Precisi¨®n y castigo: por qu¨¦ deber¨ªamos reconciliarnos con la impuntualidad
No se enfade. Si el conductor le trae la cena m¨¢s tarde de lo que indica la ¡®app¡¯, la culpa no es del tr¨¢fico, sino de su concepci¨®n imperialista del tiempo
Uno de mis relojes favoritos es un Seiko autom¨¢tico que un d¨ªa apareci¨® en el escaparate de una joyer¨ªa de barrio. La joyera me dijo que lo hab¨ªa encontrado en el fondo de un caj¨®n donde deb¨ªa llevar 40 a?os. ¡°Es posible que se retrase un poco de vez en cuando, pero es un reloj buen¨ªsimo¡±, me dijo. Me qued¨¦ pillado pensando en esa paradoja. Sobre todo porque es verdad; los relojes autom¨¢ticos se cargan con el movimiento natural del brazo, as¨ª que, si uno lo deja un par de d¨ªas en la mesilla, tarda algo de tiempo en ponerse a tono. Desde que lo utilizo, cuando miro la esfera, s¨¦ que la hora que marca es aproximada. Y, curiosamente, no me parece tan mal. Esa peque?a inexactitud, esos minutos perdidos, tampoco importan tanto. Y la exactitud, por otro lado, siempre me ha puesto un poco nervioso.
Hace poco escuch¨¦ al presidente de una relojera defender que algunos modelos mec¨¢nicos, que no son autom¨¢ticos y exigen que se les d¨¦ cuerda a diario, generan ¡°una relaci¨®n interesante con su due?o¡±. La cuesti¨®n no carece de guasa, ?por qu¨¦ gastar varios miles de euros en un reloj humanodependiente cuando cualquier modelo de cuarzo ¨Ces decir, con pila¨C funciona mejor? Posiblemente tenga que ver con que la mec¨¢nica, en el fondo, es algo m¨¢s cercano a la piel que lo digital, por mucho que las pantallas t¨¢ctiles de los m¨®viles parezcan empe?adas en parecer animalitos.
En cualquier caso, yo quer¨ªa contar esta historia para hablar de la resistencia heroica frente a la precisi¨®n. En Mary Poppins sal¨ªa un personaje fascinante, el Almirante Boom, que desde la azotea de su casa victoriana marcaba las horas con salvas de ca?¨®n. ¡°El mundo se rige por el horario de Greenwich, y Greenwich por el del almirante Boom¡±, explicaba Dick Van Dyke a los ni?os Banks. Yo, ni?o que sincronizaba el Casio con los pitidos de la radio, no comprend¨ªa d¨®nde estaba la gracia. No entend¨ªa lo de Greenwich porque no sab¨ªa que, hasta el siglo XIX, por ejemplo, la hora de Londres no era la de Plymouth o la de Oxford. En Inglaterra decidieron acabar con este coffee for everyone porque los desfases eran incompatibles con los horarios de los trenes, pero el proceso fue lento.
En 1842, un cristalero llamado Abraham Follett Osler recaud¨® fondos para erigir un reloj en el ayuntamiento de Birmingham con el ¨²nico fin de colarse en ¨¦l de noche para sincronizarlo con la hora de Londres. Todav¨ªa no tengo claro si fue un h¨¦roe del progreso o el hombre que acab¨® con la magia para siempre, pero me acuerdo de ¨¦l cada vez que me impaciento porque el taxi tarda un minuto m¨¢s de lo que indica la aplicaci¨®n o Google Maps me lleva por una ruta secundaria que (?oh!) me hace perder 27 segundos. En esos momentos de estupidez profunda, un reloj que renquea un poco es la mejor cura de humildad que uno puede tener a mano. Un bofet¨®n tambi¨¦n, pero duele m¨¢s y no es ni la mitad de bonito.
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