Tudela: La Magdalena, La Guitarra y el Tudelano
En sus barras se mezclan culturas e ideolog¨ªas unidas por el amor a la tortilla de patatas y a los brindis.
En Tudela, al lado del puente del Ebro y la Juder¨ªa Nueva, delante de la iglesia de Santa Mar¨ªa Magdalena ¡ªuna construcci¨®n rom¨¢nica del siglo XII¡ª, se ubica, desde los pasados a?os cuarenta, La Magdalena. Es el ¨²nico bar de su ¨¦poca que perdura en la zona. Su propietario, Jer¨®nimo Iglesias, es un extreme?o de Las Hurdes que ha visto y revisto la pel¨ªcula que Luis Bu?uel rod¨® sobre su comarca. Lleg¨® a Tudela hace 15 a?os. Alterna el negocio con su escuela de motociclistas en Castej¨®n, un pueblo cercano.
A la mujer que en la posguerra atend¨ªa La Magdalena se la conoc¨ªa como Paca, la Gitanilla por su buena relaci¨®n con los gitanos. El barrio, humilde y muy mestizo, encaja con la tradici¨®n de Tudela como lugar de encuentro de culturas. En esta cantina se mezclan apaciblemente gitanos, marroqu¨ªes, argelinos, colombianos, ecuatorianos, franceses y tudelanos.
Hace a?os abr¨ªa a las seis de la ma?ana para acoger a los hortelanos que luego cruzaban a la mejana, la huerta de la ribera del Ebro. Lo que sol¨ªan desayunar eran bombas: revuelto de moscatel con an¨ªs los m¨¢s flojos y de co?ac con an¨ªs los m¨¢s bizarros. M¨¢s de uno sal¨ªa hacia la huerta dando tumbos.
La taberna conserva dos aparatos de radio de los a?os cuarenta y un televisor de los cincuenta que ser¨ªa de los primeros de Tudela. Hay una tragaperras por la que alguno lleg¨® a perder la casa y la cabeza. ¡°Desde la crisis de 2008 baj¨® el n¨²mero de lud¨®patas; pero antes hab¨ªa quien se enganchaba a la m¨¢quina a primera hora y no la soltaba hasta las siete de la tarde¡±, cuenta Jer¨®nimo, un experto en detectar estados de ¨¢nimo y en el arte de fiar: nos muestra un cuaderno en el que registra las cantidades que le van debiendo los m¨¢s de 20 que no pagan al contado ni por equivocaci¨®n. A los muy morosos los ha colocado en una lista negra. Ya no los f¨ªa.
En el ¨²ltimo piso de este bloque de La Magdalena, en 1958, naci¨® Jes¨²s Oliv¨¢n, sobrino de Petra, la primera due?a del edificio. Casualmente, Jes¨²s es el regente del siguiente garito que visitamos, La Guitarra, presente en el barrio de la imponente catedral desde hace casi 80 a?os. Su padre era churrero y cogi¨® el establecimiento en 1969. Hoy se mantiene como sitio de tapas, especialista en tortillas con pimientos verdes y anchoas rebozadas. Jes¨²s evoca el serr¨ªn, que absorb¨ªa los l¨ªquidos que ca¨ªan al suelo. Hasta que se prohibi¨® por razones sanitarias, fue un icono de los bares espa?oles.
En La Guitarra la diversidad al otro lado de la barra es ideol¨®gica. Jes¨²s se declara apol¨ªtico, pero le divierte poner cada ma?ana en la radio a Jim¨¦nez Losantos y a Carlos Herrera, por la controversia que desatan en los clientes, algunos tan poco afines a los locutores como los encargados de la herriko taberna vecina. Jam¨¢s, aclara Jes¨²s, ha habido ning¨²n conflicto. Pero yo dar¨ªa algo por ver la cara de los abertzales tomando una ca?a con la voz de Jim¨¦nez Losantos de fondo sonoro.
Al mediod¨ªa, Jos¨¦ ?ngel P¨¦rez Cuesta nos aguarda en el Tudelano, el bar que su padre instal¨® en el barrio obrero de Lourdes en abril de 1965. Jos¨¦ ?ngel creci¨® aqu¨ª y le resulta f¨¢cil rescatar algunas im¨¢genes y sensaciones de aquellos primeros a?os: el Black Is Black de Los Bravos que sonaba una y otra vez en la gramola; las caras de la gente mientras ve¨ªa en la tele Bonanza por la tarde y El fugitivo por la noche; el papel de peri¨®dico que se empleaba para cualquier cosa, incluso para leer; el recinto tan inundado por el humo de cigarrillos y Farias que ¡°parec¨ªa Londres en un d¨ªa de niebla¡±; el jaleo de los fines de semana; las mujeres en la puerta preguntando por sus maridos, en ese tiempo en el que una mujer dentro de un bar era un bulto sospechoso; las camisas chorreando sudor en las tardes de verano sin aire acondicionado; los tapetes verdes donde los hombres jugaban a las cartas, interminablemente. Hab¨ªa noches que el Tudelano no cerraba: las timbas se extend¨ªan hasta el alba. Si la guardia civil los advert¨ªa, apagaban la luz y reanudaban las partidas en la cocina. Se cruzaban apuestas a la m¨ªnima de cambio. Jos¨¦ ?ngel recrea la tarde en la que un ¡°chiquit¨ªn¡± de 1,55 ret¨® a un pulso a un ¡°gigant¨®n¡± y, ante el asombro general, lo tumb¨®: aquel tipo hab¨ªa orde?ado vacas durante m¨¢s de 25 a?os y sus brazos parec¨ªan sacados de un c¨®mic de la Marvel. Otro d¨ªa, unos pescadores que ven¨ªan del r¨ªo soltaron tres ranas en el suelo y alguien los desafi¨®: ¡°?A que no tra¨¦is m¨¢s ranas?¡±. Los pescadores volvieron con dos sacos enormes. Al volcarlos, m¨¢s de 1.000 ranas comenzaron a saltar entre la gente.
Jos¨¦ ?ngel conoce al dedillo la vida de casi cada uno de sus clientes, algunos tan queridos como los miembros del Muskaria, el cineclub que celebra sus sesiones en el Moncayo, la sala, situada a unos pasos, que programa Pepe Romano. Jos¨¦ ?ngel es cin¨¦filo: en el ¨²ltimo festival, en la puerta del servicio de caballeros coloc¨® una imagen de Alejandro Amen¨¢bar y en la de mujeres otra de Pilar Mir¨®. A¨²n guarda una foto de Eduardo Noriega jugando al futbol¨ªn.
Barras de encuentro
Humo y timbas
En La Magdalena conviven apaciblemente gitanos, latinoamericanos, africanos, franceses o tudelanos. En La Guitarra la mezcla es ideol¨®gica, pero tampoco nunca ha habido conflictos. En el Tudelano las timbas se extend¨ªan hasta el alba, con el humo inundando el local. Si la guardia civil los advert¨ªa, fing¨ªan que cerraban, apagaban la luz y reanudaban las partidas en la cocina
Las mujeres comenzaron a entrar en 1992, el a?o en el que Jos¨¦ ?ngel aire¨® el local y suprimi¨® las timbas. El Tudelano es el mismo y es otro. La que no ha sufrido ni un leve rasgu?o es la mano m¨¢gica de su esposa, Izaskun Arnaiz, cuando toca la ensalada de tomate y la tortilla de patatas, que ya se pueden tomar con la niebla de Londres despejada.
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