Regreso a la costa de los esclavos
Los fuertes de Cape Coast y Elmina, en Ghana, hablan de una tr¨¢gica historia de explotaci¨®n humana. Hoy en este litoral africano florece el turismo y en sus playas se baila sin parar
Hubo un tiempo en que esta costa de Ghana tuvo nombre luminoso. La llamaban la del oro. Y a¨²n hoy el metal parece brillar en su arena. De hecho, hay restos en ella, y algunos vecinos de Elmina y Cape Coast salen en su busca cada d¨ªa. Se les ve afanarse aqu¨ª y all¨¢ en peque?as cuadrillas, la criban y remueven; todos con los ojos al suelo; manos hurgando tras aquello que se escapa de las minas.
¡°Casi siempre encontramos¡±, dicen al ser preguntados. Ante las sonrisas de incredulidad ense?an orgullosos una cesta con granos amarillos min¨²sculos.
El oro y su irresistible atracci¨®n han marcado la historia de esta franja atl¨¢ntica de medio millar de kil¨®metros ¡ªdesde la desembocadura del r¨ªo Volta, en Ada, a la del Ancobra, en Axim¡ª salpicada de promontorios rocosos en los que se levantaron unas ochenta fortificaciones europeas durante cuatro siglos. Sus siluetas robustas ¡ªcaleadas o de piedra ya avejentada¡ª destacan en la lejan¨ªa.
Muchas est¨¢n en uso; otras, abandonadas. Algunas son imponentes; otras, bien modestas. Fueron construidas en lugares estrat¨¦gicos (seg¨²n un patr¨®n: m¨¢s o menos dependencias alrededor de un patio con sus torres, altos muros y bater¨ªas de ca?ones) para proteger a sus ocupantes y sus intereses comerciales de los ataques de otros europeos. Sus nombres hablan bastante del vaiv¨¦n del poder: Fort Good Hope, Fort Amsterdam, Fort Batenstein, Carolusburg, Fort Patience, Gross Friedrichsburg... Los se?ores extranjeros del castillo pagaban renta a los jefes de aldea. Para todos, al principio, un beneficio.
La l¨ªnea de esta costa es bell¨ªsima. Un continuo de palmeras, promontorios, albuferas, puertos, playas destacadas (Brenu, Ampenyi...) y un mar bien bravo. Un c¨®ctel entre el azul marino y el verde floral, los colores vivos de las piraguas de madera, las fachadas de las casas, las redes anudadas de los pescadores y los ropajes de las mujeres.
Poblaciones costeras
Para llegar hasta aqu¨ª desde Accra, a un centenar de kil¨®metros, la carretera atraviesa poblaciones y mercados infinitos. Mucha humanidad. En cualquier lugar aparecen vendedores ambulantes ofreciendo lo inimaginable: desde objetos de aseo hasta pan de molde salpimentado con gases de los tubos de escape; de frutas jugosas a termiteros o peque?os mam¨ªferos que sostienen boca abajo...
Ghana crece (m¨¢s que cualquier otro pa¨ªs de ?frica) y crece desigualmente. El boom inmobiliario est¨¢ a la vista. Se construye en todas partes y abundan las vallas con promociones de viviendas estilo americano, mientras el nivel general de las casas no llega al m¨ªnimo (el ¨ªndice de desarrollo humano del pa¨ªs es el 135).
La arena es nuestra
Un grupo de j¨®venes ha instalado una mesa de mezclas y grandes altavoces en la playa de Elmina. Enchufan y atruena. Comienza la fiesta. Hasta hace nada, en ?frica Occidental, la costa era lugar de faena; el Atl¨¢ntico, un oc¨¦ano nada fiable; el horizonte, la l¨ªnea de no retorno. Pero las nuevas generaciones han tomado las playas, las han hecho suyas. Su uso ha cambiado de la noche al d¨ªa. Highlife, azonto, reggae, ritmos caribe?os, rap senegal¨¦s, o top ten made in USA, todo vale. Chicos y chicas. Hay quien se pone a danzar cuando vamos en direcci¨®n a los castillos, con intenci¨®n de llegar hasta el Parque Nacional de Kakum (famoso por su puente colgante a 40 metros de altura), y sigue ah¨ª horas despu¨¦s cuando regresamos. Este frenes¨ª se vive a lo grande en muchos lugares. Citamos dos. Uno, siguiendo en el oeste de Accra, en la playa de Krokobite, donde abre el complejo Krokobite Garten, que regenta la espa?ola Cayetana Ariza con su marido Franco desde hace a?os. Antes de llegar, una masa informe bebe y baila sin descanso en la misma carretera, cual ruta del bakalao mediterr¨¢nea en los noventa... Cualquier excusa y fiesta local son perfectas para celebrar.
Dos. Al este de Accra se encuentra la m¨¢s popular atracci¨®n playera de hoy: Labadi Beach. Para entrar hay que pagar entrada. Merece la pena. Hay tal masa y variedad de gente de toda edad y condici¨®n que hasta hay polic¨ªa secreta para evitar desmadres. Muchos y muchas son los que aqu¨ª hacen su agosto todo el a?o, llegados desde Togo, Benin o Nigeria. Hay que saber, pues, en qu¨¦ chiringuito instalarse.
Para ba?arse hay que ir all¨¢ donde va la mayor¨ªa, pues el Atl¨¢ntico enga?a. Verles bailar es siempre una gozada. Hay quien en tanta fiesta ve desastre y pecado, y hay quien lo ve prueba de que el nivel de vida mejora (y as¨ª es, pues Ghana es el pa¨ªs de mayor crecimiento del continente) y el ocio representa trabajo. Cerca de Labadi hay otras playas cercanas, m¨¢s familiares, donde se entra hasta el borde del agua con el coche. Kil¨®metros de veh¨ªculos y grupos haciendo barbacoas; decenas de vendedores y fot¨®grafos ambulantes para saborear y congelar ese instante.
Hace un calor pegajoso que se adue?a del cuerpo, un sol intenso que ciega y ralentiza la vida. Para quien ha estado all¨ª, esta hermosa costa podr¨ªa parecer el espejo del Caribe. Para quien no, se trata de una zona de poblaciones coloristas, embarulladas, mecidas al ritmo de mil m¨²sicas y protegidas por los altares posuban, caracter¨ªsticos de los pueblos akan y propios de las sociedades militares de la zona... Algunas son de visita imprescindible para viajeros curiosos, los hechos a todo, los que buscan sorpresa y para¨ªso: Krokobite, Fete, Senya Beraku, Anomabu, Apam, Winneba...
Lo cierto es, sin embargo, lo contrario. El Caribe es el reflejo de esta costa africana. Ambiente, color de piel, lenguas, culturas, ropas, tradiciones, credos... Los hombres, mujeres y ni?os de mil etnias esclavizados en las colonias europeas, desde Brasil hasta la Norteam¨¦rica oriental, se llevaron consigo y mantuvieron hasta los nombres propios que los akan ponen a los reci¨¦n nacidos, seg¨²n el d¨ªa de nacimiento (araba, martes; aba, mi¨¦rcoles; afua, viernes...)
Los conquistadores
Los conquistadores llegaron hasta aqu¨ª en busca de oro, primero, en 1461, y marfil y esclavos luego (entre 1650 y 1810). Se asentaron y pelearon entre s¨ª ad infinitum, en solitario o con ayuda de los locales, los fante, los pueblos de la costa. Y con el tiempo, las bodegas de las fortalezas dejaron de serlo para convertirse en mazmorras; sus due?os, en tratantes de esclavos. Aquella mutaci¨®n marc¨® la historia contempor¨¢nea. Y nuestras vidas.
La de la costarricense Dennia Gayle, por ejemplo. Ella, que trabaja de adjunta para el Fondo de Poblaci¨®n de la ONU en Ghana, se levant¨® esta ma?ana para acercar a unos parientes hasta el castillo de Cape Coast. Han desembarcado desde la otra orilla del oc¨¦ano buscando la historia de sus ancestros. Y la encuentran.
Los fieros Cormantin
Estas fortalezas son hoy patrimonio mundial. Un 37% levantadas por los holandeses, un 20% por los brit¨¢nicos, un 14% por los daneses. Y menos del 10%, a manos de portugueses, suecos, franceses y prusianos... ¡°Edificios tan valiosos para la memoria colectiva que su protecci¨®n no puede ser cosa de una sola naci¨®n sino de la comunidad internacional¡±, comenta el arque¨®logo de Oxford Kwesi J. Anquandah, profesor en la Universidad de Ghana, promotor de numerosas excavaciones y autor de libros sobre aquel tiempo que se pueden encontrar en las librer¨ªas de Accra y en las de los castillos. Uno de ellos, Castles & forts of Ghana (de la editorial francesa Atalante) es b¨¢sico para seguir el devenir de cada edificio, no en vano ellos fueron el punto de encuentro exacto de dos mundos, el europeo y el africano. ¡°Los prisioneros salidos de Cape Coast se hicieron un nombre por ser los m¨¢s indisciplinados y fieros; los llamaban Cormantin, por ese puerto, el primero que abrieron los brit¨¢nicos en 1631 para tal fin¡±, escribe Anquandah. Escenario de un pasado que comenz¨® siendo comercial y acab¨® siendo desigual, esclavista (hasta la abolici¨®n de la esclavitud por Inglaterra en 1807) y luego colonial, hasta que Ghana se independiz¨® de los brit¨¢nicos en 1957.
Mezcla de etnias
Hoy Ghana (24 millones de habitantes, la mitad de superficie de Espa?a) responde a una mezcla de etnias llegadas del norte desde el siglo XIII. Primero los citados akan, que comenzaron a asentarse en la impresionante desembocadura del Volta. Luego llegaron los ga, ewe, bono, moshi y dagomba... Algunos de estos se unieron hasta formar uno de los imperios m¨¢s poderosos, el ashanti (que hoy tiene regi¨®n hom¨®nima y rey propio), en el interior, cazadores de esclavos y de recompensas, eterna pesadilla de los colonizadores brit¨¢nicos y sus aliados. La crudeza de un siglo de guerras, el XIX, entre ambos imperios por adue?arse de la Costa de Oro no ha sido a¨²n bastante explotada por la literatura.
Fortificaciones
Del conjunto de fortificaciones, tres son verdaderos castillos con todos los servicios y aposentos que merec¨ªan los se?ores con mando en plaza (algunos, verdaderas personalidades, dejaron mucha huella, para bien y para mal), mucho m¨¢s dotados y organizados que el resto de los fuertes, reservados a funciones de vigilancia o suministro.
La sede del Gobierno
El primero de ellos, el de Christiansborg, en la capital, Accra, fue fundado por los daneses en 1661. Hoy se llama Castillo de Osu, un popurr¨ª de estilos producto de sucesivas reformas. Es, adem¨¢s, sede del Gobierno. Y como consecuencia de tal funci¨®n y de los sucesos violentos ocurridos a su puerta durante las revueltas independentistas a mitad del siglo XX, no se puede permanecer nunca demasiado cerca. La polic¨ªa surge de la nada para record¨¢rselo a cualquiera.
Los otros dos son los de Cape Coast y Elmina, donde nos encontramos, a una decena de kil¨®metros de distancia uno de otro. Los m¨¢s espectaculares y representativos. Los mejor conservados. Aunque bien hermosos resultan tambi¨¦n el fuerte brit¨¢nico de Anomabu (Fort William) o el de Sekondi (Fort Orange), que es un faro, o el de San Sebasti¨¢n, de estilo muy portugu¨¦s, en Shama, que sirve de juzgado... En todos uno desea detenerse.
Todo lo dicho suena a batallita de antepasados, viene a decirnos la costurera Afua cuando le pedimos que nos hable de Elmina. ¡°Uf, no, eso es m¨¢s asunto de turistas¡±, responde. Sentada a la puerta de su casa, frente a la Zion Church, observa c¨®mo los oficiales del padr¨®n, entre ellos Akurnor Thompson, anotan datos de sus conciudadanos para el registro electoral. Decenas de ni?os revolotean: unos, semidesnudos; otros, con pantalones ca¨ªdos, calzones a la vista, camisetas de equipos de f¨²tbol europeos... ?Alguno de ellos ha estado alguna vez dentro de alg¨²n castillo? Uno levanta la mano. ¡°Mi hermano fue a uno a la escuela¡±.
Elmina
Elmina, el castillo de S?o Jorge da Mina, es la construcci¨®n europea m¨¢s antigua de ?frica. Los portugueses la levantaron en 1482, aunque ya hab¨ªan descubierto el lugar en 1471, cuando cart¨®grafos, ge¨®grafos o astr¨®nomos oteaban el mundo sin descanso en nombre de Enrique el Navegante.
Se dice que fue aqu¨ª donde naci¨®, de hecho, el comercio atl¨¢ntico de personas: para abastecer las insaciables peticiones de bienes europeos (ropas, herramientas de hierro, armas...) de las poblaciones locales, los portugueses empezaron a aceptar esclavos de Benin en pago, a principios ya del siglo XVI, demandados luego como fuerza de trabajo por las colonias del Nuevo Mundo. El negocio perfecto.
Pasear por sus pasadizos, escaleras y terrazas produce cierto v¨¦rtigo hist¨®rico. Desde lo alto se aprecia lo adecuado del emplazamiento, vistas largas al Atl¨¢ntico y cortas a la desembocadura del r¨ªo Benya, con un puerto inmenso hacinado de barcas, banderas y pescadores. La ciudad (los reyes portugueses le dieron tal estatus) de fondo, y un fuerte protector, el de Coenraadsburg, vigilante en otra colina cercana. Una amalgama entre belleza, exotismo y precariedad imposible de digerir de un vistazo. Hay que sumergirse en la ciudad para apreciar lo mucho que este rinc¨®n tiene a¨²n del pasado, sus tradiciones, el modo de trabajo, el peso de la comunidad...
En 1637 los holandeses conquistaron el castillo y su negociado. Los brit¨¢nicos lo har¨ªan en 1872. Luego ha sido sede de la polic¨ªa local, escuela secundaria y museo protegido, aunque nunca todo lo necesario. Abundan las visitas. Sobre todo de la di¨¢spora. Y m¨¢s all¨¢. Un grupo de trabajadores chinos (poblaci¨®n en alza en ?frica) pasea por la azotea tomando fotos sin pausa. Adam Zhang cuenta que su firma, Shandony Hi-Speed Group, construye v¨ªas de ferrocarril, y confiesa estar impresionado: ¡°Ignoraba el valor de este lugar¡±.
Cape Coast
Kofi, artista ghan¨¦s, respira casi a diario su historia. Se instala en una de las salas inmensas de Cape Coast y all¨ª escucha explicaciones y espera a los turistas para darles conversaci¨®n y venderles dibujos coloristas de mujeres que parecen esbozadas por el Greco: altas, delgad¨ªsimas, con cestos en la cabeza, t¨ªpicas... ¡°Hace poco, aqu¨ª abajo, cambiaron la placa de la puerta de ¡®no retorno¡¯ por la de ¡®retorno¡±, informa. ¡°Trajeron a algunos antepasados para atravesarla en direcci¨®n contraria y la volvieron a cerrar¡±. Fue un gran acontecimiento. As¨ª se cambiaba el signo de la historia. ?Y bastar¨¢? ¡°Algunas naciones han pedido ya perd¨®n, aqu¨ª mismo o en la isla de Goree, en Senegal¡±. Y s¨ª, vemos esa placa luego, rodeados de escolares, familias impresionadas y pescadores indiferentes tumbados sobre sus redes al otro lado del muro.
Ocho millones de personas
Dennia Gayle y sus parientes se mueven por el museo de la esclavitud alojado en el interior de este castillo inmenso, anta?o de Carolusburg (por los suecos), que brilla fuera y dentro por el blanco de la cal. Charlan con el gu¨ªa, le cuentan sus vidas, comentan los mapas y esquemas del transporte de los cargueros. ¡°Una media de 50.000 esclavos salieron cada a?o del poniente africano¡±, dice el gu¨ªa. Calculan: 170 a?os de transporte... Casi ocho millones de seres humanos. ¡°Pero en verdad nadie lo sabe. La mayor¨ªa de las instalaciones usadas en otros pa¨ªses eran provisionales y desaparecieron. Y aunque salieran nav¨ªos con mayor intensidad de otros puntos del golfo de Guinea y m¨¢s all¨¢ (desde Luanda, Old Calabar, Brass, Lagos, o desde Goree, en Senegal, el ¨²ltimo puerto en que los barcos negreros y sus pasajeros pisaban tierra africana) es solo aqu¨ª donde queda constancia de la regularidad de aquel tr¨¢fico¡±. Y se?ala las muchas l¨ªneas de colores con destinos en un mapa. ¡°Hasta 1.500 personas pod¨ªan estar encarradas en las mazmorras de Cape Coast a diario¡±.
Eran tres. Separadas por sexo. Entrar en ellas impacta. Todo es piedra, todo es silencio, todo est¨¢ a oscuras. Los canales para orines tallados en el suelo, las paredes marcadas por los anclajes de las cadenas y, dicen, la desesperaci¨®n... Hay un altar indefinido all¨ª mismo. Y una sola piedra donde tomar asiento. Todos lo hacen. Pero nadie permanece mucho dentro. Es un impulso. Imaginar siquiera las humillaciones que aqu¨ª se vivieron durante tantos a?os da miedo.
Cuenta Gayle que ella hizo esta visita por primera vez hace siete a?os. ¡°Cuando entr¨¦ por esta puerta [se?ala hacia abajo, hacia la de ¡®no retorno¡¯], sent¨ª que cerraba un c¨ªrculo, que estaba realizando el viaje de mi vida¡±. Lo dice ante un gran panel fotogr¨¢fico de famosos descendientes de esclavos, Martin Luther King, Angela Davis, Jesse Jackson, Duke Ellington... Un viaje que muchos toman como objetivo: regresar y ver. ¡°Mis ancestros andar¨¢n contentos en sus tumbas: yo he vuelto como mujer libre¡±, concluye.
Al atravesar de nuevo la localidad de Cape Coast siguen afan¨¢ndose los buscadores de oro, bailando los j¨®venes en la playa, movi¨¦ndose con el viento las olas y palmeras... y sonando c¨¢nticos de funeral. En Ghana se ha puesto de moda el ata¨²d a la carta con forma de aquello que el fallecido gustara. ?Aficionado a la fotograf¨ªa? Sus huesos quedar¨¢n enterrados para la eternidad en una c¨¢mara. ?Fan de lo musical? En un piano. ?Al f¨²tbol? En una porter¨ªa... Y nos cont¨® Kofi, el vendedor de Elmina, que un se?or eligi¨® de f¨¦retro ese castillo. Porque lo consider¨® parte indisociable de la muerte y la vida.
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Iberia vuela directo a Accra desde Madrid, ida y vuelta a partir de 644 euros, todo incluido.
? British Airways, TAP y Lufthansa son algunas opciones para volar con escala desde Espa?a, con precios que comienzan entre 500 y 600 euros.
Dormir y comer
? Novotel Accra. Barnes Road. Accra. La habitaci¨®n doble, 177 euros.
? Hotel Paloma. Accra. La doble, 96 euros.
? Holiday Inn Accra. Pmb Ct 97. Accra. La doble, 162 euros.
? Hotel M?venpick Accra. 343, Cantonments Ridge. Accra. 325 euros la noche.
? African Royal Beach. DTD 51 Beach Drive. Nungua. Costa de Accra. La doble, 144 euros.
? Afia African Villague. 2 Liberia Road Extension. Osu. Costa de Accra. Caba?as en la playa. La doble, 74 euros.
? Labadi Beach Hotel. La doble, 350 euros.
? Elmina Beach Resort. Elmina. La doble, 127 euros.
? Kokrobite Garden Guesthouse, playa de Kokrobite.
? White Sands Beach Resort. Fete.
? Biriwa Beach. En Biriwa. La doble, desde 37 euros.
Informaci¨®n
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