Elvira Lindo regresa a su infancia a orillas del pantano de El Atazar
Elvira Lindo cumple con su nuevo libro el sue?o de convertir a sus padres en personajes para recuperar la memoria itinerante, alegre y dolorosa de su infancia y adolescencia.
Mi padre era un hombre que volv¨ªa. Visit¨® todos los lugares donde hab¨ªa vivido. Ten¨ªa el mismo amor por los sitios que por la gente¡±. Vamos camino de la presa de El Atazar, el mar de Madrid, uno de los grandes proyectos de ingenier¨ªa que Franco hizo construir, un pantano en el r¨ªo Lozoya que provee el 46% del agua que se bebe en la capital. Mirando ese embalse, entre pinos y una tierra herida y seca ¡°que parec¨ªa un escenario lunar¡±, la escritora Elvira Lindo pas¨® la infancia que mejor recuerda: entre los cinco y los nueve a?os. Ella y sus amigos eran ¡°los ni?os del pantano¡±. Viv¨ªan en un poblado construido para alojar a trabajadores de la presa, como su padre, que era auditor. ¡°Los obreros sin familia dorm¨ªan en barracones. Los cargos medios, en chalets, y los ingenieros, en un pedazo de chalet. Todo dicho desde la austeridad: no hab¨ªa lujo¡±, apunta Lindo al subir al coche. Nos dirigimos al poblado. ¡°M¨¢s bien a la nada¡±, advierte. ¡°Hoy es un lugar vac¨ªo habitado solo por fantasmas¡±.
El poblado est¨¢, efectivamente, desierto, pero tambi¨¦n cuidado. Alguien vela por que la vegetaci¨®n no lo devore todo. Hay que imaginarlo aislado: senderos en lugar de carreteras. En uno de los collados, una cruz anuncia la iglesia. A su lado, en la escuela, una ¨²nica aula sentaba juntos a cr¨ªos de todas las edades. ¡°Los mayores de 10 ten¨ªan que irse a internados. El resto conviv¨ªamos pegados con cierta prudencia porque llevarnos bien era necesario viviendo en la cumbre¡±.
La escritora posa junto a la valla que hizo construir su padre para que no se despe?aran rodando por el precipicio que termina en el pantano. Viv¨ªa en la casa que queda junto al abismo. Era salir y mirar al infinito. En ese paraje escarpado es f¨¢cil imaginarla como una Heidi manchega. ¡°Ay, s¨ª, la familia Oca?a me llamaba Heidi¡±.
Lindo corr¨ªa entre las cabras, aunque la cabrera era otra, Mar¨ªa, una muchacha despierta, muy poco mayor que ella, que les hac¨ªa de asistenta. La escritora recuerda c¨®mo su padre negoci¨® con el de la joven para emplearla: ¡°Se hac¨ªa as¨ª. Puede parecer atroz, pero tambi¨¦n la sac¨® de una realidad horrible¡±.
¡ª?La ha vuelto a ver?
¡ªNo. Mi padre nunca perdi¨® el contacto. Creo que se cas¨® con un carnicero. Tal vez era pescadero.
El padre de Elvira emple¨® a Mar¨ªa. Luego se preocup¨® por ella toda la vida. ¡°Esa mano / a veces protectora / a veces cruel / tan amada siempre por m¨ª¡±, escribe Lindo. Entre esos extremos se mov¨ªa Manuel Lindo, un hombre convertido en personaje de novela con una vida tan singular y un car¨¢cter tan ind¨®mito que uno siente fascinaci¨®n, miedo, ternura y curiosidad al instante de saber de ¨¦l. Carism¨¢tico, ciclot¨ªmico y capaz de vender su alma al diablo por un poco de amor, el gran protagonista de la nueva novela de Elvira Lindo ¡ªA coraz¨®n abierto (Seix Barral), que llega estos d¨ªas a las librer¨ªas¡ª es ese tipo de persona que convierte en secundarios a cuantos lo rodean. Elvira era uno de esos secundarios.
Descrito como ¡°un bicho, merecedor de las bofetadas que le propinaba mi abuela¡±, el padre de Lindo ven¨ªa de la calle. ¡°?C¨®mo va a empatizar con el dolor de los dem¨¢s alguien a quien no se le ha permitido mostrarlo?¡±. Fumaba dentro del coche, hac¨ªa esperar a toda la familia cuando se le ocurr¨ªa parar a pescar, coqueteaba con las amigas de su hija e invad¨ªa la mente de sus v¨¢stagos con eternas peroratas. Manuel Lindo hab¨ªa sido expulsado de su casa. Con nueve a?os lleg¨® desde M¨¢laga hasta la plaza del Campillo del Mundo Nuevo en el Rastro de Madrid para pedirle cobijo a una t¨ªa enfermera, ¡°la Bestia¡±. Corr¨ªa 1939 y Madrid estaba derrotada, poblada por el hambre, los tullidos y la desesperanza.
La madre de Manuel regent¨® en M¨¢laga una casa de hu¨¦spedes y se hizo rica, pero muri¨® sin nevera. Fue avispada para todo menos para detectar el enga?o de Fernando, el homosexual con el que se acostaba y que acabar¨ªa arruin¨¢ndola. Fue ella quien, por falta de medios, ech¨® al padre de Elvira de casa. Lo hizo porque era el hijo m¨¢s espabilado.
El poblado de El Atazar es como una aparici¨®n en una cima de Somosierra. Hay una docena de casas blancas en torno a una plaza, bancos para observar el panorama y dos piscinas: ¡°La de los hijos de los obreros y la de los ingenieros¡±. Lindo cuenta que su padre protest¨® porque separaran a los ni?os. Como resultado, ella se ba?¨® con los hijos de los obreros. Pero eso no lo recoge en la novela: ¡°No quer¨ªa hacer una hagiograf¨ªa¡±. Al contrario que su progenitor, su madre, Antonia, fue un personaje casi et¨¦reo que se desahog¨® del desamor de su marido con sus dos hijas. ¡°Siempre lo puso a ¨¦l por delante de nosotros cuatro¡±. Esa lecci¨®n tan pol¨ªticamente incorrecta sobre la fuerza obsesiva del amor est¨¢ presente en el libro. Tambi¨¦n las contradicciones de una amorosa madre de cuatro hijos capaz de irse de casa. Aunque luego volviera.
¡ªDesde que acab¨¦ el libro, echo de menos a su padre.
¡ªF¨ªjate. No quer¨ªa idealizarlos. Quer¨ªa rescatarlos con los conflictos que me provocaban. Ten¨ªa la sensaci¨®n de que el perd¨®n, la compasi¨®n y hasta la comprensi¨®n son sentimientos que debes tener hacia las personas que te han criado. Tus padres no viven solo en funci¨®n de la relaci¨®n que tienen contigo. Tienen su mundo.
Lo que su padre sent¨ªa por su madre lo supo Elvira Lindo gracias a la mujer con la que se cas¨® cuando enviud¨®. ¡°Una persona muy generosa. Igual a m¨ª no me hubiera gustado escuchar a mi marido hablar de los hermosos pechos de su primera mujer, pero mi padre lo soltaba con naturalidad¡±.
¡ªParece ser que lo soltaba todo: lo bueno y lo malo.
¡ªTen¨ªa p¨²blico: amigos en las barras de todos los bares.
Lindo cree que su propia personalidad qued¨® aferrada a la infancia porque su madre no quer¨ªa que creciera. Estaba enferma. Y la escritora tuvo que cuidarla y distraerla. Eso le exig¨ªa seguir siendo ni?a. Hoy piensa que cuidar es entender. Un recurso femenino de la ¨¦poca era no poder hacer nada a las claras, pero intentarlo por corrientes subterr¨¢neas. ¡°Mi padre pod¨ªa imponer su voluntad. Mi madre buscaba nuestra complicidad: pon¨ªa a las ni?as de su parte¡±, explica.
¡ªHoy un psic¨®logo afear¨ªa esa manipulaci¨®n.
Viv¨ªa en la casa que queda junto al abismo. Era salir y mirar al infinito. Aqu¨ª es f¨¢cil imaginarla como una Heidi manchega
¡ªPero igual sin esa posibilidad mi madre no hubiera sobrevivido. Si miramos los a?os setenta desde un punto de vista feminista, tratamos de que los personajes act¨²en seg¨²n los condicionamientos del presente, y eso no fue as¨ª: ellos ten¨ªan los suyos. Nuestros hijos tendr¨¢n otros. Creo que mi madre hubiera cambiado con el tiempo. Pero no hubiera sido f¨¢cil: no ten¨ªa dinero propio. Y sin dinero propio no se puede ser casi nada. Todo esto lo he visto con la edad. Los a?os cambian el punto de vista.
A Lindo le ha costado escribir sobre sus padres hasta que decidi¨® que ¡°o lo hac¨ªa como una bomba o no ten¨ªa sentido¡±. ¡°Quer¨ªa darles dimensi¨®n de personajes de novela. Desde peque?a me parecieron distintos a los dem¨¢s. A veces presum¨ªamos de esa diferencia. Otras nos alarmaba: qu¨¦ va a decir pap¨¢, a qu¨¦ hora va a llegar. Mi padre ten¨ªa magnetismo entre los primos y los amigos. Era un poco Hamelin, pero tambi¨¦n era impredecible¡±.
Contradictorio y extremo, el padre era lo mejor y lo peor: dif¨ªcilmente sab¨ªa contener su temperamento. Pod¨ªa parar el coche y pegarles un bofet¨®n a los cuatro hermanos. ¡°Pero al final de su vida, fuimos descubriendo la cantidad de amigos que ten¨ªa en todos los lugares donde hab¨ªamos vivido. Creo que sus hijos lo pon¨ªamos nervioso. Tem¨ªa que hici¨¦ramos algo que le complicara la vida. Tambi¨¦n tem¨ªa perdernos. Y nos trasladaba ese miedo. Era algo obsesivo que ven¨ªa de un trauma. Su identidad ¨¦ramos nosotros. Y nosotros ¨¦ramos suyos, otra cosa de la ¨¦poca¡±.
Ese padre carism¨¢tico y desp¨®tico que no tiene valor para entrar en la casa cuando su mujer ha muerto. Por su parte la madre, en su vida n¨®mada detr¨¢s de los empleos de su marido, traslada muebles en un intento de hacer de su casa cambiante un lugar fijo, ¡°una patria¡± escribe Lindo. La propia escritora cree que tambi¨¦n ella era una ni?a distinta en cada destino. En Madrid, m¨¢s all¨¢ de la M-30, termin¨® siendo una chica de barrio. En Mallorca, en el colegio Sagrado Coraz¨®n, fue medio pija. ¡°En eso creo que me parezco a mi padre: encuentro cosas que me gustan en todas partes¡±.
Vivieron en C¨¢diz, Tarragona, Palma o Buitrago, adem¨¢s de en el poblado. Aqu¨ª lleg¨® con cinco a?os. ¡°El padre de una amiga muri¨® en la obra. Y el m¨ªo consigui¨® que la viuda, Virtudes, y sus seis hijas se quedaran. La menor termin¨® de secretaria de mi padre. Y hace poco Virtudes cumpli¨® 80 a?os y la trajeron de vuelta al poblado. Mis amigas de entonces viven en Madrid. Como ni?os del pantano mantenemos la relaci¨®n¡±.
La escritora ha sido luego bastante n¨®mada en su vida adulta. Ha vivido con su marido, Antonio Mu?oz Molina, en Lisboa, y 10 a?os en Nueva York. ¡°Regresamos porque se me hab¨ªa acabado la experiencia. No era mi sitio: quer¨ªa volver a un lugar m¨¢s amable. No necesito la soledad esa de la que hablan para escribir¡±. Admite que su asombro y su frescura, esa manera de ser expansiva y c¨®mica, es una herencia de un padre que hizo de la amabilidad de los compa?eros de barra su morada. ¡°Como me reprimo lo que no me gusta, soy m¨¢s anal¨ªtica y menos salvaje que ¨¦l, pero el impulso est¨¢ dentro de m¨ª: ante algo injusto reaccionar¨ªa como ¨¦l, con fiereza¡±.
La autora de Manolito Gafotas explica que se decidi¨® a escribir sobre su infancia porque cuando contaba cosas de su padre la gente se callaba. ¡°Yo misma hab¨ªa pasado por eso. Escuch¨¢ndolo a veces pensaba que se inventaba las cosas. Una vez lleg¨® a casa diciendo que en Moratalaz estaba Enzensberger. ¡®Ha debido venir con su mayordomo¡¡¯, me dijo. Y yo le respond¨ªa: ¡®Ya, y est¨¢ en Moratalaz¡¡¯. Pero luego mi hijo me cont¨® que lo hab¨ªa visto en el metro. ?Era verdad!¡±, recuerda Lindo.
Ese padre que le¨ªa ¡ªlleg¨® a estudiar Derecho en la UNED¡ª y hablaba sin cesar, ese ni?o que disfraz¨® de aventura la supervivencia durante la posguerra muri¨® en 2015. Fue entonces cuando Elvira regres¨® al pantano. Junto a la presa, una placa conmemora el d¨ªa de 1972 en que el General¨ªsimo la inaugur¨®. Luego Lindo se afiliar¨ªa, con 15 a?os, al Partido Comunista ¡ª¡°con 58 a?os me queda mucho m¨¢s de la ni?a que de la comunista, aunque mantengo un radicalismo enfocado a la igualdad, el feminismo y la ecolog¨ªa, las ideolog¨ªas absolutas ya no me van¡±¡ª.
El comunismo lleg¨® en otro de los escenarios de la infancia: el extrarradio madrile?o. Pero antes la escritora pas¨® por Mallorca y logr¨® tener acento mallorqu¨ªn. En A coraz¨®n abierto escribe de aquella ¨¦poca: ¡°Me gusta m¨¢s esto que la Pen¨ªnsula. No lo digo por peloteo a mis padres, sino porque es la verdad m¨¢xima. Mi padre nos lleva a la playa todos los fines de semana. Yo vomito varias veces por el camino, pero compensa¡±. No lo vivi¨® igual su madre. ¡°A veces quiere estar triste, pero mi padre no la deja¡±. Fue en Mallorca donde se aceler¨® su enfermedad. ¡°Se dej¨® morir¡±. Lindo lo cree porque la acompa?¨® a la ¨²ltima visita al doctor R¨¢bago, otro de los personajes de la novela. Antonia vivi¨® una de las primeras operaciones a coraz¨®n abierto realizadas en Espa?a. La novelista llama a la cicatriz ¡°el ciempi¨¦s¡±. Y relata la depresi¨®n que suele acompa?ar de por vida a estos pacientes. ¡°Tampoco ayud¨® que la relaci¨®n entre mis padres se fuera deteriorando¡±. ¡°Cualquier infancia es dif¨ªcil¡±, zanja hoy. ¡°A mis padres los he querido mucho. Los quiero. Pero solo llegas a verlos como personas cuando ya no est¨¢n¡±.
La mudanza y el cambio continuo generaron en Lindo algunos l¨ªos mentales. ¡°Mis padres no eran religiosos. Pero la empresa pagaba la escuela y la idea de una buena educaci¨®n pasaba entonces por las cat¨®licas¡±. Era alumna de un colegio del Opus cuando se afili¨® al PCE. Les pidi¨® a sus padres que la cambiaran a un centro p¨²blico y la matricularon en un instituto para ni?as. ¡°Ya ves, las ni?as eran tremendas¡¡±. Una de sus amigas, la estilosa Amanda, se ech¨® un novio negro (¡°sub¨ªan el nivel del barrio¡±).
Al padre de Lindo le gustaba Javier Mar¨ªas. Lo consideraba mucho m¨¢s tolerante que ella porque ¨¦l mismo era un fumador empedernido. Junto a las fotocopias de los art¨ªculos de su hija, tambi¨¦n cargaba con alguno de Mar¨ªas. Los llevaba en una bolsa de pl¨¢stico y los repart¨ªa entre sus amigos. A pesar de eso, Lindo insiste en que lo que ha escrito es una novela: ¡°Hay cosas, como su llegada con nueve a?os a Madrid, que he tenido que reconstruir. Los adopt¨¦ como personajes y busqu¨¦ en su vida para desenmara?ar una novela¡±.
El padre de Lindo contaba su infancia como una aventura. ¡°No daba detalles. Y no se quejaba. Era un superviviente con una gran facilidad para portarse mal¡±. Por eso solo con el paso de los a?os comprendieron lo mal que lo pudo pasar. Ten¨ªa tantas ansias de vivir que no dec¨ªa que no a nada. ¡°Cuando envejeci¨® fue porque dej¨® de tener aficiones. Lo hizo de repente: los hombres arrolladores envejecen m¨¢s r¨¢pidamente¡±.
¡°Mis padres me parecieron distintos a los dem¨¢s. A veces presum¨ªamos de esa diferencia. Otras nos alarmaba¡±
Con los padres sucede que estamos hartos de escuchar las historias que nos repiten en casi cada comida. ¡°Uno se cierra para poder tener su propia vida,¡± apunta Lindo. ¡°La ¨²ltima verdad es que lo quise a pesar de su comportamiento extravagante y ego¨ªsta. Necesitaba que el lector experimentara eso: que a las personas no las queremos por su buen comportamiento, a veces las queremos a pesar de su mal comportamiento¡±.
Elvira, por su parte, fue una ni?a esp¨ªa. Hoy su conducta tambi¨¦n ser¨ªa considerada ¨¦ticamente reprobable. ¡°Sin duda. Abr¨ªa las cartas de mi hermana. Espiaba a mis padres. Escuchaba y luego contaba. Me ten¨ªan miedo. En El Atazar los met¨ª en alg¨²n l¨ªo. Me gustaba llamar la atenci¨®n¡±. Como su padre, tambi¨¦n fue una ni?a m¨¢s de calle que de libros. Fue su padre quien le ense?¨® a desobedecer; sin embargo, su actitud ante el mundo no era de liderazgo, sino de observaci¨®n. Eso es esta novela: la evocaci¨®n de una infancia at¨ªpica y a la vez corriente con muchos momentos de incomprensi¨®n.
Uno se queda donde tiene recuerdos. Hoy Elvira Lindo tiene el coraz¨®n dividido en sitios. ¡°Aprend¨ª a dejar parte de m¨ª en cada lugar¡±. Ha perdido la verg¨¹enza por su f¨ªsico ¡ªse ve¨ªa bajita y con los ojos ca¨ªdos¡ª: ¡°Ahora me los pinto. Una logra sacar su atractivo y pasar m¨¢s de todo¡±. Asegura que no ha tenido dificultades para tener novios. Tambi¨¦n que lleva toda la vida hablando con su madre desde que no est¨¢. Con esta novela ha aprendido a mirar a su padre. Por eso defiende que no cree en Dios, pero s¨ª en sus recuerdos.?
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