En favor de P¨¦rez Gald¨®s
El autor de ¡®Fortunata y Jacinta¡¯ fue el mejor escritor espa?ol del siglo XIX. Era un hombre civil y liberal que al narrar un per¨ªodo neur¨¢lgico de la historia de Espa?a se esforz¨® por hacerlo con imparcialidad
Tengo a Javier Cercas por uno de los mejores escritores de nuestra lengua y creo que, cuando el olvido nos haya enterrado a sus contempor¨¢neos, por lo menos tres de sus obras maestras, Soldados de Salamina, Anatom¨ªa de un instante y El?impostor, tendr¨¢n todav¨ªa lectores que se volcar¨¢n hacia esos libros para saber c¨®mo era nuestro presente, tan confuso. Es tambi¨¦n un valiente. Quiere su tierra catalana, vive en ella y, cuando escribe art¨ªculos pol¨ªticos criticando la demagogia independentista, es convincente e inobjetable.
En la muy civilizada pol¨¦mica que tuvo sobre Benito P¨¦rez Gald¨®s hace alg¨²n tiempo con Antonio Mu?oz Molina, Cercas dijo que la prosa del autor de Fortunata y Jacinta no le gustaba. ¡°Entre gustos y colores, no han escrito los autores¡±, dec¨ªa mi abuelo Pedro. Todo el mundo tiene derecho a sus opiniones, desde luego, y tambi¨¦n los escritores; que dijera aquello en el centenario de la muerte de P¨¦rez Gald¨®s, cuando toda Espa?a lo recuerda y lo celebra, ten¨ªa algo de provocaci¨®n. A m¨ª no me gusta Marcel Proust, por ejemplo, y por muchos a?os lo ocult¨¦. Ahora ya no. Confieso que lo he le¨ªdo a remolones; me cost¨® trabajo terminar En busca del tiempo perdido, obra interminable, y lo hice a duras penas, disgustado con sus largu¨ªsimas frases, la frivolidad de su autor, su mundo peque?ito y ego¨ªsta, y, sobre todo, sus paredes de corcho, construidas para no distraerse oyendo los ruidos del mundo (que a m¨ª me gustan tanto). Me temo que si yo hubiera sido lector de Gallimard cuando Proust present¨® su manuscrito, tal vez hubiera desaconsejado su publicaci¨®n, como hizo Andr¨¦ Gide (se arrepinti¨® el resto de su vida de este error). Todo esto para decir que, en aquella pol¨¦mica, estuve al lado de Mu?oz Molina y en oposici¨®n a mi amigo Javier Cercas.
Otros art¨ªculos del autor
Creo injusto decir que Benito P¨¦rez Gald¨®s fuera un mal escritor. No ser¨ªa un genio ¡ªhay muy pocos¡ª, pero fue el mejor escritor espa?ol del siglo XIX, y, probablemente, el primer escritor profesional que tuvo nuestra lengua. En aquellos tiempos en Espa?a o Am¨¦rica Latina era imposible que un escritor viviera de sus derechos de autor, pero P¨¦rez Gald¨®s tuvo la suerte de tener una familia pr¨®spera, que lo admiraba y que lo mantuvo, garantiz¨¢ndole el ejercicio de su vocaci¨®n y, sobre todo, la independencia, que le permit¨ªa escribir con libertad.
Hab¨ªa nacido en Las Palmas de Gran Canaria, el 10 de mayo de 1843, hijo del teniente coronel Sebasti¨¢n P¨¦rez, jefe militar de la isla, que, adem¨¢s, ten¨ªa tierras y varios negocios a los que dedicaba buena parte de su tiempo. Tuvo 10 hermanos y?la madre, do?a Mar¨ªa de los Dolores de Gald¨®s, de mucho car¨¢cter, llevaba los pantalones de la casa. Ella decidi¨® que Benito, quien, al parecer, enamoraba a una prima que a ella no le gustaba, se viniera a Madrid cuando ten¨ªa 19 a?os a estudiar Derecho. Benito le obedeci¨®, vino a Madrid, se matricul¨® en la Complutense, pero se desencant¨® muy r¨¢pido de las leyes. Lo atrajeron m¨¢s el periodismo y la bohemia madrile?a ¡ªla vida de los caf¨¦s donde se reun¨ªan pintores, escribidores, periodistas y pol¨ªticos¡ª y se orient¨® m¨¢s bien hacia la literatura. Lo hizo con un amor a Madrid que no ha tenido ning¨²n otro escritor, ni antes ni despu¨¦s que ¨¦l. Fue el m¨¢s fiel y el mejor conocedor de sus calles, comercios y pensiones, sus tipos humanos, costumbres y oficios, y, por supuesto, de su historia.
Su gran defecto como escritor fue no haber entendido que el primer personaje que inventa un novelista es el narrador
Hay fotos que muestran la gran concentraci¨®n de madrile?os el d¨ªa de su entierro, el 5 de enero de 1920, que acompa?aron sus restos hasta el cementerio de la Almudena; al menos treinta mil personas acudieron a rendirle ese p¨®stumo homenaje. Aunque todos aquellos que siguieron su carroza funeraria no lo hubieran le¨ªdo, hab¨ªa adquirido enorme popularidad. ?A qu¨¦ se deb¨ªa? A los Episodios nacionales. ?l hizo lo que Balzac, Zola y Dickens, por los que sinti¨® siempre admiraci¨®n, hicieron en sus respectivas naciones: contar en novelas la historia y la realidad social de su pa¨ªs, y, aunque sin duda no super¨® ni al franc¨¦s ni al ingl¨¦s (pero s¨ª a ?mile Zola), con sus Episodios estuvo en la l¨ªnea de aquellos, convirtiendo en materia literaria el pasado vivido, poniendo al alcance del gran p¨²blico una versi¨®n amena, animada, bien escrita, con personajes vivos y documentaci¨®n solvente, de un siglo decisivo de la historia espa?ola: la invasi¨®n francesa, las luchas por la independencia contra los ej¨¦rcitos de Napole¨®n, la reacci¨®n absolutista de Fernando VII, las guerras carlistas.
Su m¨¦rito no es haberlo hecho sino c¨®mo lo hizo: con objetividad y un esp¨ªritu comprensivo y generoso, sin parti pris ideol¨®gico, tratando de distinguir lo tolerable y lo intolerable, el fanatismo y el idealismo, la generosidad y la mezquindad en el seno mismo de los adversarios. Eso es lo que m¨¢s llama la atenci¨®n leyendo los Episodios: un escritor que se esfuerza por ser imparcial. Nada hay m¨¢s lejos del espa?ol recalcitrante y apod¨ªctico de las caricaturas que Benito P¨¦rez Gald¨®s. Era un hombre civil y liberal, que, incluso, en ciertas ¨¦pocas se sinti¨® republicano, pero, antes que pol¨ªtico, fue un hombre decente y sereno; al narrar un per¨ªodo neur¨¢lgico de la historia de Espa?a, se esforz¨® por hacerlo con imparcialidad, diferenciando el bien del mal y procurando establecer que hab¨ªa brotes de los dos en ambos adversarios. Esa limpieza moral da a los Episodios nacionales su aire justiciero y por eso sentimos sus lectores, desde Trafalgar hasta C¨¢novas, gran cercan¨ªa con su autor.
Convirti¨® en materia literaria el pasado vivido, poniendo al alcance del gran p¨²blico una versi¨®n amena y bien escrita
Escrib¨ªa as¨ª porque era un hombre de buena entra?a o, como decimos en el Per¨², muy buena gente. No siempre lo son los escritores; algunos pecan de lo contrario, sin dejar de ser magn¨ªficos escribidores. El talento de P¨¦rez Gald¨®s estaba enriquecido por un esp¨ªritu de equidad que lo hac¨ªa irremediablemente amable y cre¨ªble.
Se advierte tambi¨¦n en su vida privada. Permaneci¨® soltero y sus bi¨®grafos han detectado que tuvo tres amantes duraderas y, al parecer, muchas otras transe¨²ntes. A la primera, Lorenza Cobi¨¢n Gonz¨¢lez, una asturiana humilde, madre de su hija Mar¨ªa (a la que reconoci¨® y dej¨® como heredera), que era analfabeta, le ense?¨® a escribir y leer. Sus amor¨ªos con do?a Emilia Pardo Baz¨¢n, mujer ardiente salvo cuando escrib¨ªa novelas, son bastante inflamados. ¡°Te aplastar¨¦¡±, le dice ella en una de sus cartas. No hay que tomarlo como licencia po¨¦tica; do?a Emilia, escritora p¨²dica, era, por lo visto, un diablillo lujurioso. La tercera fue una aprendiz de actriz, bastante m¨¢s joven que ¨¦l: Concepci¨®n Morell Nicolau. P¨¦rez Gald¨®s apoy¨® su carrera teatral y el rompimiento, en el que intervinieron varios amigos, fue discreto.
Su gran defecto como escritor fue ser preflaubertiano: no haber entendido que el primer personaje que inventa un novelista es el narrador de sus historias, que ¨¦ste es siempre ¡ªpersonaje o narrador omnisciente¡ª una invenci¨®n. Por eso sus narradores suelen ser personajes ¡°omniscientes¡±, que, como Gabriel Araceli y Salvador Monsalud, tienen un conocimiento imposible de los pensamientos y sentimientos de los otros personajes, algo que conspira contra el ¡°realismo¡± de la historia. P¨¦rez Gald¨®s disimulaba esto atribuyendo aquel conocimiento a los ¡°historiadores¡± y testigos, algo que introduc¨ªa una sombra de irrealidad en sus historias; pasaban, a la larga, desapercibidos, pero sus lectores m¨¢s avezados deb¨ªan de adaptar su conciencia a aquellos deslices, despu¨¦s de que Flaubert, en las cartas que escribi¨® a Louise Colet mientras hac¨ªa y rehac¨ªa Madame Bovary, dejara claro esta revolucionaria concepci¨®n del narrador como personaje central, aunque a menudo invisible, de toda narraci¨®n.
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? Mario Vargas Llosa, 2020.
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