Angola: el suelo en el que las minas se han convertido en tomates y cebollas
Una investigadora espa?ola participa en un trabajo en terreno para entender c¨®mo cambia la vida sin la amenaza de los explosivos. Afecta a las relaciones familiares, a los partos y a la cesta de la compra
?ngela Hoyos y sus compa?eras se sientan junto a un reducido grupo de personas dispuesto a abrirse sobre algunas de las experiencias m¨¢s dolorosas de su vida. Les van a pedir, poco a poco y con preguntas muy concretas, que echen la vista atr¨¢s y hacia adelante. Que cuenten c¨®mo cambia tu realidad cuando vives bajo la amenaza de que un paso en falso pueda suponer el ¨²ltimo. O c¨®mo es empezar un nuevo cap¨ªtulo cuando las minas que antes te rodeaban se transforman en cebollas y tomates.
La investigadora espa?ola trabaja en el Centro Internacional de Desminado Humanitario de Ginebra (GICHD). El equipo del que ella forma parte pas¨® varias semanas recorriendo Huambo y Kuando Kubango, dos regiones de Angola, un pa¨ªs que pr¨¢cticamente no conoci¨® otro estado que no fuera el de guerra desde 1961. Primero la independencia de Portugal (hasta 1975) y despu¨¦s un conflicto civil que finaliz¨® en 2002 y que representa el enfrentamiento m¨¢s largo de todo el continente. El objetivo era, explicado a grandes rasgos, estudiar c¨®mo la acci¨®n contra las minas cambia la vida de las personas en el medio y largo plazo social y econ¨®micamente. En los ¨²ltimos 20 a?os el porcentaje de poblaci¨®n que vive en la pobreza ha pasado del 68 al 37%.
"Nos dec¨ªan: 'Esto es una segunda guerra para nosotros", explica Hoyos. Puede que se firmaran los tratados de paz, pero la presencia de explosivos persiste en muchas zonas del pa¨ªs. "Todas las partes utilizaron las minas, se usaban de acuerdo con diferentes t¨¢cticas y doctrinas militares, lo que condujo a una complejidad de dispositivos que no se han visto en muchos otros lugares. Se ubicaban en carreteras y puentes, para proteger infraestructura estrat¨¦gica clave, para emboscar a las fuerzas enemigas, como elemento disuasorio o incluso para infundir terror a trav¨¦s de patrones aleatorios de colocaci¨®n", detalla el estudio que elaboraron con la experiencia. en la que tambi¨¦n participaron el King's College London y el?Stockholm International Peace Research Institute.
El objeto de este proyecto era ir m¨¢s all¨¢ del mapeo de zonas seguras, quer¨ªan saber en qu¨¦ se traduc¨ªa en el d¨ªa a d¨ªa de miles de personas. Nada mejor para eso que sentarse a hablar largas horas con vecinos de diferentes aldeas. La organizaci¨®n Halo Trust, que lleva a?os dedicada a la limpieza de explosivos en el pa¨ªs, hab¨ªa contactado previamente con ellos para pedirles su participaci¨®n. "Este fue un paso muy necesario para que entendieran qu¨¦ hac¨ªamos all¨ª y no les resultara raro que de repente nos present¨¢ramos a hacerles preguntas", detalla Hoyos al tel¨¦fono. "Ten¨ªamos que ir de lo general a lo particular, y plantear las cosas de forma muy concreta, no pod¨ªas sentarte all¨ª y decir: 'Bueno, contadme c¨®mo os ha afectado la presencia de minas".
La estructura era casi siempre la misma. Primero expon¨ªan sus opiniones los sobas, o l¨ªderes comunitarios. Les acompa?aban el resto de hombres. Ellos les contaban c¨®mo la limpieza de explosivos hab¨ªa permitido que tuvieran acceso a electricidad o agua, que pudieran emprender en sectores en los que antes no habr¨ªan imaginado o c¨®mo se reestableci¨® el servicio ferroviario. Horas despu¨¦s, lograban llegar a los testimonios de las mujeres. "Ellas hablaban de partos en mejores condiciones y en general de temas de salud a los que los hombres no hab¨ªan prestado atenci¨®n. Tambi¨¦n relataban c¨®mo ahora los ni?os pod¨ªan estudiar al menos hasta secundaria", resume Hoyos.
De 1975 a 2002, alrededor de un mill¨®n y medio de angole?os murieron. Otros cuatro millones fueron desplazados internos y m¨¢s de medio mill¨®n busc¨® refugio en pa¨ªses vecinos. Halo Trust asegura que han desactivado m¨¢s de 100.000 artefactos, pero que es imposible saber cu¨¢ntos quedan a¨²n en el terreno.
Durante todo ese tiempo, los locales construyeron todo un modo de vida condicionado por la posibilidad de poder morir por un mal paso. La investigaci¨®n describe, por ejemplo, c¨®mo los habitantes de Samaria, una aldea que vivi¨® una de las batallas m¨¢s sangrientas en 1987, idearon rutas que evitaban las ¨¢reas contaminadas. Todav¨ªa hoy se mantienen estas pr¨¢cticas, porque siguen utilizando todoterrenos que ellos conocen como "taxis" para visitar a sus familiares en municipios cercados todav¨ªa cercados por las minas. "A veces, la poblaci¨®n acumula residuos explosivos en sus casas pensando que van a sacar alg¨²n provecho y acaba habiendo problemas", se?ala la investigadora.
En el caso de Angola, la colocaci¨®n de artefactos lleg¨® incluso a los campos destinados a uso agrario, lo que afect¨® tremendamente a la calidad de la alimentaci¨®n. Por estos campos fue por los que pase¨® la princesa Diana en 1997, y por los que a?os despu¨¦s camin¨® su hijo Enrique. Antes del desminado, la mayor parte de los cultivos se restring¨ªan a calabazas, patatas, yuca o nueces. Con la limpieza, los mercados y las casas empezaron a llenarse de arroz y, lo m¨¢s importante, vegetales como cebollas, tomates o? frijoles. Volvieron a cazar y a practicar apicultura, con lo que ahora disponen de miel. "Tuvieron acceso a m¨¢s semillas, y se agiliz¨® el intercambio de frutas y verduras", comenta Hoyos. Sin embargo, la facilidad de comunicaci¨®n con las ciudades tambi¨¦n dio lugar a que la dieta se haya llenado de productos no siempre saludables como sal y az¨²car.
Huambo, una de las regiones estudiadas, fue en su d¨ªa un importante centro de comercio, muchas localidades depend¨ªan de estas comunicaciones. Hasta 2012 no vio reparado su servicio de trenes y poco a poco resurgi¨®. Hoy el transporte ferroviario de la zona lleva a m¨¢s de 2.300 pasajeros diarios y los suministros vuelven a llegar a muchos consumidores.
Muchos de los viajeros en estos vagones se dirigen hoy a ver a familiares y amigos. El corte de trenes y la inseguridad de los caminos hac¨ªa imposible visitar a alguien en otra localidad. Un distanciamiento social que ahora cuesta muy poco entender, pero que en ese momento no lo caus¨® un virus, sino una guerra que parec¨ªa eterna.
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