Todos esos d¨ªas
En lo que pasa la peste resulta cada vez m¨¢s generalizado el antojo de miles por leer todos los libros que han postergado a lo largo de los a?os
Impuesta la cuarentena, pide una nueva reflexi¨®n esa vieja canci¨®n que cantaba Carlos Lico donde afirmaba que ¡°todos esos d¨ªas que paso contigo, parecen domingo¡ parecen domingo¡±. En primer lugar, por el cambio de letra que asume una inmensa mayor¨ªa que tendr¨ªa que cantar conmigo en vez de contigo y luego, por esa rara propiedad cambiante y variable que distingue al domingo: para unos d¨ªa de oraci¨®n y descanso, para otros ¨Cmuchos¡ªun d¨ªa igual a mi¨¦rcoles, que a veces parece s¨¢bado alargado o lunes adelantado.
En lo que pasa la peste resulta cada vez m¨¢s generalizado el antojo de miles por leer todos los libros que han postergado a lo largo de los a?os y se inundan las redes sociales con amables invitaciones a las visitas virtuales de los grandes museos. Proliferan oportunidades para escuchar todas las sinfon¨ªas y conciertos que quepan en las siguientes semanas de confinamiento y algunos ¡ªminor¨ªa¡ª se alistan a inscribirse en cursos en l¨ªnea certificados por famosas universidades de prestigio. En abono a la reiteraci¨®n de que se trata de un asueto sin l¨ªmite o a vacaciones de diversi¨®n, no pocas almas asumen trabajar desde casa, asistir a clases virtuales, reunirse en pantalla, laborar de lejos.
Para quien intenta inventar historias o vivir novelas, habitando cuentos, la vida es m¨¢s o menos tan mon¨¢stica como ahora se impone al resto de los mortales. Encerrarse a leer novelas de cabo a rabo, sentarse a inventar un paisaje con sus respectivos personajes, buscarle un giro a las tramas o hacer cre¨ªbles di¨¢logos inventados es precisamente la pulpa de la que est¨¢n hechos los oficios del escritor. Los horarios enrevesados, la rutina ante los cuadernos en blanco o la pantalla que pesta?ea y la deambulaci¨®n constante por los estantes ¡ªde madera o electr¨®nicos¡ª de las bibliotecas y archivos, de los p¨¢rrafos y p¨¢ginas, es precisamente la galaxia que acostumbra transitar el viajero en prosa o el navegante de versos o el cronista del pret¨¦rito y s¨ª, efectivamente, as¨ª pasen los meses que son semanas el ermita?o echa de menos los paseos, la tertulia incluso solitaria de los caf¨¦s y la vida misma que eso que siempre ocurre all¨¢ y afuera, pero llama poderosamente la atenci¨®n que no se necesita un minucioso sondeo para confirmar que una inmensa mayor¨ªa de pr¨®jimos y pr¨®ximos padecen la pandemia con una verdadera tortura por no ser ya lectores ni tener el menor antojo o disposici¨®n de narrar ¡ªen papel o silencio¡ª la novela como salvavidas, el relato incluso tedioso de todos los d¨ªas que uno tiene que narrarse a s¨ª mismo para no bogar en el vac¨ªo ni ahogarse en el intento.
Es evidente que una inmensa mayor¨ªa depende de la magra informaci¨®n que ofrecen los portales electr¨®nicos y pueden sobrevivir a esta y toda hecatombe con el placebo de los memes, el compartimiento global de chistes y chismes, la paliza de largas llamadas gratuitas por obra y gracia de la misma red, pero alejados de la verdadera fuente inapelable para nuestra salvaci¨®n: los libros, la lectura que est¨¢ en libros, los libros que resguardan la ¨¦poca ahora prohibida de la caricia y el beso y los libros que conservan la memoria; libros donde cabe tanto lo imaginable e inimaginable que todo esto que vivimos desde el balc¨®n parece haber sido ya redactado por un demente maravilloso entre las paredes de una celda iluminada por una vela. Libros sagrados que tienen la palabra de Dios en por lo menos tres versiones y vers¨ªculos y libros que consignan las leyes m¨¢s o menos compartidas por la humanidad entera o libros que registran los s¨ªntomas y posibles remedios para todos los males o libros que retratan a las plantas y hablan en voz baja de los animales todos, incluso los extintos; libros que hablan de lo impalpable y de los viajes a la Luna, de los nervios por ausencia y de los abrazos sin miedos¡ libros a la mano, en la yema de los dedos que ampl¨ªan esta pantalla o en la falange que detiene la siguiente p¨¢gina, a punto de pasarse como quien abre la ventana para otra ma?ana de cuarentena o de cuaresma o de la curaci¨®n que ha de llegar con la posible utop¨ªa de que todos amanezcamos de esta pesadilla con h¨¢bito de la lectura m¨¢s contagiado-compartido¡ y una respetuosa noci¨®n de que no es cualquier cosa la callada vocaci¨®n de quienes optan vivir en tinta, encerrados en sus p¨¢rrafos, intentando dibujar personajes pendientes o leer y re-leer ejemplos incandescentes de la grandeza literaria ajena con el heroico o necio af¨¢n de escribir, escribirse para leer, leerse y ser le¨ªdo m¨¢s all¨¢ del confinamiento que exige silencio y soledad, precisamente porque estamos juntos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.