La utop¨ªa urgente de volver al campo
En el mundo urbano, irse al campo siempre ha sido un ideal de fuga hacia la buena vida, y nunca la ciudad nos hab¨ªa apresado tanto como durante la pandemia del coronavirus. Algunos ya han elegido escaparse. ?Estamos en un momento de cambio o ante el eterno retorno de la quimera rural?
Carola es una ni?a de tres a?os que acaba de descubrir su amor por los tractores. Vive desde julio en Arboleya, una aldea asturiana de 30 vecinos. Antes viv¨ªa en Tetu¨¢n, un distrito de Madrid de 161.000 habitantes. Su hermano, Tom¨¦, tiene seis a?os y le gusta la aldea porque aqu¨ª puede jugar. Hoy ha comido cocido. Hace fr¨ªo y Tom¨¦ sopla con un pompero burbujas de jab¨®n al aire limpio de invierno.
¡ªEn Madrid tambi¨¦n pod¨ªas jugar.
¡ªS¨ª, pero aqu¨ª puedo salir a jugar solo.
En Ollauri (320 habitantes; La Rioja) ha reabierto la escuela con la llegada de varios ni?os. H¨¦ctor, un cr¨ªo de largas pesta?as y ojos de alma honda, es uno de ellos. Tiene nueve a?os y viv¨ªa en un d¨¦cimo piso en Alcorc¨®n. Durante la pandemia sus padres tuvieron que llevarlo al psic¨®logo porque cre¨ªa que se iba a morir. En septiembre se mudaron al pueblo. Una ma?ana de diciembre, estaba en su pupitre haciendo con sus nuevos compa?eros de primaria un ¨¢rbol compuesto de cartulinas en las que escrib¨ªan sus deseos navide?os.
¡ª?T¨² qu¨¦ has pedido?
¡ªQue nadie de mi familia se muera. Y de segundo, el Cortex Challenge, un juego de memoria.
Era una noche de octubre cuando Samara lleg¨® con su padre en paro de la ciudad de Valencia a Viller¨ªas de Campos, una pedan¨ªa palentina con 60 vecinos. De aquella noche recuerda que, seg¨²n se acercaban en coche, estaba todo oscur¨ªsimo e iba como hipnotizada por el extra?o parpadeo rojo de los molinos e¨®licos. Tiene 12 a?os. Al principio tem¨ªa que le costase integrarse en el instituto, pero le ha ido bien. Estudia en el Jorge Manrique de Palencia, a media hora en coche.
¡ª?Qui¨¦n fue Jorge Manrique?
¡ªNo lo s¨¦. Es que acabo de llegar¡
¡ª?Podr¨ªas buscarlo en Google, por favor?
¡ªS¨ª, espera que me acerco a la ventana para coger cobertura ¡ªdice en su cuarto, m¨®vil en mano.
Teclea y lee que ¡°Jorge Manrique fue un poeta castellano del Prerrenacimiento y un hombre de armas¡±.
El Frago (50 habitantes; Zaragoza) fue fundado en el siglo XII por Alfonso I el Batallador. Los Uruguayos ¡ªVer¨®nica Giacoboni y Santiago Campiglia¡ª llegaron en septiembre desde la costa levantina. Tienen dos perritas mim¨¦ticas de raza Jack Russell que solo ellos logran distinguir: Mila y su hija Arya, a la que llamaron as¨ª por la valiente hero¨ªna de Juego de tronos que mat¨® al Rey de la Noche.
El 21 de junio se termin¨® el primer estado de alarma. A los cinco d¨ªas, Alona y Alberto se subieron a su furgoneta de camping y dejaron su adosado de alquiler en la sierra de Madrid para comenzar una nueva vida en una antigua casa campesina en Muras (Lugo), un Ayuntamiento de 642 vecinos que desde mediados del siglo XX ha perdido un 80% de poblaci¨®n. La primera noche la pasaron en una tienda en el patio. De madrugada oyeron lobos. Para ahuyentarlos, pusieron m¨²sica tecno.
Ana Moreno y Julio Albarr¨¢n, los padres de Tom¨¦ y Carola, ya ten¨ªan pensado irse al campo antes de que "todo esto"?ocurriese. "Todo esto" fue lo que precipit¨® la operaci¨®n, o, en palabras de Ana, ¡°la necesaria y definitiva patada en el culo¡± para llevarla a cabo y al fin mudarse de la capital a un sitio sereno como Arboleya.
?Cu¨¢nta gente habr¨¢ hecho lo mismo desde marzo? ?Desde d¨®nde, hacia d¨®nde, con qu¨¦ motivos?
No tenemos ni idea. Lo que hay es un c¨²mulo de indicios que no sabemos si pueden o no suponer un hito de un proceso que debiera darse en Espa?a: el equilibrio estructural ¡ªy espiritual¡ª entre lo urbano y lo rural en un pa¨ªs que concentra a 41 de sus 48 millones de ciudadanos en un 30% del territorio. Hay indicios subjetivos ¡ªcomo la cara de ¨¦xtasis de tu amiga en el selfi que te env¨ªa con su orondo beb¨¦ desde la aldea de su familia, a donde se ha ido a teletrabajar, y tu reacci¨®n a la foto desde la ciudad: ¡°Quiero una aldea y un beb¨¦ orondo¡±¡ª; y los hay objetivos pero puntuales: desde iniciativas de Ayuntamientos que tratan de atraer poblaci¨®n joven con buen Internet hasta datos como el aumento de b¨²squedas de vivienda en municipios de menos de 5.000 habitantes registrado por Idealista (14,8% del total en noviembre pasado frente al 10,1% de enero de 2020), o el subid¨®n de solicitudes para mudarse a un pueblo que ha tenido Proyecto Arraigo: 2.000 en 10 meses, tantas como en cuatro a?os desde que abrieron su empresa de ayuda a la repoblaci¨®n. El Instituto Nacional de Estad¨ªstica ha avanzado a El Pa¨ªs Semanal que planea estudiar en los pr¨®ximos meses los movimientos de poblaci¨®n de la ciudad al campo que se hayan podido producir durante la pandemia. An¨¢lisis como este parecen indispensables para fundamentar las estrategias de la Secretar¨ªa General para el Reto Demogr¨¢fico, creada en 2020; el ¨®rgano ad hoc de mayor rango en la historia del Gobierno estatal.
Por un camino de Arboleya pasa un vecino.
¡ª?Usted cree que el campo se reactivar¨¢?
¡ªYo no lo ver¨¦, pero no queda otra ¡ªresponde.
Pues est¨¢ lo del medio ambiente, lo de las grandes urbes (m¨¢s caras, m¨¢s desiguales, m¨¢s saturadas), lo de la adicci¨®n a los m¨®viles y toda esta convulsi¨®n existencial que viene siendo el siglo XXI y que tiene al ser humano sin poder respirar. Sin poder respirar de ansiedad y sin poder respirar por el virus, que parece la materializaci¨®n pat¨®gena de nuestro tiempo.

Carola y Tom¨¦ tienen una amiga que se llama Selma que vive en el pueblo de al lado. Selma vivi¨® en Ciudad de M¨¦xico, y si bien all¨ª le encantaba ir al cine ¡ªc¨®mo olvidar aquella tarde en que vio Zootopia, protagonizada por la coneja polic¨ªa Judy Hopps¡ª, cree que aqu¨ª hay una cosa que le gusta todav¨ªa m¨¢s: ¡°El aire puro¡±.
Ana y Julio, artista textil de 40 a?os y fot¨®grafo de 37, se sienten seguros de la decisi¨®n que han tomado. ¡°Vinimos con dudas, pero esto es incre¨ªble. A veces me quedo boba mirando por la ventana y me pregunt¨® si alg¨²n d¨ªa me hartar¨¦¡±, dice ella desde su holgada vivienda de 400 euros al mes de renta con vistas a los Picos de Europa. ¡°?Aunque sabes qu¨¦ echo de menos?¡±, a?ade. ¡°De vez en cuando, una llamadita al Burger King¡±.
Las tierras de la comarca de Haro son ocres, marrones, rojizas. Tienen la gravedad metaf¨ªsica de un lienzo de ?Rothko o del Perro semihundido de Goya, y dan unos vinos buen¨ªsimos. ¡°Aqu¨ª te tomas por 80 c¨¦ntimos un chato por el que en Madrid te cobrar¨ªan tres euros¡±, dice Javier Ruiz en la plaza de Ollauri, el pueblo del que escap¨® su madre hacia la ciudad en los a?os sesenta y al que ¨¦l ha regresado con su familia escapando de la ciudad. ¡°Jam¨¢s pens¨¦ que podr¨ªa venirme a vivir aqu¨ª¡¡±, cavila ante la fachada de una casa se?orial cuyos escudos tall¨® en arenisca Carmelo, su abuelo el cantero.
Fueron demasiadas semanas metidos los cuatro en el piso con las noticias de la pandemia. H¨¦ctor empez¨® a decir que no quer¨ªa comer, que ten¨ªa una espina en la garganta que no le iba a salir. El m¨¦dico les explic¨® que era pura angustia. Pasaron el verano en Ollauri en casa de la difunta abuela de Javier y el ni?o mejor¨®. En septiembre regresaron a Alcorc¨®n para el inicio de curso, pero les dio p¨¢nico volverse a quedar all¨ª confinados. Tramitaron el cambio de expediente de H¨¦ctor al colegio de Ollauri y el de su hija Paula, de 13 a?os, al cercano instituto de Haro. Para aprovechar el espacio del coche, en vez de usar maletas, Leticia Garc¨ªa propuso a su marido apretujar la ropa en bolsas de basura de 30 litros.
¡ª?Qu¨¦ sentiste al verlo todo as¨ª en tu casa?
¡ªAlegr¨ªa ¡ªcontesta H¨¦ctor.
De Madrid echa de menos el metro y los trenes. Los domingos sus padres lo llevaban en metro hasta la estaci¨®n de Atocha y all¨ª, desde una pasarela, disfrutaba de las llegadas y salidas del AVE. El buen ingl¨¦s que tra¨ªa de su colegio biling¨¹e lo cuida con dos horas semanales de conversaci¨®n telem¨¢tica junto a ni?os de otros pa¨ªses dirigidas por un profesor desde Filipinas.

Paula no ve¨ªa claro lo del pueblo, aunque lo ¨²nico que le fastidiaba de verdad era distanciarse de su amiga Andrea. En s¨ª, para ella la vida en Alcorc¨®n no ten¨ªa grandes alicientes: ¡°All¨ª no ten¨ªa nada que hacer aparte de estar en casa leyendo o tocando el piano¡±, dice. Aqu¨ª ha hecho pandilla y usa menos el m¨®vil, lo que no impide que d¨ªa a d¨ªa siga por TikTok a @payton, un influencer de 17 a?os del que valora especialmente ¡°su pelo¡±.
En Alcorc¨®n su madre era peluquera en un centro para mayores. Con la pandemia entr¨® en un ERTE. Entre Ollauri y alrededores no ha tardado en encontrar trabajo cuidando a ancianos a domicilio. Por ahora, Leticia prefiere su nueva vida. Cree que en la ciudad ¡°la gente solo va a su bola¡±. Cuando ya llevaban unas semanas en el pueblo, se muri¨® su madre y ella se sinti¨® arropada por el cari?o de los vecinos. El viejo p¨¦same.
La fibra lleg¨® aqu¨ª el a?o pasado. Gracias a eso, Javier programa sin problema para su empresa de Madrid desde el comedor de su abuela Constantina. Escribe c¨®digo sobre el mismo mantel de hule que hab¨ªa cuando lo llevaban de ni?o al pueblo y com¨ªan alubias pochas. Equipado con un port¨¢til y un monitor de sobremesa, junto al rat¨®n inal¨¢mbrico que le acaba de llegar por correo y dos cotorras enjauladas, se siente ¡°superbi¨¦n¡± en este cuarto, aunque tiene que acordarse de sacar de encima de un mueble una escalofriante ardilla disecada que le gustaba mucho a la abuela.
¡ªMam¨¢, ?me traes leche con cereales?
¡ªCereales no quedan, ?quieres un colacao?
¡ªBueno, vale, pero ¨¦chale az¨²car bastante.
David es el mayor. Tiene 15 a?os y es el que menos quer¨ªa venir de Valencia a este pueblo ventoso llamado Viller¨ªas de Campos. Lo suyo era andar por ah¨ª con sus colegas, con su look a la moda de pantalones estrechos y chaqueta plateada reflectante. ¡°Los primeros d¨ªas aqu¨ª me agobiaba bastante¡±, dice. ¡°Estaba todo el d¨ªa solo y no sal¨ªa de casa. Pero me voy acostumbrando¡±. David es un chico de agudo sentido est¨¦tico, y una cosa que le frustr¨® al llegar fue que en Palencia no le cortaran el pelo como pidi¨®: ¡°Me lo cortaron todo, y yo quer¨ªa un degradado con flequillo corto por delante¡±.
A Samara, la segunda, le gusta que en Viller¨ªas no hay tantos coches ni tanto ruido como en Valencia, ¡°y eso mola¡±, y de Valencia le gustaban el verano y las Fallas, ¡°porque est¨¢ todo lleno de gente¡±. A la tercera, Tatiana, de 10 a?os, le parece que su ciudad era ¡°muy chula porque hab¨ªa muchas ni?as¡±, aunque en su clase en Ampudia ¡ªal lado de Viller¨ªas¡ª tiene una compa?era que se llama Alba que le cae de maravilla porque se parece a Luc¨ªa, su mejor amiga de Valencia, ¡°y tenemos los mismos pensamientos¡±. En el pueblo sus sitios favoritos son ¡°el estanque de las ranas¡± y el campo de f¨²tbol de cemento, donde echa partidos con sus padres y con sus hermanos, entre ellos la benjamina, Carmen, de cinco a?os, que insiste en ser entrevistada como los dem¨¢s y dice de carrerilla ¡°A m¨ª me gusta jugar con el viento pero no me puede gustar porque si no nos constipamos¡±.

Tatiana Arenas tiene 33 a?os y su marido, David Garc¨ªa, 35. Ella era cocinera de un restaurante y entr¨® en un ERTE en marzo. ?l no consegu¨ªa un empleo fijo desde que hace dos a?os perdi¨® su trabajo en una subcontrata de la empresa de frutos secos Churruca. ¡°Cargaba para Turqu¨ªa contenedores de sacos de kikos", dice. "A los turcos les flipan los kikos¡±. Cuenta que pas¨® los primeros meses de la pandemia echando una mano en reformillas y en un taller mec¨¢nico para sumar con el paro de su mujer lo b¨¢sico para alimentar a sus hijos. Dejaron de pagar el alquiler. Un d¨ªa, a Tatiana se le ocurri¨® buscar informaci¨®n sobre pueblos que necesitaban familias y dio con Proyecto Arraigo. La empresa de vocaci¨®n social que dirigen Enrique Mart¨ªnez y su hijo Juan, ambos ingenieros, los puso en contacto con Mariano Paramio, alcalde de Viller¨ªas, productor de un rico queso de oveja churra y hombre con un ¨²nico objetivo: ¡°Que nuestro pueblo sea un pueblo vivo¡±. Paramio vivi¨® en su infancia el ¨¦xodo rural y sostiene que m¨¢s de medio siglo despu¨¦s est¨¢ asomando un ¡°cambio de percepci¨®n¡± de aquel traum¨¢tico rechazo del campo hacia su revalorizaci¨®n. Los hijos de los que se fueron, razona, est¨¢n viniendo m¨¢s de vacaciones e incluso rehabilitando las casas porque ven lo que disfrutan los ni?os ¡ªes decir: los nietos y bisnietos de aquellos que emigraron a las ciudades por el bien de sus hijos¡ª. ¡°Es como una espiral que, muy lento, empieza a girar del rev¨¦s¡±, observa.
Viller¨ªas acababa de rehabilitar la antigua casa del cura y David y Tatiana ten¨ªan cuatro ni?os: un man¨¢ en un pa¨ªs en cuyas zonas rurales los menores de 15 a?os son el 12,4% de la poblaci¨®n, los mayores de 65 el 23,8% y la tasa de envejecimiento ha aumentado un 30% en los ¨²ltimos a?os, seg¨²n datos oficiales. Les alquilaron la vivienda a bajo precio y les brindaron trabajo, a ¨¦l de alguacil y a ella de encargada del bar del Ayuntamiento. Tatiana lleg¨® con las dos ni?as peque?as en un coche de alquiler lleno de bolsas y con la leche, las legumbres, la longaniza y el pollo que le ofreci¨® antes de salir su pastor evang¨¦lico de Valencia. Maestra paellera, en Viller¨ªas de Campos ha aprendido a cocinar sopa de ajo, va recuperando el tiempo que atr¨¢s no pudo dedicar a sus hijos y casi ha dejado de ver S¨¢lvame. ¡°Yo he sufrido mucho en esta vida, y como creo en el karma siempre he pensado que algo grande me ten¨ªa que pasar. Me imaginaba que ser¨ªa la loter¨ªa o algo as¨ª; pero el otro d¨ªa le dec¨ªa a David: ¡®?Y si era esto lo que nos ten¨ªa que pasar?¡±.
En tanto que Javier Ruiz, en Ollauri, tiene la dicha de contar con ¡°fibra de 100 megas¡±, Jos¨¦ Ram¨®n Reyes carga con la cruz de una cobertura precaria para su pueblo, El Frago, un precioso enclave medieval erigido sobre un pe?asco de roca aragonesa. Afiliado al Partido Comunista desde los 14 a?os, el alcalde reflexiona una ma?ana de domingo: ¡°Si Marx vio el potencial de la electricidad para cambiar el mundo, qu¨¦ hubiera dicho de Internet¡±. Ser¨¢n las diez, y suenan en el bar los bufidos de vapor de la cafetera que maneja Santiago Campiglia.
Aqu¨ª Los Uruguayos son ¨¦l y su pareja, Ver¨®nica Giacoboni, porque, en efecto, son uruguayos.
Se fueron de Montevideo en 2018. En los suburbios las cosas se estaban poniendo feas, y no lo aguantaron m¨¢s cuando asaltaron a la madre de ella. ¡°Le dieron con un fierro en la cabeza y le volaron tres dientes¡±, dice Ver¨®nica. Emigraron a Espa?a y trabajaron en el turismo en X¨¤bia hasta la pandemia. Se quedaron sin ingresos y con un alquiler oneroso. ¡°La ¨²nica ayuda que entraba en casa eran 30 euros al mes del Ayuntamiento para comprar en el supermercado Masymas¡±, detalla Santiago. A trav¨¦s de Proyecto Arraigo dieron con la posibilidad de irse a El Frago con un alquiler asequible y rentando el bar de la madre del alcalde. ¡°Y los vecinos nos han dado una acogida b¨¢rbara¡±, dice ¨¦l. Los clientes son siempre los mismos y en apenas un par de meses el Bar 4 Reyes funciona como si Los Uruguayos lo hubieran llevado de siempre. Saben, por ejemplo, que Domingo solo toma cerveza 0,0, o que a Eladio, el cabrero, le gusta la Fanta de naranja en vaso de tubo ¡°y con un chorrito de vino¡±.
Ver¨®nica y Santiago se encuentran ¡°contentos¡±, aunque se pasan el d¨ªa entero en el bar. Cuando puede, a ella le gusta tejer o dormir la siesta. ?l valora que su econom¨ªa dom¨¦stica ahora es m¨¢s sostenible. Tambi¨¦n que el aire es ¡°buen¨ªsimo¡± y siente que se oxigena de lujo cuando sale a correr. Antes de adentrarse en los bosques, eso s¨ª, pregunt¨® si hab¨ªa osos. Eladio se ha convertido en su maestro de las cosas del lugar y una tarde se lo llev¨® a ense?arle a conocer las setas que se comen: ¡°El reboll¨®n, las setas de cardo, los morricos de corzo¡¡±, dice el pastor.

Adem¨¢s de Los Uruguayos, a El Frago llegaron en octubre Nando Gonz¨¢lez y Noem¨ª Abad, una pareja de Santander ¡ªmensajero de paqueter¨ªa y profesora particular de ingl¨¦s¡ª quemada de la ciudad y asustada con el virus porque ella tiene asma. ¡°Yo ya no pod¨ªa m¨¢s¡±, confiesa Nando, que, bien abrigado y con su quinto en la mano en la plaza Mayor, emana plenitud.
Otra vecina desde el verano es Marina Joven, una terapeuta ocupacional cuyos abuelos se compraron hace tiempo una casa en El Frago. Le gustar¨ªa quedarse, pero como trabaja en persona con sus pacientes cree que tendr¨¢ que volver a Zaragoza. Marina va en silla de ruedas por una algodistrofia, una enfermedad neurol¨®gica que causa dolores severos. Uno de los beneficios del pueblo, dice, es que despu¨¦s de cada brote se recupera antes. Habla del silencio, de dormir mejor, de que un vecino te toque a la puerta para ver c¨®mo est¨¢s, de que la cabeza le vaya ¡°a dos mil por hora, como siempre¡±, pero teniendo el monte al lado para salir un rato a meditar, y del sonido de la escarcha ¡°regal¨¢ndose por las ma?anas¡±.
Qu¨¦ sutileza de verbo: regalar no de dar sino ¡°Del lat. regel¨¡re ¡®deshelar¡±, dice la RAE.
¡ª?Es una utop¨ªa lo de irse al campo?
¡ªHoy por hoy, s¨ª ¡ªresponde en el bar¡ª, pero a mi generaci¨®n cada vez le interesa m¨¢s y la administraci¨®n lo va teniendo en cuenta. Yo soy de las que creen en que la sociedad avanza, y pienso que vamos camino de ello.
Marina ha dado talleres de igualdad en El Frago y ha tenido sus disensos con la madre del alcalde, Celia, conservadora aunque enemiga del machismo. Santiago, que en Uruguay hac¨ªa kickboxing, dio un curso de defensa personal y Celia explica que consisti¨® en aprender a golpear a un posible agresor ¡°para dejarlo esturdido¡±. Recuerda cuando la poblaci¨®n de aqu¨ª era 10 veces mayor que ahora y en la escuela estudiaban en aulas separadas, con la Enciclopedia ?lvarez como libro com¨²n y, aparte, labores para las ni?as y trabajo en el huerto para los ni?os. En los sesenta, cuenta, ¡°se empez¨® con los tractores y las m¨¢quinas y ya no hac¨ªa falta tanta mano de obra, y fue un desembarco grand¨ªsimo la de gente que se fue a Francia y a Zaragoza. Muchos hombres se quedaron porque ten¨ªan un trozo de tierra y estaban muy arraigados, pero las mujeres salieron a servir, y de tanto soltero ha venido la despoblaci¨®n tan grande que tenemos¡±. Ella ve muy dif¨ªcil que El Frago vuelva a ser un sitio tan vivo como cuando era ni?a, aunque su hijo est¨¦ ¡°haciendo lo imposible¡±. Entre los vecinos han rehabilitado la abad¨ªa y Jos¨¦ Ram¨®n prev¨¦ que en breve se instale en ella un matrimonio de Soria con siete hijos. Adem¨¢s, espera que venga una pareja de Sevilla con otros cuatro. El alcalde podr¨ªa reabrir pronto el colegio, su reto n¨²mero uno. ¡°Sin cr¨ªos no hay pueblo¡±, afirma con su camiseta del Che Guevara.
Para Ver¨®nica Giacoboni habr¨ªa nueva clientela con la que tratar de llevar su propuesta m¨¢s all¨¢ de las hamburguesas y sus pizzas artesanas. ¡°Con los mayores cuesta. Se extra?an si les pongo pasta con alb¨®ndigas. Me dicen: ¡®Primero pasta, luego alb¨®ndigas¡¯. El zucchini [calabac¨ªn] si lo pongo en sufl¨¦ tampoco, porque lo toman en sopa. Empec¨¦ a hacer bizcocho y no me lo com¨ªan, porque seg¨²n ellos solo se hace para los cumplea?os; pero entonces lo us¨¦ para hacer magdalenas y ahora s¨ª me lo toman m¨¢s con el caf¨¦¡±. Ver¨®nica hace un esfuerzo intercultural por combinar lo uruguayo con lo local, aunque de broma ha advertido a la concurrencia que, si no se adaptan, les servir¨¢ solo tallos de borraja, una mon¨¢stica hortaliza de Arag¨®n.
Alona Litovinskaya muestra en el m¨®vil las fotos de cuando era una ejecutiva con tacones de aguja.
¡ªI was like a bullet ¡ªsonr¨ªe. Como una bala.
Ya hab¨ªa pasado bastante de aquello cuando conoci¨® a Alberto P¨¦rez Gordillo en un festival de m¨²sica trance en Las Hurdes. ?l la vio, le pregunt¨® si ten¨ªa fuego y ella le dijo que s¨ª; de modo que as¨ª naci¨® en 2018 esta improbable pareja: ¨¦l de M¨¦rida y ella de Kaz¨¢n.
Buscando campo, se fueron juntos a Miraflores de la Sierra, pero la vida de adosado a una hora de Madrid no les satisfizo y en 2019 salieron con su furgoneta a buscar ¡°algo salvaje¡± por el norte. Yendo por Galicia, vieron en una web el anuncio de una vivienda rural deshabitada hace a?os, la visitaron y para ellos lo ten¨ªa todo: acceso por una pista pavimentada, agua de un manantial que sale all¨ª mismo de unas rocas, papeles en regla y ning¨²n otro humano en m¨¢s de un kil¨®metro a la redonda. No les import¨® que aquello estuviera ¡°en semirruina¡±, como lo define Alberto. Compraron y volvieron a Miraflores con la idea de ir reformando la casa con calma, pero su plan gradual vol¨® por los aires con el confinamiento y en cuanto pudieron se marcharon a Muras. Llevan medio a?o en esta vivienda labriega del siglo XIX, situada sobre una ladera verde que va a dar a un riachuelo y a cuyo lado solo hay otra casa, abandonada hace d¨¦cadas y en la que Alona siente ¡°presencia de energ¨ªas¡±.
¡ªEsto era un caos cuando llegamos ¡ªdice¡ª. Ahora tambi¨¦n es un caos, pero un caos habitable.

A estas alturas han logrado adecentar con calidez, y alguna gotera, la parte donde estaba el pajar. El colch¨®n lo tienen sobre el suelo envuelto en n¨®rdicos: dos por encima, uno por abajo. Se calientan con una cocina de le?a. Tienen buen chorizo y buen queso de la zona. Lo que no tienen es buen Internet. Alberto, t¨¦cnico de sonido, ha colgado en el tendal del balc¨®n una bolsa del s¨²per que contiene un m¨®vil viejo que hace de antena y capta la se?al de 4G, y por bluetooth cogen cobertura dentro. Alona dice que si en sitios como este hubiera una conexi¨®n de calidad sus amigos techies de San Francisco, donde residi¨® despu¨¦s de Kaz¨¢n y de Mosc¨², se vendr¨ªan felices. Ella tiene la ilusi¨®n de montar en los alrededores de casa ¡°proyectos de m¨²sica inmersiva¡±. ?l, que pas¨® siete a?os trabajando en Barcelona y seis en Madrid, desea poder sostener su vida aqu¨ª cuando "todo esto" amaine, ¡°quiz¨¢s saliendo por temporadas a currar en la ciudad¡±.
Adoran estar en medio de la nada y tener a unos minutos la cabecera municipal. Van a menudo de compras o a comer en el caf¨¦ restaurante O Santi, que tiene un soberbio men¨² de 10 euros y encima les recibe la paqueter¨ªa. Hoy Alberto ha tomado lentejas de primero y bacalao con cebolla, y Alona ensalada y de segundo merluza a la plancha con patata cocida. Adem¨¢s, ella se volver¨¢ a casa con un chaleco que le pidi¨® a Zara y ¨¦l con una motosierra de gasolina que encarg¨® por Amazon. Jeff Bezos y Amancio Ortega no creen que haya una Espa?a vac¨ªa.
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