Langostas, uniformes de Pertegaz y cuadros de Dal¨ª: as¨ª era volar en la era dorada de la aviaci¨®n comercial
"Volveremos a volar como antes", escuchamos insistentemente a ra¨ªz de la pandemia. Pero no ser¨¢ exactamente como antes: los vuelos en los sesenta y setenta ten¨ªan una serie de lujos y particularidades impensables en el a?o 2020
Hoy, acostumbrados a los viajes low cost, a los recargos por respirar, cuando incluso se ha llegado a plantearse la posibilidad de viajar de pie, es dif¨ªcil retrotraerse a aquellos a?os a la llamada era dorada de la aviaci¨®n. Poco m¨¢s de dos d¨¦cadas en el que las compa?¨ªas a¨¦reas compitieron en una loca carrera por convertir un billete en un art¨ªculo de lujo. Una ¨¦poca que se inici¨®, oficiosamente, el 26 de octubre 1958, con el primer vuelo comercial de la ruta Par¨ªs-Nueva York de Pan Am en un Boeing 707, y a los que puso banda sonora Frank Sinatra ese mismo a?o con su Come fly with me ("Ven y vuela conmigo"). La canci¨®n de La Voz, que le ten¨ªa pavor a los aviones (cre¨ªa que iba a morir en uno como Glenn Miller), trascend¨ªa lo musical para reflejar una realidad social: los largos viajes transoce¨¢nicos y de costa a costa eran el s¨ªmbolo del triunfo.
Viajar era pertenecer, a la jet set, a la misma clase que J. F. Kennedy, Richard Burton, Elizabeth Taylor o el gran icono del cine, James Bond. Si no tocabas el cielo, se parec¨ªa mucho. Y todo el mundo quer¨ªa tocarlo: entre 1958 y 1965, los pasajeros a¨¦reos pasaron de 50 a 100 millones solo en EE UU. Pasajeros que, por entonces, disfrutaban de lo lindo.
Pagando, el control de seguridad te saltas
Parece que? si alg¨²n d¨ªa volvemos a volar lo de los arcos de detecci¨®n de metales que hab¨ªa hasta ahora se va a quedar en algo propio del neol¨ªtico comparados con los nuevos controles biol¨®gicos a lo Desaf¨ªo total. En la Edad de Oro, los pasajes pod¨ªan salir por 2.700 euros (ajustado a inflaci¨®n y sin tener en cuenta que los sueldos eran menores). A cambio, no hab¨ªa que pasar controles. Uno se presentaba, entregaba su billete, y tan ricamente se sub¨ªa al avi¨®n. La gente se paseaba por la pista de aterrizaje como Pedro por su casa, y as¨ª se ve en pel¨ªculas como La dolce vita, de Federico Fellini o Al final de la escapada, de Jean-Luc Godard (tambi¨¦n en El verdugo, de Berlanga, pero aqu¨ª el pasajero viaja en un asiento de pino).
Restaurante de cinco reactores
Hoy, con suerte, te dan unas patatas y unas almendras, pero el est¨®mago siempre fue uno de los grandes reclamos de las aerol¨ªneas. De hecho, fueron los primeros en servir zumos envasados cuando no se comercializaban en los supermercados. Pero dej¨¦monos de entrantes y vayamos al primer plato. William Stadiem ha publicado un libro sobre aquellos locos a?os titulado Jet Set: The People, the Planes, the Glamour and the Romance in Aviation¡¯s Glory Years. El men¨² de Pan Am era una creaci¨®n del restaurante Maxim¡¯s parisino. Air France, que se sinti¨® herida en lo m¨¢s profundo de su chauvinismo, contratac¨® contratando a La Tour d¡¯Argent. La langosta, el rosbif y las costillas de cerdo se daban por supuestos. Y no ven¨ªan en mini dosis precintadas. Se pod¨ªa repetir hasta reventar porque aquello era la gran comilona, un buffet libre. Si el contenido era de primera calidad, lo mismo puede decirse del continente: nada de vasitos y cubiertos de pl¨¢stico: porcelana de verdad y una cuberter¨ªa que, sin ser de plata, se le acercaba mucho. Y luego estaba el servicio: casi hab¨ªa una azafata por cada cliente.
La fiesta de los cielos
Deseng¨¢?ense: cualquier cosa que se inventara Gunilla von Bismarck en la Marbella del pelotazo ya la hicieron d¨¦cadas antes las l¨ªneas a¨¦reas. Hab¨ªa barra libre en los aviones, as¨ª que cuando uno sub¨ªa las escalerillas, ten¨ªa muchas posibilidades de bajarlas cantando eso de ¡°arrriba con el pipiripip¨ª¡±. De nuevo, ser¨ªa Pan Am la que le dar¨ªa una vuelta de tuerca al lujo celestial. En enero de 1970 lanz¨® su primer vuelo comercial de un Boeing 747, con su ultra c¨¦lebre cabina superior, lo m¨¢s parecido a un priv¨¦ de discoteca. Y ardi¨® Troya. Hab¨ªa mesitas para compartir la comida con amigos y desconocidos. Y si era un sitio de relax, ?por qu¨¦ no hacerlo tem¨¢tico? La aerol¨ªnea Continental mont¨® un ¡°Pub polinesio¡±, con mucho c¨®ctel servido en cocos, que sirvi¨® de inspiraci¨®n al Lounge Capit¨¢n Cook de la australiana Quantas. Las fiestas tem¨¢tica-a¨¦reas se convirtieron en habituales. Incluso algunos aviones llevaban incorporado su propio ¡°piano bar¡±, con un ¨®rgano Wurlitzer, por eso de que no se desafinara con tanta turbulencia. Por supuesto, tanto en la cabina superior como en la inferior se fumaba. Mucho. Tal vez demasiado. El otro gran pasatiempo, si eras capaz de escribir con semejante tasa de alcohol en sangre, era redactar postales facilitadas por la compa?¨ªa con su membrete¡ cualquier cosa era buena para poner verde de envidia a tus familiares.
Un surrealista en el avi¨®n
Volar en avi¨®n se ha convertido en un bazar: que si el cat¨¢logo del duty free, que si los calendarios de azafatos, que si la loter¨ªa, que si la captaci¨®n de dinero para causas ben¨¦ficas¡ Pero hubo un tiempo en que entrar en un avi¨®n elevaba el esp¨ªritu como solo el arte puede hacerlo. Air France fueron los pioneros, bien s?r. Encargaron a los artesanos m¨¢s prestigiosos del pa¨ªs galos tapices para decorar su flota dise?ados por artistas como Sonia Delaunay, Vasarely, Alechinsky, Hartung, Mathieu, Hilaire, Perrot, Picart Le Doux, Manessier¡ No fue una gran idea, visto que m¨¢s de un pasajero, consciente de su valor y envalentonado por el Dom P¨¦rignon, se los llev¨® para casa.
Iberia, punta de lanza del desarrollismo, no se qued¨® atr¨¢s y, en 1972, encarg¨® a Salvador Dal¨ª, el m¨¢s pop de los surrealistas, un par de cuadros para dos de sus aviones DC-10: ¡°Pastor del Ampurd¨¢n¡± y ¡°Sirena alada de la Costa Brava¡±. Seg¨²n su informaci¨®n corporativa, fueron la primera compa?¨ªa del mundo en exhibir obras de arte en sus aviones. El v¨ªdeo de su realizaci¨®n es, ejem, de lo m¨¢s daliniano con toques de Lazarov. Abst¨¦ngase personas sensibles a est¨ªmulos psicotr¨®picos (o tomen biodramina antes de verlo).
Cuatro salidas de emergencia¡ y una pasarela de moda
Las azafatas eran las aut¨¦nticas estrellas del momento, as¨ª que la colaboraci¨®n entre la alta costura y las compa?¨ªas a¨¦reas era normal, pero la locura lleg¨® en 1965, cuando la compa?¨ªa Braniff le encarg¨® a Emilio Pucci el dise?o de sus uniformes. Fue una idea de Mary Wells Lawrence, esposa del propietario de Braniff y aut¨¦ntica reina de Madison Avenue, la calle de los genios de la publicidad. Estaban mejor que bien, con un toque futurista muy Barbarella, aunque eran un poco inc¨®modos¡ uno de los uniformes ven¨ªa hasta con escafandra incorporada (bien pensado, ideal para pandemias).
En 1968, TWA ya tir¨® la casa por la ventana y encarg¨® dise?os tem¨¢ticos seg¨²n las rutas. Cuenta Simon Spalding en su libro Food in the Air and Space que, si ibas a Roma, las azafatas vest¨ªan con togas como vestales romanas, a Par¨ªs, con minifaldas de lam¨¦, a Manhattan, con pijamas y a Londres como taberneras de novela de Dickens.
?Y en Espa?a? En un principio, antes de que la RAE se metiera de por medio, a las azafatas se las conoc¨ªa como ¡°aeromozas¡±, un t¨¦rmino como de lo m¨¢s quijotesco y que a uno le hace pensar en una Dulcinea del Toboso sideral. Los trajes de las aeromozas eran de lo m¨¢s sosos hasta que en 1962 se fich¨® al maestro de la costura Pedro Rodr¨ªguez y, especialmente, en 1968 a Manuel Pertegaz. Un a?o antes del vestido de Salom¨¦ para Eurovisi¨®n, Pertegaz cre¨® el que, sin duda, ser¨ªa el uniforme m¨¢s bonito de Iberia jam¨¢s visto y uno de los m¨¢s elegantes de la historia de la aviaci¨®n: color burdeos y botas de ca?a alta, una capa que pondr¨ªa los dientes largos a Ram¨®n Garc¨ªa¡ m¨¢s yey¨¦ que Concha Velasco. Encima, cada traje estaba hecho a medida, pues se cuenta que las azafatas deb¨ªan pasar por su taller para personalizar su equipamiento.
?D¨¦jenme sitio, soy pasajero!
Pasajeros vestidos de domingo, azafatas que eran el equivalente a las top models actuales que deb¨ªan cumplir unos riguros¨ªsimos est¨¢ndares de belleza¡ un espacio cerrado y alcohol en cantidades industriales¡ El contexto ideal para el ligoteo. Henry Fonda se enamor¨® de su quinta mujer, la azafata Shirlee Adams, durante un vuelo de American Airlines; el Sult¨¢n de Brunei tambi¨¦n se cas¨® con una azafata y por Espa?a fue c¨¦lebre el caso de Joaqu¨ªn Prat y Marianne Sandberg. Hab¨ªa amor, pero en las alturas tambi¨¦n se despertaban las m¨¢s bajas pasiones. Las bibliotecas est¨¢n llenas de memorias de las profesionales de la ¨¦poca denunciando los comportamientos sexistas de clientes con la mano muy larga. Probablemente, el m¨¢s exitoso de todas estas recopilaciones de an¨¦cdotas ellos sea Tea, coffee or me? ("?T¨¦, caf¨¦ o yo?"), aunque hoy nos parece demasiado pudoroso. Quiz¨¢s la mejor historia de todas es la que cont¨® una azafata a Vanity Fair: en un vuelo transoce¨¢nico, se dirigi¨® al asiento de la incorregible Elizabeth Taylor para saber si ella y su amor, Eddie Fisher, estaban servidos¡ Estaban tan a gusto que decidi¨® no interrumpir su intimidad. Por aquel entonces, en los aviones les sobraba espacio para ello, claro.
El canto del cisne
Y en estas, lleg¨® el Concorde y su picudo dise?o, el ¨²ltimo gran sue?o de la aviaci¨®n de lujo. Desde el 2 de marzo de 1969, volar de Europa a Nueva York en tres horas y media fue posible. Ese era el tiempo que ten¨ªas para beber todo el champagne, una carta de vinos franceses que quitar¨ªa el sentido a cualquier sumiller y comer todas las trufas y el caviar que pudieras¡ y para evacuarlo a match 2, dos veces la velocidad del sonido, que deb¨ªa tener su punto. Fue el ep¨ªlogo al vuelo para privilegiados. En 1978, Jimmy Carter decidi¨® liberalizar la aviaci¨®n comercial, con lo que las compa?¨ªas ya no estaban encorsetadas por rutas y precios. Los billetes empezaron a bajar. Los vuelos se democratizaron. Los asientos se multiplicaron y el catering se racion¨®. El maravilloso viaje del glamour a¨¦reo acababa de tocar tierra.
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