Amantan¨ª, la isla donde los turistas son bien recibidos pero no la industria hotelera
Es una de las ¨ªnsulas m¨¢s grandes del Titicaca peruano y un ejemplo exitoso de turismo comunitario. Sus habitantes decidieron cerrar el acceso a los grandes hoteleros. Son ellos los que gestionan el alojamiento de sus visitantes
Seg¨²n la tradici¨®n andina, cuando se cre¨® el universo solo exist¨ªa el lago Titicaca. Wiracocha, el Dios padre, el Creador supremo, mand¨® al Sol y a la Luna emerger de esas aguas para dar m¨¢s luz al mundo. De manera que el gran lago de agua dulce que comparten Per¨² y Bolivia ser¨ªa el centro de todo, el origen de lo que somos.
En ello pensaba hace unos a?os mientras surcaba en un amanecer de luz acerada los canales abiertos a la navegaci¨®n entre bosques acu¨¢ticos de totora en una peque?a embarcaci¨®n que me llevaba desde Puno hasta la isla de Amantan¨ª. Pero lo que me llev¨® a Amantan¨ª por primera vez en el a?o 2000, no fue la b¨²squeda de los or¨ªgenes del Tawantinsuyo (el imperio incaico), sino conocer una forma diferente de hacer turismo, en la que en teor¨ªa todos los miembros de una comunidad participaban del negocio y se repart¨ªan los beneficios. En Amantan¨ª, una de las islas habitadas m¨¢s grandes del lago Titicaca, no hay grandes hoteles ni se espera que los haya en un futuro.
En esos a?os los habitantes de la isla, en colaboraci¨®n con la municipalidad, decidieron que su vida tradicional no se ver¨ªa alterada ni por nuevas construcciones ni por el turismo de masas, que cada vez en mayor n¨²mero llega a las costas del Titicaca. Estar¨ªan encantados de recibir turistas, por supuesto, al igual que hacen sus vecinos de la isla de Taquile, pero quienes quisieran conocer su isla deber¨ªan compartir con ellos sus casas, sus cocinas y su estilo de vida.
Durante el viaje, mi barca atrac¨® en la peque?a rada de Amantan¨ª. A primera vista, el paisaje no fue nada espectacular. Amantan¨ª es una isla de piedra desnuda sobre la que despuntan peque?os bosquetes de eucaliptos. Casi todas las viviendas estaban construidas con adobe, pero los techos de chapa met¨¢lica restaban encanto al conjunto.
En aquel viaje cuando descend¨ª de la barca, comenz¨® el proceso de reparto de visitantes. La comunidad estaba previamente avisada por la agencia que nos traslad¨® desde Puno y sab¨ªa cu¨¢ntos pasajeros pernoctar¨ªan all¨ª esa noche, se hab¨ªan encargado de avisar a las familias que, por turno, les tocaba acoger.
Eran las mujeres las que bajaban al peque?o puerto, recog¨ªan a sus clientes y les acompa?aban a la casa. El forastero deb¨ªa emprender con esfuerzo su ascenso por un camino enlosado con grandes piedras que llevaba hacia la plaza central del pueblo. En la isla, poco a poco el desnivel se va encrespando y aunque no es mucho el trecho que separa el puerto de la plaza hay que salvarlo muy lentamente, haciendo paradas. Amantan¨ª est¨¢ a casi 4.000 metros de altitud y el aire parco en ox¨ªgeno convierte el m¨¢s m¨ªnimo esfuerzo en un escollo tit¨¢nico para los mortales que venimos del nivel del mar.
La casa en la que me toc¨® dormir fue la de do?a Juanita. Juanita era en ese momento una mujer de unos 30 a?os, de rostro anguloso y duro, muy morena, pero de sonrisa f¨¢cil y ademanes muy gentiles. Ten¨ªa una peque?a tienda de comestibles pero cuando empezaron a llegar los turistas, ella y su marido Amadeo entendieron que ese era el futuro. Comprendieron r¨¢pido tambi¨¦n que los turistas ven¨ªan buscando la convivencia con los locales, pero con unas m¨ªnimas condiciones de comodidad. Por eso habilitaron en el patio trasero de su casa cinco nuevas habitaciones para los "pasajeros", como llama Juanita a los forasteros; hab¨ªan construido adem¨¢s un agradable comedor y lo que pod¨ªa considerarse todo un lujo en la isla: dos retretes con sendas tazas de loza, muy humildes, pero funcionales. Tras ense?arme la habitaci¨®n, Juanita desapareci¨® en la cocina con su peque?a hija Lizbeth para preparar el almuerzo.
?¡°Hace ya m¨¢s de cuatro a?os que recibo pasajeros", me cont¨® sin dejar en ning¨²n momento su franca sonrisa. "Estamos muy contentos, nunca hemos tenido ning¨²n problema. Y nos deja un dinero extra. Estamos haciendo dos habitaciones m¨¢s, mi marido no est¨¢ hoy porque ha tenido que ir a Puno para comprar m¨¢s cemento y ladrillos¡±.
El acuerdo era que la familia daba siempre al pasajero el desayuno, la comida y la cena en la misma casa donde se alojaba. Sopa de quinua, pescado con papas sancochadas o fritas, un poco de ensalada. Comida mayoritariamente vegetariana. En Amantan¨ª apenas se come carne, solo en celebraciones anuales o en fiestas se?aladas, como un cumplea?os. El grueso de la dieta de la poblaci¨®n es patatas, ma¨ªz, verduras y pescado del lago.
En ese momento, oficialmente hab¨ªa un comit¨¦ municipal que controlaba la idoneidad de los alojamientos y se encargaba de repartir por turnos a los turistas en las casas homologadas en cada una de las comunidades o aldeas que formaban la isla. Pero no todo era id¨ªlico en este sistema. Por lo que cobr¨® la agencia con la que contrat¨¦ el viaje en Puno en su momento y lo que sonsaqu¨¦ a Juanita que cobr¨® por mi estancia, calculo que solo le llegaba el 30% de lo que pagaba el turista. Tambi¨¦n hab¨ªa agencias que se saltaban la rotaci¨®n municipal y trataban directamente con propietarios concretos. Y como era l¨®gico que ocurriera con el paso del tiempo, ahora puedes reservar estos alojamientos en los portales online habituales de reservas de hoteles. Y mucho ha cambiado el asunto, puesto que encuentras alojamientos que cada vez tienen m¨¢s categor¨ªa y algunas casas se publicitan bajo la denominaci¨®n de lodges o houses.
En cualquier caso, y con las imperfecciones que sean, el esp¨ªritu original sigue vigente y me parece un sistema exitoso de gesti¨®n comunitaria del turismo. Un modelo ampliamente utilizado en otras zonas ind¨ªgenas de Per¨² que garantiza que las comunidades locales reciban todo o buena parte de los beneficios que generan y que el turismo pase de ser Atila a una herramienta m¨¢s del desarrollo integral de los pueblos.
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