Pr¨®xima parada, Cartago-Salamb¨®
Recorrido por el suburbio de T¨²nez capital para descubrir los restos p¨²nicos que los romanos no lograron borrar del mapa
Salamb¨®. Pocas paradas de transporte p¨²blico pueden lucir un nombre tan evocador. Y pocos lugares tienen una leyenda tan sugerente como Cartago. El que fue el mayor enemigo de Roma y la gran potencia comercial del Mediterr¨¢neo es ahora un tranquilo suburbio de T¨²nez capital, entre la colina azul y blanca de Sidi Bou Said, que pintara Paul Klee, y el pueblo de La Goulette, el antiguo barrio italiano y jud¨ªo, conocido por sus restaurantes de pescado y por ser el lugar de nacimiento de Claudia Cardinale. Las villas blancas, algunas de la ¨¦poca de la colonizaci¨®n francesa, est¨¢n rodeadas de jazmines y buganvillas. El mar, como no podr¨ªa ser de otra forma en la capital del mundo cartagin¨¦s, es una presencia constante: durante cientos de a?os sus barcos trazaron redes por toda la tierra conocida. Despu¨¦s de que Cat¨®n pronunciase la c¨¦lebre frase de ¡°Cartago debe ser destruida¡±, un ej¨¦rcito romano se abalanz¨® sobre la ciudad en la tercera guerra p¨²nica y mantuvo un asedio de tres a?os. En 146 antes de Cristo fue borrada del mapa: saqueada y quemada, sus habitantes (los que no se inmolaron o fueron masacrados) fueron vendidos como esclavos. Cuando solo quedaban ruinas, las legiones de Publio Cornelio Escipi¨®n echaron sal sobre las cenizas. El general romano recit¨® los famosos versos de Homero: ¡°Llegar¨¢ el d¨ªa en que la sagrada Ili¨®n perecer¨¢¡±. A lo que el gran historiador griego Polibio respondi¨®: ¡°No s¨¦ por qu¨¦, pero temo que alguien pronuncie las mismas palabras un d¨ªa refiri¨¦ndose a mi patria¡±.
Los puertos p¨²nicos
Cartago, que lleg¨® a tener 400.000 habitantes, se convirti¨® as¨ª en el s¨ªmbolo de los imperios difuntos. Sin embargo, su memoria fue mucho m¨¢s poderosa que el fuego y la sal. Y no se trata solo del relato de los elefantes de An¨ªbal, que gan¨® las batallas y perdi¨® la guerra. Cartago es un rinc¨®n del Mediterr¨¢neo que merece una visita m¨¢s all¨¢ de cualquier leyenda y en ¨¦l quedan m¨¢s restos p¨²nicos de lo que Roma hubiese deseado. Desde T¨²nez es muy f¨¢cil llegar, en coche, en taxi o en metro ligero. Bajarse en la parada de Cartago-Salamb¨® tiene su punto, aunque tampoco est¨¢ mal la opci¨®n de apearse en Cartago-An¨ªbal. Casi todos los yacimientos est¨¢n situados en una estrecha franja entre el mar y las colinas, rodeados de villas y de calles tranquilas.
El mejor lugar para empezar la visita es el Museo de Cartago, en la colina de Byrsa. Lo importante del museo no son solo las piezas que contiene ¡ªalgunas impresionantes, como dos magn¨ªficos sarc¨®fagos del siglo IV antes de Cristo¡ª, sino su propio emplazamiento y la vista. Flaubert imagin¨® el enclave as¨ª en Salamb¨®, su novela sobre Cartago: ¡°La colina de la Acr¨®polis, en el centro de Byrsa, desaparec¨ªa bajo el desorden de los monumentos¡±. El autor de Madame Bovary describe una larga serie de monumentos antes de afirmar: ¡°Se percib¨ªa la sucesi¨®n de las ¨¦pocas, como recuerdos de patrias olvidadas¡±. En la actualidad, la panor¨¢mica alcanza el Mediterr¨¢neo y los suburbios de T¨²nez, las ruinas de un antiguo barrio cartagin¨¦s que se deslizan desde la colina hasta el mar, para dejar paso a las casas blancas contempor¨¢neas y a las calles arboladas. Pero, sobre todo, desde la colina de Byrsa puede verse una de las maravillas de la ingenier¨ªa de la antig¨¹edad: los puertos p¨²nicos.
El historiador Richard Miles explica en Carthage must be destroyed. The rise and fall of an ancient civilization que los romanos admiraron el ingenio de esa construcci¨®n, que primero sepultaron y luego recuperaron cuando, un siglo despu¨¦s de su destrucci¨®n, volvieron a construir en la antigua Cartago. El primer puerto, donde atracaba la flota civil, daba directamente al mar. Un canal camuflado llevaba al segundo puerto, el militar, redondo y con una isla en medio. Desde fuera era perfectamente invisible, aunque pod¨ªa albergar hasta 170 naves. El enemigo no pod¨ªa saber d¨®nde se encontraban los barcos o ni siquiera si hab¨ªa naves. Hoy, paseando por la isla, donde hay un peque?o museo con una rudimentaria maqueta del lugar, es f¨¢cil imaginar la sencillez y el ingenio cartagin¨¦s. Desde all¨ª se puede pasear hasta otro de los yacimientos cartagineses m¨¢s impresionantes: el peque?o santuario de Tofet, dedicado a los dioses Baal Hammon y Tanit, la diosa cartaginesa cuya figura triangular es constante en el universo p¨²nico. Los gu¨ªas que ense?an el lugar no se privan de repetir lo que los historiadores romanos y griegos divulgaron: los sacrificios infantiles de los primog¨¦nitos de cada familia. Los investigadores actuales no lo tienen tan claro: no niegan que existiesen, pero refutan la escala. El lugar, con sus miles de urnas funerarias y sus palmeras, es tan inquietante como evocador.
Gu¨ªa
Informaci¨®n
? Oficina de Turismo de T¨²nez en Madrid (915 48 14 35).
? Museo Nacional de Cartago. Situado en la colina de Byrsa.
Aparte de las termas y de las villas romanas, es importante acabar la visita con un salto a La Goulette para comer pescado. Los dos restaurantes m¨¢s recomendables son el famoso Caf¨¦ Vert y el siciliano La Esp¨ªgola, situado junto a la casa del rabino, aunque cualquiera de los modestos chiringuitos son estupendos. Pero antes merece la pena hacer una ¨²ltima parada hist¨®rica, esta vez en el siglo XX. Cartago alberga un cementerio militar de EE UU (como el de Omaha Beach que aparece en Salvar al soldado Ryan) construido despu¨¦s de la II Guerra Mundial. Es un lugar que transmite una sensaci¨®n de paz y de profundo respeto (en el norte de ?frica se comenz¨® a ganar la guerra contra los nazis), pero que tambi¨¦n demuestra que los conflictos se empe?an en volver a los mismos lugares.
En Cartago hay muchas leyendas, muchos dioses y muchos soldados enterrados. Pero, como los puertos p¨²nicos, han llegado hasta nosotros para demostrarnos que el pasado no se puede borrar, solo aprender de ¨¦l.
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