°El AVE dividi¨® el pueblo y ni siquiera hay estaci¨®n ni puesto de adelantamiento, como se dijo¡±, se queja. En esta localidad, dentro de una nave cedida por Adif, unos cuantos ferroviarios jubilados como ¨¦l contin¨²an volcados en su pasi¨®n, en esos trenes que les ¡°corren por las venas¡±. Con 87 a?os, Emilio L¨®pez construye maquetas de trenes a vapor. No solo tienen un aspecto realista, sino que funcionan perfectamente. Realiza los c¨¢lculos a mano, anotando las cuentas con tiza en una pizarra, mientras otros compa?eros se dedican a rehabilitar antiguos vagones charlando de los buenos tiempos. ¡°Hab¨ªa gente muy muy competente trabajando en Venta de Ba?os¡±, suspira Eugenio de Val, antiguo maquinista de 82 a?os. ¡°?Si supierais la categor¨ªa que tuvo esta estaci¨®n y lo que le han hecho!¡±.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.