Par¨ªs entre Marcel Duchamp y Hugo Cabret
Ruta por cuatro bibliotecas de la capital francesa repletas de Historia e historias
La Biblioteca Sainte-Genevi¨¨ve est¨¢ emplazada a lo largo de un costado del imponente Pante¨®n, en el Barrio Latino de Par¨ªs. Encastrada en un inmenso cuadrado de piedra, antiguo monasterio medieval, la sala de lectura se asemeja a la estructura de una estaci¨®n de tren decimon¨®nica. No solo por los trabajos en hierro que refuerzan las b¨®vedas, tambi¨¦n por los 40 grandes ventanales que se despliegan a lo largo de su extensi¨®n. El caparaz¨®n de este edificio bien podr¨ªa pasar por una nave de la Gare Saint Lazare. La obra del arquitecto Henri Labrouste (1801-1875) es centro de encuentro para estudiantes de esta zona universitaria desde hace siglos, as¨ª como para arquitectos interesados en diseccionar los visos industriales de una de las primeras bibliotecas funcionalistas. Basta con apreciar los detalles art noveau o el dise?o de sus sillas de madera, que llevan la firma del mismo proyectista.
El silencio en la rectangular sala Labrouste, principal recinto de la biblioteca, evoca tambi¨¦n sus antecedentes como bas¨ªlica carolingia. Los primeros manuscritos que se conservan son precisamente de aquella ¨¦poca. Y durante siglos, mucho antes de que funcionara la actual, fue referencia para la intelectualidad europea. Actualmente, las finas columnas en metal permiten que luz y aire circulen en reposo a trav¨¦s de las 750 plazas de lectura. Las l¨¢mparas de caperuza verde iluminan los escritorios desde principios del siglo pasado, cuando Marcel Duchamp fue bibliotecario entre 1913 y 1915, d¨ªas en los que el franc¨¦s beb¨ªa de las corrientes contempor¨¢neas para alumbrar despu¨¦s un estilo que se bautiz¨® arte conceptual. Un artista disfrazado de archivero. Los textos de geometr¨ªa e im¨¢genes y estampas de diversos siglos, desde el XVI, formaron parte de su educaci¨®n art¨ªstica. Cuando recordaba su paso por la caja verde entremezclaba la nostalgia con el misterio, sello de la casa.
Adem¨¢s de premios Nobel, entre ellos Le Cl¨¦zio, o pensadoras como Simone de Beauvoir, visitante frecuente, algunos directores de cine han quedado prendados con los encantos del edificio. Es el caso del estadounidense Martin Scorsese, quien en agosto de 2010 rod¨® en la sala de lectura durante 10 d¨ªas escenas de su pel¨ªcula La invenci¨®n de Hugo (2011). La toma dura pocos segundos, pero el personal a¨²n recuerda an¨¦cdotas del rodaje, como que Scorsese utiliz¨® libros antiguos para lograr una atm¨®sfera at¨¢vica. Tambi¨¦n el despliegue de c¨¢maras y equipos que se apostaron dentro y fuera del recinto para filmar a los chicos protagonistas; fueron situadas a la altura del segundo nivel de la galer¨ªa. Al t¨¦rmino de la filmaci¨®n, Scorsese don¨® un libro a la biblioteca concebido y encuadernado en madera por el ilustrador Robert Bonfils en 1930. El artista de Chicago se inspir¨® en un poema de amor cortesano del siglo XIII titulado La Ch?teleine de Vergy.
Henri Labrouste tard¨® cinco a?os en concluir el edificio. Las puertas fueron abiertas al p¨²blico el 4 de febrero de 1851. Desde entonces ha alimentado la inspiraci¨®n de diversos arquitectos, como se aprecia en la Biblioteca P¨²blica de Boston, donde son identificables los pasos de tipos como Gustavo Eiffel, Labrouste o Baltard, pioneros de una nueva forma de concebir el mundo.
El cuadril¨¢tero Richelieu
La Biblioteca Nacional de Francia tiene varias sedes en Par¨ªs. La m¨¢s nueva (en el distrito XIII) lleva el nombre del expresidente Fran?ois Miterrand y fue inaugurada a mediados de los 90 del siglo pasado por el arquitecto Dominique Perrault. Las instalaciones merecen una visita por varias razones. La primera, la exposici¨®n permanente de los globos terr¨¢queos de Luis XIV, el Rey Sol. La segunda, las terrazas y los espacios abiertos frente al Sena, con cuatro edificios que evocan libros abiertos. En medio, como sumergido entre las torres, un inmenso jard¨ªn que parece un bosque enterrado. Alrededor se despliegan las salas de lectura de la biblioteca. Y si se cruza el Sena, el parque de Bercy y la sede de la Cinemateca Francesa, obra de Frank Gehry.
Pero la sala que aqu¨ª nos interesa est¨¢ en una sede diferente. Tambi¨¦n es obra de Labrouste y no est¨¢ abierta al p¨²blico. Nos trasladamos hasta el c¨¦ntrico distrito II, donde est¨¢ la sede Richelieu, en la calle del mismo nombre y frente a la sempiterna galer¨ªa cubierta Vivienne. La primera de las dos salas que nos interesan solo se puede ver a trav¨¦s de los cristales. Se trata de la Sala Oval. A pesar de las constantes obras de renovaci¨®n, la entrada hasta las puertas de madera de esta suntuosa sala est¨¢n siempre abiertas. Resulta sobrecogedora la inmensidad del ovalado techo de cristal que se eleva a 18 metros del suelo. Rodeado por nombres de 16 ciudades cl¨¢sicas, desde Atenas hasta Bizancio, pasando por Roma o Alejandr¨ªa, el arquitecto Jean-Louis Pascal quiso darle forma el¨ªptica a su obra para ¡°eliminar las esquinas oscuras y crear el espacio y la luz necesaria¡±. Su prop¨®sito era desmarcarse de ese tipo de ¡°vest¨ªbulo que habr¨ªa sido exitoso en el British Museum¡±. Alrededor de la sala se atisban los fosos de calefacci¨®n, que llaman la atenci¨®n porque parecen escafandras de cobre.
La sala Labrouste, por otra parte, bautizada en honor al arquitecto franc¨¦s, es otra maravilla, h¨ªbrido entre una bas¨ªlica bizantina y una sala de estudio. Coronada por nueve c¨²pulas que filtran luz suficiente, se trata de un logro de la arquitectura que conjug¨® con simpleza y elegancia el uso del metal y el vidrio. Fue una de las primeras bibliotecas que incorpor¨® un sistema de carruajes, a¨²n visible, donde se transportaba los textos m¨¢s r¨¢pidamente hasta el lector. Se trata de algo parecido al noble encuentro entre la ingenier¨ªa moderna y los viejos artesanos medievales. Para visitar todo el edificio hay rutas guiadas el primer martes de cada mes, aunque hay que hacer reserva. Incluye un museo de la moneda y, con un poco de suerte, se puede acceder al sal¨®n de honor, donde est¨¢ el modelo original de yeso del que se sirvi¨® el escultor Houdon para erigir el busto de Voltaire, que reposa en la cercana Comedie Fran?aise.
La biblioteca del cardenal
La biblioteca del Instituto de Francia, ¨®rgano que acoge cinco academias, entre ellas la Academia Francesa de Literatura, lleva el nombre de su fundador: el cardenal italiano Mazarin, padrino del Rey Sol y sucesor del todo poderoso Richelieu. ¡°BIBLIOTHECA A FUNDATORE MAZARINEA¡±, se lee en el p¨®rtico de la entrada principal. Su escudo de armas est¨¢ impreso en diversas estancias del edificio que, en otras ¨¦pocas, recibi¨® el nombre de Palacio de las Cuatro Naciones. La biblioteca est¨¢ situada frente al Puente de las Artes, donde hace poco tiempo han sido descolgados cientos de candados que amenazaban la estabilidad de la estructura.
La empresa de esta biblioteca nace sobre la base de la colecci¨®n privada del cardenal Richelieu, un tipo devoto de las artes que reposaba en su residencia. De ah¨ª proviene la que ser¨ªa primera biblioteca p¨²blica de Francia, en 1643. Y una de las m¨¢s elegantes y recatadas. Su especialidad es la Historia. Cuenta la historia que el primer bibliotecario fue el acad¨¦mico y bibli¨®filo Gabriel Naud¨¦, quien recorri¨® bibliotecas desde Oxford hasta Roma o Mil¨¢n para adquirir los vol¨²menes mas raros y curiosos. Siempre bajo la estricta gu¨ªa de Mazarin, claro. A los libros se sumaron los regalos y tesoros donados por embajadores y soberanos extranjeros.
Merece la pena reparar en la escalera de estilo neocl¨¢sico que conduce a la sala de lectura, de 65 metros de longitud; perpet¨²a la apariencia de una biblioteca del XVII. Se trata de un museo del libro, dotado con 600.000 vol¨²menes, buena parte de ellos desplegados a lo largo de 32 hileras de estantes, bustos y una muestra generosa de m¨¢rmol, bronce y terracota. Uno de sus tantos asiduos fue Marcel Proust, quien consultaba libros de Balzac, Flaubert, Thomas Carlyle o Ralph Waldo Emerson, entre otros. Se trata, en fin, de una visita gratuita con m¨¢s de una recompensa para los misterios del alma.
La biblioteca del Senado
Cuando se visitan los Jardines de Luxemburgo conviene darse un paseo por la biblioteca del Senado. Se halla en el palacio construido para Mar¨ªa de Medicis en 1615; Delacroix fue el escogido para decorar la c¨²pula en 1840, as¨ª como el domo del ¨¢bside. Devoto de Dante, el pintor decidi¨® ilustrar un episodio del Infierno en el que el poeta italiano se recrea a s¨ª mismo visitando el limbo. La iconograf¨ªa de la c¨²pula, por su parte, se inspira en la introducci¨®n del mismo Dante sobre Homero y Ovidio. La hemeroteca es una de las m¨¢s ricas de Francia. Se pueden apreciar, as¨ª mismo, antiguas ediciones de la Enciclopedia de Diderot. O un volumen del siglo XVIII cuyo valor hist¨®rico a?adido es el orificio de una bala que qued¨® incrustada en 1944, durante la liberaci¨®n de Par¨ªs por los Aliados.
As¨ª es como Par¨ªs muestra algunas de las bibliotecas p¨²blicas m¨¢s hermosas del mundo. De todas las ¨¦pocas y en todos los estilos. Testimonios de una vocaci¨®n: la avidez y el respeto por el conocimiento.
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