De editor de talento a hacer cola en un comedor social: qu¨¦ pasa cuando un camello prueba sus propias drogas
Peter Kaldheim estudi¨® en la Ivy League, trabaj¨® en el mundo editorial hasta que lo perdi¨® todo y acab¨® en la calle. Ya setent¨®n, el estadounidense publica sus crudas memorias
Algunos debuts literarios se toman su tiempo. El primer libro de Peter Kaldheim (Nueva York, 1950) llega con el autor aproxim¨¢ndose a los setenta. Antes, estuvo demasiado ocupado forj¨¢ndose una carrera en el mundo editorial, ech¨¢ndola por la borda, cultivando una seria adicci¨®n a la coca¨ªna, convirti¨¦ndose en camello, pasando cuatro meses en la c¨¢rcel por vender medio gramo a un polic¨ªa, huyendo de Nueva York por las deudas, vagando por Am¨¦rica como una persona sin hogar, reinvent¨¢ndose como cocinero en el parque Yellowstone y cayendo en una nueva adicci¨®n, esta vez al juego. Por el camino, enviud¨® ¨Csu segunda mujer, Kate, muri¨® estando en la cama con ¨¦l de un aneurisma cerebral¨C, se separ¨® otras dos veces, perdi¨® el contacto con sus padres, que renegaron de ¨¦l, y dedic¨® varios a?os a cuidar a sus dos hermanos menores, que murieron de c¨¢ncer con cuatro d¨ªas de diferencia en 2016.
Fue en ese punto, jubilado y deprimido, cuando su amigo Gerry Howard, el editor de Doubleday que descubri¨® a David Foster Wallace y trabaj¨® con William Burroughs y Hanya Yanagihara, le dijo: "Peter, ?y si recuperas tus viejas notas de viaje?". Se refer¨ªa a la huida que emprendi¨® en 1987 cuando incumpli¨® la regla principal del camello, colocarse con su propia mercanc¨ªa, y tuvo que escapar de Nueva York sin nada en el bolsillo y cruz¨® Estados Unidos de Este a Oeste, pasando por Nueva Orleans, Portland y Seattle. Es por eso que sus memorias, que se titulan Viento idiota (Temas de Hoy) como la canci¨®n de Bob Dylan (Idiot wind), empiezan como una novela de Jay McInerney y siguen como una de Jack Kerouac. A quien Kaldheim sigue respetando, a pesar de que cree que si hubiese le¨ªdo otros libros de joven, quiz¨¢ su vida hubiera sido distinta.
"Algunos en la cola de la beneficencia me llamaban 'el profesor' porque siempre llevaba libros de la biblioteca. Hab¨ªa que esperar como 45 minutos para la comida, as¨ª que siempre llevaba un libro"
Ahora vive tranquilo en su casa de Long Island (Nueva York), pasa temporadas pescando y de vez en cuando baja a Manhattan a encontrarse con periodistas que le preguntan por sus correr¨ªas. Nos cit¨® en un bar del Soho que probablemente conoc¨ªa de otros tiempos. Ahora est¨¢ lleno de familias comiendo tortitas con sirope y es f¨¢cil reconocer a Kaldheim, con su perilla beatnik y su gorra, como cuando era camello y le llamaban Pete The Hat, Pete el del gorro.
En el libro no romantiza las drogas, ni siquiera al principio. No se extiende mucho sobre eso, que no es lo habitual en este tipo de memorias. Antes de la redenci¨®n, se suele hablar de lo divertidas que pueden ser las drogas. Hay demasiado de eso ya en los libros. Cada vez que intentaba escribir eso pensaba: ?por qu¨¦ lo hice? Porque trataba de emular a los escritores que admiraba, a Allen Ginsberg y Timothy Leary y Ken Kesey, escritores que se drogaban, pero me di cuenta de que nunca obten¨ªa nada. Era visualmente interesante tomar LSD pero nada m¨¢s. Lo ¨²nico que aprend¨ª drog¨¢ndome es que tengo un cerebro que disfruta con las alteraciones qu¨ªmicas. Pero la coca¨ªna es otra cosa. La mayor p¨¦rdida de tiempo y dinero que existe. Y nunca prob¨¦ la hero¨ªna.
En esos primeros cap¨ªtulos, antes de escapar de Nueva York, pinta un retrato muy v¨ªvido del turbocapitalismo de los 80, propulsado por la coca¨ªna. Jay McInerney, que es amigo de un amigo, tuvo la amabilidad de leerse el libro y uno de sus comentarios fue que los dos primeros cap¨ªtulos lo causaron estr¨¦s postraum¨¢tico porque se parecen mucho a su propia experiencia. Tuvo flashbacks de todo su consumo de drogas. El Rackoon Lodge es donde yo pasaba la droga¡
Usted consigui¨® mantener la apariencia de vida respetable y un trabajo en el mundo editorial durante un tiempo. Cuando trabajaba en edici¨®n no trapicheaba drogas, solo las consum¨ªa. En el momento en que me echaron, tuve como 20 trabajos distintos temporales en todo tipo de cosas. Puse andamios, conduje una furgoneta de repartos, pint¨¦ las paredes del Electric Ladyland Studio de Jimi Hendrix¡
Entonces lo dej¨® a lo bruto, sin terapia de ning¨²n tipo. Unos cuantos cr¨ªticos han dicho que no entienden c¨®mo pude dejarlo as¨ª. Y en realidad en los primeros cap¨ªtulos aun hablaba menos de eso, sobre el s¨ªndrome de abstinencia la primera y la segunda semana¡.
"El esfuerzo de ir de un sitio a otro, encontrar un sitio donde dormir, pedir comida o buscar un lugar que d¨¦ comida gratis¡ mantienen tu mente tan ocupada que no echas de menos la droga. Tienes subid¨®n de existencia en ese momento"
?S¨®lo fueron dos semanas de mono? S¨ª. Cada droga que he probado es distinta, pero si te decides, puedes dejarlo. Hac¨ªa un fr¨ªo tan letal en los primeros d¨ªas que estuve en la carretera que estaba siempre cercano a la hipotermia. Cuando tu cuerpo est¨¢ as¨ª de fr¨ªo no sabes si tiritas por falta de coca¨ªna o por falta de calor. El esfuerzo de ir de un sitio a otro, encontrar un sitio donde dormir, pedir comida o buscar un lugar que d¨¦ comida gratis¡ mantienen tu mente tan ocupada que no echas de menos la droga. Tienes subid¨®n de existencia, en ese momento.
?En qu¨¦ momento asumi¨® que se hab¨ªa convertido en una persona sin hogar? En el libro cuenta que la gente se aparta a su paso¡ Eso fue en Portland, cuando nos dieron a todos los sin hogar de la ciudad la misma parka y era como ir uniformados. Respecto a sentirte una persona sin hogar, llegas a esa conclusi¨®n de manera bastante r¨¢pida cuando est¨¢s en medio de la autopista y nadie se para para recogerte. Y en Nueva Orleans, cuando estuve en un albergue cat¨®lico, haciendo cola con los otros vagabundos, estaba bastante claro donde estaba en ese punto de mi vida. Pero de una manera extra?a, despu¨¦s de todo el estr¨¦s que hab¨ªa pasado durante los a?os anteriores en Nueva York, intentando ganar dinero, dejar las drogas, mantenerme a flote¡ hubo un peque?o interludio en la carretera en el que me sent¨ª m¨¢s libre que nunca. Aunque no ten¨ªa nada, pod¨ªa ir a pedir sopa al albergue, y entre comidas pod¨ªa caminar por la ciudad, ir a la biblioteca¡
Cuando estaba en el albergue o en la carretera, ?les hablaba a las otras personas sin hogar de su pasado? No. A algunos les contaba que era escritor. Pero la gente en la calle no suele hablar de c¨®mo se lleg¨® hasta ah¨ª. No empiezas diciendo: ¡°?Sab¨¦is que fui a una universidad de la Ivy League?". Algunos en la cola de la beneficencia me llamaban ¡°el profesor¡± porque siempre llevaba libros de la biblioteca. Hab¨ªa que esperar como 45 minutos para la comida, as¨ª que siempre llevaba un libro.
Hay un momento en que se gasta m¨¢s de la mitad de lo que tiene en un libro de George Orwell, ¡®Sin blanca en Par¨ªs y Londres¡¯. Vali¨® la pena. Me sirvi¨® para ver qu¨¦ parecido era el Londres de los a?os 30 de lo que yo estaba viviendo en Portland.
Esos meses en la carretera, ?cambiaron su manera de entender los libros? S¨ª, muchos de mis escritores preferidos hab¨ªan tenido problemas de alcoholismo, como Charles Bukowski. ?l escribe sobre Skid Row, sobre la bebida¡y yo me com¨ªa con patatas esas historias cuando estaba en el instituto porque ten¨ªan muchos tacos y eso no era habitual en los sesenta. O Kerouac, Malcolm Lowry, Bajo el volc¨¢n¡ Creo que todos esos libros me predispusieron para lo que pas¨® despu¨¦s. Yo tenia esta noci¨®n rom¨¢ntica de que tienes que ser un marginado de la sociedad para crear algo significativo. Y ahora me doy cuenta como se?or mayor que fue su talento lo que les hizo escribir esos libros, no el alcohol ni las drogas.
Hacia el final del libro, cuando ya ha salido de la calle, tiene un trabajo respetable y una nueva esposa¡ Y desarrolla u problema de adicci¨®n al juego. S¨ª, eso fue cuando me enter¨¦ de la muerte de mis padres. Ca¨ª en la depresi¨®n. Trabajaba en un bar con m¨¢quinas tragaperras y pasaba muchas horas all¨ª. Puedes perder mucho dinero sin que nadie te vea. Le dir¨¦ una cosa: es m¨¢s f¨¢cil dejar el juego que las drogas. De una cosa de la que estoy orgulloso es de que nunca le fui infiel a mi tercera mujer. Ella aguant¨® durante mi adicci¨®n al juego, pero despu¨¦s me dej¨® y yo lo entend¨ª: ten¨ªa 15 a?os menos. No hab¨ªa ning¨²n rencor entre nosotros. Le mand¨¦ el borrador del libro y le pregunt¨¦ si quer¨ªa que cambiase su nombre. Me dijo que no, pero que yo no hab¨ªa sido consciente de da?o que le caus¨¦. Le envi¨¦ la mitad del dinero de mi adelanto y he hecho testamento para que ella se quede con todos los royalties que pueda generar en el futuro. Es lo m¨ªnimo.
?Siempre supo que escribir¨ªa el libro? Mientras escrib¨ªa las notas, sab¨ªa que ser¨ªa un buen material en crudo, pero pensaba que ser¨ªa una novela, m¨¢s que unas memorias. Empec¨¦ varias y las dejaba a las 200 p¨¢ginas. No funcionaban. En 2002 intent¨¦ mi primer borrador, justo despu¨¦s de que mi mujer decidiera dejarme. Ten¨ªa mucho tiempo entonces, pero la cosa no arrancaba¡Yo pensaba que ten¨ªa que empezar por mi infancia, pero eso no me interesaba. Cuando mis hermanos murieron en la misma semana, Gerry [Howard] me anim¨® a escribir, en lugar de estar todo el tiempo compadeci¨¦ndome. Y me dio la idea que necesitaba: ?por qu¨¦ no escribes tu aventura como un road trip? Eso lo cambi¨® todo. Empec¨¦ desde cero en noviembre de 2015 y en septiembre de 2016 ya ten¨ªa un manuscrito terminado. Gerry me ayud¨® a encontrar un agente, que no es f¨¢cil.
Claro, no era un debutante de 23 a?os. ?Sabe? Mi agente lo ley¨® el d¨ªa que gan¨® las elecciones Donald Trump. Me dijo: ¡°Gracias porque me ayudaste a sobrevivir a uno de los peores d¨ªas de mi vida¡±. Quedamos en el Odeon [el famoso restaurante en el que financieros y artistas se frotaban mutuamente en tiempos de Reagan], ya que el principio del libro tiene lugar en Tribeca en los 80. La mayor¨ªa de sus sugerencias no eran sobre el texto sino sobre a?adir nuevo material. Para hacerlas atractivas como memorias ten¨ªa que a?adir material sobre mi estado emocional en todas esas situaciones. Eso me cost¨® m¨¢s de lo que pensaba. Mi familia es de origen noruego, no somos gente que hable de sus emociones.
"Hubo un peque?o interludio en la carretera en el que me sent¨ª m¨¢s libre que nunca. Aunque no ten¨ªa nada, pod¨ªa ir a pedir sopa al albergue, y entre comidas pod¨ªa caminar por la ciudad, ir a la biblioteca¡"
Eso lo menciona en el libro. A su padre no se le hubiera pasado por la cabeza abrazarle o decirle: ¡°Te quiero¡±. No, no. Era un hombre maravilloso, pero era un hijo ¨²nico y su padre era muy estricto. Su padre vino desde Noruega.
No hay rencor hacia sus padres. No, solo siento arrepentimiento por no haber sido capaz de reconectar con ellos antes de que murieran.
Pero ellos le escribieron una carta en la que le dec¨ªan que no le consideraban su hijo y que no quer¨ªan saber nada de usted. Lo entiendo, sobre todo por parte de mi padre. ?l fue leal a mi madre durante 40 a?os y nadie en la Tierra, ni siquiera su hijo, pod¨ªa faltarle al respeto a su mujer. Cuando le escrib¨ª desde la c¨¢rcel, no les hab¨ªa visto en dos a?os. Era una verg¨¹enza para ellos.
Cuando ley¨® sus notas, tantos a?os despu¨¦s, ?se vio muy diferente? No tanto. Uno de los motivos por los que no hab¨ªa funcionado antes es que no estaba emocionalmente listo para lidiar con todo el arrepentimiento. Parece que 20 a?os ser¨ªan suficientes, pero no. Necesit¨¦ aun m¨¢s, me hizo falta que murieran mis hermanos y ser el ¨²ltimo Kaldheim a este lado de Noruega. Hay cosas de las que hablo, como el alcoholismo de mi madre que no les hubiera gustado a mis hermanos.
?No hablaban de ello? Cuenta en el libro c¨®mo encontr¨® el paquete de seis cervezas que su madre guardaba en secreto en la c¨®moda del dormitorio. No, cuando volv¨ª de la universidad yo tenia una relaci¨®n m¨¢s cercana con mi madre. Nunca les dije que encontr¨¦ su escondite secreto de cervezas.
?Cree que su madre y usted comparten esa tendencia a la adicci¨®n? S¨ª, y lo m¨ªo tenia que venir de ella. Pero no era una borracha descuidada. Solo cuando sal¨ªa todo el fin de semana y me dejaba cuidando a mis hermanos. A veces hab¨ªa enormes peleas y mi padre aguantaba todo aquello, aunque ¨¦l era enorme y ella muy peque?ita, le asustaba mucho.
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