Lo que no se defiende
Ha costado mucho tener lo que tenemos. Resaltar lo valioso que es, pese a todos los peros. Cuidemos de nuestra democracia
Estaba la otra noche zapeando cuando me top¨¦ con una pel¨ªcula sobre el golpe del 23-F (se titulaba as¨ª, 23-F) dirigida por Chema de la Pe?a y estrenada en 2011, en el 30? aniversario de aquel inmenso soponcio. Me impact¨® no haberme dado ni cuenta hasta ese momento de que est¨¢bamos a 23 de febrero (por eso emit¨ªan la pel¨ªcula), porque durante muchos a?os fue una fecha sombr¨ªa resaltada con un escalofr¨ªo en el calendario. Qu¨¦ maravilla haberla olvidado; qu¨¦ saludable esta desmemoria que normaliza aquella anomal¨ªa que fue el golpe de Estado.
La pel¨ªcula ya estaba avanzada cuando llegu¨¦ a ella y, por lo que vi, me pareci¨® un docudrama bastante convencional. Pero su aspecto semidocumental hizo que cayera sobre m¨ª una catarata de recuerdos en los que hac¨ªa mucho tiempo que no pensaba. Aunque no me gusta vivir mirando hacia atr¨¢s y siempre me burl¨¦ con afecto de los abuelos empe?ados en contar sus batallitas, de repente he sentido la compulsi¨®n de ocupar mi lugar en ese escalaf¨®n vital hacia la nada y empezar a narrar alguna escaramuza propia de mi condici¨®n de testigo a?oso.
C¨®mo explicar, en primer lugar, el miedo que pasamos en la Transici¨®n. Miedo a noches de cuchillos largos; a que vinieran los fachas a matarnos a todos, como hicieron con los abogados de Atocha; circulaban listas con nombres de personas a las que supuestamente iban a ejecutar, y baste decir que en ellas aparec¨ªa hasta yo (una periodista de veintitantos a?os que no militaba en ning¨²n partido ni ten¨ªa ning¨²n poder) para comprender que eran listas locas que inclu¨ªan a todo el mundo. Miedo a la violencia general y real: en la Transici¨®n murieron decenas de manifestantes a manos de la polic¨ªa o la extrema derecha (y hab¨ªa 90 v¨ªctimas de ETA cada a?o). Miedo a que los fascistas nos pusieran una bomba: en los peri¨®dicos nos desalojaban por amenazas d¨ªa s¨ª y d¨ªa no, y al final estallaron dos bombas, una en EL PA?S y otra en El Papus, que mataron a dos trabajadores. Miedo, en fin, al estrepitoso ruido de sables, la amenaza perenne de un levantamiento militar.
Me enter¨¦ del golpe cuando llegaba a una reuni¨®n de la Coordinadora de Asociaciones Feministas en la calle del Barquillo. Una mujer nos esperaba en el portal para decirnos que se hab¨ªa suspendido la reuni¨®n y que nos fu¨¦ramos corriendo: la sede feminista hab¨ªa sido amenazada repetidas veces por los fascistas. Cuando llegu¨¦ a mi casa, el vecino, con quien jam¨¢s hab¨ªa hablado, aporre¨® mi puerta con un transistor pegado a la oreja, me pregunt¨® si sab¨ªa algo y dijo, para mi total pasmo, que ven¨ªa de ¡°quemar los archivos¡± (ah¨ª me enter¨¦ de que era un antiguo librero comunista). Fueron horas delirantes, una pesadilla. ?Habr¨ªa que huir de Espa?a? ?Y por d¨®nde mejor, por la frontera portuguesa? Pero no, de ninguna manera, ?por qu¨¦ nos van a echar estos canallas de nuestro pa¨ªs? Recuerdo la furia, la desesperaci¨®n y la pena: otra vez no, por favor, otra vez no. ?Es que ¨ªbamos a ser siempre un pa¨ªs maldito? ?Nunca nos convertir¨ªamos en una verdadera democracia, nunca superar¨ªamos esta violencia? Llev¨¢bamos cinco a?os tejiendo con sangre un futuro com¨²n, construyendo un sue?o, y ahora nos lo arrebataban a punta de pistola. S¨ª; la pena, m¨¢s que el miedo, es mi mayor recuerdo del 23-F.
En diciembre de ese 1981, la v¨ªspera del d¨ªa de la Constituci¨®n, me despert¨® el ruido de transportes pesados. Yo viv¨ªa relativamente cerca de la Divisi¨®n Acorazada Brunete e inmediatamente pens¨¦ que eran los tanques que se dirig¨ªan a tomar Madrid (segu¨ªamos temiendo que dieran otro golpe). Medio dormida, horrorizada, me vest¨ª a toda prisa, me met¨ª en mi coche dos caballos, le destroc¨¦ una aleta al desaparcar de los puros nervios, y conduje escopetada hasta el puente cercano, sobre el que vi pasar, con civil y pac¨ªfica parsimonia, a las cuatro de la madrugada, en la ciudad dormida, varios camiones transportando enormes vigas. Qu¨¦ feliz me sent¨ª con mi chapa rota. ?Y a d¨®nde quiero llegar con todo esto? A intentar transmitir lo intransmisible. A se?alar lo mucho que nos ha costado tener lo que tenemos. Y a resaltar lo valioso que es, pese a todos los peros. Cuidemos de nuestra democracia, de nuestra convivencia. Porque lo que no se defiende puede perderse.
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