Papeles p¨®stumos del petroestado venezolano
Las alarmas que pudo desatar la noticia de los hallazgos petroleros en una sociedad como la venezolana de 1908 conjuraban una imaginer¨ªa propia de las quimeras del oro
Las ¨¦lites venezolanas que, en la primera d¨¦cada del siglo XX, se afiliaron al dictador Juan Vicente G¨®mez tuvieron repentinamente que lidiar con el hallazgo de petr¨®leo en nuestro subsuelo armadas de muy pocas ideas acerca de la novedosa especificidad del negocio petrolero y de todo lo que hizo de ¨¦l ni m¨¢s menos que el fundamento de una civilizaci¨®n.
Esa ¨¦lite de ¡°generales y abogados con ideas generales¡±, como la describi¨® un embajador europeo de la ¨¦poca, ya hab¨ªa fracasado rotundamente en su empe?o de m¨¢s de ochenta a?os por instaurar una rep¨²blica pasablemente liberal que ¡°creciendo hacia fuera¡± se insertase en el comercio mundial de caf¨¦. En 1903 el pa¨ªs, que se ufanaba del mejor caf¨¦ del mundo, estaba en bancarrota absoluta y las naciones acreedoras europeas le impusieron un bloqueo naval.
Un experto fitobi¨®logo, el ingeniero y ge¨®grafo suizo Henri Pittier, que se hab¨ªa hecho exitoso plantador de caf¨¦ en Costa Rica, fue tra¨ªdo al pa¨ªs en 1913 para evaluar nuestros cafetos y ayudar a relanzarlos.
Encontr¨® que, en promedio, cada uno de nuestros arbustos arrojaba una cosecha de apenas 200 gramos mientras que uno colombiano, brasile?o o costarricense alcanzaba a dar dos kilos y medio de cerecitas. Dignostic¨® que el deplorable estado del cafetal venezolano solo pod¨ªa deberse a mucho m¨¢s de medio siglo de incuria y abandono que acertadamente atribuy¨® a nuestras guerras civiles.
De pronto, los amos del cafetal se vieron ante un problema que desbordaba sus capacidades: construir un modelo cognitivo de lo que significaba el hallazgo de vastos yacimientos de hidrocarburos bajo sus pies. Previsiblemente, asimilaron la idea de ¡°riqueza petrolera¡± a la m¨¢s familiar y abordable de ¡°riqueza minera¡±, dos cosas sutil y crucialmente distintas.
En un cap¨ªtulo poco le¨ªdo de La riqueza de las naciones, Adam Smith es el primero en llamar la atenci¨®n sobre la diferencia espec¨ªfica que hace de la riqueza mineral una clase en s¨ª misma de riqueza.
Un v¨¢stago esclarecido de aquellas ¨¦lites venezolanas fue Arturo Uslar Pietri. Los venezolanos lo han tratado con justicia po¨¦tica: no hicieron presidente de la rep¨²blica, en 1963, al conservador que en los a?os 40 se resisti¨® con denuedo a que las mayor¨ªas venezolanas accedieran al voto universal, directo y secreto, pero lo compensaron con creces incorporando para siempre a su imaginaci¨®n econ¨®mica la frase que resume el programa de Uslar Pietri: ¡°sembrar el petr¨®leo¡±.
Esa frase forma ya parte de los escasos enseres intelectuales con que Venezuela afronta su vida material desde hace m¨¢s de un siglo. Recuerda otra, tambi¨¦n de correlato agr¨ªcola, que se escuch¨® en el Per¨² de la segunda mitad del siglo XIX: ¡°tender ferrocarriles de guano¡±. La locuci¨®n ¡°sembrar el petr¨®leo¡± condensa las representaciones que el venezolano se hace de la vida econ¨®mica, de s¨ª mismo, de su suerte como naci¨®n y hasta de su fortuna moral.
Cuando, en 2006, se conmemor¨® el centenario del nacimiento de Uslar Pietri, en la prensa escrita local menudearon efusiones sobre la ¡°orfandad intelectual¡± en que nos dej¨® al morir, y hasta hubo quien habl¨® de la necesidad de ¡°sembrar uslares¡±. Se dol¨ªan todos , chavistas y dem¨®cratas, de que el autor de Las lanzas coloradas no hubiese logrado hacerse escuchar por sus compatriotas.
Pero, si se miran bien las cosas, resplandece la paradoja de que el populismo venezolano ¨C del cual el chavismo fue la ¨²ltima parada? no hizo durante la segunda mitad del siglo XX nada distinto al consejo de su archiadversario. Ya conocemos los desastrosos resultados.
La verdad, pienso que no hay mucho que reprocharles a los hombres que en la primera d¨¦cada del siglo XX otorgaron las primeras concesiones de exploraci¨®n: en aquel tiempo y en casi todas partes, de cualquier riqueza proveniente del subsuelo ¡ªy que no se pareciese a un tub¨¦rculo¡ª se pensaba, sin m¨¢s, que era ¡°riqueza minera¡±.
Las alarmas que pudo desatar la noticia de los hallazgos petroleros en una sociedad como la venezolana de 1908 conjuraban una imaginer¨ªa propia de las quimeras del oro: ¨¦xodos indeseables, corrupci¨®n, campamentos de aluvi¨®n, abandono del campo, bourbon, hampa, p¨®ker, tiroteos y prostitutas.
En un nivel m¨¢s profundo, esa asimilaci¨®n de la espec¨ªfica naturaleza petrolera a la indiferenciada miner¨ªa trajo consigo otra idea que, durante muchas d¨¦cadas, presidi¨® el pensar venezolano en torno al petr¨®leo: la idea de que, al igual que las minas de oro o los placeres de perlas, el petr¨®leo iba acabarse inexorablemente y muy pronto. Y que la verdad y la virtud c¨ªvica estaban en la agricultura y no en un campamento de la Royal Dutch Shell.
¡°Es ya un lugar com¨²n, y sobre el cual no nos cansaremos de insistir, el de la necesidad de vigorizar las fuentes raizales y permanentes de riqueza nacional. El petr¨®leo es una fuente de ingresos que no durar¨¢ sino algo m¨¢s de la pr¨®xima d¨¦cada. Olvidarlo es revelar miop¨ªa e imprevisi¨®n¡±. Esto escrib¨ªa agoreramente, ?en febrero de 1938!, en el diario Ahora, R¨®mulo Betancourt, llamado ¡°padre de la democracia venezolana¡±. Las cursivas son m¨ªas.
A¨²n hicieron falta Hugo Ch¨¢vez, Nicol¨¢s Maduro, la colosal cleptocracia c¨ªvico-militar ¡°socialista¡± y el derrumbe de los precios causado por la pugna entre rusos y sauditas para, 80 a?os m¨¢s tarde, ponerle fecha al vaticinio de don R¨®mulo.
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