Regreso a Wuhan, donde todo empez¨®
Durante tres meses, el foco original de la pandemia de covid-19 fue sin¨®nimo de apocalipsis. Los 11 millones de habitantes de esta ciudad china pasaron 76 d¨ªas confinados y oficialmente fallecieron 3.869 personas. Regresamos al lugar donde todo comenz¨® en diciembre de 2019. M¨¦dicos, pacientes y vecinos recuerdan el horror vivido mientras empiezan a recuperar poco a poco su vida.
El 30 de diciembre en Wuhan, el doctor Zhang Dingyu, director del hospital Jinyintang, estaba perplejo. Su centro m¨¦dico, especializado en enfermedades infecciosas, empezaba a tratar a los primeros pacientes aquejados de una neumon¨ªa extra?a, similar al SARS que en 2003 hab¨ªa dejado m¨¢s de 700 muertos en China, y sobre la que empezaban a circular muchos rumores. En el hospital Central, la doctora Ai Fen, jefa de cuidados intensivos, enviaba a uno de sus colegas el informe del laboratorio que acababa de recibir sobre uno de sus pacientes. Encerrada en un c¨ªrculo, la palabra ¡°SARS¡±. En ese mismo centro, el joven oftalm¨®logo Li Wenliang, cada vez m¨¢s alarmado por lo que o¨ªa en torno a esa dolencia rara, enviaba una serie de mensajes a sus compa?eros de Facultad: ¡°Siete casos confirmados de SARS enviados desde el mercado de Huanan¡±; ¡°Se ha confirmado que se trata de un coronavirus; el subtipo exacto est¨¢ por determinar¡±. Tres d¨ªas antes, la neum¨®loga Zhang Jixian hab¨ªa alertado a las autoridades sanitarias de que se trataba de un nuevo coronavirus.
El ¨²ltimo d¨ªa del a?o, China informaba en una comunicaci¨®n a la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS) que hab¨ªa detectado un tipo de enfermedad nueva. Que algunos de los pacientes estaban relacionados con un mercado local, el de Huanan: oficialmente, especializado en mariscos y pescado; extraoficialmente, en cualquier bicho vivo o muerto por el que alguien estuviera dispuesto a pagar un precio.
El 1 de enero, la televisi¨®n china anunciaba que ocho m¨¦dicos en Wuhan hab¨ªan sido amonestados por difundir rumores falsos que comparaban la nueva enfermedad con el SARS. El 3 de enero, el doctor Li era convocado a la comisar¨ªa de su barrio: all¨ª descubr¨ªa que sus mensajes hab¨ªan circulado mucho m¨¢s ampliamente de lo que ¨¦l hab¨ªa pretendido y hab¨ªan llegado a la polic¨ªa. Estaba ¡°haciendo correr rumores¡± sobre la enfermedad y eso era un delito, le dijeron. Ten¨ªa que firmar un documento en el que promet¨ªa no continuar sus mensajes o tendr¨ªa problemas graves. ¡°?Entendido que si sigues ir¨¢s a juicio? ?Puedes abandonar tus actividades ilegales?¡±, se le¨ªa en el formulario. Al lado, la respuesta manuscrita del galeno: ¡°Entendido. Puedo¡±. Le quedaba un mes de vida.
Oficialmente, a partir del d¨ªa 5 y hasta el d¨ªa 17, China no registr¨® nuevos casos. Pero cada vez llegaban m¨¢s pacientes con s¨ªntomas. Los m¨¦dicos que atend¨ªan a esos enfermos ya intu¨ªan que el contagio entre humanos era algo m¨¢s que una posibilidad. Pero la amonestaci¨®n a sus colegas hab¨ªa surtido su efecto: nadie m¨¢s levant¨® la voz en p¨²blico.
De puertas para afuera, el mensaje de los altos funcionarios chinos era que todo estaba controlado, aunque el d¨ªa 13 ya se hab¨ªa detectado el primer caso en el extranjero, en Tailandia; entre bambalinas, empezaban a prepararse para la posibilidad de una pandemia. El d¨ªa 15, el director del Centro de Control y Prevenci¨®n de Enfermedades, Li Qun, a¨²n declaraba en televisi¨®n que ¡°el riesgo de una transmisi¨®n sostenida entre humanos es bajo¡±. Las autoridades locales de Wuhan instaban a los ciudadanos a disfrutar del A?o Nuevo lunar, a hacer vida normal, a viajar. En uno de sus distritos se preparaba una cena para 40.000 comensales. Trenes y aviones se marchaban atestados: salieron de la ciudad hasta cinco millones de personas.
El d¨ªa 17, los casos empezaron a subir. Cuatro aquel d¨ªa; 17 al siguiente, 136 el de despu¨¦s. El 20, el presidente chino, Xi Jinping, hablaba por primera vez p¨²blicamente sobre el foco infeccioso. Ese mismo d¨ªa, el epidemi¨®logo Zhong Nanshan, veterano de la lucha contra el SARS, soltaba la bomba en televisi¨®n: el virus era contagioso entre humanos. El 22 de enero, los casos confirmados ya eran 571 en toda China y se hab¨ªan declarado 17 muertes. En casa de los se?ores Li, ¨¦l de 78 a?os y ella de 77, se segu¨ªan las noticias con preocupaci¨®n. Ella se sent¨ªa bien; ¨¦l, un poco cansado. El d¨ªa 23, de madrugada, en v¨ªspera de la Nochevieja lunar, las autoridades de Wuhan anunciaban el bloqueo de la ciudad por cuarentena. Empezaba un experimento que entonces parec¨ªa de ciencia-ficci¨®n: cerrar una ciudad de 11 millones de habitantes para combatir una enfermedad. Tres meses m¨¢s tarde, la mayor parte del mundo occidental estar¨ªa como Wuhan aquellos d¨ªas: confinado, asustado, paralizado.
Wuhan, chispa de la revoluci¨®n
Sobre lo alto de una colina, a orillas del r¨ªo Yangts¨¦ ¡ªel m¨¢s largo de China y el tercero del mundo¡ª, la imponente pagoda de la Grulla Amarilla, de cinco pisos, es el s¨ªmbolo de Wuhan. Desde ella, de un vistazo, pueden divisarse sobre la llanura trufada de lagos y estanques las tres poblaciones ¡ªWuchang, Hankou y Hanyang¡ª cuya fusi¨®n cre¨® esta metr¨®poli en la uni¨®n entre el r¨ªo Han y el Yangts¨¦. Uno de los enclaves fluviales m¨¢s importantes de la China imperial, una ciudad de un mill¨®n de almas que comerciaba con t¨¦, seda y carne cuando Shangh¨¢i era todav¨ªa poco m¨¢s que una aldea de pescadores. Un bocado tan apetitoso que en 1858, a consecuencia del Tratado de Tianjin ¡ªuno de los ¡°tratados desiguales¡± que Occidente impuso a la debilitada dinast¨ªa Qing durante el conocido en China como ¡°siglo de humillaci¨®n¡±¡ª, qued¨® incluida entre los puertos que deb¨ªan abrirse al comercio europeo. El Bund, el paseo kilom¨¦trico a lo largo del Yangts¨¦, y los edificios de estilo occidental que salpican la antigua concesi¨®n de Hankou dan fe de ese pasado.
Los primeros d¨ªas, ¡°el tel¨¦fono no paraba de sonar¡±, recuerda un m¨¦dico franc¨¦s que decidi¨® quedarse
En 1911, de Wuhan saldr¨ªa la chispa que encendi¨® la revoluci¨®n que acab¨® con la dinast¨ªa Qing y convirti¨® a China en una rep¨²blica bajo el mando de Sun Yat-sen. Durante la segunda guerra chino-japonesa (1937-1945), la ciudad, para entonces ya un gran n¨²cleo industrial y nudo clave de comunicaciones en el centro de China, se convirti¨® durante unos pocos meses en la capital del Gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek, del pa¨ªs, antes de ceder el puesto a Chongqing.
Favorita de Mao Zedong, pero rezagada en los primeros a?os del posmao¨ªsmo en favor de las grandes ciudades de la costa como Shangh¨¢i o Shenzhen, con el despegue econ¨®mico de China a partir de la d¨¦cada de 1990 volvi¨® a recuperar el impulso. Hoy d¨ªa es una flamante ciudad de 11 millones de habitantes, de arquitectura moderna, rascacielos, amplias avenidas y espacios verdes, en la que ense?an algunas de las mejores universidades del pa¨ªs y donde, seg¨²n sus autoridades, operan 300 de las 500 mayores compa?¨ªas del mundo. Fabrica el 6% de los veh¨ªculos chinos ¡ªall¨ª operan Honda y la francesa PSA, entre otros¡ª, maquinaria industrial y componentes para m¨®viles inteligentes, entre otros productos.
¡°Dos muertos en nuestra habitaci¨®n¡±
Para la se?ora Li, de 77 a?os, el d¨ªa que empez¨® el bloqueo de Wuhan fue cuando comenzaron sus problemas. Su marido empez¨® a sentirse mal; al d¨ªa siguiente ten¨ªa fiebre alta. Ella cay¨® un d¨ªa despu¨¦s. Inicialmente fueron trasladados a un hotel para casos menos graves; una mala reacci¨®n a un f¨¢rmaco de medicina tradicional china le hizo perder el sentido. ¡°Mi marido fue a pedir ayuda, pero nadie quiso ni hablarle. Los voluntarios ten¨ªan p¨¢nico de nosotros y de acercarse. Nadie nos ayud¨®. No vino ning¨²n doctor. Me despert¨¦ por las sacudidas de mi marido¡±. Llamadas de ellos y sus familiares a su comit¨¦ vecinal, a los centros m¨¦dicos, a cualquier autoridad que se les ocurriese, para implorar una plaza en un hospital. Durante d¨ªas, nada. Finalmente ingresaron en un hospital el 11 de febrero. ¡°Ten¨ªan una lista y para poder entrar en el edificio ten¨ªas que esperar a que te llamaran¡ Llegamos a las tres de la tarde y nos dieron habitaci¨®n a medianoche. Hab¨ªa mucha gente apretujada en el corredor, esperando. Yo me qued¨¦ sin fuerzas, ya estoy muy mayor y ten¨ªa que cargar mis cosas¡±, recuerda.
¡°Mi marido fue a pedir ayuda, pero nadie quiso ni hablarle. Ten¨ªan p¨¢nico de acercarse¡±, dice una afectada
Su habitaci¨®n era para tres personas. ¡°Con nosotros ingresaron a otra se?ora de 65 a?os, le costaba mucho respirar. La vimos morir dos noches m¨¢s tarde. Tardaron en venir por ella, el cuerpo estuvo en la habitaci¨®n una hora o dos. Esa noche las enfermeras tuvieron que pasarla con nosotros, para confortarnos y ayudarnos a pegar ojo. A los pocos d¨ªas lleg¨® otro paciente, de una edad parecida. Ten¨ªa una actitud muy optimista, parec¨ªa lleno de fuerza. Pero esa noche le subi¨® mucho la fiebre y al d¨ªa siguiente le trasladaron a la UCI. En menos de 24 horas hab¨ªa fallecido tambi¨¦n. ?Dos muertos en nuestra habitaci¨®n! Despu¨¦s de eso, tuve problemas graves para dormir¡±.
Tard¨® un mes en recibir el alta y ser trasladada a un centro de observaci¨®n. Cuando habla con EL PA?S, est¨¢ a punto de terminar su segunda y definitiva cuarentena, ya de vuelta en casa. Pero, aunque tiene anticuerpos, no se atreve a salir. ¡°Tenemos que protegernos. Ah¨ª fuera hay gente que no tiene s¨ªntomas¡ Prefiero comprar la comida por Internet. Total, he pasado dos meses metida dentro, ya me he acostumbrado. Prefiero ser cauta¡±, dice.
Hospitales enteros con enfermos de covid-19
El bloqueo de Wuhan dur¨® 76 d¨ªas. Para atajar all¨ª una crisis que se acab¨® extendiendo al resto del mundo, y que en esta ciudad cost¨® oficialmente 3.869 vidas y m¨¢s de 50.000 contagios, hicieron falta 42.000 profesionales sanitarios extra, llegados de otras provincias para tratar lo m¨¢s r¨¢pidamente posible a enfermos que mor¨ªan en sus casas esperando un diagn¨®stico; enviar material protector, escas¨ªsimo en los primeros d¨ªas; dedicar hospitales enteros solo a enfermos de covid-19; levantar 14 hospitales de campa?a en polideportivos, centros de convenciones o cl¨ªnicas privadas; construir otros dos ¡ª?Huoshenshan y Leishenshan¡ª de la nada en solo 10 d¨ªas; establecer protocolos para separar a enfermos de sanos, a infectados por el virus de otros pacientes.
Y encontrar medicamentos que funcionaran: en su hospital, el doctor Zhang, tras bucear en los estudios sobre el SARS, experimentaba con una combinaci¨®n de retrovirales y un medicamento g¨¢strico que, asegura, result¨® la f¨®rmula de mayor ¨¦xito para impedir que los enfermos se agravasen. El uso de plasma de otros pacientes que se hab¨ªan curado y ten¨ªan anticuerpos tambi¨¦n dio alg¨²n resultado ¡°espectacular¡±, seg¨²n recuerda en los jardines de su hospital, tres meses m¨¢s tarde y a punto de dar el alta a sus ¨²ltimos pacientes de covid-19. ¡°Fue como resucitar a gente de entre los muertos. Ten¨ªamos un paciente con el que ya hab¨ªamos probado todo. Estaba muy mal, se mor¨ªa. Le administramos plasma y la mejor¨ªa fue impresionante en cuesti¨®n de solo dos d¨ªas¡ Acab¨® march¨¢ndose a casa por su propio pie¡±, relata.
Otro m¨¦dico, el franc¨¦s Philippe Klein, director de la Cl¨ªnica Internacional de Wuhan, decidi¨® permanecer en la ciudad durante la crisis ¡ª¡°Iba a ser m¨¢s ¨²til aqu¨ª¡±, explica¡ª, mientras su familia y la gran mayor¨ªa de los residentes extranjeros part¨ªan en los aviones que fletaron sus Gobiernos para sacarlos de all¨ª. De aquellos primeros d¨ªas recuerda la confusi¨®n, las colas de gente para comprar comida en los supermercados presa del p¨¢nico y, sobre todo, la importancia que tuvieron los m¨®viles para diseminar cualquier informaci¨®n. ¡°Grupos de chats. Expatriados. Colegas. Diplom¨¢ticos. Todo el mundo intercambiaba consejos, ped¨ªa recomendaciones. El tel¨¦fono no paraba de sonar¡±, recuerda.
El n¨²mero de nuevos contagios solo comenz¨® a bajar de 3.000 diarios a mediados de febrero, dos semanas despu¨¦s del bloqueo. Con un lenguaje casi militar, el d¨ªa 8 se dio la directriz de ¡°ingresar a todos los que tengan que ser ingresados¡±, en hospitales los casos graves o en centros de cuarentena los leves. Se orden¨® tambi¨¦n el confinamiento obligatorio de todos los residentes. No se podr¨ªa salir de casa m¨¢s que en caso de enfermedad o para cubrir servicios esenciales; los comit¨¦s vecinales, los ¨®rganos de representaci¨®n municipal en cada barrio, quedaron encargados de hacerlo cumplir y de informar del m¨¢s m¨ªnimo s¨ªntoma que pudiera presentar cualquier vecino. Se impusieron barreras en las calles para impedir el paso. Wuhan se convirti¨® en una ciudad fantasma.
¡°Era como una pel¨ªcula de cat¨¢strofes, pero sin actores. Sin nadie. El fin del mundo¡±, recuerda un m¨¦dico
¡°Era como una pel¨ªcula de cat¨¢strofes, pero sin actores. Sin nadie. El fin del mundo¡±, recuerda el doctor Klein, que, como m¨¦dico, s¨ª ten¨ªa autorizaci¨®n para desplazarse. Los ¨²nicos seres vivos con los que se encontraba en esas salidas eran animales. ¡°Perros callejeros. Gatos callejeros. Ardillas. Una locura. La gente no ten¨ªa permiso para sacar a sus mascotas, as¨ª que muchos las soltaron¡±.
El confinamiento result¨® una experiencia tan nueva como dura. Siete semanas de econom¨ªa de guerra, de aislamiento en pisos peque?os, en los que la ¨²nica salida era a sacar la basura, y en los que la comida, proporcionada por los comit¨¦s vecinales, llegaba en packs ya predeterminados, para hacer m¨¢s f¨¢cil el reparto.
Quiz¨¢, admite Klein, hubo retrasos en la reacci¨®n china al comienzo, algo que considera ¡°normal¡±. ¡°Es una situaci¨®n nueva. No sabes a lo que te enfrentas. Hay que adaptarse¡±, se?ala. ¡°Tenemos que recordar que China tom¨® medidas para parar esta epidemia en un periodo muy corto, el m¨¢s corto posible. Con esa pol¨ªtica muere menos gente¡±, puntualiza.
El 8 de abril, ya con los nuevos contagios reducidos a cifras de un solo d¨ªgito, se retiraron las barreras que bloqueaban las autopistas, se reabr¨ªa el aeropuerto y sal¨ªan los primeros trenes de sus estaciones, entre campanadas, espect¨¢culos de luces en la ribera del Yangts¨¦ y pitidos de las sirenas de los ferris. Cautamente, los j¨®venes primero, las familias con hijos peque?os despu¨¦s, se han ido aventurando a salir. Bajo los magnolios en flor, los ¨¢rboles alcanforeros reverdecidos en los parques tras el duro invierno, las parejas vuelven a susurrarse nader¨ªas.
A lo largo del parque Jiangtan, a la vera del r¨ªo, corren los peque?os con sus mascarillas. Grupos de amigas intercambian risas y secretos. Un hombre trata de soltar una cometa trabada en un ciruelo. En la orilla, algunos pescadores consiguen un buen bot¨ªn: tantas semanas de calma, y de aguas m¨¢s limpias, han hecho que el caudal lleve m¨¢s peces, cuentan con grandes sonrisas. Sin la contaminaci¨®n que otros a?os empa?aba el aire, esta primavera es especialmente bella, y especialmente bienvenida.
Monta?a del Dios del Trueno
Oficialmente, Wuhan ya no tiene ingresado a ning¨²n paciente por coronavirus. El domingo 26 de abril recibieron el alta los ¨²ltimos enfermos; quedaban tan solo algunos que, libres ya del pat¨®geno, padec¨ªan a¨²n secuelas graves dejadas por esa dolencia. Solo quedan portadores asintom¨¢ticos, a los que se observa para evitar que puedan transmitir el virus o por si desarrollan la enfermedad.
Se han cerrado los 16 hospitales de campa?a. Pocos con m¨¢s simbolismo que el de Leishenshan, o Monta?a del Dios del Trueno, uno de los dos construidos contra reloj en los peores momentos de la epidemia. Inaugurado con gran fanfarria propagand¨ªstica a 20 kil¨®metros del centro, acogi¨® a 2.011 enfermos en sus 32 pabellones; con un total de 1.500 camas, desempe?¨®, seg¨²n su director, el doctor Wang Xinghuan, un ¡°papel muy importante¡± en la lucha contra la pandemia, al descargar de enfermos graves de covid a otros centros. El d¨ªa 15 de abril, tras despedir a su ¨²ltimo paciente, cerr¨® las puertas, con la esperanza de que sea para siempre. Las instalaciones quedar¨¢n ah¨ª, de momento. Los m¨®dulos prefabricados que lo forman se acabar¨¢n derribando, pero ¡°no este a?o¡±, precisa Wang. Sus largos pasillos blancos conservar¨¢n mientras tanto, casi como un museo, las caricaturas y mensajes de aliento que dibujaron los equipos sanitarios all¨ª asignados.
Pero si el alta de los ¨²ltimos ingresados marca, al menos en teor¨ªa, el fin de la pandemia en Wuhan, sus consecuencias continuar¨¢n a¨²n durante mucho tiempo. El trauma de estos meses, el p¨¢nico, el dolor siguen a flor de piel. Los servicios de atenci¨®n psicol¨®gica, desbordados durante el bloqueo, contin¨²an recibiendo llamadas de personas con problemas para dormir, con ansiedad, con s¨ªntomas de estr¨¦s postraum¨¢tico. ¡°S¨¦ que no deber¨ªa sentirlo, pero tengo rabia. Mucha rabia. Deseo un brote como este en Pek¨ªn, en Shangh¨¢i, verlos sufrir como hemos sufrido nosotros, y ver c¨®mo la gente se vuelve contra ellos como se volvi¨® contra nosotros¡±, confiesa un joven de 28 a?os.
Otras cicatrices son visibles: en la cautela de los ancianos que, ciudad abierta o no abierta, se niegan a bajar a la calle por temor al virus. En el olor a gel desinfectante, que llega a r¨¢fagas en el lugar y el momento m¨¢s insospechados. En las carpas callejeras de los comit¨¦s vecinales, para controlar qui¨¦n viene y qui¨¦n va. En las ubicuas vallas azules y amarillas que una semana despu¨¦s de la apertura de la ciudad a¨²n cerraban el paso a los no residentes en numerosas calles, y que obligan a los comerciantes de barrios como el de Liuhe a hacer malabarismos para entregar la compra a sus clientes por encima de esas barreras. ¡°Apenas sacamos para cubrir gastos y comer¡±, se lamenta la se?ora Chen, propietaria de un puesto de verduras. ¡°Como la gente no puede ver bien el g¨¦nero y escoger, hay muchos que pasan de largo. Compensamos algo por lo que vendemos por Internet, pero hacemos poco m¨¢s que la mitad de lo que gan¨¢bamos antes del virus¡±, explica. Sus vecinos, una tienda de fideos, s¨ª tienen delante una cola importante. ¡°Es porque son los ¨²nicos que venden desayunos en toda la calle¡±, dice la se?ora Chen.
Esas mismas barreras cercan, marc¨¢ndolo como un lugar maldito, el mercado de Huanan, cerrado desde diciembre. Junto a la estaci¨®n de tren de alta velocidad de Hankou y hasta entonces incluso un destino tur¨ªstico, fue se?alado inicialmente por las autoridades sanitarias chinas como el lugar donde el virus salt¨® al ser humano, aunque desde entonces Pek¨ªn ha puesto esta teor¨ªa en entredicho. Seg¨²n un estudio publicado en la revista m¨¦dica The Lancet, 27 de las primeras 41 personas confirmadas como enfermas tuvieron alg¨²n tipo de relaci¨®n con las galer¨ªas de ese recinto de dos plantas, partido en dos por una gran avenida.
Unas telas negras cubren parcialmente los letreros de los puestos. Poca gente se acerca. Donde estuvo la entrada, media docena de polic¨ªas cubiertos de pies a cabeza con traje protector y gafas ordenan alejarse a quien se aproxima. Entran y salen, en grupos de dos o tres, otras personas pertrechadas de la misma guisa, algunos con blocs de notas. ¡°Desinfectan y toman muestras¡±, puntualiza un polic¨ªa. Un fuerte hedor a carne podrida, mezclado con efluvios de desinfectante, flota en el ambiente y se agarra a la garganta a trav¨¦s de la mascarilla.
La palabra en boca de todos en Wuhan es ¡°precauci¨®n¡±. Precauci¨®n contra el virus, para no perder lo ya ganado, para no tener que volver al temido confinamiento. Pocos se atreven a entrar en los centros comerciales cerrados. Bares y restaurantes solo sirven comida para llevar o bajo estricta vigilancia de la distancia social. Las empresas piden pruebas de coronavirus antes de readmitir a sus empleados en el puesto de trabajo; las f¨¢bricas han impuesto estrictas medidas de separaci¨®n f¨ªsica para sus obreros. Al menor s¨ªntoma, para el hospital.
La misma distancia impera en el transporte p¨²blico. Grandes l¨¢minas de pl¨¢stico separan a los conductores de taxi o de Didi (el Uber chino) de sus pasajeros. Para utilizar el metro, entrar en un centro comercial o casi para cualquier otro espacio, hay que dejarse tomar la temperatura y mostrar el salvoconducto de los tiempos del coronavirus: el c¨®digo generado por una aplicaci¨®n en el tel¨¦fono que constata que ni se han tenido s¨ªntomas, ni se ha estado cerca de un contagiado en al menos dos semanas. En verde, paso libre. En amarillo, vuelva a casa. En rojo, es usted oficialmente un apestado.
¡°Recordar a los muertos¡±
El silencio de aquellos primeros d¨ªas en las calles ¡ªy el caos en el interior de los hospitales¡ª es lo que m¨¢s recuerda Mister Zhou, un hombre en la cincuentena, miembro de un c¨ªrculo peque?o pero muy motivado de activistas cr¨ªticos contra el Gobierno chino. Juntos decidieron documentar las escenas de desesperaci¨®n que se vivieron entonces en los hospitales: gente agolpada en los pasillos, familias rogando que se atendiera a su ser querido enfermo, m¨¦dicos desbordados y sin apenas protecci¨®n.
Para entrar en casi cualquier lugar hay que mostrar un salvoconducto: un c¨®digo generado por una aplicaci¨®n
Uno de los miembros del grupo, el empresario Fang Bin, acabar¨ªa siendo detenido y puesto en cuarentena en febrero. Su paradero ¡ªcomo el del tambi¨¦n periodista ciudadano Chen Qiushi, desaparecido en las mismas fechas¡ª es desconocido desde entonces. ¡°Quer¨ªamos que la gente supiera lo que estaba ocurriendo de verdad, que era muy grave¡±, explica fumando un cigarrillo, cerca de una de las urbanizaciones de altas torres y nueva construcci¨®n que se multiplican por Wuhan.
Era lo que hab¨ªa intentado hacer el oftalm¨®logo Li con sus amigos. En esas fechas, a finales de enero, yac¨ªa en una cama de su hospital Central, aislado. Hab¨ªa contra¨ªdo ¨¦l mismo d¨ªas antes la enfermedad sobre la que alert¨®, cuando atend¨ªa a una paciente que la padec¨ªa. Desde lo que ser¨ªa su lecho de muerte, en entrevistas a varios medios, hab¨ªa declarado que ¡°una sociedad que hable con una sola voz no es una sociedad sana¡±. Falleci¨® el 6 de febrero, desencadenando una ola de tristeza y rabia con escasos precedentes en las redes sociales chinas.
Unas semanas m¨¢s tarde, su colega la doctora Ai Fen, jefe del servicio de urgencias del hospital Central, dar¨ªa una entrevista a un digital chino en el que se lamentaba del silencio que mantuvieron muchos m¨¦dicos. ¡°Si hubiera sabido lo que s¨¦ ahora, habr¨ªa hablado con todas mis fuerzas¡±, se lamentaba Ai, la especialista que rode¨® con un c¨ªrculo la palabra ¡°SARS¡± en un informe de diciembre. Ning¨²n otro medio ha conseguido hablar con ella desde aquellas declaraciones.
Zhou es pesimista sobre el alcance de aquella oleada de furia y de insatisfacci¨®n contra las autoridades. ¡°Fue una manera de descargar tensi¨®n, no se buscaba ning¨²n cambio. La gente acabar¨¢ olvidando al doctor Li. Incluso ahora, si preguntas, ya hay algunos que no caen en qui¨¦n fue¡±, comenta, desalentado. ¡°La gente lo que quiere es que le resuelvan su aqu¨ª y ahora. Mientras estuvieron encerrados, se quejaban. Ahora que ya pueden salir, ya les da igual. Es como si no hubiera pasado nada¡±.
Aunque s¨ª hay quien recuerda al doctor Li. El 4 de abril, en la festividad de Qingming o Barrido de Tumbas, el D¨ªa de Difuntos chino, varios ramos de crisantemos blancos y amarillos rend¨ªan homenaje al m¨¦dico fallecido en el hospital Central. En su p¨¢gina de Weibo, que contin¨²a abierta y se ha convertido en una suerte de monumento cibern¨¦tico a su memoria, los internautas contin¨²an envi¨¢ndole mensajes.
Pocos d¨ªas despu¨¦s de esta conversaci¨®n, las autoridades de Wuhan elevaron las cifras oficiales de v¨ªctimas, originalmente unos 2.500, para incluir a las que fallecieron en sus domicilios esperando un diagn¨®stico y otros mal registrados. Pese a la revisi¨®n, las cifras contin¨²an bajo sospecha. Comparadas con las de otros pa¨ªses golpeados por la enfermedad, son muy bajas. L¨ªderes como el presidente franc¨¦s, Emmanuel Macron, han apuntado que ¡°pasaron claramente cosas que no sabemos¡±. ¡°Nuestra informaci¨®n no es transparente. Uno no puede fiarse de una sola cifra de las que se dan oficialmente¡±, apunta Zhou.
A ¨¦l y a sus amigos les gustar¨ªa poder, en alg¨²n momento, crear una p¨¢gina web parecida con los nombres de todos los fallecidos en Wuhan durante la epidemia, para rendirles homenaje y que el sufrimiento de estos meses no caiga en el olvido. ¡°Que nuestros nietos sepan qu¨¦ fue lo que ocurri¨® de verdad¡±, explica. Pero vuelve a encogerse de hombros, con una sonrisa de impotencia mientras empalma un cigarrillo con otro. ¡°Ahora mismo eso es algo imposible. Toda esa informaci¨®n sobre qui¨¦n muri¨®, qu¨¦ pas¨®, est¨¢ muy controlada. Como nuestros v¨ªdeos del principio¡±.
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