Mujeres encerradas y varones travestidos
Los hijras de la India han sido declarados ¡°tercer sexo¡±. Pero que nadie se d¨¦ en pensar que asistimos al elogio de la libertad: no se les concede otro modo de vida que no sea el vicio ajeno
Atenas se parec¨ªa mucho m¨¢s a Marrakech que a Par¨ªs, salvadas las distancias. En las calles hab¨ªa sobre todo hombres y las casas no necesitaban ventanas. Las mujeres viv¨ªan en el piso de arriba, el gineceo. En Roma la casa importante daba a un patio. Muchas de las sociedades urbanas son o han sido unas en las que el tr¨¢nsito femenino del espacio p¨²blico no estaba contemplado, como tampoco la concurrencia mixta en fiestas y saraos. Cuando este rasgo se acent¨²a m¨¢s, entonces tenemos las sociedades de encierro femenino. Las mujeres evitan las calles o las transitan bajo un manto o un velo. Las ¨²nicas que pertenecen al ¨¢mbito p¨²blico o ventanean son, de caj¨®n, mujeres p¨²blicas. Obviamente no todas las mujeres pueden estar encerradas, porque la obligaci¨®n dom¨¦stica se mantiene, y el trabajo de las mujeres nunca ha sido perdonado. En ese caso, o hasta los varones hacen la compra diaria y regatean por las sartenes, o las mujeres respetables extreman los signos de pertinencia y pertenencia cada vez que salen: jam¨¢s solas, siempre veladas y calladas.
Los griegos de los que venimos y a quienes admiramos con mucho fundamento eran una de estas sociedades. Las mujeres como es debido, esto es, las hijas, madres y esposas de los hombres importantes y respetables no concurr¨ªan en el espacio p¨²blico y lo mejor era que ni siquiera se llegara a saber qu¨¦ apariencia ten¨ªan. La simple mirada ajena podr¨ªa deshonrarlas. En ciertos festivales desfilaban una vez las hijas de familia, cosa que ten¨ªa utilidad para ir conviniendo los casamientos, y eso era todo. El traj¨ªn exterior dom¨¦stico se confiaba a servidores o esclavos. Hab¨ªa excepciones, pero para confirmar la regla. Eur¨ªpides, que no le ca¨ªa bien a todo el mundo ¡ªno como S¨®focles, al que todos adoraban¡ª, ten¨ªa una madre vendedora de verduras, mujer del com¨²n y del mercado, que sus compatriotas no dejaban de recordarle. Se sabe que criadas y callejeras est¨¢n a disposici¨®n. El modo con que se se?ala que una mujer no lo est¨¢ es precisamente su derecho a permanecer cubierta. Y para el placer, prostitutas y efebos.
La separaci¨®n de sexos culmina cuando se invisibiliza a uno de ellos: las mujeres. Los romanos en esto eran s¨®lo algo menos cancerberos. Las matronas viv¨ªan en sus casas y, fuera de ellas, bajo sus mantos y velos. Como en Grecia, se continu¨® castrando a ni?os a fin de tener sirvientes eunucos. Algunos de ellos llegaron muy alto en la administraci¨®n imperial. El estricto purdah, la separaci¨®n completa de varones y mujeres, de la India musulmana no nos ha sido desconocido en Europa en absoluto. Existe en nuestro mundo de referencia principal, el cl¨¢sico grecolatino. Pues bien, las sociedades de encierro femenino solucionan a veces la ausencia de mujeres en el ¨¢mbito viril y p¨²blico fingi¨¦ndolas: varias sociedades urbanas han previsto la presencia de varones especiales, travestidos, para la fiesta o el placer. Sobremanera esto ha ocurrido en Asia, en Jap¨®n, Indochina, Afganist¨¢n o la India, pero tambi¨¦n en China, cuya Ciudad Prohibida s¨®lo pod¨ªa ser asistida por eunucos imperiales. Los ¡°muchachos del placer¡± forman una comunidad separada de usos evidentes. Provienen de castas poco afortunadas y a veces son eunucos, aunque no siempre. Cuando la mirada viril quiere objetos sexuales permitidos entonces practica g¨¦neros m¨¢s o menos acusados de homofilia hombruna.
?Qu¨¦ sucede cuando una pr¨¢ctica inmemorial se inscribe dentro de una democracia formal? Que ha de ser le¨ªda de otra forma. Comienza un sendero empinado: los hijras de la India, unos tres millones de personas, producto at¨¢vico de sociedades urbanas de encierro femenino, han sido declarados por el Estado actual ¡°tercer sexo¡±. Pero que nadie se equivoque y d¨¦ en pensar que asistimos al elogio de la libertad. Lo duro y cierto es que suelen ser varones, castrados o no, de castas inferiores a quienes no se concede otro modo de vida que no sea el del vicio, ajeno, por supuesto. La India es, junto con China y Pakist¨¢n, poseedor de una notable brecha de sexo ¡ª50 millones menos de mujeres que de varones¡ª y tiene unos 4 millones de hijras. Se consuma un atroz feticidio femenino porque se prefiere var¨®n. Pero, a la vez, se gestan y paren varones pobres, muy pobres, que encontrar¨¢n s¨®lo ante s¨ª semejante salida vital. La India, que sigue consagrando ni?as como prostitutas en templos, pero que no deja nacer a una tan enorme cantidad de mujeres, pretende presentar como tolerancia lo que s¨®lo es el resultado de un patriarcado demente.
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