Cosas buenas por hacer
Autor tard¨ªo, debi¨® empezar a escribir mucho antes. Ten¨ªa 75 a?os, creo. Pero las mejores vidas resultan cortas la zona fantasma
Como si la enfermedad que nos amenaza agravara las dolencias particulares, en este periodo de 2020 han sido demasiados los amigos que se han despedido del mundo por causas ajenas al coronavirus. La p¨¦rdida de cuatro de ellos me ha afectado mucho m¨¢s de lo que habr¨ªa supuesto, porque ninguno estaba ya en mi cotidianidad. Bueno, uno ni siquiera era amigo, o s¨®lo en la medida en que media Espa?a le profesaba afecto y lo consideraba tal. S¨®lo coincid¨ª una vez con ¨¦l en persona, en un coloquio futbol¨ªstico de alguna televisi¨®n. Michael Robinson era simp¨¢tico, cordial, ingenioso y alegre, y creo no equivocarme si digo que su desaparici¨®n es una de las m¨¢s lamentadas colectivamente en este pa¨ªs, nada propenso a las unanimidades y bastante al regocijo por las desdichas ajenas. Al cabo de d¨¦cadas aqu¨ª, su espa?ol segu¨ªa siendo defectuoso pero inventivo y gracioso, y sus retransmisiones deportivas en compa?¨ªa de otros dos comentaristas queridos, Carlos Mart¨ªnez y Valdano, quedar¨¢n en la memoria y en la nostalgia de varias generaciones de aficionados. Que alguien como ¨¦l no est¨¦ en el mundo es una desgracia para nuestro peque?o mundo, que no puede permitirse bajas de tant¨ªsima calidad personal, cuando demasiadas figuras p¨²blicas carecen de calidad.
La segunda p¨¦rdida ha sido la de Ian Michael, que fue mi jefe en los a?os 80, cuando ense?¨¦ en la Universidad de Oxford. Me imagino que en buena medida le debo a ¨¦l mi nombramiento y siempre le estar¨¦ agradecido por ello y por mucho m¨¢s. Era un hispanista brillante, y ocasional autor de novelas policiacas bajo el pseud¨®nimo de David Seraf¨ªn. Era gal¨¦s y por ese motivo nunca fue muy bien visto como jefe del Departamento de Espa?ol de la Universidad, pero eso a ¨¦l le daba igual. Es el ¨²nico ¡°jefe¡± que he tenido en mi vida, o casi, y no podr¨ªa haberme tocado uno mejor. Dejaba las manos libres y a nada daba importancia, un hombre desenvuelto, ir¨®nico, malicioso y bienhumorado. Jam¨¢s le vi un gesto autoritario, todo lo contrario, viv¨ªa para pasarlo bien. En mi vieja novela Todas las almas retrat¨¦ a alguien que compart¨ªa caracter¨ªsticas con ¨¦l, bajo el nombre de Aidan Kavanagh, irland¨¦s que escrib¨ªa relatos de lo sobrenatural. Ian fue el primero en leerla en Oxford, y, como cont¨¦ en otro libro posterior, comprendi¨® en seguida que no se trataba de un roman ¨¤ clef, y al mismo tiempo se refiri¨® por carta a nuestros colegas de all¨ª por los nombres de los personajes que seg¨²n ¨¦l se les asemejaban. Andaba muy divertido con sus reacciones, y supon¨ªa que los m¨¢s descontentos ser¨ªan justamente los que ni por asomo hab¨ªan sido ¡°novelados¡±, sabedor de que es preferible ser considerado materia de ficci¨®n, aunque sea para regular o mal, que indigno de ese territorio. Lo que m¨¢s me alarm¨® fue que crey¨® a pie juntillas que yo hab¨ªa tenido en la realidad la amante que el narrador de mi novela hab¨ªa tenido en ¨¦sta, cuando no era as¨ª. Me asegur¨® haberse cruzado hac¨ªa poco con ¡°Clare Bayes¡±, y me qued¨¦ muy preocupado pensando que la reputaci¨®n de alguna casada oxoniense hab¨ªa quedado enturbiada por culpa de mi ficci¨®n. En los ¨²ltimos a?os mantuvimos m¨¢s contacto epistolar que otra cosa, pese a que al jubilarse se instal¨® en Madrid y aqu¨ª muri¨®, en un negligente hospital. Lamento que un hombre tan jovial haya dejado de estar por aqu¨ª. No s¨¦ si me consuela que su existencia no fuera breve: hab¨ªa nacido en 1936. Pero las existencias beneficiosas son breves una vez que han concluido.
La tercera p¨¦rdida es la del novelista Javier Fern¨¢ndez de Castro, de quien la mayor¨ªa de ustedes no habr¨¢ o¨ªdo hablar pese a su obra. Javier nunca tuvo suerte con sus libros, mejores que tantas inanidades agasajadas, y lo m¨¢s admirable de ese hecho es que jam¨¢s lo vi resentido por ello, ni siquiera lamentoso o disconforme; jam¨¢s se le ocurri¨® mirarnos mal a quienes tuvimos m¨¢s fortuna que ¨¦l. Sin duda es una de las personas m¨¢s buenas, templadas y nobles que he conocido. No era de demasiadas palabras, sonre¨ªa, carraspeaba y se manten¨ªa en la penumbra, y en tiempos remotos recuerdo su generosa hospitalidad. Tambi¨¦n con ¨¦l la relaci¨®n de los ¨²ltimos bastantes a?os fue espor¨¢dica. Y sin embargo, al saber de su muerte, se me hizo un insoportable nudo en la garganta o peor, porque supe al instante que la vida ser¨ªa m¨¢s inh¨®spita sin Javier Fern¨¢ndez de Castro comparti¨¦ndola en la distancia. Hab¨ªa cumplido 78, pero en mi recuerdo lo ver¨¦ siempre joven, con cazadora de cuero negra, montado en una moto de gran cilindrada en la que me llev¨® de paquete alguna vez.
Con la cuarta p¨¦rdida tuve menos trato, pero suficiente. En mi juventud visit¨¦ cientos de veces la librer¨ªa Turner, que regentaba Manolo Arroyo en Madrid. Admir¨¦ su editorial de igual nombre y su talante exc¨¦ntrico y t¨ªmido. Y en ¨¦poca dif¨ªcil me encarg¨® un trabajo que agradec¨ª y disfrut¨¦: la introducci¨®n y selecci¨®n de dos antolog¨ªas de cuentos biling¨¹es, brit¨¢nicos y americanos, en las que inclu¨ª a Conrad, Saki, Katherine Mansfield, James, Melville (el hoy mal entendido y abaratado ¡°Bartleby¡±) y Crane. La ¨²ltima vez que nos encontramos fue en la parada obligatoria de Landa camFino de Bilbao. Era un hombre distante pero conmigo siempre fue c¨¢lido, dentro de su pudor. Autor tard¨ªo, debi¨® empezar a escribir mucho antes. Ten¨ªa 75 a?os, creo. Pero las mejores vidas resultan cortas, porque siempre les quedar¨¢n cosas buenas por hacer.
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