Segunda parte
Espero que este texto nos anime a pensar en qu¨¦ decimos exactamente al pronunciar la palabra democracia
EL MENSAJE me lleg¨® justo despu¨¦s de Navidad, entre cena y cena. Mi hermano Manuel me lo cont¨® por encima, una amiga de mi mujer, no s¨¦ qu¨¦ de Almer¨ªa, m¨ªratelo, a ver qu¨¦ se te ocurre¡ Acab¨® un a?o, empez¨® otro, los Reyes vinieron, se marcharon y, a mediados de enero, un autob¨²s se empotr¨® contra un coche en la calle de Carlos VII de Estella.
Termin¨¦ mi ¨²ltimo art¨ªculo con la desasosegante sensaci¨®n de haber escrito de menos, pero los d¨ªas pasaron a la fren¨¦tica velocidad a la que se suceden cuando publico un libro nuevo y la fecha de entregar un nuevo art¨ªculo, el que ustedes est¨¢n leyendo ahora mismo, me pill¨® por sorpresa. ?Tan pronto?, me pregunt¨¦, ?y qu¨¦ escribo yo ahora? Entonces me acord¨¦ de mi hermano, de mi cu?ada, de su amiga de Almer¨ªa, y le ech¨¦ un vistazo al tema. No les dir¨¦ que se me hel¨® la sangre porque sucedi¨® m¨¢s bien lo contrario. Lo que le¨ª me calent¨® el coraz¨®n. El azar no suele aliarse con el amor, pero eso fue exactamente lo que me ocurri¨® al releer una historia conocida.
Gald¨®s la cuenta en El terror de 1824, el s¨¦ptimo volumen de la segunda serie de los Episodios nacionales, publicado en 1877. En 1823, la Corona francesa envi¨® a Espa?a un ej¨¦rcito, conocido popularmente como los Cien Mil Hijos de San Luis, para derrocar al Gobierno liberal y apoyar la monarqu¨ªa absoluta de Fernando VII. As¨ª comenz¨® lo que se conoce como D¨¦cada Ominosa, por m¨¢s que a los carlistas les pareciera blandita, pero los liberales no se rindieron. A pesar del aviso para navegantes que supuso la ejecuci¨®n del general Riego, primero ahorcado, despu¨¦s decapitado en la plaza de la Cebada de Madrid, sus correligionarios se organizaron, se conectaron, buscaron dinero, reclutaron voluntarios entre los liberales europeos para volver a luchar en Espa?a por la libertad y la Constituci¨®n de 1812. Y, nunca mejor ni m¨¢s tristemente dicho, volvieron a navegar.
Partiendo de Gibraltar en tres faluchos, 65 liberales tomaron Tarifa por asalto el 2 de agosto de 1824. Cuatro d¨ªas m¨¢s tarde, 49 voluntarios, uniformados con las chaquetas rojas del Ej¨¦rcito brit¨¢nico, zarparon hacia Almer¨ªa. No se lo van a creer, pero su jefe se llamaba¡ Pablo Iglesias. Tuvieron mala mar y no llegaron hasta el d¨ªa 14. Perdido el factor sorpresa, conocida la situaci¨®n de Tarifa, al acercarse a la ciudad se encontraron con un contingente de tropas absolutistas que los superaba en armamento y n¨²mero. Muchos murieron all¨ª mismo. El resto, 22 hombres, fueron capturados, puestos de rodillas y fusilados por la espalda, sin juicio ni sentencia, el 24 de agosto. A Pablo Iglesias, madrile?o, le devolvieron a su ciudad, le juzgaron en abril de 1825 y le fusilaron un a?o y un d¨ªa despu¨¦s que a sus hombres.
Los almerienses nunca los han olvidado. Los llaman de dos maneras, coloraos, por el color de sus casacas, y M¨¢rtires de la Libertad, tal como se bautiz¨® el monolito que los recuerda en la plaza de la Constituci¨®n de su ciudad aunque, como son como son, el monumento es m¨¢s conocido como Pingurucho. Lo que quer¨ªa la amiga de mi cu?ada era que yo les contara esta historia, porque el Ayuntamiento de la ciudad quiere quitarlo de all¨ª. No ser¨ªa la primera vez que ocurre. Construido entre 1868 y 1870, en 1943 fue demolido con ocasi¨®n de una visita de Franco y la excusa de que estaba muy deteriorado. Reconstruido en 1988 por petici¨®n popular, ahora vuelve a correr peligro. Las autoridades dicen que quieren trasladarlo a otro lugar, como si existiera alguno mejor que la plaza de la Constituci¨®n para recordar a quienes dieron la vida por ella. Los expertos afirman que no se podr¨ªa trasladar sin destruirlo.
Y as¨ª estamos en este pa¨ªs nuestro de todos los demonios, donde los carlistas caen tan simp¨¢ticos y quienes se arrogan el t¨ªtulo de constitucionalistas aspiran a borrar por cualquier medio la memoria de los constitucionalistas aut¨¦nticos, los espa?oles que vivieron y murieron por la libertad de todos.
Ya s¨¦ que se dice que segundas partes nunca fueron buenas, pero espero que este texto, m¨¢s a¨²n que el anterior, nos anime a pensar en qu¨¦ decimos exactamente, qu¨¦ dicen los espa?oles que nos rodean, al pronunciar la palabra democracia.
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