En busca del duende

Siento que el hecho de compartir algo inmortal, la m¨²sica que fluye debajo de las palabras, directamente impregnada en el alma, en fin, los cientos de horas de pr¨¢ctica, valen la pena
Han pasado siete meses desde mi ¨²ltimo concierto y eso me duele muy adentro. Echo de menos actuar. Cuando era ni?o me dorm¨ªa todas las noches escuchando a mis h¨¦roes interpretar, generalmente en grabaciones en vivo, y cuando llegaban los aplausos me imaginaba que yo estaba en el escenario terminando una sonata de Beethoven. Era todo lo que so?aba hacer desde los siete a?os. Y, de alguna manera, he logrado convertir ese sue?o en realidad.
El proceso es m¨¢gico. Voy a Hazen, al lado del Teatro Real, y compro una partitura. Digamos, la Tercera sonata de Chopin, la pieza que estoy preparando ahora. Tiene 34 minutos de duraci¨®n, cuatro movimientos (cada uno de ellos, como el cap¨ªtulo de un libro). Me siento en mi piano con el l¨¢piz apretado entre los dientes y lentamente voy pasando comp¨¢s por comp¨¢s y eligiendo la mejor digitaci¨®n. Esto es lo m¨¢s importante. Si se hace correctamente, todo resultar¨¢ mucho m¨¢s f¨¢cil. Se trata de un trabajo arduo, largo y frustrante. Miles y miles de notas, cada una de las cuales requiere un dedo espec¨ªfico asignado. Un rompecabezas matem¨¢tico gigante. F¨ªsica pura. Como rascarse una picaz¨®n realmente friki.
Hecho esto, viene la pr¨¢ctica lenta, en la que debes solidificar la digitaci¨®n, esclavizada durante d¨ªas o semanas. Tambi¨¦n encontrar las ¨¢reas problem¨¢ticas, los puntos d¨¦biles y descomponerlos en micromovimientos. Para ello debes aumentar gradualmente la velocidad y comprobar a cada paso si la m¨²sica fluye con naturalidad. El segundo movimiento (ver la imagen), aunque apenas dura cuatro minutos, a veces tiene m¨¢s de 20 notas por segundo. Eso requiere una cantidad rid¨ªcula de pr¨¢ctica (al menos para m¨ª).
Una vez se aprenden las notas, los pasajes dif¨ªciles funcionan de cien maneras diferentes: usas diferentes ritmos, tocas con los ojos vendados, colocas acentos (pensemos en un signo de exclamaci¨®n o un ¨¦nfasis en una nota individual) sobre los lugares equivocados (como ¡°Ser, O no SER, ES la cuesti¨®n¡±). Todo para asegurarte de que los dedos m¨¢s d¨¦biles (cuarto y quinto) se muestran fluidos y fuertes, que una mano toca en silencio (acariciando las teclas pero sin presionarlas) mientras que la otra las toca normalmente, tomando tramos complicados de notas al rev¨¦s, etc¨¦tera¡ Entonces llega la hora de memorizar. Inicialmente lejos del piano, repas¨¢ndolo todo en la cabeza, nota por nota, luego ante el teclado, toc¨¢ndolo sin la partitura, extremadamente lento (imagine recitar un soliloquio de Shakespeare haciendo una pausa de un segundo entre cada palabra). Esta es la parte agotadora. Se necesita tiempo, pero de alguna manera el cerebro hace su trabajo. No recuerdo qu¨¦ d¨ªa de la semana es, pero de alguna manera puedo acordarme de 100.000 notas, cada una con un dedo espec¨ªfico y una cantidad concreta de peso asignada. Intento no pensar c¨®mo es posible esto.
Y luego, despu¨¦s de semanas o meses de pr¨¢ctica obsesiva y minuciosa, me encuentro caminando hacia un escenario ante 2.000 personas sentadas, frente a las 88 teclas m¨¢gicas de un Steinway gigante, cerrando los ojos y escapando por un momento, mientras mis pensamientos se detienen y salgo en busca del duende de Lorca. Entonces, para ese concierto de 90 minutos, en ese respiro del mundo, entre los ecos de la m¨²sica compuesta hace 200 a?os pero viva ahora, siento que el hecho de compartir algo inmortal, la m¨²sica que fluye debajo de las palabras, directamente impregnada en el alma, en fin, los cientos de horas de pr¨¢ctica, valen la pena.
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