Roma, la boca que no miente
Paseo por la capital italiana sin querer abarcarlo todo, salvo la m¨¢scara que dice la verdad, el simp¨¢tico elefantito de Bernini y los ¡®caravaggios¡¯
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Roma, siempre Roma, la rom¨¢ntica Roma Antica, donde el arte y la historia se besan. Quien no ha ido, quiere ir, y quien ha ido, quiere volver. Caminas por ella y a cada paso te encuentras con una fuente, un obelisco, una columna, un palacio, un callej¨®n de cuyas fachadas cuelgan enredaderas, una iglesia, una ruina cl¨¢sica. ?nica e irrepetible, hay que disfrutarla dej¨¢ndose invadir mientras la invadimos, paladeando un helado y su infinita riqueza, sin apesadumbrarnos porque nos hayamos dejado atr¨¢s una iglesia con una escultura prodigiosa, o porque ya no nos d¨¦ tiempo a ver los frescos y mosaicos de Santa Mar¨ªa la Mayor, o porque la Fontana de Trevi est¨¦ desfigurada por andamios.
Camino, pues, intentando hacerlo con libertad, sin agobios, con cierta anarqu¨ªa que, si logro trasladar a este art¨ªculo, reflejar¨¢ la propia anarqu¨ªa romana. Me asomo desde el Ponte Sisto al T¨ªber, fangoso, turbio, hoy de un color amarillento. Cruzo el r¨ªo y camino por Via Giulia, una calle poco transitada, con la fuente del Mascherone, que inevitablemente recuerda a la Bocca della Verit¨¤. Tiene la ventaja de que no hay colas para fotografiarse metiendo la mano en ella, imitando a Gregory Peck y Audrey Hepburn.

Paso por Campo di Fiori, donde la t¨¦trica figura de Giordano Bruno, con esa capucha algo siniestra, siempre me atrae. El astr¨®nomo afirmaba que el Sol era una estrella entre miles, y que en el universo hab¨ªa m¨¢s sistemas solares. Opiniones de este tipo, y no retractarse, le condujeron a la hoguera en esta misma plaza. Contin¨²o mi paseo por la plaza Navona, con la fuente de los Cuatro R¨ªos de Bernini. El r¨ªo de la Plata se protege la cabeza, temeroso de que se desplome sobre ¨¦l la iglesia de Santa In¨¦s, de Borromini, mientras el Nilo se tapa los ojos para no ver semejante horror. Se non ¨¨ vero, ¨¨ ben trovato.
Bernini, el artista que convirti¨® el m¨¢rmol en carne (en Villa Borghese, para probarlo, adem¨¢s de Apolo y Dafne est¨¢ El rapto de Proserpina), llena Roma con sus esculturas. Su David, tambi¨¦n en Villa Borghese, me recuerda a Charlton Heston, y me hace pensar en Ben-Hur y en El tormento y el ¨¦xtasis, y El tormento y el ¨¦xtasis en la Capilla Sixtina y en Miguel ?ngel, y el ¨¦xtasis me lleva al de la beata Ludovica Albertoni, en San Francesco a Ripa, devolvi¨¦ndome a Bernini¡
Y mientras camino hacia el Pante¨®n pienso que as¨ª es Roma, una sucesi¨®n de im¨¢genes, de asociaciones, de cruces de caminos y de iglesias. Siento la llamada de San Luis de los Franceses, en la que se guardan dos cuadros de Caravaggio, el artista de vida turbulenta que pintaba santos con pies sucios. Echo un euro para que se ilumine La vocaci¨®n de San Mateo, un cuadro austero, bello y misterioso. Jes¨²s llama a Mateo, con el dedo extendido, y un haz de luz dramatiza la escena. De modo semejante, en el Pante¨®n de Agripa el sol entra como un foco por el ¨®culo abierto, y mancha de amarillo unos casetones de la b¨®veda, el brochazo salvaje de un dios pagano.

Pegada al templo romano est¨¢ la plaza de Minerva, con un gracioso elefante, c¨®mo no, de Bernini, con un obelisco, c¨®mo no, a cuestas. El elefante tiene una mirada humana, burlona. Entro en la iglesia, oscura y opulenta, donde est¨¢ el Cristo Redentor de Miguel ?ngel. Un gesto de c¨¢ndida honradez: en un peque?o letrero se nos dice que en opini¨®n de los cr¨ªticos modernos es una obra manierista, alejada de la fuerza propia del artista.
Estoy cerca del palacio Doria-Pamphili y entro para ver el Inocencio X de Vel¨¢zquez. El palacio es sombr¨ªo, porque est¨¢n cerradas las contraventanas, y recargado hasta la exasperaci¨®n, porque era el gusto de la ¨¦poca. En una salita, junto a un busto de Bernini del mismo Pont¨ªfice, Inocencio X nos mira duro, inquisitivo, desconfiado. Sospecha, y parece creer que Dios no existe. Troppo vero!, exclam¨® al verlo, seg¨²n la leyenda. Pintor de c¨¢mara, encargado de comprar obras de arte en Italia (los reyes espa?oles las compraban, no como Napole¨®n), emociona pensar que Vel¨¢zquez segu¨ªa atrevi¨¦ndose a pintar lo que ve¨ªa, sin que le frenaran los cargos, las comodidades y las conveniencias.
Morboso autorretrato
En este museo hay una autocopia (si se me permite la palabra) de Caravaggio, un san Juan Bautista cuya primera versi¨®n est¨¢ en los Museos Capitolinos. En Villa Borghese, cerca de las obras maestras de Bernini, se halla el David con la cabeza de Goliat. Caravaggio tuvo el gesto, no s¨¦ si morboso o humor¨ªstico, de autorretratarse en la cabeza decapitada, y esa imagen me lleva a la Capilla Sixtina, donde Miguel ?ngel se autorretrat¨® de forma terrible en el Juicio Final, en el pellejo de san Bartolom¨¦. ¡°Soy una bolsa de piel, repleta de huesos y nervios,?/?mi rostro es la imagen del horror¡±, escribi¨®, en la ¨¦poca en que lo pintaba, y ese fresco me hace pensar en Francis Bacon, que me devuelve al Inocencio X de Vel¨¢zquez¡
Tras comer una pizza romana, de base fina, y pasar ante el lugar donde fue asesinado C¨¦sar, hoy unas ruinas pobladas por gatos, camino hacia la Bocca della Verit¨¤, por el barrio jud¨ªo. Me fijo en una peque?a plaquita dorada, a los pies de un portal, cerca de la isla Tiberina, con unos sucintos datos. Aqu¨ª viv¨ªa Virginia T. Nacida en 1943. Deportada a Auschwitz. Asesinada en 1943. ?C¨®mo el ser humano es capaz de matar a una ni?a de menos de un a?o y pintar la Capilla Sixtina? Quiz¨¢ ese sea el verdadero y doloroso prodigio de la Creaci¨®n, de ese dedo que pint¨® Miguel ?ngel a punto de tocar el de Ad¨¢n, al igual que nuestro destino es convertirnos en otra cosa, en ¨¢rbol, tal vez, como esa Dafne transform¨¢ndose en laurel que esculpi¨® Bernini.
Mart¨ªn Casariego es autor de la novela El juego sigue sin m¨ª (Siruela), Premio Caf¨¦ Gij¨®n 2014.
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