El deber de un rey
Felipe VI ha preferido la claridad, cueste lo que cueste, con un rechazo ejemplar de las conductas asignadas a su padre
Antes de abdicar, el comportamiento de Juan Carlos I hizo recaer una pesada sombra sobre el futuro de la Monarqu¨ªa. En un primer plano, los millonarios pagos recibidos de s¨¢trapas ¨¢rabes eran ya voz del pueblo, que hubiera dicho Feij¨®o el ilustrado, y de confirmarse plantean un serio problema al sistema democr¨¢tico, y tambi¨¦n a Juan Carlos I. En cuanto a la pasi¨®n invernal por esa se?ora tan mona, punto de llegada de una biograf¨ªa afectiva muy densa, lleva a la pregunta de su coste para todos, as¨ª como sobre las responsabilidades de un personaje s¨ªmbolo del Estado: parece l¨®gico no confundir su derecho a ejercer la libertad sexual, como cualquier ciudadano, con la actuaci¨®n de depredador al modo de sus antecesores, los reyes absolutos. En suma, es algo que no solo concierne a los grupos que aprovechan el tema para reivindicar la Rep¨²blica, sino ante todo al conjunto de los ciudadanos. Juan Carlos I desempe?¨® un papel central, aunque no ¨²nico, en la llegada de la democracia, con algunas dudas la salv¨® luego el 23-F, pero esa importante deuda no le convierte en un hombre por encima de la ley, aunque a ello se acuda ahora para salvar el mal momento.
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Sobre todo cuando en el plano din¨¢stico llueve sobre mojado. Hasta 1931, y partiendo de 1789, nuestros monarcas distaron de ofrecer una imagen de servidores ejemplares del Estado y, casi sin excepci¨®n, su sexualidad sigui¨® caminos paralelos a la irregularidad, por ser suaves, en el ejercicio del cargo. El primer republicanismo naci¨® ante todo como respuesta al despotismo de Fernando VII, que hab¨ªa sucedido al impresentable reinado de Mar¨ªa Luisa de Parma y su valido, ya que de hecho Carlos IV nunca rein¨®. El Diario del Congreso rese?a, cosa que pas¨® desapercibida, cu¨¢l era la lectura preferida de su hija Isabel, antes de subir al trono: Th¨¦r¨¨se philosophe, un librito nada filos¨®fico, a cuyos gustos ajustar¨ªa su conducta posterior, digamos que sentimental, sin que olvidemos su inclinaci¨®n reaccionaria. Un investigador por encima de toda sospecha, Eduardo Gonz¨¢lez Calleja, me contaba que su heredero, el dolido enamorado del romance, de rom¨¢ntico nada, y que en su convivencia con Cristina de Habsburgo, la someti¨® a un verdadero maltrato. Como regente, Cristina fue ejemplar, pero no era una Borb¨®n, sino "una nieta de Mar¨ªa Teresa", seg¨²n sus propias palabras. En fin, por mucho que algunos historiadores hayan tratado de edulcorar su imagen, Alfonso XIII, hacia quien su nieto siente un profundo afecto, conjug¨® una actuaci¨®n personalista e irresponsable en lo pol¨ªtico -"un vaina", me dec¨ªa con humor Paulino Garagorri- con la de mujeriego y vividor en el m¨¢s amplio sentido de la palabra. Por si alguien lo hab¨ªa olvidado, ah¨ª lleg¨® don Leandro para record¨¢rnoslo. Convengamos en que ya es hora de dar por finiquitada esa tradici¨®n, que sigue viva en la conciencia popular.
Hasta 1931, y partiendo de 1789, nuestros monarcas distaron de ofrecer una imagen de servidores ejemplares del Estado
Una primera repercusi¨®n inevitable recae sobre el actual monarca, para suerte suya m¨¢s pr¨®ximo a la severidad de su madre que a la alegr¨ªa vital que rezumaba en don Juan Carlos. Despu¨¦s de la dif¨ªcil papeleta planteada por Urdangar¨ªn y Cristina, tiene ante s¨ª un juego donde casi todas las opciones son perdedoras. Pudo preferir mantenerse en silencio durante el mayor tiempo posible, confiando en que funcione la barrera puesta por el PSOE, con la alegaci¨®n de inviolabilidad, pero las cosas pod¨ªan cambiar por dos lados, tanto si la investigaci¨®n en curso prueba los millonarios regalos saud¨ªes, como si Corina presenta una demanda contra su antiguo amante. La cat¨¢strofe de imagen era inevitable. A partir de ese momento, Felipe VI se ver¨ªa afectado por todo lo que hiciera o dejara de hacer su padre, y tambi¨¦n por la posibilidad de que la presi¨®n de la opini¨®n p¨²blica obligase finalmente a formar la comisi¨®n parlamentaria sobre la conducta pasada de Juan Carlos I, protegida hasta cierto punto por el Tribunal Supremo. El terreno era pantanoso siempre para Felipe VI, ya que cualquier intervenci¨®n suya ser¨ªa vista como una defensa de una corrupci¨®n inseparable de la Monarqu¨ªa. Ha preferido la claridad, cueste lo que cueste, con un rechazo ejemplar de las conductas asignadas a su padre.
De otro modo, m¨¢s all¨¢ de que las leyes vigentes cubran con impunidad al "rey em¨¦rito", la cuesti¨®n de fondo vuelve a ser la planteada por la Revoluci¨®n Francesa: el mantenimiento o la supresi¨®n del privilegio, exigencia esta inseparable de la democracia. Adem¨¢s, no se trataba de responsabilidades pol¨ªticas, que aconsejaran la aplicaci¨®n del criterio "the king can do no wrong", sino de delitos de corrupci¨®n similares -aunque agravados por la posici¨®n excepcional del Rey- a aquellos por los cuales est¨¢n yendo a la c¨¢rcel buen n¨²mero de ciudadanos. Ser¨ªa un caso de justicia vs. privilegio. Es poco probable que el ex Rey elija defender la dignidad de la Monarqu¨ªa, renunciando a las escapatorias que le concede la ley para esquivar la justicia. El rey debe ser primer magistrado de la naci¨®n, un papel que Felipe VI acaba de asumir plenamente.
Antonio Elorza es profesor de Ciencia Pol¨ªtica.
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