Una Toscana montaraz

Uno de los rostros menos conocidos de la Toscana es la monta?a. Y los valles secretos que se esconden en sus pliegues. Uno de esos rincones m¨¢s seductores es el que encajona al r¨ªo Serchio, al norte de Lucca: entre las crestas peladas de los Alpes y las laderas m¨¢s amables de los Apeninos, el r¨ªo va trazando un corredor repleto de castillos, pueblos montaraces, iglesias rom¨¢nicas, puentes y molinos. En esos molinos, agitados por el caudal del Serchio, se aseguraba la prosperidad de Lucca: all¨ª se molturaba el fargo (un cereal antiguo, ahora de moda) y tambi¨¦n el ma¨ªz y la casta?a; del primero se extra¨ªa el formentone, y de la casta?a, la farina di neccio, harinas ambas con las cuales se elaboraba la polenta que aplac¨® durante siglos los est¨®magos de la zona. Tambi¨¦n se utilizaba la fuerza hidr¨¢ulica para trabajar la seda que hizo rica a Lucca y, cuando esa industria se agot¨®, para fabricar papel.

Remontando desde Lucca el curso del r¨ªo, al llegar a Borgo a Mozzano sale al paso el puente del Diablo, uno de los muchos que, por lo visto, construy¨® el maligno en una noche a lo largo y ancho de la cristiandad. Este lo levant¨® en tiempo de los romanos. Casi enfrente, en un desv¨ªo a la derecha, Bagni di Lucca recuerda que es esta una regi¨®n termal. Aunque lo m¨¢s llamativo de Bagni es su puente de las Cadenas, igualito ¡ªdicen aqu¨ª¡ª al de Budapest, solo que m¨¢s antiguo. M¨¢s adelante, Ghivizzano ofrece una estampa inolvidable con su castillo y caser¨ªo. En Fornaci di Barga, vemos tendidos al sol los secaderos de casta?as. Y a un paso nos aguarda una sorpresa: la abad¨ªa rom¨¢nica de Loppia. Desde all¨ª, un camino sube directo a la puerta Real de la amurallada Barga.

Un burgo delicioso

Barga pertenece al selecto club de I borghi pi¨´ belli d¡¯Italia (los burgos m¨¢s bellos de Italia) y ostenta la bandera naranja que otorga el Touring Club del pa¨ªs, como contrapeso de secano a las banderas azules que distinguen playas y puertos. Barga es un pueblo grande y delicioso. Apostado sobre una colina, ce?ido de muros, torres y puertas, las vistas sobre el valle y las monta?as alpinas son de postal. Se uni¨® a los Medici en 1342, y eso hace que sus palacios sigan los moldes quattrocentistas de Florencia. Hubo con esa urbe un intercambio art¨ªstico notable, hasta el punto de correrse el bulo de que la familia Della Robbia coc¨ªa sus c¨¦lebres terracotas vidriadas en hornos de Barga. Algunas de esas piezas pueden verse en las iglesias o en el duomo (catedral) en el casco viejo.

Algo que llama la atenci¨®n en ese d¨¦dalo medieval, siquiera sea por el nombre, es el Teatro dei Differenti, creado en 1690 y reconstruido a finales del XVIII con su actual aspecto de bombonera. Esta joya cobr¨® nueva vida en los a?os sesenta, cuando un matrimonio ingl¨¦s, los Hunt, lo convirtieron en sede del Opera Barga, un festival de m¨²sica cl¨¢sica y ¨®pera que se mantiene. La tradici¨®n culta de Barga ¡ªque tiene su propio peri¨®dico, Il Giornale di Barga¡ª viene de lejos. En 1895 el poeta Giovanni Pascoli se instal¨® con su hermana Mar¨ªa y su perro Gul¨ª en una villa de Castelvecchio, a una legua escasa. All¨ª compuso, entre otras cosas, los Canti di Castelvecchio, all¨ª muri¨® y est¨¢ enterrado en la capilla. Su casa es ahora un museo. Para los cr¨ªos italianos, Barga es un lugar muy especial: aqu¨ª tiene su guarida la Befana, esa especie de bruja buena que, a principios de a?o, les trae juguetes y dulces, como hacen en Espa?a los Reyes Magos.

Apenas cruzado el puente de Campia, se entra en la parte alta del valle, la Garfagnana. All¨ª las crestas alpinas son m¨¢s severas, en contraste con las laderas jugosas que lucen los Apeninos. El centro administrativo y comercial es Castelnuovo di Garfagnana. Un pueblo amurallado, cuyas calles se convierten en mercado al aire libre cada jueves desde 1430. Los muros y rincones medievales contrastan con tiendas de exquisito gusto donde se mercadea con sedas y brocados artesanales.

Una escultura de Don Quijote, junto al fort¨ªn llamado Rocca Ariostesca, delata la vena culta de este pueblo. La quijotesca talla se debe a unas jornadas cervantinas, y el nombre de la Rocca tiene a¨²n m¨¢s miga: el gran poeta renacentista Ludovico Ariosto, al no salir de pobre con la segunda edici¨®n de su Orlando furioso, tuvo que aceptar, por encargo del duque de Ferrara, el empleo de comisario ducal de la Garfagnana. Durante tres interminables a?os, en lugar de dedicarse a la poes¨ªa, tuvo que bregar con ¡°robos, homicidios, odios y venganzas¡±: O me queo stiami in Rocca o voglio all¡¯aria uscire?/?accuse e liti sempre e gridi ascolto,?/?furti, omicidi, odi, vendete et ire. S¨¢tira IV. (O me quedo en Rocca, o me aireo/ escucho siempre?acusaciones y litigios y querellas/?robos, asesinatos, odios, iras y venganzas).

La oveja ¡®garfagnina¡¯

Le tra¨ªa especialmente de cabeza un bandido apodado el Moro, que acaudillaba las partidas que infectaban el vecino monte Sillico. As¨ª lo hizo constar en su abultada correspondencia con el duque. Enfrente de esta Rocca y del pueblo, al otro lado del r¨ªo, se asienta otra de las fortalezas m¨¢s formidables de la zona, la de Mont¡¯Alfonso. Y es que esta cabecera del valle siempre tuvo gran importancia estrat¨¦gica. Era un paso frecuente de peregrinos. Tambi¨¦n de pastores trashumantes; existe incluso una raza ovina propia, la garfagnina,que se est¨¢ recuperando y cuyos reba?os son la estampa habitual de estas majadas. Un paso crucial tambi¨¦n para los ej¨¦rcitos: y no estamos hablando ya de las legiones romanas, sino de episodios se?alados y crueles de la ¨²ltima Guerra Mundial. Este universo montaraz y apenas conocido sigue siendo la Toscana.