La pandemia y el milagro de despertar una nueva conciencia
Si nada cambiara despu¨¦s de esta convulsi¨®n habremos perdido la oportunidad de ensayar un modo diferente de ver y organizar un mundo en el que haya un lugar digno para todos
Son casi dos trillones de d¨®lares lo que las naciones gastan cada a?o en armamento de guerra cada vez m¨¢s mort¨ªfero y sofisticado. ?Para qu¨¦ si despu¨¦s llega un virus invisible contra el que no sirve ni la bomba at¨®mica? ?Para qu¨¦ si esos arsenales no construir¨¢n un mundo m¨¢s feliz y m¨¢s justo?
El drama que est¨¢ viviendo la sociedad desconcertada, asustada e impotente ante ese virus, es una buena lecci¨®n de humildad para las naciones m¨¢s poderosas. Pensemos solo en Estados Unidos con un presidente guerrero como Donald Trump incapaz de parar el virus. La honradez de un pueblo y su seguridad no pasan por las armas de guerra. Y personajes soberbios como Trump, que son ejemplos de discordia y que entran en guerra hasta con la OMS en un momento tan doloroso para la humanidad, van a contramano del sentir de la comunidad mundial.
En la Am¨¦rica que se siente poderosa e invulnerable por tener las armas m¨¢s sofisticadas de la tierra, un simple virus acaba de dejar sin trabajo y comida a 22 millones de personas.
Si solo una parte de esa barbaridad gastada cada a?o en fabricar nuevas armas hubiese sido empleada en mejorar la sanidad y la investigaci¨®n m¨¦dico-cient¨ªfica, o en engendrar una mejor justicia social, hoy las mayores potencias armamentistas no se sentir¨ªan tan impotentes y desnortadas con el nuevo virus
Desde el papa Francisco rezando tristemente solo en la Bas¨ªlica de San Pedro vac¨ªa, hasta fil¨®sofos y soci¨®logos de todos los credos pol¨ªticos y religiosos se est¨¢n movilizando para que esta tragedia que est¨¢ castigando la soberbia y codicia humana sirva como advertencia a una civilizaci¨®n que se sent¨ªa hasta ayer tan fuerte y segura con sus armas de guerra. Si no fuera tr¨¢gico, porque crea dolor y muerte, ser¨ªa hasta c¨®mico que un virus sea capaz de vengarse de la supuesta omnipotencia del Homo sapiens.
La pregunta que hoy se hacen los pensadores en todo el mundo es si esta lecci¨®n de humildad a la que el coranovirus nos est¨¢ sometiendo servir¨¢ por lo menos para hacernos repensar nuestro modo de vivir hasta hoy enloquecido por el consumismo y el dios de la ganancia a cualquier costo. Si servir¨¢ para repensar nuestras estructuras actuales de poder injustas y clasistas que condenan a millones de personas a la pobreza y hasta al hambre y a la inseguridad.
O si al rev¨¦s saldremos de este infierno m¨¢s orgullosos a¨²n dejando en el olvido el grito de los sin voz porque se la han secuestrado los nuevos poderosos. Esos poderosos que podr¨ªan salir con m¨¢s ganas de dominar el planeta volviendo a apostar m¨¢s en la fuerza de las armas y del dinero que en la regeneraci¨®n de una nueva esperanza universal.
Nunca es tarde, sin embargo. Y esta prueba in¨¦dita para nuestra generaci¨®n, por lo global y lo imponderable, podr¨ªa tambi¨¦n hacer el milagro de despertar una nueva conciencia social de nuestra fragilidad y omnipotencia. Podr¨ªa servir para recrear juntos una nueva civilizaci¨®n menos basada en el poder y la codicia de un pu?ado de personas que tiranizan a la mayor¨ªa. O para tomar conciencia de que todos, sin distinciones clasistas, somos vulnerables. Que necesitamos armarnos de mayor comprensi¨®n con el dolor ajeno. Que las armas mejores y m¨¢s eficaces son las de las manos y los corazones abiertos a la solidaridad, la compasi¨®n y la b¨²squeda de la paz para todos.
Mejor un mundo con m¨¢s miedo de las armas invisibles e imponderables de la naturaleza, a la que estamos maltratando y humillando, que la soberbia de sentirnos due?os de los almacenes de armas fabricadas con la sangre de los que pagan siempre la cuenta del dolor.
Que esta tragedia se transforme en la humildad de sabernos todos tan insignificantes que un simple virus desarticula al mundo.
Nada podr¨ªa ser peor para nuestra civilizaci¨®n que no saber entender la lecci¨®n que nos est¨¢ imponiendo la naturaleza tan mortificada y depredada. Ser¨ªa una burla si los que hasta hoy han dominado el mundo con un capitalismo asesino despertaran del susto de la pandemia como si nada hubiese ocurrido.
Lo que est¨¢ viviendo la humanidad en este momento no es un ¡°mal sue?o en una mala posada¡±, en palabras de Cervantes en el Quijote, sino m¨¢s bien un aldabonazo para despertarnos de nuestro sue?o inmoral de que los pobres seguir¨¢n aceptando continuar siendo carne f¨¢cil de resignaci¨®n. El dolor y la rabia de los siempre humillados y despreciados por quienes se sienten amos de todo porque son los due?os de las armas de muerte, podr¨ªan convertirse en un nuevo virus que derrumbe sus sue?os de omnipotencia.
?O es que los poderosos piensan que los pobres no acabar¨¢n cans¨¢ndose un d¨ªa de conformarse pac¨ªficamente con las migajas que caen de sus mesas?
La tragedia del coronavirus podr¨ªa servir, como ¨²ltima lecci¨®n, para que los que han decidido que ellos son los due?os de la vida de los otros entiendan que querer perpetuar esa distancia entre saciados y hambrientos podr¨ªa acabar sepult¨¢ndoles tambi¨¦n a ellos.
A¨²n estamos a tiempo. Que este retiro forzoso de todos nos sirva para reflexionar que o aceptamos en el futuro vivir con mayor simplicidad, sin desenfrenados consumismos, desinteres¨¢ndonos de que haya gente dejada a su suerte, o todos podr¨ªamos acabar v¨ªctimas de los imponderables de la naturaleza, que posee un c¨®dice de comportamiento que no es el nuestro.
Si no entendemos la gravedad simb¨®lica de esta pandemia habremos salido de ella todos muertos f¨ªsica, social y hasta espiritualmente.
El virus nos ha hecho ver que estamos en un fin de ¨¦poca, de revisi¨®n del concepto de sociedad. Algo como lo fue el final de la esclavitud. Esta prueba nos obliga a repensar conceptos que cre¨ªamos inmutables e intocables como la divisi¨®n de clases, el sentido de la globalidad y de las fronteras, el injusto sistema financiero. Y hasta de la moneda y del dinero. Incluso nos obligar¨¢ a una revisi¨®n de la cultura y de la religi¨®n.
Si nada cambiara despu¨¦s de esta convulsi¨®n habremos perdido la oportunidad de empezar a ensayar juntos un modo diferente de ver y organizar un mundo en el que haya un lugar digno para todos. Pero hay una estrella que brilla en el cielo ofuscado de este momento. Crece el n¨²mero de personas que se conmueven con el dolor ajeno y ofrecen ejemplos de generosidad in¨¦dita en nuestra sociedad ego¨ªsta.
A m¨ª mismo me han emocionado y dolido al mismo tiempo dos peque?as historias: la primera en Italia, donde un sacerdote en el hospital se quit¨® el respirador para ofrecerlo a alguien m¨¢s joven. La segunda, la madre brasile?a enferma junto con el hijo de 24 a?os. Ella dej¨® ir antes al hospital abarrotado al hijo, que acab¨® muriendo, y la madre que al final se salv¨® no tuvo ni el consuelo de poder despedirse de su hijo. Son hechos reales y sentimientos de empat¨ªa que est¨¢n despertando lo mejor que tenemos dentro de nosotros y que el torbellino de la vida hab¨ªa ocultado.
Es la cara luminosa y regeneradora del ser humano que la tragedia est¨¢ rescatando y nos dice que la esperanza de un mundo m¨¢s humano y compasivo a¨²n no ha muerto. ?O ser¨¢ solo utop¨ªa? Quiz¨¢s, pero es cierto que sin un plus de esperanza y en manos solo de los profetas del pesimismo, el abismo de dolor que nos espera ser¨¢ mucho mayor.
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