Escuchar el mundo
La nueva oralidad y el documental sonoro se convierten en temas literarios en la novela 'Desierto sonoro', de Valeria Luiselli, y 'El infinito en un junco', de Irene Vallejo
El ¨²ltimo libro de Valeria Luiselli, Desierto sonoro (Sexto Piso), ha sido elegido como uno de mejores de 2019 por expertos y cr¨ªticos de todo el mundo. Incluso Barack Obama ¡ªen su ya tradicional lista de los mejores libros del a?o¡ª lo ha escogido tambi¨¦n como una de sus lecturas predilectas. En Desierto sonoro se despliega un gran tema: la errabunda existencia de los ni?os perdidos, un evocador eufemismo para nombrar a los refugiados menores y separados de sus padres en la frontera entre Estados Unidos y M¨¦xico. Pero esta tercera novela de Luiselli puede leerse tambi¨¦n ¡ªy ya el t¨ªtulo lo evoca¡ª como la obra que simboliza inmejorablemente esta era de la nueva oralidad, de la audificaci¨®n.
En un reciente art¨ªculo publicado por la Revista Telos dedicada monogr¨¢ficamente a la voz, Ana Ormaechea y Pablo Fern¨¢ndez repasaban minuciosamente el viaje que el audio realiza diariamente en la actualidad: "Los formatos de contenido innovadores o los nuevos medios de distribuci¨®n y descubrimiento se encuentran en plena explosi¨®n: altavoces inteligentes, escucha de podcast, audiolibros, notas de voz, audio en YouTube¡". Pero, ?por qu¨¦ lo oral ha renacido tras una ¨¦poca atiborrada de pantallas y texto? Seg¨²n Ormaechea y Fern¨¢ndez, la raz¨®n estar¨ªa en un t¨¦rmino acu?ado por Nick Bilton: el multitasking, esto es, la multitarea. Dicho de otro modo, la capacidad para hacer varias cosas al mismo tiempo alarga nuestro d¨ªa ¨²til m¨¢s all¨¢ de las 24 horas. Y nada mejor que el audio permite tener la mirada y las manos libres para hacer otras tareas, para consumir historias en las voces de otros.
El escritor Jorge Carri¨®n destac¨® recientemente en su balance cultural de la d¨¦cada la nueva oralidad ¡ªaudiolibros, podcast, radio, altavoces inteligentes¡ª como uno de los elementos clave de nuestro tiempo. Tanto es as¨ª que la oralidad ¡ªy por ende la escucha, la voz y los sonidos¡ª se ha convertido, por fin, en tema literario. Carri¨®n citaba, por supuesto, la novela de Luiselli como emblema, pues la pareja protagonista "se dedica profesionalmente a documentar voces y sonidos", al tiempo que la familia completa ¡ªtienen dos hijos peque?os¡ª escucha m¨²sica, reportajes de radio y audiolibros en el largo viaje que emprenden por el sur de Estados Unidos en busca de esos ni?os perdidos. Pero, ?a qu¨¦ suena este mundo que abandona a ni?os en la frontera? La respuesta a esta pregunta sobrevuela las 458 p¨¢ginas de este imponente libro.
La narrativa familiar
Somos seres narrativos, seres construidos a trav¨¦s de las historias que nos hemos ido contando desde el mundo antiguo. Y esa labor, la de dotar de significado a trav¨¦s de las palabras al magma entr¨®pico que resulta ser la existencia, es una labor que deben realizar los padres: "Tendremos que dar respuestas, ofrecerles una narrativa", dice la protagonista de Desierto sonoro ya en la primera p¨¢gina. Y m¨¢s all¨¢ de las palabras ("mi papel es ser la voz que sirva de andamiaje a su propio mundo ¡ªun mundo inacabado, en construcci¨®n¡ª"), el universo se puede narrar tambi¨¦n a trav¨¦s de los sonidos que lo componen, los colectivos y los ¨ªntimos. Por eso en la novela constantemente se est¨¢ escuchando: audiolibros como El se?or de las moscas, de William Golding; canciones que son m¨¢s bien mantras (con David Bowie y su Major Tom como l¨ªderes espirituales) y, por supuesto, la radio como m¨¦dula de la existencia familiar: "Para nosotros cuatro, el sonido de la radio siempre represent¨® la transici¨®n tripartita desde el sue?o, en donde est¨¢ cada uno a solas, a nuestra estrecha convivencia matutina, y luego al amplio mundo que se extiende m¨¢s all¨¢ de nuestra casa".
El argumento de esta novela tiene algo de road movie sonora: el matrimonio en crisis formado por un document¨®logo y una documentalista viaja en coche junto a sus dos hijos peque?os desde Nueva York hasta Arizona. ?l quiere registrar los rastros sonoros ¡ªlas huellas, los ecos¡ª de la ¨²ltima banda apache que se rindi¨® ante el poder militar de Estados Unidos; ella pretende documentar la di¨¢spora de los ni?os que llegan a la frontera del pa¨ªs en busca de asilo. Aunque existe una diferencia sustancial entre ambos oficios ¡ªdocument¨®logo y documentalista¡ª, que el ni?o se encarga de resaltar con ternura, ambos persiguen un mismo fin, pues cuentan historias fabricadas con sonidos: "Pero en el fondo pap¨¢ y mam¨¢ hac¨ªan casi lo mismo: ten¨ªan que encontrar sonidos, grabarlos, meterlos en una computadora y luego ordenarlos para que contaran una historia". Precisamente lo que la radio ¡ªy ahora el podcast como nuevo formato bajo demanda (aunque su existencia data de hace 15 a?os)¡ª propone en su faceta m¨¢s documental.
"Escuchar es una forma de tocar a la distancia", escribi¨® R. Murray Schafer, autor de El paisaje sonoro, una de las obras fundamentales que atraviesan este libro y un texto fundacional para los que trabajan con sonido. Como si fuera un hermoso verso, Murray Schafer propone en estas nueve palabras algo que trenza las dos grandes experiencias que vertebran Desierto sonoro: el exilio y el sonido. Y es que algo resuena ¡ªnunca mejor dicho¡ª entre los sonidos familiares que dejamos de escuchar cuando nos aproximamos a un terreno inh¨®spito y abandonamos nuestro hogar, nuestro refugio: "Un exiliado siente que el estado de exilio es una sensibilidad especial y constante del sonido", escribe Dubravka Ugre?i, una extraordinaria escritora nacida en Zagreb que tuvo que exiliarse en 1993 por motivos pol¨ªticos y que Luiselli rescata para una de las citas de Desierto sonoro.
El? paisaje sonoro ¡ªsoundscape¡ª que da t¨ªtulo a la obra de Murray podr¨ªa definirse como un conjunto de "eventos escuchados y no de objetos vistos". Este concepto acu?ado en la d¨¦cada de los setenta pretend¨ªa algo absolutamente fascinante: calibrar, a trav¨¦s de la grabaci¨®n y posterior escucha de los sonidos medioambientales la densidad sonora de un lugar. El proyecto era enormemente ambicioso: "documentar los jadeos de una bestia gigante" (en palabras de Luiselli) que no ser¨ªa otra sino el mismo mundo que habitamos, repleto de ruido, poco inclinado hacia el silencio ("Vivimos en una ¨¦poca de reproducci¨®n desenfrenada de palabras, de multiplicaci¨®n de palabras, de un parloteo desenfrenado a trav¨¦s de redes sociales¡ Quiz¨¢ deber¨ªamos pasar un a?o en silencio para que las cosas vuelvan a calmarse", ha dicho recientemente el l¨²cido escritor b¨²lgaro Gueorgui Gospod¨ªnov en una entrevista a Letras libres), incapaz de colocarse en posici¨®n de escucha.
Otro de los autores que menciona Luiselli es el gran acustem¨®logo Steven Feld, un autor que estaba convencido de que los sonidos que emiten las personas eran siempre ecos del paisaje que les rodea. Especialmente hermoso es el "inventario de ecos" que la familia construye en su visita al Gran Ca?¨®n del Colorado y que bebe de esta idea de Feld. En este sentido, en el de la conexi¨®n profunda e invisible entre sonido y paisaje, es muy hermosa la an¨¦cdota que Murray Schafer cont¨® en una clase magistral que imparti¨® en M¨¦xico en el a?o 2014. Un d¨ªa, grabando sonidos en el bosque de Ontario, ¨¦l y sus compa?eros se encontraron con una mujer muy enferma. No sab¨ªan bien qu¨¦ hacer porque no pod¨ªan llevarla a la civilizaci¨®n ya que tardar¨ªan casi diez horas en llegar. En ese momento solo se les ocurri¨® hacer algo que aprendieron de otras criaturas en sus viajes por el mundo capturando sonidos. La metieron en su tienda de campa?a, se sentaron rodeando la tienda y comenzaron a cantar durante dos horas. Junto a sus cantos se escuchaban tambi¨¦n los de los p¨¢jaros, a los peces salpicando, los aullidos de algunos lobos. Los cantos y esos sonidos la trajeron de vuelta a la existencia, a una existencia sana. Dice Murray Schafer que no estaban separados de su ambiente, que estaban interactuando con ¨¦l. Esto es algo que se ha dejado de hacer y que, seg¨²n este ambientalista canadiense de 86 a?os, no debemos olvidar. Desierto sonoro nos lo recuerda constantemente.
Pensar el sonido
Coleccionar sonidos que normalmente pasan inadvertidos es el oficio de los protagonistas. Pero su modo de narrar las historias sonoras es tan diferente como la concepci¨®n que ambos tienen de su futuro como pareja en proceso de ruptura o, m¨¢s bien, en plena disoluci¨®n ("nunca sospechamos que el silencio se ir¨ªa ensanchando lentamente entre nosotros"). Mientras ¨¦l se ha formado grabando m¨²sicas de p¨¢jaros, vientos y mapas sonoros en selvas rec¨®nditas, ella proviene de una tradici¨®n sonora fundada en el periodismo de intenci¨®n narrativa que, por ejemplo, pretende grabar las historias de los ni?os y sus audiencias en el juzgado especializado en migraci¨®n de Nueva York. En ella habita una preocupaci¨®n pol¨ªtica que ¨¦l parece ignorar: "?C¨®mo puede un documental radiof¨®nico contribuir a que m¨¢s menores indocumentados obtengan asilo? ?Por qu¨¦ una pieza sonora, o cualquier otro modo de contar historias, para el caso, tendr¨ªa que ser un medio para alcanzar un fin? (¡) ?Y por qu¨¦ se me ocurre siquiera que puedo o que debo hacer arte a partir del sufrimiento ajeno? (¡) ?No deber¨ªa m¨¢s bien limitarme a documentar, sin m¨¢s, como la periodista seria que era cuando empec¨¦ a trabajar en radio y producci¨®n sonora?". De manera que el modo radicalmente opuesto en el que piensan el sonido se manifiesta como incompatible hasta la fractura final: "En otras palabras, escuch¨¢bamos y entend¨ªamos los sonidos del mundo de maneras distintas y, tal vez, irreconciliables".
A diferencia de lo que sucede cuando se filman im¨¢genes, al grabar sonidos se accede a una capa m¨¢s profunda y siempre invisible del alma humana. Pero, ?qu¨¦ pasa con los sonidos que no escucha nadie? El t¨ªtulo, Desierto sonoro, convoca un doble significado. Por un lado, el m¨¢s literal: en el desierto, ?nada suena? De alguna manera esta connotaci¨®n nos remite al k¨an del budismo zen ("Si un ¨¢rbol cae en un bosque y nadie est¨¢ cerca para o¨ªrlo, ?hace alg¨²n sonido?") que tiene sus ramificaciones en el experimento del fil¨®sofo George Berkeley en su trabajo Tratado sobre los principios del conocimiento humano de 1710, seg¨²n el cual, "los objetos de sentido existen solo cuando son percibidos; los ¨¢rboles por tanto est¨¢n en el jard¨ªn [...] solo mientras haya alguien para percibirlos". Y para resolver este centenario problema metaf¨ªsico empleaban el sonido como ejemplo palmario. En otra connotaci¨®n m¨¢s metaf¨®rica el desierto se entender¨ªa como ausencia de palabras en un matrimonio que se enamor¨® escuchando todo tipo de sonidos [?rechinido met¨¢lico del metro (¡) el zumbido de las calles (¡) el cerillo encendi¨¦ndose (¡) el largo siseo de la primera calada (¡) el extra?o ruido blanco que produc¨ªan los grupos de ni?os en los parques infantiles (¡) el silencio fantasmal que se tiende sobre los parques cuando anochece (¡) la fricci¨®n de las r¨¢fagas de viento (¡) los graznidos de los gansos canadienses?] y que ahora se hunde en un profundo silencio.
Acariciar los o¨ªdos
A veces las lecturas se yuxtaponen de tal modo que unas hacen m¨¢s comprensibles a las otras. Desierto sonoro marida a la perfecci¨®n con El infinito en un junco (Editorial Siruela), el maravilloso ensayo de Irene Vallejo que cuenta la historia de los libros desde el mundo antiguo. Dedica un amplio cap¨ªtulo a la oralidad, a la "¨¦poca de palabras aladas". Como explica Vallejo, hubo un tiempo en el que las palabras solo exist¨ªan en la voz. Los primeros relatos de nuestra vida entraron "por las caracolas de tus orejas". Y ahora, qu¨¦ duda cabe, siguen acariciando nuestros o¨ªdos.
Ciertamente, la oralidad es un misterio. Solo se conservan los textos orales que alguien puso por escrito. Es decir, los conocemos cuando se transforman en algo diferente, pero la oralidad sobrevive, bajo formas nuevas, en nuestro mundo tecnol¨®gico. La radio, los audiolibros o los podcasts, entre otros, demuestran la vigencia de la voz. Y es que, como afirma Vallejo, "la oralidad debe enormes triunfos a los avatares de la tecnolog¨ªa", pues en el inicio de los tiempos, el poder de la voz humana solo alcanzaba a las personas f¨ªsicamente presentes. La radio y el tel¨¦fono terminaron con esas limitaciones. Ahora la oralidad se transforma en algo diferente, en algo que ya no es textual sino que sigue conservando su naturaleza vozcentrista: los archivos de audio y, en consecuencia, su escucha bajo demanda, asincr¨®nica y m¨®vil.
Las nuevas viejas oralidades
La sociedad oral y sus poetas ¨¦picos nos mostraron un lenguaje en el que poder desplegar sus infinitas posibilidades r¨ªtmicas. Una lecci¨®n que, por cierto, sobrevivi¨® hasta la radio m¨¢s expresiva. En los libros, las palabras cristalizaban. En la radio, en los audiolibros, en los documentales sonoros, en la m¨²sica en streaming, en los podcast, las palabras hacen lo mismo: se fijan.
En el libro de Vallejo se recogen las primeras aventuras orales: desde los poetas ¨¦picos hasta las recitaciones que todav¨ªa en la actualidad se realizan en los Balcanes; pasando por los benshi, una de las figuras m¨¢s importantes en los inicios del cine en Jap¨®n y cuya funci¨®n era la narraci¨®n de pel¨ªculas extranjeras que se proyectaban para una audiencia que no pod¨ªa entender los r¨®tulos. Pero tambi¨¦n, por ejemplo, los filandones que datan del siglo XVII y que todav¨ªa hoy se vivifican en Le¨®n, Asturias o algunas zonas de Galicia. Se trata de una reuni¨®n que se realizaba en torno a la chimenea, despu¨¦s de cenar. Mientras las mujeres filaban (es decir, hilaban) la lana, los pastores ¡ªhombres¡ª contaban historias de lobos, relatos de miedo, cantaban poemas o chascarrillos. Es curioso que fuera la radio la que acabara con esta pr¨¢ctica mixta, ya que solo los hombres pod¨ªan escucharla, mientras que las mujeres segu¨ªan con sus labores textiles cerca de la hoguera. Ellas hicieron que esta variante de cultura oral pasara de una generaci¨®n a otra. Y en la actualidad, por ejemplo, el freestyle ¡ªpracticado por todo el mundo en las concurridas batallas de gallos¡ª surge como una nueva variante de la oralidad, de los poetas ¨¦picos que improvisaban, ahora al calor de las (ya no tan) nuevas tecnolog¨ªas que viralizan y popularizan su pr¨¢ctica.
De modo que la oralidad no es tan lejana a nuestra cultura actual, no se ci?e a los antiguos bardos, sino que est¨¢ muy presente en las nuevas generaciones de cantantes, periodistas, documentalistas, escritores.
Coleccionar sonidos para la posteridad
Valeria Luiselli escribe en Desierto sonoro que "algo cambi¨® en el mundo", algo que todav¨ªa no somos capaces de detectar pero que sentimos al experimentar el tiempo de un modo distinto ("Tal vez es solo que sentimos la ausencia de futuro, porque el presente se ha vuelto demasiado abrumador y por tanto se nos ha hecho imposible imaginar un futuro"). Y si esto es cierto ¡ªsi la forma de entender el espacio nos permite sentirnos menos perdidos en el tiempo¡ª, es decir, si logramos escuchar el mundo para documentarlo, tal vez, podamos comprenderlo mejor.
En definitiva, al documentar sonoramente el mundo lo que hacemos es a?adir una capa m¨¢s a la comprensi¨®n colectiva del mismo. Este a?o 2020 ha comenzado con un estruendo global ¡ªel posible conflicto total entre Ir¨¢n y Estados Unidos¡ª, con el ruido cada vez m¨¢s sordo de la pol¨ªtica espa?ola y con el eco del estr¨¦pito provocado por las numerosas protestas en toda Latinoam¨¦rica durante 2019. As¨ª suena el mundo hoy ¡ªla bestia gigante que estamos alimentando¡ª: a puro rugido.
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