De yemas y trances

En la bodeguilla San Segundo, mis amigas abulenses me preguntan qu¨¦ voy a hacer ma?ana. Bebemos vino y comemos queso. Respondo: "Una ruta de santa Teresa". Ellas ponen cara de "Ya estamos" y no hablamos m¨¢s porque tenemos la boca llena y ganas de re¨ªr. Al d¨ªa siguiente comienzo por un hito actual de espiritualidad: el Centro de Interpretaci¨®n del Misticismo, cuya visita pretende ser experiencia m¨ªstica, b¨²squeda y encuentro. Desde all¨ª, atravesando la puerta de Santa Teresa, intramuros, se accede a la plaza de la Santa. La muralla, geom¨¦trica y cimbreante, incita a un jugueteo de dentro hacia fuera y al rev¨¦s, que sigue el camino contrario al de la cuadratura del c¨ªrculo. En la plaza de la Santa vivimos la matem¨¢tica y espiritual -pitag¨®rica- experiencia de las repeticiones: la plaza de la Santa no es la misma que la de Santa Teresa, extramuros, pero en las dos el nombre y las im¨¢genes de Teresa se multiplican hasta la desintegraci¨®n. Como si la figura formara parte de la atm¨®sfera que nimba la ciudad.

La plaza de la Santa es un trapecio t¨ªmido, el dilatado tri¨¢ngulo de un ¨²tero que remite a la escondida -o no- feminidad de la poeta. Un ¨¢rbol gris brota frente al palacio de N¨²?ez Vela, y, transformados en paredes de petrificada carne, est¨¢n la revista Teresa de Jes¨²s, la sala de reliquias y recuerdos de Teresa de Jes¨²s, los carmelitas descalzos La Santa y el convento de Santa Teresa, alzado en el solar de su casa natal, con otra representaci¨®n de la escritora dentro de hornacina en la fachada.

Las multiplicaciones de Teresa se elevan a una potencia inconmensurable al visitar el museo situado en un lateral del convento; all¨ª, adem¨¢s de manuscritos y de una reproducci¨®n de la celda del monasterio de San Jos¨¦ con el poyo sobre el que Teresa escrib¨ªa sus obras, contemplamos estampitas que retratan mil Teresas y cuadros de la monja andariega y m¨ªstica, escritora, transverberada, ser¨¢fica, orante, coronada. Se exhibe tambi¨¦n una talla de Gregorio Fern¨¢ndez donde Teresa acompa?a al Cristo atado a la columna. Mil nombres de Teresa en una ciudad donde abundan las Sonsoles en honor a la patrona: "Sonso, tienes hora para el otorrino", le dice a su mujer el cuidador del museo.

Por encima de todos

Un mill¨®n de rostros de Teresa son igual que ninguno y se diversifican m¨¢s cuando, recorriendo el paseo del Rastro, llegamos a la plaza de Santa Teresa, antigua del Mercado Grande: bajo sus soportales, Teresa se hace yema en Iselma y La Flor de Castilla, y sus rostros adquieren la textura del pl¨¢stico y la porcelana de los souvenirs. Tambi¨¦n de la piedra de dos esculturas: una, de recatado berninianismo, junto a la puerta del Alc¨¢zar, se adorna con claveles que hablan de la devoci¨®n que, m¨¢s all¨¢ del aburrimiento de mis amigas, se le profesa a la fundadora; la otra est¨¢ sobre un pedestal con nombres de santos, pol¨ªticos, militares, artistas: una mohosa visi¨®n del mundo si no fuese porque Teresa queda por encima de todos. Un edificio que alberga un Burger King y varias inmobiliarias no consigue afear una de las joyas rom¨¢nicas de la ciudad junto a la iglesia de San Vicente: San Pedro. Al lado, el misterio h¨²medo, los l¨ªquenes, de Nuestra Se?ora de la Antigua.

Bajando por la cuesta del Peregrino y la de Gracia huele a le?a y se oye el piar de los p¨¢jaros. Frente a un crucero aparece el convento de Nuestra Se?ora de Gracia, donde Teresa, adoctrinada por Mar¨ªa de Brice?o, descubre su vocaci¨®n. El barrio morisco se insin¨²a en el d¨¦dalo de calles en pendiente. Aunque no sea hito teresiano, es recomendable admirar la torre de Santiago para volver a ascender y resguardarse tras la protecci¨®n de las murallas donde una ?vila m¨¢s pagana y civil tambi¨¦n evoca la figura de Teresa y de Juan de la Cruz. En la plaza del Corral de las Campanas, frente a la imponente presencia del palacio de Superunda y del torre¨®n de los Guzmanes, pegado al palacio de los M¨²xica, hay una estatua y un muro que reproducen una lira del C¨¢ntico espiritual de san Juan de la Cruz: "Mil gracias derramando". Por la calle de Sancho D¨¢vila se llega a la iglesia de San Juan Bautista, donde Teresa, hija de converso, recibi¨® el bautismo. En la plaza del Mercado Chico se ubica el ayuntamiento, y entre este y la catedral, el mercado de abastos; alrededor, los restaurantes ofrecen viandas que debieron de deleitar a la que andaba entre fogones: jud¨ªas de ?vila con matanza, chulet¨®n, patatas revolconas con torreznillos y virutillas de foie como toque ecl¨¦ctico en un recio men¨² antag¨®nico al ayuno del anacoreta. No muy lejos de all¨ª, desde la puerta del Carmen, atisbamos el arrabal del Norte y los Cuatro Postes, un humilladero donde se imagina que Teresa vivi¨® una de sus aventuras infantiles. Tambi¨¦n se capta la visi¨®n m¨¢s ondulada de una muralla el¨¢stica. Cerca, la iglesia de Mos¨¦n Rub¨ª, quiz¨¢ una vieja sinagoga, no nos permite olvidar la existencia de un universo criptojud¨ªo y simbi¨®tico que permeabiliza el urbanismo, la arquitectura y tambi¨¦n la poes¨ªa teresiana. A trav¨¦s del arco del Mariscal se vislumbra la ermita de San Mart¨ªn y el teresian¨ªsimo convento de la Encarnaci¨®n.

"Ya empezamos". Mis risue?as amigas saben que queda mucha ?vila por descubrir: la de los palacios, la cultural de las plazas de Italia y Nalvillos, la contempor¨¢nea del Centro de Exposiciones y Congresos de Mangado. Yo me voy con la poli¨¦drica visi¨®n de una autora enigm¨¢tica por la mir¨ªada de im¨¢genes que impregna la ciudad y despiezada en reliquias que se desperdigan por el mundo: mand¨ªbula superior en Roma, ojo izquierdo y brazo incorrupto en Ronda, coraz¨®n en Alba de Tormes.

? Marta Sanz es la autora de la novela Un buen detective no se casa jam¨¢s (Anagrama).