Campos El¨ªseos
Imagino un contingente de ancianos dignos, hombres y mujeres, todos Justos que se van sin despedida, desfilando hacia un callado Arco del Triunfo
Imagino un contingente de ancianos dignos, hombres y mujeres, todos Justos que ¨Ca pesar de haber salvado a la humanidad entera con sus acciones an¨®nimas¡ªse van sin despedida, desfilando hacia un callado Arco del Triunfo. A cada paso se van sumando por cientos y quiz¨¢ miles otros ancianos ¨Cy quiz¨¢ tambi¨¦n j¨®venes e incluso, ni?os¡ªen esta silenciosa marcha de su honra p¨®stuma. Alguno quiere tararear un himno que los pasos de miles de cad¨¢veres andantes parece mitigar las notas y aunque algunas van llorando, predomina una aroma de dignidad y de honra, de esa seriedad que lleva en el rostro la abuela que sabe que hizo el bien sin que se lo reconociera nadie o el bisabuelo que guarda en lo m¨¢s ¨ªntimo de su memoria las haza?as que lo condecoran como h¨¦roe, aunque no haya pol¨ªtico que recuerde sus heridas.
Hablo de los miles que se van sumando al contingente desolador de los muertos que se van ahora sin despedida, en sermones an¨®nimos de siete minutos al filo de un carruaje f¨²nebre o los camiones del ej¨¦rcito italiano que se llevaron de Bergamo a las almas que ya no cupieron en sus tumbas. Hablo de los abuelos que dejaron muertos en sus camitas en asilos de ancianos en Madrid y sus alrededores, y del viejo maravilloso que descubri¨® que todos sus pares no despertar¨ªan en el momento en que decidi¨® saltar por la ventana y darse a la fuga, caminar hasta Par¨ªs quiz¨¢ para unirse al creciente contingente de ancianos mandarines o abueltes tiroleses o arrugadas caras mexicanas y tanto espectro esfumado y fantasma que han dejado tirados en las calles de Guayaquil.
Rafael G¨®mez ha muerto por uno de los siniestros clavos que lleva en la esfera el llamado coronavirus. Ten¨ªa 99 a?os de edad, pero merece la eternidad: fue miliciano en la Guerra Incivil Espa?ola y luego, form¨® parte de La Nueve, la heroica compa?¨ªa de la Divisi¨®n Leclerc que liber¨® Par¨ªs. Nada menos. Ahora que resucitan inexplicablemente los tufos del facismo (con nuevas t¨²nicas o t¨®nicas, pero el mismo hedor racista imb¨¦cil), Rafael G¨®mez marcha al frente del contingente de toda una generaci¨®n, de toda una idea de mundo, por los Campos El¨ªseos donde ¨¦l mismo condujo el volante de una tanqueta llamada ¡°Don Quichote¡±, entre tanques que llevaban pintados los nombres de Belchite, Ebro o Guadalajara. Va al frente con todos los muertos que se han ido ahora en medio de una asfixia indescriptible en un planeta donde por lo menos dos payasos inconcebibles se han referido a la pandemia como ¡°gripezinha¡± o ¡°an amazing miracle that¡¯s under control and then dissapears¡±, sin pensar un solo segundo en la sumatoria incansable de los muertos y sus deudos que se quedan encerrados sin poder decir adi¨®s a la madre anciana, al veterano de tantas batallas, al abuelo que parec¨ªa haberlo olvidado todo, a la t¨ªa abuela que no dej¨® de sonre¨ªr jam¨¢s¡ o a no pocos j¨®venes que ten¨ªan toda la vida por delante o infantes que a¨²n no recib¨ªan la primera vacuna.
Como de Salamina, los soldados o como los Justos en Kabbalah, treinta y tres que son trescientos mil o tres millones, espectros impalpables que se van en filas interminables precisamente para que su memoria quede viva. Una llama que parece iluminar la pupila que los mira en el vac¨ªo¡ y s¨ª, la Marsellesa a menudo me hace llorar.
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