Como un ni?o en Bruselas
Tint¨ªn, un ¨¢tomo gigante que se recorre por dentro y chocolate de dise?o en una ciudad en la que todo est¨¢ interrelacionado
Hay tanto que ver en Bruselas, capital de B¨¦lgica y principal centro administrativo de la UE, que no me importa pasar en ella pocos d¨ªas: m¨¢s tambi¨¦n ser¨ªan insuficientes. As¨ª, asumiendo que hay mucho que me perder¨¦, me dispongo a disfrutar de lo que pueda con calma.
Atomium
Es lunes. Los museos est¨¢n cerrados, pero el Atomium, en el barrio de Heysel, abre. S¨ªmbolo de la ciudad desde que se construy¨® en 1958 para la Exposici¨®n Universal, representa un ¨¢tomo de hierro aumentado 200.000 millones de veces. M¨¢s que el contenido, lo interesante es el dise?o de Andr¨¦ Waterkeyn, las nueve esferas de acero revestido de aluminio de 18 metros de di¨¢metro conectadas por tubos de 29 de largo. Subo por el ascensor de techo acristalado: por unos segundos estoy en una nave de una pel¨ªcula futurista, sensaci¨®n que se mantiene al pasar de una esfera a otra por las escaleras mec¨¢nicas, rodeado de luces de ne¨®n. El edificio tiene 102 metros de altura, y en la esfera superior, donde hay un restaurante, se nos ofrece una vista panor¨¢mica de Bruselas. A los pies est¨¢ Mini-Europe, un parque con trescientas maquetas a escala 1/25 de los m¨¢s famosos edificios europeos. Muy recomendable para quien viaja con ni?os. No es mi caso, y mis ojos se fijan en el cercano parque de Laeken.
Laeken
Si se est¨¢ en Bruselas en las dos ¨²ltimas semanas de abril o en la primera de mayo, ¨²nicas fechas en que se abren al p¨²blico, ser¨ªa imperdonable no visitar los Invernaderos Reales. Situados junto al palacio de Laeken, residencia real, forman un complejo que asombra por su arquitectura de hierro y cristal, por su incre¨ªble tama?o y por la belleza y esplendor de sus plantas. Obedecen a la megaloman¨ªa de un loco, Leopoldo II, quien decidi¨® construirlos en 1868. Terminados en 1905, se pagaron con el caucho de Congo, la colonia que tan cruelmente explot¨®. Azaleas, geranios, palmeras, helechos, caminos de tierra, rocallas, galer¨ªas, rotondas, pabellones, paseo por el itinerario establecido y siento una especie de admiraci¨®n y respeto ante tanto esplendor verde, rojo, amarillo, morado, rosa.
Museo Real de ?frica Central
Cambio de medio de transporte: ahora voy en tranv¨ªa al Museo Real de ?frica Central. Tambi¨¦n lo orden¨® construir Leopoldo II, a imitaci¨®n del Petit Palais parisiense. El edificio, el parque y el jard¨ªn son magn¨ªficos. Pero al entrar¡ Es al entrar cuando el ni?o que hay en m¨ª se emociona, cuando casi tengo que sentarme al ver la piragua de 23 metros de largo hecha con un solo tronco, los dioramas de animales salvajes, los fetiches, las armas, los instrumentos musicales, los ¨²tiles de labranza, las redes, las m¨¢scaras, los trajes ceremoniales, los collares, los uniformes de los colonizadores, los fusiles¡ El eterno dilema: un museo como este es en gran medida fruto de un expolio, y, sin embargo, los belgas se llevaron una m¨ªnima parte de lo que hab¨ªa, y esa m¨ªnima parte es casi todo lo que queda. Un expolio que se ramifica, que no se detiene: los rinocerontes est¨¢n sin cuernos, cortados por una banda de ladrones de marfil. Cuando veo el traje de un hombre leopardo de Anieto, vuelvo a La garra negra, de Alix, a Tint¨ªn en el Congo. El museo va a ser renovado a partir de julio del a?o que viene y las obras terminar¨¢n en 2015. ?Lo mejorar¨¢n?
Museo del C¨®mic
En Bruselas uno se encuentra cada dos por tres con Tint¨ªn y el Capit¨¢n Haddock, porque B¨¦lgica es el pa¨ªs del c¨®mic. Visito el Museo del C¨®mic, en un edificio art nouveau de Victor Horta, de 1906, que contiene miles de originales, de los que se exponen unos 200, que van rotando. En sus salas salpicadas de esculturas se hace un breve recorrido por su historia, se inauguran exposiciones, hay una librer¨ªa y una biblioteca. Me quedo mirando la reconstrucci¨®n del estudio de Jacobs, un tablero, acuarelas, l¨¢pices, pinceles, rotuladores, plumas, gafas. Con tan poca cosa se construyeron muchos de mis sue?os, infantiles y no tan infantiles. Hay obras que dan importancia a un museo, pero este es un museo que da importancia a las obras. Bien por los belgas, pues el c¨®mic merece un reconocimiento que a veces en Espa?a no tiene.
Bombones
Hambriento, recuerdo que Bruselas es tambi¨¦n el reino de los s¨¢ndwiches y el chocolate. Es la cuna de Le Pain Quotidien, y hay hasta un outlet de chocolate, de la casa Neuhaus. En Grand Sablon, donde est¨¢ Le Village de la BD, restaurante, galer¨ªa y una de las mejores librer¨ªas de c¨®mics del mundo, veo un DIN-A2 de Tint¨ªn en Am¨¦rica firmado por Herg¨¨ a 3.700 euros. Sin salir de la plaza, como un s¨¢ndwich, y entro en Pierre Marcolini, una tienda elegant¨ªsima, donde los bombones se presentan de manera tan exquisita que uno no sabe si venden chocolate o dise?o.
De pronto, todo da vueltas en mi cabeza: Leopoldo II construye los Invernaderos y el Museo de ?frica, este se nutre en gran parte con animales y objetos tra¨ªdos para la Exposici¨®n Universal de 1958, para la que se levanta el Atomium, desde el que se ven los Invernaderos Reales, en los que Leopoldo plant¨® especies de Congo, adonde Herg¨¨ hizo viajar a Tint¨ªn, al que acabo de ver en bronce y a tama?o natural en la entrada de Le Village de la BD, y as¨ª hasta el infinito; ignoro si es por el hambre, por los s¨¢ndwiches o por el chocolate, el caso es que, en una especie de rapto m¨ªstico, pienso que todo est¨¢ relacionado, y que el Atomium, con sus esferas conectadas, es el s¨ªmbolo no solo de Bruselas, sino de nuestra vida entera.
? Mart¨ªn Casariego es autor de la novela La jaur¨ªa y la niebla (Algaida).
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