La Ant¨¢rtida, ya estoy aqu¨ª
El gu¨ªa de monta?a Hilo Moreno narra su periplo por tierra, mar y aire hasta desembarcar en la base espa?ola de la isla Livingston
Hace unos d¨ªas logr¨¦ llegar al lugar donde trabajo: una base cient¨ªfica situada en una isla de la Ant¨¢rtida. Me ha costado diez d¨ªas desde que sal¨ª casa y coger cuatro aviones, una camioneta, un barco de la Armada y una barca a motor. Despu¨¦s de todo esto desembarcamos en la playa ubicada frente a la base, rodeados de hielo y de soledad.
Acudo por sexta vez a la base ant¨¢rtica espa?ola Juan Carlos I para trabajar como t¨¦cnico de monta?a, dando apoyo log¨ªstico a los diferentes proyectos que tienen lugar en los alrededores de la base, situada en una peque?a cala de isla Livingston, en el archipi¨¦lago Shetland del sur. Solo llegar hasta aqu¨ª es ya una aventura. La campa?a ant¨¢rtica espa?ola comienza todos los a?os en la ciudad chilena de Punta Arenas, pero esta vez, parte del personal cient¨ªfico y t¨¦cnico lo hizo a bordo del buque Aquiles, de la Armada Chilena; por primera vez el programa ant¨¢rtico espa?ol no cuenta con el apoyo de sus dos barcos polares: el Hesp¨¦rides y el Las Palmas. Los recortes en materia de investigaci¨®n y ciencia no lo han permitido y nos vemos obligados a solicitar ayuda log¨ªstica a otros pa¨ªses para poder llegar a nuestras bases. El resto del equipo lo hizo a bordo de un avi¨®n H¨¦rcules de la Fuerza A¨¦rea brasile?a.
El mar de Hoces
El primer hito del viaje hasta el continente helado es cruzar en barco del Canal de Drake, tambi¨¦n conocido como mar de Hoces. Afamado por ser uno de los peores mares del mundo, el Everest de los navegantes, suele recibirnos con olas altas como castillos y aguas envueltas en espuma blanca. Los cuatro d¨ªas que suele durar la traves¨ªa se pasan de manera poco digna: empotrados en la cama del peque?o camarote, en el interior de las entra?as del buque, intentando mantener la compostura dentro un mareo eterno. En la ¨¦poca rom¨¢ntica de la navegaci¨®n a vela estos viajes exig¨ªan del navegante la m¨¢xima de las pericias. Una traves¨ªa de este calibre enfrentaba al marino con el m¨¢s profundo de sus miedos encarnado en un mar tenebroso y una muerte m¨¢s que probable. Para escapar de ella ten¨ªa que luchar contra viento y marea hasta el ¨²ltimo de los grumetes, y aun as¨ª la Naturaleza siempre ten¨ªa la ¨²ltima palabra: numerosos son los naufragios que as¨ª lo atestiguan. Ahora, para el pasajero in¨²til y torpe, no hay nada de rom¨¢ntico en permanecer cuatro d¨ªas encerrado en la litera de un barco sellado herm¨¦ticamente para no dejarse anegar por las olas que barren la cubierta.
Esta vez, sin embargo, el Canal de Drake mostr¨® una cara mucho m¨¢s amable, a lo que tambi¨¦n ayud¨® un barco mayor que los que estamos acostumbrados. Los m¨¢s de cien metros de eslora del Aquiles apenas se meneaban empujados ligeramente por unas suaves olas m¨¢s propias del mar Menor que de este temido canal con nombre de pirata ingl¨¦s. Si a ello se le suma un karaoke nocturno y un bar repleto de pisco sour el glamour de semejante epopeya marina cae por los suelos. De esa guisa llegamos a avistar el continente ant¨¢rtico. Las aguas comenzaban a poblarse de t¨¦mpanos a la deriva y en el altavoz sonaba Paulina Rubio.
Antes de conducirnos hasta nuestra base, el Aquiles deb¨ªa realizar una serie de paradas para otros a otros pasajeros en sus correspondientes estaciones cient¨ªficas. La primera de estas escalas fue en Rey Jorge, la mayor de las islas Shetland del Sur, a cuyo aeropuerto llegan cada vez m¨¢s turistas durante el verano austral, adem¨¢s de cient¨ªficos y personal t¨¦cnico. En esta isla se encuentran numerosas estaciones de diferentes pa¨ªses y en la bah¨ªa Fildes, amplio puerto natural, es habitual ver tr¨¢fico mar¨ªtimo efectuando labores de log¨ªstica. Hecho el desembarco, la siguiente parada fue en la base chilena O?Higgins, ya en el continente. Tras otra noche de navegaci¨®n, con su correspondiente karaoke latino, fondeamos a la ma?ana siguiente frente a esta colorida estaci¨®n encajonada entre enormes glaciares. Algunas ballenas jorobadas recorr¨ªan la bah¨ªa con elegancia mientras el viento refrescaba. Tras permanecer todo el d¨ªa fondeados, emprendimos de nuevo el camino, esta vez hacia otro punto de presencia espa?ola en la Ant¨¢rtida: Isla Decepci¨®n, donde se encuentra la base espa?ola Gabriel de Castilla, que recibe su nombre del primer navegante que avist¨® el continente ant¨¢rtico y regres¨® vivo para contarlo, all¨¢ por el a?o 1603.
Hielo y piroclasto
Isla Decepci¨®n es un volc¨¢n cuya caldera emerge por encima del nivel del mar en forma de perfecto puerto natural. Esta bah¨ªa, de nombre Puerto Foster, ha sido antiguo refugio y sede de la industria ballenera. A d¨ªa de hoy es un santuario cient¨ªfico frecuentado cada vez m¨¢s por barcos tur¨ªsticos atra¨ªdos por sus aguas protegidas y los abundantes restos arqueol¨®gicos. El terreno posee un color negro como el azabache debido al piroclasto, lo que, junto a las antiguas estaciones balleneras abandonadas, cargadas de herrumbre y edificios en ruinas de color anaranjado, otorga al paisaje un toque decadente, como de cataclismo. La ma?ana que atraves¨¢bamos los fuelles lo hac¨ªamos envueltos en una ligera bruma, todav¨ªa con restos de nieve del pasado invierno. Los parches de limpio blanco sobre el negro piroclasto creaban un contraste dif¨ªcil de imaginar, una imagen neblinosa de lugar perdido en el tiempo y en el espacio. Fue la ¨²ltima parada antes de poner rumbo a isla Livingston, nuestro destino.
Llegar hasta la Ant¨¢rtida en barco, pese a sus incomodidades, es algo m¨¢gico. Sobre todo si sabes que el barco te dejar¨¢ all¨ª y no volver¨¢ a recogerte hasta unos meses despu¨¦s. Desde la cubierta de nuestra embarcaci¨®n observaba c¨®mo los contornos bien definidos de la playa comenzaban poco a poco a concretarse. Las formas rectas de los edificios de la base se recortaban entre la blancura del hielo y los colores brillantes de los m¨®dulos futuristas se delineaban en la distancia. Desde la lejan¨ªa se empezaban a distinguir peque?os puntos en movimiento: eran nuestros compa?eros, llegados un par de d¨ªas antes.
Es igualmente m¨¢gico el momento de reapertura de la base, que ha permanecido dormida durante casi un a?o, oculta entre la nieve y bajo la noche polar. Los alrededores se han llenado de los verdaderos pobladores de la zona: aves y mam¨ªferos marinos que cr¨ªan, retozan y descansan en su primavera. Con nuestra invasi¨®n la tranquilidad de la isla termina. Los elefantes marinos nos miran con desconfianza y los ping¨¹inos huyen de nosotros con su torpe bailoteo. Charranes y esc¨²as intentan en vano alejarnos de sus nidos con sus graznidos. Nosotros conectamos los motores y encendemos las m¨¢quinas, dispuestos a pasar otra temporada m¨¢s estudiando y explorando los rincones y secretos de esta isla perdida.
M¨¢s informaci¨®n y cr¨®nica de la campa?a ant¨¢rtica en www.hilomoreno.com
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