Salir
Ahora, confinados en casa, podemos darnos cuenta de hasta qu¨¦ punto hay vida m¨¢s all¨¢ de donde uno vive
Quiz¨¢s ahora, en estos d¨ªas en que hemos recibido orden de acuartelarnos en nuestras casas como consecuencia de la pandemia de coronavirus, podamos apreciar c¨®mo de injusto es que a lo que hacemos en ellas el lenguaje ordinario lo llame "vivir". Porque se supone que, en efecto, cada cual vive en su casa, de ah¨ª que le demos el nombre de vivienda. Pero en estos momentos podemos darnos cuenta de hasta qu¨¦ punto hay vida m¨¢s all¨¢ de donde uno reside.
Ahora vemos la importancia de salir de ese sitio donde cre¨ªamos vivir: salir a trabajar, a comprar, a pasear, a acudir a una cita. Por supuesto, a salir de fiesta, que es casi un pleonasmo. Interesante que salir sirva tambi¨¦n para nombrar la puesta en pr¨¢ctica del compromiso amoroso. Decimos que tal y cual persona salen o est¨¢n saliendo. Por otra parte, no hay convulsi¨®n colectiva que no consista en "salir a la calle" para mezclarse con otros y hacer, gritar y cantar con ellos lo mismo. Pero, ?qu¨¦ quiere decir salir? ?Qu¨¦ implica ese verbo, mediante el que indicamos la acci¨®n de abrir una puerta y pasar del interior al exterior, ganar la calle, dejar atr¨¢s la casa?
Tomar conciencia de la importancia de ese salir como materia b¨¢sica de la vida urbana implica entender la ciudad bajo dos perspectivas distintas. Por un lado, la que la contempla como lugar de implantaci¨®n de entidades sociales fijas y fijadas en un punto del territorio urbano, sobre todo la propia familia, eso que conocemos como nuestro domicilio particular. Del otro, la que la reconoce como esfera de los desplazamientos y paradas. En el primer caso, se requiere una localizaci¨®n clara, es decir, una radicaci¨®n estable en el plano de la ciudad. En el segundo, el del discurrir y los descansos, el protagonismo le corresponde al viandante y a las coaliciones moment¨¢neas con otros viandantes en que se va viendo involucrado ¡ªnunca mejor dicho¡ª sobre la marcha.
Si el grupo domestico tiene una direcci¨®n, el transe¨²nte es una direcci¨®n, es decir, un rumbo, o, mejor dicho, un haz de diagramas que se pasan el tiempo traspasando un lado a otro no importa qu¨¦ trama urbana. Puede hacerlo solo, en pareja, en grupo o en multitud. Para este personaje est¨¢n las calles, las callejuelas, las avenidas y las plazas y tambi¨¦n los bares y los lugares en que se va deteniendo, que son como ¨¢reas de servicio para quienes callejean.
Porque es espacio de y para todas las potencialidades, quienes quieran controlar una ciudad saben que el toque de queda ¡ªque convierte en delincuente a quien sea sorprendido en la calle¡ª es el ¨²nico instrumento que puede garantizarlo. Tambi¨¦n est¨¢ el miedo a veces socialmente infundido a los peligros de abandonar la casa, como lo ilustraba Eloy de la Iglesia en su Miedo a salir de noche, enmarcada en los p¨¢nicos morales que acompa?aron la transici¨®n pol¨ªtica espa?ola. De ah¨ª tambi¨¦n la agorafobia cr¨®nica de todas las formas de poder, que temen lo que siempre est¨¢ a punto de suceder ah¨ª afuera, y a veces sucede. Y, por eso tambi¨¦n, porque es el lugar de todo lo posible e imposible, que la peor pesadilla es la que estamos viviendo y que tantas pel¨ªculas nos hab¨ªan augurado: la de calles sin nadie como consecuencia de una pandemia, cat¨¢strofe o castigo: Abre los ojos, Soy leyenda, Los ¨²ltimos d¨ªas, La carretera¡
Henos aqu¨ª, prisioneros en nuestro hogar, eso que nos hicieron creer que deb¨ªa ser nuestro ¨²nico y ¨²ltimo refugio frente a las inclemencias de una vida urbana imaginada tantas veces como inhumana y desoladora. Nos dijeron los predicadores, las autoridades, los urbanistas y los rumores que ah¨ª afuera solo hab¨ªa maldad, pecado y peligro, m¨¢s en este momento que nunca. Ahora echamos infinitamente en falta la intemperie, la f¨ªsica, pero tambi¨¦n aquella otra que nos dejaba a merced de desconocidos o conocidos de vista que nos aguardaban siempre a la salida y que, de pronto, no est¨¢n. De ah¨ª ese ritual diario que nos hace salir aunque solo sea a los balcones cada noche para aplaudir a quienes se arriesgan por nosotros y, al tiempo, para recordarnos mutuamente que estamos ah¨ª y existimos. Es la calle que nos llama a gritos.
Son esos seres an¨®nimos con los que nos cruzamos en la calle o compartimos el and¨¦n del metro, la terraza del bar, la fiesta o la revuelta, quienes est¨¢n siempre a punto de dejar de serlo, puesto que en cualquier momento pueden ocupar un lugar en nuestra existencia, incluso determinarla para siempre. De ah¨ª la importancia de ese mundo exterior en el que parece que solo haya virus. A pesar de ello es ahora que sabemos lo que, sin darnos cuenta, siempre supimos, que ser¨¢ verdad que cada cual vive en su casa pero que lo que vive fuera de ella, y nos espera, no es sino la vida.
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