Georgine Kellermann: ¡°Me daba miedo salir del armario y que se cuestionase mi trabajo como periodista¡±
Lo ten¨ªa todo preparado en su cabeza. El d¨ªa de su jubilaci¨®n, saldr¨ªa del armario. Empezar¨ªa a vivir la vida que siempre quiso, como mujer, ya alejada de las c¨¢maras de televisi¨®n, sin miedo a que se rieran de ella ni a perder el trabajo con el que tanto disfruta. Pero Georgine Kellermann no aguant¨®. A sus 61 a?os, la popular periodista de la televisi¨®n p¨²blica alemana y ahora gran jefa de una delegaci¨®n territorial sorprendi¨® al pa¨ªs y a s¨ª misma en un arrebato de impulsividad que le ha cambiado la vida para siempre.
Fue durante las vacaciones del a?o pasado, en septiembre. Kellermann iba a pasarlas en Estados Unidos, un pa¨ªs que conoce bien porque hab¨ªa sido corresponsal all¨ª. Aquel d¨ªa, para el viaje, se puso pantalones, pero tambi¨¦n se maquill¨®, se pint¨® las u?as y se calz¨® unas manoletinas. Al fin y al cabo eran sus vacaciones y no ten¨ªa ganas de fingir. Pero cuando fue a coger el tren que le llevar¨ªa al aeropuerto, en el and¨¦n vio a una compa?era de la tele. En circunstancias normales, habr¨ªa tratado de evitarla, pero esta vez, sin saber muy bien por qu¨¦, decidi¨® no hacerlo. Fue directa hacia ella.
¡ªKellermann, ?es usted?, ?va disfrazado?
¡ªNo, soy una mujer.
¡ª?Cool!
Aquella respuesta y la sonrisa que ilumin¨® la cara de su colega le dieron alas. En el tren, Kellermann comenz¨® a rehacer su perfil de Facebook. Ya no era Georg, era Georgine y su foto era la de la mujer que es. Antes de subirse al avi¨®n, rumbo a San Francisco, le dio al bot¨®n de publicar. ¡°Fue un sue?o hecho realidad¡±, recuerda ahora en la sede de la WDR en Essen, al oeste del pa¨ªs.
En las nueve horas que dur¨® el vuelo de Fr¨¢ncfort a San Francisco no pararon de lloverle likes. Luego le contaron que mientras, en el trabajo, se llamaban unos a otros y que algunos pensaron que la nueva p¨¢gina era falsa. Ya en San Francisco habl¨® con su n¨²mero dos por tel¨¦fono.
Kellermann es hoy la jefa territorial de la WDR con sede en Essen y tiene a 120 personas a su cargo. Empez¨® a trabajar para la televisi¨®n p¨²blica en 1983 y recorri¨® el mundo ejerciendo su profesi¨®n... Estuvo hasta 14 veces en los Balcanes en los noventa, en tiempos de guerra, en Ruanda, en Mal¨ª. Fue corresponsal en Par¨ªs hasta 2007 y despu¨¦s en EE. UU. Dice que la guerra nunca le gust¨®, que siempre le dio miedo, pero que le interes¨® mucho retratar el sufrimiento de las v¨ªctimas en los conflictos, como qued¨® reflejado en algunas de sus cr¨®nicas desde M¨®star.
La periodista recibe en su despacho, adornado con una gran bandera estadounidense que fue un regalo de despedida de sus colegas en Washington. Hay tambi¨¦n una foto con un ex primer ministro franc¨¦s y otra con Brigitte Bardot. Junto a la ventana, una mara?a de acreditaciones. Sobre la mesa, la alcachofa con el logo de la cadena, dos grandes monitores en paralelo y una taza en la que se lee: Georgine. Al lado, una caja de lat¨®n con fotos tomadas por todo el mundo durante sus misiones period¨ªsticas. Par¨ªs, Nairobi, Sarajevo, Kigali. Tambi¨¦n sobre la mesa, un bolso grande de cuero negro.
Para la cita de hoy, Kellermann hab¨ªa pensado ponerse el traje de chaqueta de falda azul marino con el que pos¨® frente a la Casa Blanca y que ahora ir¨¢ a parar a un museo de Bonn, pero luego pens¨® que para el p¨²blico espa?ol igual iba mejor algo m¨¢s alegre. As¨ª que lleva puesto un traje de minifalda azul pastel y medias con brillo, un collar de perlas y zapatos de punta negros con hebilla y un peque?o tac¨®n. El pelo lo tiene blanco, fino y menguante, y se ha dejado una peque?a coleta tiesa que arranca en la nuca.
Han sido d¨¦cadas de pretender ser otra cosa, de vivir una vida que no acababa de sentir como propia, pero la transici¨®n de Kellermann (Ratingen, 1957) tiene un final feliz. En contra de lo que durante a?os hab¨ªa rumiado, el mundo no se vino abajo. En su empresa asumieron su decisi¨®n sin problemas y, salvo los troles de turno, en las redes sociales recibe un cari?o que un a?o despu¨¦s todav¨ªa le arranca la sonrisa. Fue una transici¨®n que naci¨® de un impulso posible gracias a un clima social cada vez m¨¢s propicio y que luego Kellermann fue capaz de ejecutar y compartir con una serenidad y empat¨ªa que le ha granjeado el respeto y la admiraci¨®n de muchos.
¡°Yo sab¨ªa que mi decisi¨®n iba a suponer una carga para los compa?eros en la oficina¡±, reflexiona. Llevaba muy poco tiempo al frente de la delegaci¨®n de Essen. Tres meses y medio antes, el equipo hab¨ªa conocido a su nuevo jefe. Ahora se encontraban con que a la vuelta de las vacaciones su superior era una jefa. Consciente de la magnitud del cambio, Kellermann les escribi¨® una carta desde San Francisco explic¨¢ndoles que ten¨ªa que hacer lo que hab¨ªa hecho, que no pod¨ªa seguir as¨ª. ¡°Les dije, adem¨¢s, que me pod¨ªan preguntar lo que quisieran, enviarme wasaps o llamarme aunque estuviera de vacaciones¡±. Algunos le escribieron con preguntas, pero lo que m¨¢s recibi¨® fueron mensajes de apoyo. ¡°Imagino por lo que debes de estar pasando¡±, le dec¨ªan. ¡°Aquello fue muy alentador¡±, recuerda ahora, todav¨ªa con visible emoci¨®n.
Enseguida escribi¨® al jefe de recursos humanos del trabajo. ¡°Soy una mujer y quiero hablar contigo¡¯, le dije. Me contest¨® que en la empresa hay 4.000 empleados y que hab¨ªa habido alg¨²n caso, aunque nunca de nadie tan prominente. Fue muy cari?oso y acab¨¦ llorando¡±. Cuando les pregunt¨® si podr¨ªa aparecer delante de la c¨¢mara, no lo dudaron. Le aseguraron que cre¨ªan firmemente en la diversidad en los medios de comunicaci¨®n.
Faltaba el trago del primer d¨ªa de trabajo. Era un viernes. Kellermann llevaba pantalones y bailarinas. Recuerda c¨®mo en un corrillo con unas compa?eras empezaron a discutir sobre tipos de manoletinas. ¡°Fue un alivio, me sent¨ª muy aceptada¡±. Despu¨¦s de la reuni¨®n de las noticias del d¨ªa, Kellermann tom¨® la palabra delante de los empleados. ¡°Les cont¨¦ la historia de mi vida. Cuando termin¨¦, la gente aplaudi¨®¡±. Al d¨ªa siguiente, el cartel que cuelga en la puerta de su oficina estaba cambiado: 428. Studioleiterin. Georgine Kellermann. La firma del mail y las tarjetas de visita tampoco tardaron en llegar.
Cuando se le pregunta que por qu¨¦ no lo hizo antes, Kellermann no se enga?a a s¨ª misma. Le daba miedo la reacci¨®n de los dem¨¢s. ¡°Yo trabajo en una posici¨®n p¨²blica. Me encanta contar historias. Pens¨¦ que la gente se iba a re¨ªr de m¨ª e iba a tener que dejar de hacer lo que m¨¢s me gustaba (¡) ten¨ªa miedo de que, si era quien soy, no pudiera seguir haciendo lo que hab¨ªa hecho durante tanto tiempo. Al final eso result¨® ser una idea falsa¡±.
Su pasi¨®n es evidente cuando cuenta sus mil batallas ejerciendo de periodista en los puntos m¨¢s calientes del planeta. Por un lado estaba el dolor que le producir¨ªa la burla, pero adem¨¢s tem¨ªa perder el respeto profesional, que dejaran de valorar su trabajo y considerarlo serio. ¡°Mi miedo siempre fue que, si sal¨ªa del armario, cuestionaran mi profesionalidad como un periodista respetable. Mil veces lo anticip¨¦ en mi cabeza. La gente se iba a re¨ªr por ser quien era y yo no quer¨ªa que se riesen, porque esto es una cosa muy seria¡±. Pero aquel d¨ªa en el and¨¦n, el vaso acab¨® por derramarse. ¡°Me di cuenta de que algo en mi vida iba mal, de que me faltaba algo, y ese algo era la verdad. Ahora ya no tengo que actuar, soy libre. Toda la energ¨ªa que antes empleaba en fingir, ahora la puedo usar para muchas otras cosas. Ya no vivo con miedo a que me descubran¡±.
Kellermann es de alguna manera una privilegiada. Muchas personas, para hacer su transici¨®n, renuncian a su trabajo y a su vida familiar o sentimental. Su acomodada posici¨®n laboral era una ventaja, pero a la vez tambi¨¦n una c¨¢rcel, porque el miedo a perder la profesi¨®n que ama era atroz. ¡°S¨ª, soy una privilegiada, pero ser una persona p¨²blica conlleva otras preocupaciones¡±.
Su vida privada siempre hab¨ªa sido otra cosa. Durante su juventud y vida adulta siempre hab¨ªa sido un hombre en la calle y una mujer en su casa. De puertas para adentro se vest¨ªa de mujer. ¡°En cuanto llegaba a casa, lo primero que hac¨ªa era ponerme un vestido. S¨¦ que eso no me convierte en una mujer, pero para m¨ª era un s¨ªmbolo¡±. Por eso no ha tenido que comprar apenas ropa nueva. El d¨ªa que sali¨® del armario ya ten¨ªa en casa tres llenos de ropa de mujer. Pero mientras en su vida dom¨¦stica reinaba la armon¨ªa, Kellermann segu¨ªa rumiando: ¡°Yo se lo dec¨ªa a mi pareja: cuando me retire ser¨¦ la persona que realmente soy. Ella me animaba a dar el paso, pero yo ten¨ªa muchas dudas. Ahora est¨¢ muy contenta¡±.
Su madre, que ya no vive, lo sab¨ªa y Kellermann asegura que estaba celosa de sus piernas largas y delgadas. A su padre no le gustaba un pelo lo que ve¨ªa, pero la periodista cree que tal vez hubiera cambiado, que en esta transici¨®n se ha encontrado con gente de 90 a?os que le pregunta que por qu¨¦ no lo hizo antes y que le dice que se la ve muy bien. ¡°Pero hace 20 a?os se habr¨ªan re¨ªdo de m¨ª¡±, agrega.
Por eso, aunque su proceso haya sido lento, Kellermann cree que este era ¡°el momento adecuado¡±. ¡°En los a?os ochenta la sociedad no era tan tolerante como ahora. Si en vacaciones alguna vez me vest¨ªa de forma un poco m¨¢s femenina, hab¨ªa gente que por la calle me se?alaba con el dedo, que se re¨ªa de m¨ª. Cuando estaba sentada en una cervecer¨ªa, una vez escuch¨¦: ¡®?Yo le echar¨ªa!¡¯. Creo que no hubiera salido bien. Que haya esperado tantos a?os tiene que ver con que la sociedad tambi¨¦n ten¨ªa que evolucionar hacia donde hoy est¨¢¡±. En las ¨²ltimas d¨¦cadas, el mundo ha cambiado mucho y muy r¨¢pido. Y su pa¨ªs, tambi¨¦n. ¡°Creo que Alemania es m¨¢s progresista de lo que creemos. Como tuite¨¦ una vez, es el pa¨ªs que a los retr¨®grados no les habr¨ªa gustado que sea¡±. Cada persona encuentra en su camino vital palancas que la ayudan en su transici¨®n. Para Kellermann, un punto de inflexi¨®n importante fue la aparici¨®n de Conchita Wurst en el festival de Eurovisi¨®n representando a Austria en 2014. ¡°No me lo pod¨ªa creer¡±. Otro, fue una exposici¨®n en el Ayuntamiento de su ciudad sobre un hombre que vest¨ªa ropa de mujer en los a?os treinta y que lleg¨® a los tribunales para pelear por su derecho a ponerse lo que le diera la gana.
A ella le ayudaron tambi¨¦n las redes sociales. ¡°Sin ellas no estar¨ªa donde estoy. S¨¦ que se habla mucho del odio en las redes, y s¨ª, tengo troles, pero sobre todo mucho apoyo, y eso ayuda mucho. Adem¨¢s, si no, ?c¨®mo lo haces, alquilas un local gigante y convocas a mucha gente para dec¨ªrselo?¡±. Las redes sociales le proporcionaron a Kellermann la distancia que necesitaba. Lanz¨® la bomba a trav¨¦s de Facebook, en plenas vacaciones y con el oc¨¦ano Atl¨¢ntico de por medio, dando tiempo a que la noticia fuera digerida.
La primera vez que sali¨® en la peque?a pantalla como mujer fue el pasado abril, durante un reportaje sobre la brigada de bomberos en Bochum, tambi¨¦n en el oeste de Alemania. ¡°Era un ambiente muy masculino, pero me trataron con mucho respeto¡±. Cuando termin¨® la retransmisi¨®n, Kellermann daba saltos de la emoci¨®n, no se lo cre¨ªa. Esos ambientes de compadreo masculino y de machos alfa los ha frecuentado a menudo. Ahora los analiza tal vez con mayor distancia. ¡°Los hombres son muy graciosos. Cuando est¨¢n en grupo, en los congresos de los partidos, ves c¨®mo se adulan los unos a los otros y se dicen lo bien que lo han hecho¡±, interpreta con sorna.
El agrio debate sobre el lugar que ocupan las personas trans en el feminismo no le resulta desde luego ajeno. Kellermann se considera feminista cuando se trata de defender los derechos de las mujeres. ¡°Es que no entiendo una sociedad que pueda tratar de manera desigual a hombres y a mujeres. Ahora, durante la pandemia, son las mujeres las que han tenido que cargar sobre todo con la familia, la casa¡ Pero si me preguntas si a m¨ª me han tratado mal, si he sido discriminada como otras mujeres, te dir¨¦ que no¡±. Asegura que no comulga con lo que llama el feminismo de vieja escuela, ¡°pero afortunadamente no es el ¨²nico tipo, tambi¨¦n hay feministas que por ejemplo aprueban el trabajo sexual¡±. ¡°Yo entiendo que para ellas [las feministas cl¨¢sicas] soy un se?or que se pone vestidos, y entiendo su razonamiento, pero en realidad son tan poco progresistas como los derechistas que no toleran a la gente diferente¡±, argumenta la periodista alemana.
Pero Georgine Kellermann no es de las que se recrean ni mucho menos en las diferencias ni en las divisiones; lo suyo es un vitalismo contagioso, propio de quien est¨¢ dispuesta a exprimir la vida. Para la sesi¨®n de fotos se atusa el pelo y se pone las gafas porque piensa que se ve mejor. Antes, ha pasado por la maquilladora. Posa con la profesionalidad y paciencia de quien lleva a?os enfrent¨¢ndose a las c¨¢maras. Es evidente que lo hace en parte por la emoci¨®n de la novedad, pero sobre todo, por quienes llama sus ¡°hermanas¡±, aquellas que, como ella en el pasado, se sienten atrapadas en una vida que sienten que no acaba de ser la suya. A quienes est¨¢n en la misma situaci¨®n que ella estuvo hace no tanto y no saben si pueden contar con la complicidad de su familia, sus amigos o su empresa, les aconseja: ¡°Hacedlo con cuidado¡±. Pero tambi¨¦n les recuerda algo: ¡°Al final se trata de uno mismo, no de la sociedad ni de tu familia¡±.
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