Habitantes de la extra?eza
Nuestras libertades grandes y min¨²sculas. Tu hijo tiene raz¨®n: no hay nada m¨¢s extraordinario que esas rutinas
Sonr¨ªes cada vez que tu hijo de cinco a?os pronuncia esa frase con toda seriedad y gesto rotundo: cuando era peque?o, me divert¨ªa. A su avanzada edad, est¨¢ seguro de haber dejado atr¨¢s las aduanas de la infancia y haber llegado a tierra de gigantes. Es mayor. Y con la experiencia de toda una vida ¡ªnada menos que un lustro¡ª, ya siente nostalgia. Echa de menos otros tiempos, un ayer nebuloso pero m¨¢s feliz. No hay duda, somos seres a?orantes.
Aferrado a la barandilla del balc¨®n, tu hijo quisiera regresar al territorio perdido de los sencillos acontecimientos cotidianos: tirar piedras al r¨ªo, vaciar la regadera en el jard¨ªn de los abuelos, la algarab¨ªa del recreo, la biblioteca de barrio de vuestro amigo Albano. A su lado piensas que, hasta hace pocas semanas, la rutina era solo el engranaje aburrido y repetitivo que la vida nos impone y del que nos gustar¨ªa huir para ser m¨¢s libres. Ahora so?amos con esa mon¨®tona libertad. De hecho, la palabra ¡°rutina¡± es un diminutivo cari?oso de ¡°ruta¡±. La explicaci¨®n remonta al lenguaje del campo, a tiempos remotos cuando las rutas ¡ªrotas¡ª se desbrozaban cortando la maleza y rompiendo los obst¨¢culos. Despu¨¦s de todo, la palabra contiene ecos aventureros, la imagen de un viajero abriendo caminos en la vegetaci¨®n impenetrable: el sendero del bosque, el ¨¦rase una vez de los cuentos. Cuando la realidad nos cierra las calles, descubrimos en las antiguas rutinas el placer extra?o de lo conocido.
Ahora permanecer en casa se ha convertido en una tarea ins¨®lita, tejida de tantas renuncias que a veces nos sentimos exiliados en el propio hogar. No ¨¦ramos conscientes de que nuestro mundo de ayer nos gustase tanto. De amar esas peque?as cosas en las que ni siquiera deten¨ªamos la mirada. Entre prisas y ajetreos, viv¨ªamos distra¨ªdos de tantos privilegios conquistados. ?Reconocemos los mejores tiempos solo cuando quedan atr¨¢s? ?Todos nuestros para¨ªsos son para¨ªsos perdidos? Emily Dickinson escribi¨®: ¡°El agua, se aprende de la sed. La tierra, por los oc¨¦anos atravesados. El arrebato, mediante la angustia. La paz, la cuentan las batallas. El amor, los huecos de la memoria. Por la nieve, los p¨¢jaros¡±.
Si no aprendemos a reconocer la felicidad con facilidad, corremos el riesgo de extra?ar lo cotidiano, como el h¨¦roe Aquiles. Cuenta la leyenda que Aquiles recibi¨® el don de elegir su futuro: pod¨ªa optar, rodeado de hijos y nietos, por una vida com¨²n y ordinaria que ser¨ªa devorada por el hambriento olvido. En cambio, si acud¨ªa al asedio de Troya, maravillar¨ªa a todos con sus haza?as pero morir¨ªa en lo mejor de la juventud. Aquiles escogi¨® la muerte gloriosa y su destino se cumpli¨®. En la Odisea, el poema hom¨¦rico sobre la posguerra, Ulises desciende al reino de los muertos y se reencuentra con su antiguo compa?ero de batalla. Ulises le dice: ¡°All¨¢ arriba todos honran tu memoria¡±. Y entonces Aquiles, repentinamente enamorado de la vida, contesta: ¡°Preferir¨ªa ser labrador en tierra ajena que ser el soberano de los muertos¡±. Desde las sombras, el gran Aquiles envidia el transcurrir rutinario de nuestros d¨ªas.
En ¨¦pocas de pol¨ªtica apocal¨ªptica, algunos discursos encendidos reivindican la grandeza perdida de un pasado heroico, extra?a nostalgia de tiempos en que los ni?os mor¨ªan de una diarrea, las madres en los partos y las pestes mataban millones. Ahora has aprendido a a?orar las peque?as virtudes de la vida corriente, las asombrosas conquistas cotidianas. Abrimos el grifo y mana agua. Salimos de casa y las aceras est¨¢n limpias. Si enfermamos, un m¨¦dico nos atender¨¢. La algarab¨ªa de las escuelas. Los abuelos cuidando a sus nietos en el parque. La primavera abri¨¦ndose paso entre los racimos de adolescentes absortos en sus deseos y su v¨¦rtigo. Quedar para tomar un caf¨¦ sin motivo particular un d¨ªa cualquiera. Rozar el brazo del desconocido al que adelantas en la prisa de las ocho de la ma?ana. El bullicio de los s¨¢bados, la vida callejera, las multitudes. Nuestras libertades grandes y min¨²sculas. Tu hijo tiene raz¨®n: no hay nada m¨¢s extraordinario que esas rutinas.
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