¡°Con la noche polar, el mar se congelaba dos metros¡±. 200 a?os del avistamiento de la Ant¨¢rtida
En este mes de enero se cumplen dos siglos del primer avistamiento del continente helado. Uno de sus grandes expertos explica la trascendencia de aquel momento.
Durante milenios, la Ant¨¢rtida ha sido un basti¨®n inexpugnable para marinos y exploradores, rodeada de fuertes corrientes y vientos huracanados. Los que sobreviv¨ªan al doblar el cabo de Hornos, donde las aguas del Atl¨¢ntico hierven en furiosas tempestades al encontrarse con las del Pac¨ªfico, ten¨ªan que v¨¦rselas con los icebergs que escup¨ªa el continente, empujados por heladores vientos catab¨¢ticos del interior. Desde Punta Arenas, en Chile, hay unos 1.000 kil¨®metros hasta alcanzar las primeras islas ant¨¢rticas. ¡°Pod¨ªa llevar meses atravesarlos con un barco de vela¡±, dice Javier Cacho, f¨ªsico, extrabajador del Instituto Nacional de T¨¦cnica Aeroespacial (INTA) y autor del libro H¨¦roes de la Ant¨¢rtida (F¨®rcola), donde narra las vicisitudes de estos pioneros. ¡°Con la noche polar, el mar se congelaba dos metros¡±. Y cuando los vientos soplaban en direcci¨®n a la costa, comprim¨ªan los icebergs formando una barrera infranqueable. ¡°Pod¨ªas estar a dos kil¨®metros de la costa, pero nunca llegabas¡±, relata Cacho.
Esta terra incognita se ocultaba al ojo humano entre brumas y nieblas heladas. Pero el 30 de enero de 1820, a las tres de la tarde, el oficial de la Marina brit¨¢nica Edward Bransfield y su piloto William Smith observan una l¨ªnea de costa con monta?as nevadas cuando los jirones de niebla se levantan. Solo dos d¨ªas antes, el marino ruso Fabian Gottlieb Thaddeus von Bellingshausen tuvo la misma experiencia, a 2.500 kil¨®metros al este. El continente helado se dej¨® ver al fin. Este mes de enero se cumple el 200? aniversario de su avistamiento.
Cacho ha viajado varias veces all¨ª, como jefe de la estaci¨®n espa?ola Juan Carlos I en la isla Livingston. Es un periplo al pasado que arroja pistas sobre el futuro. Hay ecos de visionarios que resuenan, ¡°mentes preclaras¡±, comenta. El brit¨¢nico James Weddell, experto navegante y comerciante de pieles de focas, llevado por las descripciones de las costas de las islas ant¨¢rticas ¡°adoquinadas con guineas de oro, es decir, de focas¡±, hizo suculentos negocios, explica Cacho. Pero tras las matanzas y exterminios que vinieron con las oleadas de los barcos foqueros, donde los marinos esquilmaban las costas de esos animales, embadurnados de sangre y grasa, Weddell advirti¨® que no se pod¨ªa continuar as¨ª; matar hembras que amamantaban a cr¨ªas que no sobrevivir¨ªan al a?o que viene. Pero nadie le escuch¨®.
Fue Henry Bull, un hombre de negocios noruego afincado en Australia, el primero en pisar el continente helado en otro enero, el de 1895, ya con un ballenero de motor a vapor. ¡°Era un hombre de oficina, un rom¨¢ntico, un entusiasta¡±. Convenci¨® a un armador para montar una expedici¨®n de caza de ballenas y logr¨® hollar la terra incognita, culminando el sue?o de los primeros pioneros.
Este continente, 30 veces mayor que Espa?a, simboliza el futuro que nos jugamos con el calentamiento global. Javier Cacho es optimista. Los tratados ant¨¢rticos aseguran una protecci¨®n contra el apetito comercial de la ¨²nica zona virgen del planeta para las siguientes generaciones. La Ant¨¢rtida es la ¨²ltima barrera contra el cambio clim¨¢tico, el espejo donde debemos mirarnos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y abandonar nuestra dependencia de combustibles f¨®siles. ¡°Dentro de su fragilidad, es la que mejor va a resistirlo¡±, concluye Cacho, ¡°la parte occidental est¨¢ expuesta al deshielo, pero la oriental, dos veces m¨¢s grande, se refuerza con acumulaciones en los pr¨®ximos a?os.?
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