El guardabosques autodidacta que estudia en Cantabria la crisis clim¨¢tica
Jes¨²s Ca?as registra las crecientes alteraciones en la fauna y la flora del parque natural de Saja-Besaya.
De ni?o, Jes¨²s Ca?as (Aldeavieja, ?vila, 59 a?os) no pod¨ªa sospechar que un fen¨®meno tan vasto e impredecible como la lluvia podr¨ªa cuantificarse. ¡°Ah, que la lluvia se mide¡±, se asombr¨® cuando Vitorino, el guarda rural de su pueblo, en el valle del Ti¨¦tar, instal¨® un pluvi¨®metro. La devoci¨®n hacia esta tecnolog¨ªa que consideraba vanguardista se combin¨® con una infancia marcada por ser el menor de seis hermanos, hijo de un ama de casa y un jornalero, a quien ayudaba a vendimiar, a extraer resina, a trillar y arar y, ante todo, a ganarse el pan en simbiosis con su entorno. El tiempo vital y meteorol¨®gico ha transcurrido y ha convertido a ese inquieto rapaz que ve¨ªa correr a los linces entre las vi?as en un experto guarda forestal que domina la inmensa reserva de Saja-Besaya (Cantabria) como si se tratara del jard¨ªn de su casa. Su tiempo libre lo dedica a formarse para aprender a interpretar los ciclos naturales entre los que trabaja.
El inter¨¦s hacia los fen¨®menos atmosf¨¦ricos, sus causas, consecuencias y significados lo han convertido en un meteor¨®logo aficionado que, con sus minuciosas observaciones y sus notas en letra afilada, ha logrado interpretar c¨®mo la fauna y flora reaccionan al cambio clim¨¢tico que en las ¨²ltimas d¨¦cadas ha extendido inexorablemente sus tent¨¢culos. Tambi¨¦n gestiona una estaci¨®n meteorol¨®gica que le instal¨® la Agencia Estatal de Meteorolog¨ªa para calcular temperaturas m¨¢ximas, m¨ªnimas, precipitaciones y la humedad del aire en un patio de Valle de Cabu¨¦rniga. Todos estos informes los remite al organismo, que no lo remunera, pero valora su altruismo y su constancia. Ca?as, que no comprende que alguien pueda sentir inter¨¦s por su labor, se encoge de hombros y resume: ¡°La meteorolog¨ªa es una pasi¨®n¡±.
Esta enciclopedia con todoterreno y botas viste totalmente de marr¨®n camuflaje, con una gorra verde que tapa sus incipientes canas y pelo corto. Hasta sus ojos, verdes oscuro, parecen aglutinar la riqu¨ªsima gama crom¨¢tica de la que disfruta a diario. Las manos, ajadas y recias, sintetizan su experiencia. El guardabosques repasa sus andanzas frente a un caf¨¦ en su innegociable pausa a las once de la ma?ana para almorzar y leer la prensa. Lleva cuatro horas en pie y ha nadado dos kil¨®metros en las piscinas de Cabez¨®n de la Sal. Han pasado 38 a?os desde que recal¨® en Cantabria tras estudiar en la Escuela de Capacitaci¨®n Forestal de Villaviciosa de Od¨®n (Madrid). Uno de los profesores le hizo interesarse por el norte peninsular y decant¨® la decisi¨®n a alguien a quien, curiosamente, no le gustan ni la lluvia ni la nieve: ¡°El sol es media vida¡±. All¨ª encontr¨® a la madre, enfermera, de sus dos hijos, que se han convertido en auxiliares agropecuarios y que intentan liar a su padre en rutas ciclistas por la monta?a. Estas etapas entre pistas de tierra o carreteritas asfaltadas enclavadas entre ampl¨ªsimas arboledas le ayudan a estar en forma ante imprevistos como incendios, y tambi¨¦n para complementar sus apreciaciones sobre el desarrollo de los hayedos, constatar el deshielo de las nieves invernales o las variaciones en las migraciones de las aves. La conclusi¨®n, se teme Ca?as, es uniforme: el cambio clim¨¢tico es una realidad y los seres vivos est¨¢n tratando de adaptarse a un trastorno generado por la actividad humana.
Acompa?ar al guardabosques durante su jornada supone una lecci¨®n constante. Las explicaciones sobre c¨®mo ha ido form¨¢ndose mediante lecturas en internet, con la NASA como valios¨ªsima fuente de conocimientos, las intercala con comentarios sobre lo asombrosa que es la naturaleza por la que transita. ¡°Los c¨®rvidos son la hostia¡±, afirma al detectar varios cuervos posados en unas estacas. Dice que se adaptan perfectamente al medio. Los observa, satisfecho, con los prism¨¢ticos, y regresa al relato sobre c¨®mo ha evolucionado el clima desde que toma registros. Este pasado noviembre fue el m¨¢s c¨¢lido nunca visto en Cantabria. Todo encaja: los inviernos cada vez son m¨¢s cortos, m¨¢s suaves, con menos nevadas, pero con fen¨®menos tan puntuales como brutales. El a?o clave para esta tendencia fue 1997, apunta. La d¨¦cada de los a?os dos mil, a?ade, ha acelerado el proceso: el pasado verano notific¨® la m¨¢xima m¨¢s alta de la historia: 41,6 grados. La nieve cae con m¨¢s virulencia que anta?o, pero no hace tanto tiempo permanec¨ªa congelada durante semanas; ahora los caminos que surca el guardabosques pierden el manto blanco apenas unos d¨ªas despu¨¦s de las nevadas.
Estas variaciones, traduce el guarda forestal, afectan a la fenolog¨ªa, una rama de la meteorolog¨ªa que relaciona la climatolog¨ªa con su repercusi¨®n en la fauna y flora. Ca?as lo ilustra agach¨¢ndose junto a un camino y mostrando un ejemplar incipiente de Helleborus foetidus, una planta que lleva un mes de anticipo en su crecimiento gracias al impropio calor. A su lado, unos hayucos, fruto de las hayas y manjar para los osos, a los que ¨¦l llama ¡°zapatones¡± mientras ense?a fotos recientes de sus inmensas huellas en la nieve. Le enorgullece enormemente que los plant¨ªgrados se reintroduzcan en sus otrora dominios. Los vegetales, subraya el profesor improvisado, se amoldan mejor a estas alteraciones forzadas. Los animales sufren m¨¢s, y cita las aves que ya no migran hacia humedales africanos tanto por la calidez europea como por la desecaci¨®n de esas ¨¢reas del sur. ¡°Las personas han da?ado a la naturaleza¡±, se indigna el abulense, que tiene en los ganaderos un particular enemigo tanto por sus reses, de razas no aut¨®ctonas que esquilman el terreno y desplazan a la ¡°educad¨ªsima¡± vaca tudanca local, como por el ansia por conseguir m¨¢s prados. Por eso queman regularmente zonas y provocan extra?as irregularidades visuales en la reserva, con puntos donde el bosque y el matorral se interrumpen por culpa de la mano humana y el negro del suelo evidencia la acci¨®n de las llamas.
¡°Mucha gente pagar¨ªa por tener este trabajo¡±, defiende Ca?as, quien solo ha conocido el confinamiento que provocan las borrascas. El guarda pasea tranquilamente entre caballos sueltos y dice como si tal cosa, tras observar una huella con una pezu?a triangular y marcada junto a un charco, que ¡°posiblemente nos est¨¦ viendo alg¨²n lobo¡±. ?l, que vive rodeado del medio ambiente, echa de menos lo ¨²nico que esta orograf¨ªa no le ofrece: el horizonte. Ca?as a?ora esa amplitud de su ?vila natal y su clima seco. Puestos a pedir, pedir¨ªa perder la mirada en la eternidad de la meseta y que la gente que no cuida de la naturaleza se rinda. Suspira.
Una dosis de alegr¨ªa mundana consiste en catar un b¨¢rbaro cocido monta?¨¦s en una terraza de la cercana Barcenillas. Jes¨²s Ca?as confiesa que sus pinitos literarios tambi¨¦n est¨¢n ligados al cambio clim¨¢tico. Lleva 50 p¨¢ginas escritas sobre un futuro sin cereales que provoca escasez de cerveza y una sedienta tercera guerra mundial. La ca?a que degusta como aviso: mejor cuidar del planeta antes de que sea demasiado tarde.
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