La era del compromiso
?Cu¨¢nto dinero estamos dispuestos a perder para salvar cu¨¢ntas vidas? ?Cu¨¢ntas vidas para salvar cu¨¢nto dinero?
Como todas las palabras que importan, compromiso significa por lo menos dos cosas muy distintas, casi opuestas. Un tal Sartre, gabacho de pro, hablaba mucho del compromiso del intelectual ¡ªy del intelectual comprometido, plaga de los sesenta. En esa acepci¨®n compromiso significa que alguien est¨¢ tan convencido de algo que se le entrega entero ¡ªo dice que se le entrega entero. De eso, como de todo, hay una versi¨®n caricatura: el pol¨ªtico que pone cara de ahora s¨ª vamos a hablar de lo que importa y proclama su compromiso de hacer lo que nunca pens¨® hacer. Y hay una versi¨®n ¨ªntima en plena decadencia: ese rito en que un hombre y una mujer, en general hijos de carcas, anuncian que si todo sigue igual en un tiempito se nos casan.
Pero todas estas acepciones se parecen: describen, con m¨¢s o menos verdad, la decisi¨®n de tomar una decisi¨®n y respetarla, seguir tus convicciones. La otra acepci¨®n es lo contrario: la decisi¨®n de negociar tus convicciones porque algo supuestamente te lo impone. Es la diferencia entre tomar un compromiso y buscar uno. La segunda es la que define nuestros d¨ªas.
Hay razones: Larrealidad nunca fue tan obviamente impositiva como ahora. Larrealidad ¡ªperdonen el personaje de gui?ol¡ª siempre interviene, pero lo suele hacer con menos gritos. En estos d¨ªas la pandemia es un alarido constante que nos dice que Larrealidad controla todo, que est¨¢ por todas partes. Y que, entonces, hay que buscar compromisos sin parar.
Los buscamos en nuestras vidas cotidianas y comunes: ?voy a la oficina y me arriesgo a contagiarme o les digo que no y me arriesgo a que me echen? ?Mando al ni?o a la escuela as¨ª crece y que sea lo que Dios quiera? ?Bajo al metro y me la juego? ?Me gasto toda esa pasta en mascarillas o apuesto a que duren unas horas m¨¢s que lo que dicen? ?Cenamos fuera pero nos mantenemos a tres metros? ?Le doy a la abuela la alegr¨ªa de llevarle a Puchi o le hacemos un zoom que es m¨¢s seguro? ?Salgo a vender a ver si traigo algo o me quedo y nos comemos el ¨²ltimo arroz y despu¨¦s vemos?
Larrealidad bruta so forma de pandemia nos obliga a tomar decisiones todo el tiempo: a hacer visible y urgente lo que en general conseguimos disimular o dar por decidido. Y nos obliga al compromiso permanente: hasta d¨®nde me arriesgo, qu¨¦ estoy dispuesto a hacer o a no hacer. Y as¨ª ser¨¢ ¡ªsupongo¡ª en los despachos del poder. Para los que tienen la desgracia de gobernarnos estos d¨ªas, la pr¨¢ctica del compromiso se ha convertido en su tortura cotidiana: ?Y si los dejo abrir hasta las 22.00 se contagiar¨¢ un 37% menos que si cierran a las 24.00 pero recaudar¨¢n lo suficiente? ?Y si ahorro en rastreadores podr¨¦ invertirlo en estrellas amarillas para los infectados? ?Y si hago cuarentena de turistas franceses pero no de alemanes, que son tan limpitos? ?Y si contrato m¨¦dicos sudacas despu¨¦s tendr¨¦ que dejarles que se queden? ?Y si abro las escuelas pero proh¨ªbo que los ni?os hablen de f¨²tbol, que escupen demasiado?
Gobernar suele ser eso: encontrar compromisos. Siempre es as¨ª pero, en estos d¨ªas en que todo se nota demasiado, se nota demasiado que deben buscar el compromiso entre dos factores b¨¢sicos: el dinero, la vida. ?Cu¨¢nto dinero estamos dispuestos a perder para salvar cu¨¢ntas vidas? ?Cu¨¢ntas vidas para salvar cu¨¢nto dinero? O, dicho de una manera que incluso ellos pueden entender: ?cu¨¢nto vale una vida? ?Depende de qu¨¦ vida? ?Cu¨¢nto vale una vida de vejete? ?Cu¨¢nto una vida de neurocirujano? ?Cu¨¢nto una de panchito? ?Una de ni?a rubia? ?Y cu¨¢nto la de mi madre pobre ¨¢ngel?
Las respuestas, faltaba m¨¢s, var¨ªan. Dependen de eso que, en d¨ªas m¨¢s calmos, solemos llamar ideolog¨ªa. Que, como todo, con la pandemia se nota demasiado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.