Hija m¨ªa, tanto estudiar para vender botijos
Pepa Entrena era una ejecutiva de las que negocian con el cuchillo entre los dientes. Un d¨ªa mand¨® un e-mail equivocado. Ante ella se abri¨® el desastre y la puerta a una nueva vida entregada a la artesan¨ªa espa?ola.
En 2012 Pepa Entrena escribi¨® a sus colegas: ¡°No tengo palabras para el amable correo del se?or X. Ante todo, queridos, ya sab¨¦is, mucha calma¡±.
A continuaci¨®n le dio a ¡°enviar¡± a todos, incluido el se?or X.
¡°Tir¨¦ la blackberry al suelo, salt¨® en pedazos, empec¨¦ a gritar y, cuando consegu¨ª encenderla, ten¨ªa varios mensajes de mis compa?eros en el buz¨®n: ¡®?Qu¨¦ has hecho? ?Est¨¢s loca?¡¯. El lunes mis jefes me esperaban con la carta de despido. Fue la mejor metedura de pata de mi vida¡±. Ah¨ª pudo estar el germen de Cocol, o quiz¨¢s en el curso de filosof¨ªa y humanidades al que se apunt¨® para purgar sus culpas.
Lo cierto es que el d¨ªa que vio el ¡°se alquila¡± del n¨²mero 18 de Costanilla de San Andr¨¦s, Madrid, no se lo pens¨®. Aquella antigua tapicer¨ªa era ideal para su sue?o de crear Cocol, una tienda donde convertir cl¨¢sicos de la artesan¨ªa espa?ola en objetos de culto. La madrile?a Pepa Entrena (1972) estaba dispuesta a buscar a los ¨²ltimos guardianes de los oficios.
Al poco hizo su entrada triunfal en la tienda don Wenceslao Fern¨¢ndez, de profesi¨®n tapicero, nieto del tapicero de la Corte a quien encargaban los visillos de encaje suizo y los cojines para los estrados de las damas. ?l hab¨ªa trabajado y vivido m¨¢s de 50 a?os all¨ª y ven¨ªa a dejarlo dicho. El se?or se llev¨® una alegr¨ªa y se fue tranquilo porque todo estaba intacto. Hasta segu¨ªan (y a¨²n siguen) los gruesos clavos donde se colgaban los muebles de su aristocr¨¢tica clientela.
Lo primero que lleg¨® a Cocol fueron los botijos de Agost. ¡°Hija m¨ªa, tanto estudiar para acabar vendiendo botijos¡±, dijo su padre. Despu¨¦s la cer¨¢mica de Granada, la cester¨ªa de Alicante, el esparto de Murcia, artesano a artesano. ¡°No compro a intermediarios. Conozco al 90% de los productores de los objetos que me rodean¡±.
¡°Cuando la gente entra en la tienda¡±, cuenta Pepa, ¡°compruebo la fuerza evocadora de la historia de estos objetos. Un se?or mayor lleg¨® y se me puso a llorar delante de un botijo: ?Ay, si este botijo hablase!¡±. ¡°Todo ha cambiado mucho¡±, reflexiona, ¡°ahora la artesan¨ªa mola, pero hace tres a?os ver un botijo en el centro de Madrid era una extravagancia¡±.
Ella era una ejecutiva acostumbrada a negociar en ingl¨¦s y con el cuchillo entre los dientes. ¡°Antes yo me preparaba un contrato, con plazos de pago rigurosos, penalizaciones¡ Nada de esto funciona con los artesanos. Antes me sent¨ªa poderosa, ahora estoy vendida. Todo depende de que conectemos bien¡±. Ha tenido que coger un avi¨®n para tomar un caf¨¦ con un cestero de Mallorca que no se fiaba de cerrar un trato por tel¨¦fono, otro a Lanzarote para buscar a la ¨²nica sombrerera que a¨²n trabaja con las t¨¦cnicas tradicionales, que a sus casi 80 a?os y con artritis avanzada en las manos le dijo: ¡°A m¨ª no me da para hacer m¨¢s sombreros, tardo tres semanas con cada uno y no lo voy a malvender¡±. ¡°Imposible regatear, aunque yo negocio poco porque defiendo el trabajo artesanal¡±, concluye Pepa, que mantiene una guerra con la economista que lleva dentro. ?Alguna vez hab¨¦is conseguido firmar la paz? ¡°Pues mira, la Navidad pasada me hab¨ªa ido tan bien que pens¨¦: ¡®Esto no hay quien lo pare¡±.
Risas. ?Carcajadas?
Porque lleg¨® marzo. Pero la buena noticia es que Pepa Entrena volver¨¢ a las carreteras de Espa?a.
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