?Seguid a la doncella?
Cuando una sociedad teme por s¨ª misma, dos figuras, el Ni?o y la Doncella, comienzan a dibujarse en su horizonte
"Un ser humano puede equivocarse; la humanidad, no¡±. Esa es una sentencia que se escribe de vez en cuando y goza de regular asentimiento. Ah¨ª va otra: ¡°Nadie obra contra su propio inter¨¦s¡±. Se podr¨ªan acumular m¨¢s, pero sirvan de cumplido ejemplo de la confianza racionalista que nos acompa?a desde la modernidad. Cierto que hace m¨¢s de un siglo abundante que Freud socav¨® esa seguridad y confort racionalistas en la acciones individuales y colectivas. Apunt¨® hacia islas sombr¨ªas donde ni la raz¨®n ni el c¨¢lculo llegaban. Pero lo suyo fue una desconfianza que plane¨® y no toc¨® fondo. No al menos hasta que un extra?o disc¨ªpulo no propuso una buena explicaci¨®n de la irracionalidad humana de base. All¨ª donde el maestro ve¨ªa simplemente elementos pasionales binarios e indestructibles, en esa misma zona de la mente, Carl Jung encontr¨® un bosque plagado de ¨¢rboles oscuros, inmemoriales e igualmente eternos. Los llam¨® arquetipos.
La infancia es relativamente reciente. De hecho, no hemos sabido representarla bien hasta hace pocos siglos. La infancia como categor¨ªa especial de la vida. Ah¨ª est¨¢ la obra inmensa de Philippe Ari¨¨s para recordarlo. Pero de siempre la hemos conocido bien por su contrario. La infancia es lo opuesto y complementario de la vejez. Algo nos sonar¨¢. El a?o nuevo es un ni?o y el que se va un anciano canoso que apenas puede con su larga barba. Ese ni?o es, por serlo, bienvenido. En el ni?o que nace se saluda al futuro, pero porque tambi¨¦n se le teme. Digamos que est¨¢ por descifrar. Es el ¨²ltimo reto?o del ¨¢rbol indestructible. Lo sabemos reconocer al Ni?o. Y tambi¨¦n a otro arquetipo, la Doncella. A veces van juntos. Si ¨¦l es el futuro, incierto, esperanzado y temible a la vez, ella es la v¨ªctima perfecta. La Doncella evoca su aniquilamiento que propicia a los dioses esquivos. Pues bien, ante casos de flagrante miedo al futuro ambos reaparecen. Cuando una sociedad teme por s¨ª misma o, m¨¢s a¨²n, se representa el Fin, entonces ambas figuras comienzan a dibujarse en su horizonte.
Estos emblemas, el Ni?o y la Doncella, muchas veces van juntos en nuestra iconograf¨ªa subliminal. All¨ª donde la nostalgia del salvador puede volverse insoportable, si no aparece ¨¦l, se presenta ella, la perfecta e impecable v¨ªctima. La Doncella ser¨¢ llevada al altar o a la tumba del h¨¦roe para sacrificarla en unos casos, o bien, divinamente inspirada, levantar¨¢ tras de s¨ª a un ej¨¦rcito de nuevo cu?o que se aprestar¨¢ a vencer con el tributo de su sangre al antiguo ¨¢rbol del destino. Ni?os hemos visto en las manifestaciones, y hace de esto cierto tiempo, que se convierten en im¨¢genes necesarias, en emblemas. Se les pone por delante. Evidentemente no han ido a la cabecera por su propio pie, sino que alguien los ha situado all¨ª para que cumplan una funci¨®n. Es un caso flagrante de recurso al arquetipo. El problema es que permitimos que ocurra. Una sociedad madura deber¨ªa desconfiar de cualquier causa que el Ni?o o la Doncella avalen, no porque la causa merezca menos atenci¨®n, sino por el recurso irracional al que se?alan. Pero no s¨®lo lo toleramos, sino que ¨²ltimamente se deval¨²an: salen en manifestaciones, Parlamentos, procesiones y hasta en las verbenas. Nos cuentan, nos ri?en, nos avisan, nos cantan. Ma?ana y noche.
?Por qu¨¦ lo toleramos? Aclaro: por qu¨¦ lo toleramos las sociedades abiertas. Las sociedades que suponemos herederas de las ideas claras y distintas, de la cr¨ªtica justa y perseverante a los ladridos emotivos del hipot¨¢lamo. Cuando delante va el futuro o la v¨ªctima perfecta, lo sabemos reconocer muy bien. Y, con todo, propiciamos el circo. Porque que nada hay de bueno en ¨¦l, tambi¨¦n nos consta. Los d¨¦biles o quienes peligran nunca deben ir en cabeza. Sabemos que nadie con aut¨¦ntico sentimiento paternal pone a sus hijos por delante, sino que las madres y los padres se ponen ellos por delante. Ese es el buen orden. El otro es el camino abisal del emblema y sus tormentosos tiempos.
No me pregunto siquiera por la responsabilidad moral que estamos contrayendo con lo que propiciamos, sino por su sobreentendido. Tampoco pretendo no tomar cuenta de que tenemos pasiones, ciertamente, pero sol¨ªamos pensar que no debemos dejarles libre el espacio p¨²blico relevante. Vivimos bajo el azote de la ret¨®rica. Me preocupa simplemente el desgaste. Alguien con no demasiadas luces o definitivamente idiota est¨¢ manoseando tanto el asunto que agotar¨¢ el recurso. Estas figuras son enormes, pero son de vidrio. Exhibirlas tan a menudo es insensato.
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