Verm¨² en el teatro del emperador
El teatro romano de Cartagena y los sabrosos aperitivos de sus bares, excusa perfecta para visitar la ciudad murciana
Cultura y gastronomia. Y por ese orden. Una excursi¨®n a Cartagena podr¨ªa cubrir una de esas jornadas veraniegas en las que el viento de Lebeche o el mal tiempo nos alejan de la arena de la playa, aunque la belleza y variedad arquitect¨®nica justifiquen por si sola la visita a la ciudad murciana. Por puro placer o para combatir el fresco, antes de empezar con los verm¨²s y las tapas conviene realizar una inmersi¨®n cultural que nos ayude a descubrir los rincones de esta ciudad milenaria que fue fundada por Asdr¨²bal antes de ser conquistada por Roma. De aquella batalla se han recuperado recientemente las populares fiestas de cartagineses y romanos que se celebran en septiembre y de las que conviene huir, especialmente si se odian las masas de gente, en este caso, adem¨¢s, disfrazadas de ¨¦poca. El centro hist¨®rico, abarcable andando, se recorre tranquilamente en una jornada, nos conduce al Teatro Romano , una de las joyas del Levante y del mundo, construido en la ¨¦poca de Augusto cuando la ciudad todav¨ªa se llamaba Carthago Nova.
La entrada al Museo, cuyo acceso se realiza por la antigua casa de Pascual de Riquelme de la que se conserva la fachada, nos sit¨²a en un espacio donde confluyen algunas de las fases hist¨®ricas y arquitecturas de la ciudad. Desde la Plaza del Ayuntamiento, uno de los puntos de la ciudad en los que se siente la brisa marina, se divisa la bocana del puerto y el edificio del antiguo Consistorio, un palacete de estilo neocl¨¢sico. El museo, de tama?o humano y bastante did¨¢ctico, exhibe las piezas encontradas durante la excavaci¨®n del edificio y aclara c¨®mo el teatro, con capacidad para ?6000 personas!, fue quedando oculto por las civilizaciones bizantina, musulmana y cristiana. Sobre las ruinas se levant¨® incluso un poblado y un barrio de pescadores. En total cerca de XX siglos cubierto. Antes de atravesar el corredor que nos conduce a la c¨¢vea, una ¨²ltima visi¨®n muestra el pavimento y los mosaicos de una casa anterior a la contrucci¨®n del teatro. Ya en el exterior, uno puede sentarse tranquilamente en las gradas o subirse al escenario para hacerse una foto junto a las columnas de m¨¢rmol de Carrara. Augusto utilizaba los teatros para la propaganda pol¨ªtica, as¨ª que seguramente nunca se represent¨® a S¨®focles pero la dimensi¨®n del teatro da una idea de la importancia de la ciudad.
El emperador Augusto utilizaba los teatros para la propaganda pol¨ªtica. Las dimensiones de este dan una idea de la importancia de la ciudad.
La sobria rehabilitaci¨®n del edificio, que fue descubierto en 1988 por el arque¨®logo Sebasti¨¢n Ramallo, fue realizada por el arquitecto Rafael Moneo, casi en paralelo con las obras de la ampliaci¨®n del Museo del Prado. Solo el descubrimiento del yacimiento y su rehabilitaci¨®n posterior tiene su miga. La historiograf¨ªa desconoc¨ªa su existencia hasta que se encontraron las primeras ruinas en el curso de unas obras. Las primeras catas no fueron concluyentes dado que lo extra?o es picar y no encontrar unas ruinas romanas o cartaginesas. La degradaci¨®n de las viviendas, con los gatos campando a su aire entre la basura acumulada entre edificios medio derruidos, propici¨® que sirviera como escenario de una pel¨ªcula ambientada en el Beirut de la guerra. Un paisaje dif¨ªcil de imaginar ahora. Inaugurado en 2008, el teatro se ha convertido en uno de los monumentos clave de Cartagena. El pasado a?o acogi¨® a m¨¢s de 145.000 visitantes y los meses de agosto registra una media de 20.000 visitas. Lo ideal ser¨ªa no coincidir con los viajeros de los cruceros que atracan en la ciudad y durante unas horas toman las calles, ataviados con bermudas y gorras para protegerse del sol. Quiz¨¢s la mejor hora para descubrirlo se corresponda con la ca¨ªda de la tarde.
Como guinda de la visita, un paseo por los caminos de tierra, bordeado de cipreses, que conduce a la cima de la colina en cuya ladera se construy¨® el teatro. La impresionante visi¨®n de conjunto del teatro, con las ruinas de la antigua catedral (siglo XII), bombardeada durante la Guerra Civil, en una esquina y el Mediterr¨¢neo abrazando la ciudad, permite tambi¨¦n comprobar que su ubicaci¨®n no fue casual. De acuerdo con las normas vitruvianas se construy¨® de espaldas al mar, con orientaci¨®n norte y protegido de los vientos del sur. Tampoco se escatim¨® en materiales para la construcci¨®n. Los 21 capiteles de m¨¢rmol blanco, adornados con hojas de acanto, se fabricaron en las canteras romanas y viajaron en barco desde Roma.
Ya de bajada, si el calor nos abruma en exceso, se puede tomar algo fresco en la terraza de La Catedral, ubicada en la plaza Condesa de Peralta y uno de los locales que permite una visi¨®n en primera l¨ªnea de la c¨¢vea. Convenientemente hidratados, lo mejor es proseguir el paseo por la calle Mayor, donde, entre otros monumentos, se levantan algunos de los edificios modernistas que decoraron la ciudad a principios del siglo XX y que fueron construidos al calor de las ganancias de la industria minera de La Uni¨®n. Como en otras ciudades, los bajos de algunos de estos edificios acogen ahora algunas de las firmas de moda espa?ola conocidas en todo el mundo. Lo aconsejable es continuar el paseo hasta la calle Canales y buscar El Vinagrillo, una taberna m¨ªnima con una sorprendente bodega de verm¨²s y especialidades gastron¨®micas de la zona. Si se anima a probar el destilado en Alicante y despu¨¦s el de Reus conviene mojarlo con una raci¨®n de bonito, secado y salado a la antigua usanza. Se sirve con tomate de la zona. Si se cuenta entre los amantes de los salazones, pruebe tambi¨¦n la hueva de m¨²jol con almendras fritas, en caso contrario abstenerse y decantarse por una lata de mejillones o de navajas. Si opta por un tercer verm¨², la tosta de sobrasada o los embutidos de la zona. Por cierto, que el nombre del local hace honor a una de las plantas silvestres que crecen en el campo, de ramas verdes y unas vistosas flores amarillas.
En ning¨²n caso conduzca al salir para regresar a la playa. Mejor un paseo de vuelta hasta el puerto y una vista al submarino Peral, anclado en una de las salas del Museo Naval.
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