Naciones y soberan¨ªas
S¨¢nchez habla ahora de plurinacinacionalidad y de "una federaci¨®n de soberan¨ªas compartidas". Es una influencia directa de Iglesias, que nos retrotrae a la promoci¨®n del invento por el PNV para edulcorar el plan Ibarretxe
Pas¨® hace muchos a?os. En 1978 particip¨¦ en el primer congreso legal del PCE, con la delegaci¨®n del pec¨¦ de Euskadi. Recuerdo del episodio cuatro cosas. Una fue el surrealista debate en secci¨®n sobre Lenin, donde el dirigente catal¨¢n dedic¨® media intervenci¨®n a proponer su abandono y otra media a conservar el leninismo. Otra fue el duo de canciones mineras que se montaron en un descanso Dolores Ibarruri y Roberto Lertxundi. Luego sigui¨® una cordial conversaci¨®n, en la cual trat¨¦ sin ¨¦xito de convencer al observador Javier Pradera de que el PCE se democratizaba de verdad y no de fachada. La prueba de que ¨¦l ten¨ªa raz¨®n lleg¨® pronto. Los asistentes pudieron proponer miembros del Comit¨¦ Central, pura fantas¨ªa, pues como se dice en lenguaje futbol¨ªstico, ya estaba todo el pescado vendido. Yo aprovech¨¦ mis dos minutos para proponer a Rafael Rib¨® y a un delegado tambi¨¦n del PSUC, de nombre Manuel Castells. Advert¨ª que dejarle fuera del CC era un lujo que el partido no pod¨ªa permitirse. In¨²til.
Evoco el episodio porque desde entonces mi valoraci¨®n del soci¨®logo solo ha tenido motivos para acentuarse. Sin duda su presencia en el nuevo Gobierno es la garant¨ªa de que al frente de Universidades va a estar un intelectual de excepcional calidad, aunque no ser¨¢ f¨¢cil que encaje con la inclinaci¨®n de Podemos hacia la gratuidad de la ense?anza superior. La bienvenida nada tiene que ver con las posiciones declaradas de Castells sobre el conflicto catal¨¢n, en sus art¨ªculos de La Vanguardia, sesgadas a mi juicio, pero que en nada afectan a lo esencial de su tarea.
El problema aqu¨ª reside en el desfase existente entre la capacidad de argumentaci¨®n de Castells, sobre el movimiento catal¨¢n y la autodeterminaci¨®n, cuando estos temas se planteen en el Consejo de Ministros, y el vac¨ªo hasta ahora observable en la reflexi¨®n del PSOE y de S¨¢nchez sobre los mismos. Tal era ya la principal fuente de mi desconfianza ante la mesa PSOE-ERC: la confusi¨®n de objetivos y conceptos de un lado, la determinaci¨®n a la hora de fijar los fines de otro.
Otros art¨ªculos del autor
A la vista de los preliminares, el acuerdo representa un indiscutible avance soberanista, con la bilateralidad como principio, que nada tiene que ver con anteriores mesas bilaterales t¨¦cnicas. Tambi¨¦n en la cl¨¢usula de que solo catalanes votar¨¢n el eventual acuerdo y que ese voto ser¨¢ una "consulta". Recordemos la de Gibraltar aun reciente, siendo ministro Moratinos, atendiendo a la cual sabemos que "consulta" es refer¨¦ndum disfrazado, con lo que esto significa de cara a la Constituci¨®n. Por eso el Gobierno se ve obligado a ejecutar una danza india en torno a la ley fundamental: todo se har¨¢? "al amparo de la Constituci¨®n", nunca seg¨²n su cumplimiento estricto. En el acuerdo PSOE-ERC, silencio. En el acuerdo PSOE-PNV, m¨¢s silencio, con el a?adido al avalar "el nuevo Estatuto" (?) de la prioridad para "los sentimientos nacionales de pertenencia". Son votos demasiado caros. Tal vez semejante giro resulta imprescindible ante la gravedad del "conflicto" catal¨¢n; solo que es preciso reconocer el riesgo de la apuesta.
Por eso son de primera importancia las reiteradas muestras socialistas de desconcierto en torno a la composici¨®n plurinacional de Espa?a y al propio concepto de naci¨®n. Cada vez que en la campa?a los portavoces del PSOE, o el propio Pedro S¨¢nchez, eran interrogados mal¨¦volamente sobre cuantas naciones hab¨ªa en Espa?a, no respond¨ªan, salvo Iceta y era peor. La confusi¨®n viene de Zapatero, a quien debieron convencerle de que las naciones eran algo evanescente, indefinido, y que por lo tanto el status nacional de Espa?a era cosa de la derecha neofranquista. Claro que los nacionalistas en Euskadi y en Catalu?a piensan y act¨²an de otro modo, bien concreto. Atendiendo sin saberlo a la definici¨®n de Stalin, las naciones son para ellos expresi¨®n de un conjunto de rasgos objetivos, del cual se deduce la exigencia de que alcancen una soberan¨ªa pol¨ªtica. Consecuencia bien simple: Catalunya y Euskadi son naciones plenas y Espa?a solo un Estado que las domina y oprime. Esta es su plurinacionalidad, posiblemente tambi¨¦n la de Iglesias, y como parece obvio la soluci¨®n democr¨¢tica es en ¨²ltimo t¨¦rmino la independencia. Subvencionada, eso s¨ª, con el concierto en el caso vasco. Aqu¨ª el federalismo es siempre enemigo.
La cosa cambia si pensamos que las naciones son producto de la historia, en su gestaci¨®n ¡ªy en su destrucci¨®n¡ª intervienen los mitos, pero consisten en algo m¨¢s que comunidades imaginarias, ya que dependen de algo real, la conciencia identitaria, estable y comprobada, que se apoya en un proceso evolutivo y se materializa en la existencia de un denominador com¨²n cultural y en un comportamiento pol¨ªtico tan verificable como la identidad. Esta proyecci¨®n pol¨ªtica cobra forma a fines del siglo XVIII, cuando se hace preciso afirmar un sujeto que represente al propio colectivo, con Rousseau como soporte doctrinal: la naci¨®n francesa frente al enemigo exterior, el Rey en la Revoluci¨®n; la independencia espa?ola contra la invasi¨®n napole¨®nica en 1808. De ah¨ª que no sea una ficci¨®n neofranquista afirmar que Espa?a es una naci¨®n, en cuya gestaci¨®n secular desempe?¨® un papel importante la uni¨®n de coronas de los Reyes Cat¨®licos, despu¨¦s de una persistencia larvada en la Edad Media, que arranca nada menos que del manuscrito moz¨¢rabe de 754, calificando la invasi¨®n musulmana de ruina Spaniae, como sociedad, no referente geogr¨¢fico.
Tampoco es simple alusi¨®n geogr¨¢fica el reconocimiento de Espa?a por los grandes te¨®ricos del siglo XVI, ni casualidad que en La Numancia de Cervantes, el protagonista se llamara Espa?a. Otra cosa es que la construcci¨®n nacional sufriera una serie de estrangulamientos a lo largo del siglo XIX, vinculados al atraso econ¨®mico. Como resultado, lejos del caso franc¨¦s, el fracaso de los procesos de integraci¨®n ¡ªdel mercado nacional a la educaci¨®n o al ej¨¦rcito¡ª abri¨® la puerta a procesos de construcci¨®n nacional alternativos en Catalu?a y en el Pa¨ªs Vasco. Nacionales en cuanto asentados sobre s¨®lidos antecedentes ideol¨®gicos y econ¨®micos. Desde la conciencia identitaria, evaluable a partir de la transici¨®n, el balance es inequ¨ªvoco: en ambas prevalece la identidad dual, siempre hasta 2010 con predominio de la aut¨®ctona y con presencia de la espa?ola. Al reconocer este l¨ªmite, llegamos a otra concepci¨®n, estrictamente positiva y no ideol¨®gica, de la identidad y de la naci¨®n. La plurinacionalidad es diversidad y vinculaci¨®n. El federalismo puede muy bien ser su expresi¨®n pol¨ªtica.
Pedro S¨¢nchez habla ahora de plurinacinacionalidad y de "una federaci¨®n de soberan¨ªas compartidas". Es una influencia directa de Pablo Iglesias, que en realidad nos retrotrae a la promoci¨®n del invento por el PNV para edulcorar el plan Ibarretxe. Dos observaciones al respecto. En contra de una opini¨®n general, el federalismo no es fragmentaci¨®n del poder, sino establecimiento de poderes territoriales intermedios, bien delimitados en sus competencias y alcance, con un centro de decisiones un¨ªvoco en el v¨¦rtice. Otra cosa es confederaci¨®n. Y a partir de ah¨ª las "soberan¨ªas compartidas" suponen que dos sujetos pol¨ªticos ¡ªlos Estados catal¨¢n o vasco¡ª comparten ese poder de decisi¨®n ¨²ltimo con el Estado central. Soluci¨®n transitoria para sofocar incendios, pero con un ¨²nico punto de llegada: la fractura definitiva.
Antonio Elorza es profesor de Ciencia Pol¨ªtica.
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