Promesas, juramentos y perjurios
?Para qu¨¦ hacer el parip¨¦, para qu¨¦ hacer el idiota y ponerse una corbata, si todo est¨¢ vac¨ªo de contenido y no cuenta?
A RA?Z DE LA RID?CULA toma de posesi¨®n de nuestros diputados tras las pen¨²ltimas elecciones, escrib¨ª una columna titulada ¡°Congreso o guarder¨ªa¡±, creo. El pueril espect¨¢culo volvi¨® a darse tras las ¨²ltimas, quiz¨¢ aumentado y con la misma pasividad c¨®mplice de la Presidenta del Congreso Batet, de la que sol¨ªa tener buena idea (me temo que ¨®rdenes son ¨®rdenes, y eso rige por igual en todos nuestros punitivos partidos). Hace meses se?al¨¦ que algunos juramentos o promesas rebasaban la idiotez para entrar de lleno en la contradicci¨®n, por lo que a mi parecer deber¨ªan haber sido invalidados. Una cosa es prometer o jurar ¡°por imperativo legal¡±, la coletilla que abri¨® la caja de los caprichos y las cursiladas, y otra ¡°por el 1 de octubre y hasta la creaci¨®n de la Rep¨²blica Catalana¡±, sucesos que contravienen las leyes y que justamente intentan o han intentado acabar con la Constituci¨®n, el Estado de las Autonom¨ªas y la monarqu¨ªa parlamentaria vigentes. No es posible jurar o prometer fidelidad a algo y a su contrario, y encima en la misma frase. En ambas tomas de posesi¨®n se dieron por buenas todas las extravagancias e incongruencias: ¡°Bah, pelillos a la mar¡±, ser¨ªa la expresi¨®n coloquial con la que se despach¨® el asunto. O bien con esta otra, tan ranciamente espa?ola: ¡°Total, qu¨¦ m¨¢s da¡±.
A continuaci¨®n de la consentida farsa en el Congreso, vino otra ¡°jura¡±, la de los miembros del nuevo Consejo de Ministros. De ¨¦stos, hubo dos que se refirieron al ¡°Consejo de Ministras?¡±, organismo que no existe, por lo que, seg¨²n juristas de prestigio, la promesa podr¨ªa ser nula. Pero, por supuesto, nadie va a impugnarla en un pa¨ªs en el que las palabras se han vaciado de significado o se han retorcido, y en el que da lo mismo cu¨¢les se empleen, cu¨¢les se cumplan y a cu¨¢les se falte. Ahora bien, a los poqu¨ªsimos d¨ªas de esta vacua ceremonia ministerial, al flamante titular de Consumo, Alberto Garz¨®n, se le pregunt¨® en una entrevista (cito de memoria): ¡°Prometi¨® lealtad al Rey, o a la Corona, o defenderlos. Usted siempre ha llamado al Rey ¡®Ciudadano Felipe de Borb¨®n¡¯. ?Dejar¨¢, pues, de hacerlo?¡± A lo que el ciudadano Garz¨®n, ya Ministro del Reino, contest¨® con vanidad y desahogo, en parte para contentar a su parroquia: ¡°No, seguir¨¦ refiri¨¦ndome a ¨¦l as¨ª, y esforz¨¢ndome por erradicar la Monarqu¨ªa, por m¨¦todos legales¡±. Garz¨®n es muy libre de anteponer sus convicciones y el halago a sus fieles a toda otra consideraci¨®n, pero entonces deber¨ªa haber rechazado el cargo, haberse negado a prometer nada y haberse quedado en su esca?o de diputado. Porque lo que estaba reconociendo con absoluto descaro es que unas fechas antes hab¨ªa cometido perjurio en la solemne ceremonia de la que sali¨® con cartera (que yo sepa, no hay vocablo equivalente a ¡°perjurio¡± cuando se promete de mentira; la empleo para entendernos). Lo que vino a admitir fue: ¡°Bueno, es que hab¨ªa que atenerse a la f¨®rmula, pero fui falaz, porque para m¨ª el Rey no es tal ni Jefe del Estado, sino un ciudadano a secas, y adem¨¢s me propongo acabar de una vez con la instituci¨®n que representa. As¨ª que, de lealtad o defensa, nada de nada¡±.
Hay pa¨ªses, como los Estados Unidos, en los que perjurar es grav¨ªsimo y acarrea c¨¢rcel. Hasta el punto de que, hace tiempo, a quien llegara all¨ª se le preguntaba algo absurdo: ¡°?Tiene usted intenci¨®n de atentar contra la vida del Presidente?¡± Todo el mundo, obviamente, respond¨ªa que no. La raz¨®n de la ociosa pregunta era que, a quien tratara de matar a Nixon, Carter o Reagan, se le a?adir¨ªa a posteriori el delito no balad¨ª de perjurio. All¨ª, a mucha gente le han ca¨ªdo penas, o total descr¨¦dito, por mentir bajo juramento ante un comit¨¦ senatorial o en un juicio. En Espa?a no s¨®lo no pasa nada, sino que a quien pretendiera que eso tuviera consecuencias se lo tildar¨ªa de anticuado, tiquismiquis o fascista, t¨¦rmino ya carente de sentido a fuerza de abuso. Entiendo que nuestra sociedad no atiende a protocolos ni etiquetas ni ceremonias. Que quienes participan en estas ¨²ltimas las ven s¨®lo como un incordio, una pantomima, y se las pasan por el forro. Han caducado los tiempos en que la gente se tomaba en serio la promesa hecha, la palabra dada, que todav¨ªa los ni?os de mi infancia llamaban ¡°palabra de honor¡± (qu¨¦ anacr¨®nico, ?no?, si en el honor no cree nadie). Somos una sociedad ¡°desenfadada¡± y adem¨¢s lo tenemos a gala (bueno, en todo lo dem¨¢s muy enfadada). Pero de ah¨ª a que un Ministro admita p¨²blicamente que le ha mentido a la cara a Felipe de Borb¨®n hace escasos d¨ªas, y que ha prometido desempe?ar su cargo sin suscribir gran parte de lo enunciado en la mera ¡°f¨®rmula¡±, hay un trecho. El trecho revela que no se puede confiar en ¨¦l en absoluto; que lo que promete carece de valor; que su supuesta lealtad a la Constituci¨®n y al Rey es falsa de arriba abajo. S¨ª, aqu¨ª nada importa. Pero despu¨¦s de semejantes tomas de posesi¨®n, de diputados como de ministros, lo coherente es que se supriman todas y sus correspondientes ceremonias, y que nadie jure ni prometa nada. ?Para qu¨¦ hacer el parip¨¦, para qu¨¦ hacer el idiota y ponerse una corbata, si todo est¨¢ vac¨ªo de contenido y no cuenta, y si el lema de nuestra desaprensiva clase pol¨ªtica viene a ser: ¡°S¨ª, dije esto y lo otro, pero lo dije de mentirijillas y en realidad no val¨ªa¡±?
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